Las luciérnagas (Alegoría)
El título de la novela es alegórico. Las luciérnagas son insectos cuya característica principal es la emisión de una luz propia. Esta luz les permite realizar el cortejo nocturno entre machos y hembras: los machos emiten una serie de destellos particulares durante su vuelo y son respondidos, o no, por las hembras. Si sucede, el apareamiento puede darse; también, las hembras pueden desactivar su luz si sienten que están en peligro.
Generalmente, cuando las luciérnagas aparecen en obras artísticas, se suelen relacionar con el significado de encontrar una luz de esperanza en medio de la oscuridad que plantea una situación angustiante.
En la novela de Matute, la mención de las luciérnagas comienza a aparecer, de manera reiterada, hacia el final del texto. La primera mención se da en el octavo capítulo de la segunda parte, cuando la joven pareja conformada por Sol y Cristián está ya a salvo, ambos sentados en la alfombra, junto a la chimenea, mirándose, por primera vez con tranquilidad tras los momentos terribles acontecidos en la casa de la familia Borrero. Sol siente que hay una fuerza superior que los une y se compara con luciérnagas que supo ver en un camino:
Dos animales anónimos, sin méritos ni heroicidad alguna, dos criaturas, esas que ella vio en el campo al borde de los caminos. Unos, arrastrándose sobre la tierra, otros intentando volar, golpeándose contra las paredes, con la cabeza encendida. Luciérnagas, barcos errantes en la noche. (252)
Ellos, juntos, brillan uno para el otro. Como esos insectos voladores, no tienen rumbo fijo, no saben dónde van, pero se tienen entre sí, y cada uno para el otro representa la claridad en ese mundo que les resulta incomprensible.
Esta idea de andar por una tierra devastada, cargada de problemas y sin saber qué hacer, casi como si los personajes tuvieran que ir inventando el destino propio a cada paso, vuelve a aparecer, acompañada por la idea de la luz de las luciérnagas como esperanza de que, a pesar de todo, las cosas mejoren. Sol se apiada de su condición:
Los hijos, la comida, ganar o perder guerras, todo era excesivo, atroz, no estaba preparada para ello, no era sino un débil embrión incompleto, dando tumbos en el vacío. Cayendo, cayendo siempre sin chocar, siquiera, sin estrellarse, en un final. Cayendo en el vértigo, tras una parpadeante esperanza. «Luciérnagas —recordaba—, pobres luciérnagas». (277)
Una sola esperanza persigue Cristián cuando salta y escapa del camión en que se lo llevan para fusilarlo y es volver a reunirse con Sol. Sin fuerzas para seguir su viaje, herido, atemorizado y hambriento, no se detiene porque lo mueve la esperanza del reencuentro: "La vida iba a rastras de una lucecilla tenue, de una lucecilla que flotaba sobre su cabeza, delante de sus ojos. Seguía con su cuerpo dolorido, con su cuerpo mortal y pesado, torpe, aquella frágil y tenue lucecilla" (306).
El nombre y el apodo de la protagonista (Símbolo)
La protagonista se llama Soledad, pero, desde pequeña, la llaman Sol. Los dos términos, nombre y apodo, poseen una fuerte carga simbólica en la vida de este personaje y se conectan con los diferentes estados que atraviesa la protagonista a lo largo de la historia.
Por un lado, el nombre Soledad le parece distante, dado que nunca ha sido llamada de esta manera, y no le gusta por la oscuridad a la que lo asocia. Sin embargo, el significado del mismo, que es la carencia de compañía, es casi una constante en la vida de la chica hasta que conoce a Cristián. Lleva una vida solitaria y esto se evidencia en los diferentes ámbitos por lo que la joven pasa. En la escuela secundaria no tiene amistades: "Hablaba poco y no tenía ninguna amiga verdadera. La llamaban huraña y antipática" (23); con su hermano, antes de la guerra, mantiene una relación distante: "Se daba cuenta de que vivían retraídos, hoscos [...], por primera vez, se dio cuenta de que no se conocían, de que vivían aislados" (25); cuando comienza la guerra, pasa los días sola en su casa, mirando por la ventana, sin un confidente para depositar sus miedos.
Por otro lado, el apodo Sol es "como un disfraz, un bello y luminoso fuego" (11). Y, en principio, lo es, dado que, como vimos, su vida está más relacionada con la soledad que con la calidez o iluminación del sol. Sin embargo, hacia el final del texto, este nombre con esa idea de luminosidad incandescente toma mayor fuerza, dado que Sol se percibe a sí misma como portadora de una luz propia y, luego, como portadora de dos luces: la propia y la del hijo en el vientre. La luz como símbolo de esperanza toma fuerza en la novela.
La ciudad de Barcelona (Motivo)
La descripción de la ciudad de Barcelona es una constante a lo largo de toda la novela. Asimismo, muchas de estas descripciones, sobre todo a través del uso de procedimientos de desplazamiento metonímicos y metafóricos de significado, son utilizadas para representar el estado de sus habitantes en general y de los personajes de la novela en particular. Las imágenes de la ciudad se vinculan con los personajes y lo que les está aconteciendo, por lo que, a lo largo de la novela, se suceden escenarios muchas veces contrastantes. En los tres años en los que se desarrolla la acción, los personajes evolucionan; ese cambio también es evidente en la representación de la ciudad.
