Resumen
Capítulo IV
Poco tiempo después de la llegada de Cloti y su madre a la casa de la familia Roda, también se muda allí la cuñada de Cloti con sus hijos pequeños. Como el ruido causado por los nuevos habitantes es cada vez mayor, Sol comienza a salir asiduamente. Una tarde, encuentra por allí a Eduardo, y él, como nota que ella tiene frío debido al hambre, la lleva a la barraca donde vive junto a un joven llamado Chano, en una improvisada cueva en la ladera del Tibidabo. Allí, le convida chocolate, pan y carne, que le confiesa que obtiene gracias a los saqueos que realiza en los almacenes de víveres junto a sus nuevos amigos.
Sol le pide que le cuente cómo es que vive de esa manera, y él le explica que su inconformidad no es nueva: nunca quiso la vida que su padre tenía preparada para él y todo lo que para su padre era importante, para él no lo era. Los mismos empleados disciplinados que alguna vez su padre le presentó en la fundición son los que luego terminaron con la vida de Luis Roda. Y, tras ese suceso y con el comienzo de la guerra, el joven se siente liberado de tener que cumplir con los mandatos paternos. De todo esto se da cuenta, súbitamente, al tener que ir a reconocer el cuerpo del padre muerto.
Cuando comienza a salir y a leer, nota el cambio en la sociedad y se acerca a los revolucionarios, aunque no se siente interpelado por los motivos de la revolución ni solidarizado ideológicamente con esas personas: lo único que le importa es su nueva sensación de libertad. En ese momento, conoce a un muchacho cuyo estilo de vida le atrae: un ladronzuelo ingenioso con el que por primera vez ve cómo se puede robar, pero al que pierde de vista rápidamente.
Un día en el que se encuentra apremiado por el hambre, se le ocurre entrar a robar a un almacén de víveres. Allí es descubierto por dos jóvenes que también están robando y que lo golpean. Los ruidos alertan a los guardias de seguridad que, como escarmiento, los azotan a los tres. Tras esto, Eduardo reconoce que uno de los muchachos es Daniel Borrero, el ladronzuelo que había conocido anteriormente. Los tres comienzan una sociedad dedicada a las raterías capitaneada por Daniel, y Eduardo se muda junto a Chano a vivir en la barraca en la que recibe ahora a Sol. En esta nueva vida, ingresa, guiado por Daniel, al mundo de la noche, la bebida y la lujuria. Aunque no se siente demasiado motivado y termina sintiendo asco, una de esas noches tiene sexo con dos amigas de su amigo: Lola y Marina.
En este punto se relata que en el momento en el que Eduardo encuentra a su hermana, acaba de salir de la casa de Daniel, donde ha dejado al muchacho que está muy grave de salud y que, cada tanto, tiene recaídas.
Capítulo V
Tras el largo relato de Eduardo, Sol siente que por primera vez lo entiende y, a la vez, en su mente le reprocha a su padre muerto que no haya esperado de ella lo que sí del muchacho, dado que ella sí lo habría intentado complacer. Juntos regresan a la casa y a Elena la alegra y sorprende verlos juntos. Sol no le cuenta nada a su madre de todo lo que ahora sabe.
Ante la angustiosa situación económica que sufren en la casa, Sol decide pedirle a Cloti que la ayude a conseguir un trabajo. Al principio, Cloti parece reacia a hacerlo, dado que Sol no pertenece a las Juventudes, e incluso se ofende cuando la joven le deja ver su deseo de unirse para conseguir su objetivo. Sin embargo, unos días después, le dice que ha decidido ayudarla, dado que la ve diferente a las de su clase. Le dice, entonces, que ellos le darán un título de maestra y que puede dar clases de alfabetización para adultos en la Escuela Roja a la que ella asiste como estudiante por las noches; que el director, un mutilado de la guerra, es su amigo y ya tiene todo arreglado; que el sueldo no es bueno, pero contará con un carnet sindical y vales para un comedor gratuito.
Antes de salir hacia allí, las jóvenes comparten una conversación en la que Cloti llora desconsolada: le confiesa que está embarazada de un hombre al que llama "puerco" y "cerdo" que no quiere hacerse cargo de la situación y que ella quiere realizarse un aborto, pero teme morir, como ha sucedido con una amiga suya de Madrid. Cuando ella se calma un poco, salen hacia la escuela y, en el camino, Cloti le dice el nombre del director: Ramón Boloix. En ese momento, Sol descubre que el mutilado de guerra que dirige el establecimiento es el antiguo tutor de su hermano.
Capítulo VI
En este capítulo, reaparece Ramón Boloix, quien ahora vive en el piso superior del establecimiento que dirige para obreros mayores de dieciocho años y que se moviliza con muletas, dado que ya no tiene piernas. Lleva una cazadora de cuero con insignias y distintivos de combate: es un miliciano del ejército rojo. Cuando comienzan a hablar, Sol lo siente cercano, amigable y le trae armoniosos recuerdos de su vida pasada, pero, por momentos, desconfía: no sabe qué esperar de él. Ramón le informa que puede comenzar con el empleo en dos días, y Sol sale de allí con una tenue alegría, sintiendo que él es su amigo y que hay cierta esperanza.
A los dos días, Ramón le entrega el carnet sindical y un taco de tickets para un comedor público. Tras llenar y firmar los papeles necesarios, Sol comienza a desempeñarse como maestra en la institución. Tiene, entonces, la posibilidad de asistir a un comedor, donde come mecánicamente y se dedica a observar con amargura a las personas que la rodean.
Con el correr de las noches, la confianza con Ramón se incrementa y juntos pasan veladas tomando té en una habitación abigarrada de antiguos objetos, en las que ella es la que más habla, mientras él la escucha en silencio. Una de esas noches, al lado de la chimenea encendida, él la acaricia y la besa. Ella intenta eludirlo y se aparta bruscamente de él, pero él insiste con el peso de su cuerpo sobre ella. En ese momento, Sol siente una revelación y se da cuenta de que el hombre torpe del que le ha hablado Cloti, el que la embarazó y no quiere hacerse cargo, es Ramón. Súbitamente, Sol se llena de desprecio hacia quien era su amigo. Sale de allí apresurada y decide nunca más volver a verlo.
Análisis
Frente a un escenario de guerra y desolación, el único personaje de la familia que parece aliviado con la situación es Eduardo. Hay aquí un contraste también entre el Eduardo del primer capítulo, es decir, del de ese momento previo a la guerra y del posterior. El Eduardo infantil es un joven abrumado por los mandatos paternos, que sabe que su vida está destinada a ser lo que su padre designe y que, si bien no se opone de forma manifiesta, lo expresa a través de su apatía y sus dificultades con el estudio. Cuando su padre muere, Eduardo se siente, paradójicamente en una ciudad cuyos habitantes están como apresados por las circunstancias de la guerra, libre. "De niños les inculcaron que los hijos están siempre en deuda con los padres" (75): la deuda, para Eduardo, acaba con la desaparición de su padre del plano físico y "un mundo nuevo se abría ante sus ojos" (85).
Primero, comienza a salir, curioso, a las calles de una ciudad que le resulta desconocida y nueva, dado que, como interno casi todo el año en la escuela de los Jesuitas, la visión de Barcelona con la que el muchacho cuenta previamente es superficial: "A través de la ventanilla del coche, desfilaba clara, ordenada, limpia. Por las noches, el asfalto brillaba, negro, reflejando las luces de las grandes farolas donde silbaba el gas" (80). Esa visión previa de una ciudad no experimentada por él contrasta con la imagen de Barcelona a partir de la guerra y con las experiencias del joven en sus calles: "La ciudad era ahora una ciudad distinta. Por las calles, antes limpias, se amontonaba la basura. Las gentes iban mal vestidas [...] En los balcones, grandes carteles y banderas, hombres con fusiles y ametralladoras. Por las calles, hombres vestidos con mono azul o con el torso desnudo, con rojos pañuelos al cuello, desfilaban puño en alto" (84).
En ese nuevo escenario, "una a una, las ideas del mundo que intentó inculcarle su padre se desprendían, saltaban y caían como la corteza seca" (86). Ya no le importa nada de esa antigua vida: ni siquiera se inquieta cuando pasa frente a la casa de un compañero de estudios y ve en sus ventanas hombres con fusiles. La distancia entre la vida soñada para él por el padre y la que elige vivir es abismal, y él es consciente de ello y lo demuestra cuando le cuenta a su hermana su antiguo pesar: "Cada vez que su padre nombraba al abuelo, luego a sí mismo, luego a él, le parecía que unas tenazas le oprimían" (82). Lo ahoga la rutina, siente aversión por los talleres, pero, a la vez, mientras su padre vive, es incapaz de rebelarse. Al desentenderse del peso de la tradición, realiza una elección por una forma de vida completamente distinta a la esperada.