Así, por ejemplo, Eduardo recuerda la ciudad previa a la guerra, cuando su padre lo lleva a conocer sitios con la ilusión de que su hijo continúe con los negocios familiares. Por la ventanilla del automóvil, el estudiante observa una ciudad reluciente, con luces en las farolas y ventanas iluminadas que "daban una sensación de paz y de seguridad inconmovibles" (80). Esa seguridad se relaciona con la que siente el padre de Eduardo en ese momento en los que les va muy bien económicamente. Sus talleres de fundición, fruto del trabajo de tres generaciones de la familia Roda, son, en ese momento, firmes como la arquitectura de Barcelona: "Los edificios altos, macizos, las anchas avenidas como la Diagonal y el Paseo de Gracia, se le antojaban símbolos de una firmeza indestructible, conseguida, año tras año, por generaciones de hombres continuándose en un mismo empeño" (80).
En cambio, tras la muerte del padre y con la liberación que siente Eduardo de no tener que cumplir con el mandato, la ciudad se le presenta de una manera distinta, y esos edificios que antes creía "seguros, inconmovibles, parecían llenarse de un temblor irreal, fantástico", como lo que a él le está sucediendo internamente, muy conmovido ante la novedad de poder disponer de su vida.
Algo similar ocurre con Sol. Ante la incomprensión de los primeros días y la prohibición de salir de su casa y tener que observar el panorama desde atrás de la ventana, el movimiento de la calle la lleva a pensar en el carnaval, otro motivo de movimiento en las calles de la ciudad que, de niña, también le fue vedado:
Ahora, esas gentes que no debían mirarse, prohibidas, cuya existencia se les mantenía oculta y de las que era obligado olvidarse, invadían de nuevo la ciudad. De pronto no cabían en la calle y venían a inundar con su realidad ineludible el pequeño mundo, suave, de caperucitas rojas y lobos de cartón [...]. Asomada a la ventana, veía cruzar los coches pintarrajeados, atiborrados de hombres y mujeres armados. (40)
Cuando Elena y María deben salir a la calle para viajar en tren en busca de alimento, la ciudad aparece personificada como ellas y como la mayor parte de los habitantes: "La ciudad era pobre, estaba despojada" (49).
La atmósfera espesa (Símbolo)
Hay diferentes momentos de la novela en los que una atmósfera extraña, como espesa o cargada de niebla, es percibida por los protagonistas y sacude los cimientos realistas de la novela. Estos momentos se asocian con cierta incertidumbre ante el porvenir, como si fuera una suerte de presagio de que algo profundamente significativo está por suceder. La primera vez que este símbolo aparece es el día en que se llevan al padre de Sol: "Algo que se espesaba en la atmósfera, rodeándole, ciñéndose a su frente" (41). Ella siente necesidad de verlo y de hablarle, sin saber bien por qué. La muerte de su padre es el primer gran trauma en la vida de Sol.
Otro hecho significativo en la vida de la joven es conocer a Cristián. El día que lo hace y cuando él la invita a sentarse en la escalera a tomar coñac, el narrador sostiene que "la atmósfera era allí extraña, como dentro de sueño" (121). Esto se vuelve a repetir cuando se convierten en los únicos sobrevivientes tras el bombardeo que destruye la casa de los Borrero: "Poco a poco, todo se fue llenando de luz, una claridad sin color definido bañaba las paredes, desde aquel trozo de cielo extendido sobre la línea desigual de los tejados. El humo, la niebla, el polvo, creaban universos microscópicos en la
atmósfera iluminada" (243-244).
La tierra prometida (Motivo)
La búsqueda de la tierra prometida como un lugar de armonía y paz para el individuo es un motivo literario que se reitera desde la Biblia en relación con la tierra que Dios promete sus hijos, el pueblo de Israel. En esta novela, justamente, es este texto religioso el que se cita para fijar la idea de promesa de un lugar mejor. En un momento del mundo que se presenta atroz, porque los personajes están atravesando una guerra fratricida que cambia por completo su existencia y su modo de entender lo que los rodea, la promesa de un futuro mejor y de encontrar un lugar de trascendencia espiritual hace avanzar la acción.
Este tópico suele estar ligado al del homo viator ("viajero" o "peregrino") porque la persona debe salir del sitio en el que se encuentra para emprender la búsqueda de ese lugar añorado, dejando atrás todo lo que no le es útil para su fin. El primero en salir en búsqueda de su sitio, en la novela, es Pablo Borrero. Este ser inconforme pasa el legado de su búsqueda a Sol y Cristián, que creen, al irse juntos a la torre de Sarriá, haber llegado a la tierra prometida. Sin embargo, las dificultades acechan y los enamorados son separados. Al final, cuando se vuelven a unir y ya se han desprendido de todo y han forjado su propio camino -"Seremos libres, mira tus manos vacías, el centro de tus ojos abiertos y obstinados, seremos libres, nuestros hijos serán mejores" (309)-, al emprender el último viaje hacia su nueva y última morada, una bala mata a Cristián. El grito desgarrador que emite el joven es, para Sol, el grito de su tierra. En su vientre lleva al hijo que sí vivirá en la tierra prometida.
Barcelona, tras la destrucción bélica, puede estar simbolizando aquí la tierra prometida que imaginan para ellos los dos enamorados.