Es en este momento en el que empieza a vincularse con "golfillos, muchachos sin profesión ni techo seguro [...] hombres en pequeño, ladronzuelos, que le mostraron nuevos aspectos de la ciudad" (86-87). Conforma una sociedad delictiva con dos personajes que guardan estrechez con otros personajes típicos de la literatura española: los pícaros. Chano y Daniel, los dos amigos que comienza a frecuentar Eduardo y cuyas vidas le atraen y busca imitar, parecen personajes salidos de una novela picaresca. El pícaro tradicional es un muchacho pobre, huérfano o abandonado por sus padres, que pasa hambre, que suele estar herido, enfermo o ser víctima de golpes y agravios, que aprende a subsistir a través de diversas artimañas que incluyen el robo, la mentira y la estafa. Chano vive en una precaria barraca, nunca ha tenido una casa verdadera ni familia a la que responder: "No tenía familia, casa ni trabajo. Desconocía su origen o prefería ignorarlo. Vivió siempre como un perro vagabundo, ignorante, simple, salvándole esa misma simplicidad de muchas cosas" (204). Daniel es un joven enfermo y abandonado por su madre, ingenioso, maligno y admirado por sus compañeros de fechorías. Ambos se dedican al robo para conseguir calmar el hambre. Y, en el caso de Daniel, también para darse gustos y placeres. Eduardo, inexperto en la materia, aprende con ellos: comienza a robar; es azotado por guardias de seguridad; se muda a la barraca; conoce la bebida; y se inicia sexualmente, a pesar del desagrado y desinterés en el asunto, primero en el prostíbulo y, luego, con dos mujeres al mismo tiempo tras una noche de borrachera.
Esta situación extrema de la guerra permite que personas antes tan distantes en diversos aspectos de la vida como Eduardo y sus nuevos amigos se vinculen y, a la vez, une a dos hermanos como Sol y Eduardo, antes casi desconocidos y ahora confidentes. En la casa de la familia Roda también se presenta la oportunidad de que miembros de dos clases sociales diferentes se vinculen e, incluso, que personajes como Sol y Cloti compartan, sin saberlo, un vínculo en común con un tercero: Ramón Boloix. Cloti representa otro prototipo, completamente diferente al del pícaro, de joven de la época. La chica de diecinueve años que llega como refugiada a casa de Sol es una joven comprometida políticamente y que, por tanto, defiende ciertos ideales. Milita en las Juventudes Socialistas Unificadas, una organización política juvenil, en la que confluyen la Unión de Juventudes Comunistas de España del Partido Comunista y la Federación de Juventudes Socialistas, es decir, es una militante del bando revolucionario, de los rojos. Cloti es una chica madrileña que ha experimentado en carne propia la desigualdad social: es analfabeta y sufre los estragos de la pobreza desde chica, teniendo incluso que prostituirse desde adolescente para poder sobrevivir. Ahora, en Barcelona y como militante, está aprendiendo a escribir en la Escuela Roja; vive junto a su madre, como refugiadas, en una casa burguesa; trabaja y gracias a este empleo tanto ella como su madre cuentan con un nutrido racionamiento que contrasta con lo poco que consiguen Elena, Sol y María, las antiguas habitantes del hogar.
Las diferencias en relación con Sol, su vecina y confidente, no se evidencian solo en la forma de vida de cada una sino también en la oralidad. En la representación del habla de Cloti hay marcas de clase en la selección léxica -"chicuza" o "desembucha" (116) en lugar de "chica" y "habla"- y en la manera en la que pronuncia ciertas palabras que, incluso, en la novela se explicitan con la utilización de la cursiva: "Pa que no gruñan!... Es esto lo que quería, ¿verdá, usté? Pues ahí tiene" (61) o "Tú no tíes la culpa de ser hija de quien eres" (63). Mientras Cloti asiste a la Escuela Roja para aprender a leer y escribir; Sol lo hace para dar clases.
Sol consigue su trabajo gracias a la intermediación de Cloti, pero, también, aunque ellas no lo sepan en un primer momento, gracias a que Ramón Boloix, el director, quiere a Sol allí. Esto hace que las dos jóvenes estén relacionadas en un aspecto ligado con la violencia machista y el abuso sexual. Ramón, que se muestra encantador con Sol en casa de su abuela y en sus primeras visitas a la escuela, es un hombre que abusa de su condición de director de un establecimiento. Utiliza su poder para atraer a Cloti, una alumna suya, y luego, cuando la deja embarazada, la desprecia; lo utiliza también para seducir a Sol, una de sus subordinadas, e intenta propasarse con ella. Sol siente una especie de epifanía en ese momento y se da cuenta de que el hombre que intenta abusarla es el mismo del que habla Cloti porque la visión grotesca y patética que percibe ante el sujeto -"parecía un muñeco colgado, espantosamente risible" (137)- la llevan a recordar al hombre torpe que menciona su amiga; al ser que, a partir de las metáforas y símiles de animales empleados por Cloti, actúa de manera deshumanizada y carente de piedad y cuidado: "¿Cómo pudo, el cerdo?... ¡Se ha vaciado en mí como un perro! ¡No tiene perdón! Yo tengo que trabajar... Yo no puedo... Y él, haciéndose el longuis, dice que es cosa mía, que me las apañe como pueda" (121).