Resumen
Capítulo VII
Cristián se acerca hacia su hermano y no comprende su sonrisa. De repente, ve un brillo en su mano y descubre que porta un arma. Intenta sacársela y le promete que volverá a caminar sobre sus piernas con normalidad, pero Pablo se opone y, aún con la sonrisa en el rostro, le dice que no quiere reparaciones. Cristián se desespera, le pide una oportunidad para devolverle todo lo que Pablo ha hecho en su vida. Pablo se dirige entonces a Sol y le dice que en unas horas él irá en uno de esos camiones de cadáveres que circulan por las calles, que ella debería sentir piedad por todos esos jóvenes hombres muertos; le habla sobre la tierra prometida y le pide que se quede con la Biblia que porta en su bolsillo. A Cristián le dice que, cuando él muera, tome el manojo de llaves de su casa, para poder dirigirse allí y vivir tranquilos.
Cuando la voz de Pablo se torna un barboteo sin fuerza, acerca el arma a su frente, entre los dos ojos, menciona una cita del Deuteronomio y se mata de un balazo. Sol toma las llaves y el libro prometido. Los dos jóvenes se abrazan y salen corriendo del lugar. Desde la esquina observan cómo uno de los camiones se detiene en el portal y se llevan del interior de la casa a un hombre herido y al cuerpo de Pablo. En ese momento, Sol entrega las llaves y la Biblia a Cristián, quien la abre en donde el texto parece más usado; subrayado en rojo lee: "Verás de frente la tierra que yo daré a los hijos de Israel, y no entrarás en ella..." (242).
Capítulo VIII
Este capítulo comienza en el momento en el que Chano llega a la esquina de la casa de los Borrero y escucha la explosión que destruye el edificio. Encuentra a Sol y Cristián en los alrededores y le cuentan, para secreta satisfacción de este muchacho que lo siente como una venganza de su amigo Daniel, que todos han muerto allí. Sol le pregunta por el paradero de su hermano, pero Chano, de mala forma, le dice que no sabe.
Al darse cuenta de que ellos tienen las llaves de la casa de Pablo, insiste para que vayan hacia el lugar, dado que sabe por Daniel que allí hay riquezas. Cristián le pide a Sol que se quede con él y lo acompañe. Entonces, los tres se encaminan hacia la torre de Sarriá. En el camino, Sol observa la ciudad, tan distinta ahora de la que recuerda de sus tiempos en Saint-Paul: desmantelada, sucia, pobre. Sin embargo, se siente en paz.
Al llegar, Cristián le pregunta la fecha a Sol y le pide que la recuerde: 15 de noviembre de 1938. Mientras ellos se miran con tranquilidad, profundamente conectados entre sí y con nuevas e inesperadas ansias de felicidad, y se disponen a descansar al lado del fuego con cigarrillos y coñac, Chano se desespera por revisar el sitio y tomar para sí todas las riquezas que consiga alzar en sus brazos. Sol y Cristián se sienten plenos: "Por fin habían entrado en su tierra" (258).
El momento de plenitud es cortado de golpe por Chano, que los llama para que vean el botín encontrado en un viejo baúl: objetos de oro y plata de una antigua iglesia brillan ante sus ojos. Cristián cierra el cajón de un golpe y le dice a Chano que se vaya, que ya ha tomado suficientes cosas. Ante la queja de Chano, que se sorprende por la actitud dura de Cristián, le dice que tome lo que quiera y se vaya de allí. Chano envuelve joyas en un pañuelo y se aleja temblando, con un triste deseo de volver y quedarse entre ellos dos, también recostado junto al fuego. Antes de partir definitivamente y por miedo a ser robado, entierra el botín junto a unas macetas para volver a buscarlo luego.
Capítulo IX
Sol y Cristián se abrazan y se acarician hasta que el fuego se apaga. Él le vuelve a hablar sobre sus diferencias, fundamentalmente, en lo que respecta al dinero: dinero que antes de la guerra a la familia de ella nunca le faltó y que, en cambio, a la familia desde él le falta desde siempre. Concluyen en algo en común: ambos creen que la vida es hermosa. Sobre la alfombra se manifiestan su amor y luego, rendidos, duermen uno junto al otro.
Al día siguiente, cerca de las once de la mañana, oyen detenerse a un auto en el frente. El timbre suena insistentemente, pero ninguno abre. Los días comienzan a pasar y para ellos es como uno solo, largo: no cuentan las horas, nada existe más que ellos dos allí. Tienen el sótano repleto de víveres y no necesitan salir para nada.
Un día, los golpes en la puerta son incesantes. Cristián, finalmente, abre y tres hombres ingresan. Le informan a Sol que son oficiales del Servicio de Información Militar conocido como SIM, que saben que Pablo se suicidó y vienen para hacerse cargo de la casa. Luego de hacerles algunas preguntas y confiscar las joyas, se llevan a los dos de allí. En el edificio del SIM, separan a los jóvenes y los llevan a diferentes celdas.
Análisis
La muerte de Daniel, en los capítulos anteriores, llega acompañada por una tragedia mayor: un bombardeo que destruye la casa y a casi toda la familia Borrero. El único que queda completamente a salvo de ellos es Cristián. El padre seguramente esté muerto sobre el cuerpo del hijo ya fallecido, y Pablo está gravemente herido. En estos momentos, Pablo, con una sonrisa en el rostro que mantiene hasta el final, les habla a Sol y a Cristián como si les dejara un testamento. Antes de quitarse la vida, se asegura de que se queden con su Biblia, con sus llaves y con el mensaje de la tierra prometida. El legado de Moisés queda ahora en la lectura que realiza Cristián del subrayado. Esto, de alguna manera, anticipa el final de la novela, aunque todavía no se intuya aquí, ya veremos más adelante el porqué.
Además de dejar su legado simbólico de la palabra divina, Pablo les deja un hogar en la torre que habita en Sarriá. Tras la visión apocalíptica y destructiva provocada por el bombardeo, este lugar, al que acuden Sol, Cristián y Chano, aparece como una promesa de paz. La atmósfera, para Sol, incluso antes de encaminarse hacia la casa, otra vez, se torna iluminada y espesa, como si anunciara que está por llegar algo nuevo y trascendental para su vida. A medida que avanzan hacia allí, ascendiendo hacia el barrio de la casa, la sensación de un aire diferente es cada vez más latente: "Había algo mágico, en el amanecer. Sol se sentía inmersa en aquella especie de sopor lúcido" (246).
Mientras Chano continúa siendo el mismo de siempre, un personaje realista de la novela, "excitado por el miedo y por la esperanza de un saqueo" (249); la pareja conformada por Sol y Cristián quiebra esa representación mimética de la realidad: se hallan frente a un momento de la vida que les resulta epifánico. Están conmovidos por haber encontrado, en un mundo hostil y que no logran comprender, una guarida física en la casa y una guarida espiritual que consiste en tenerse el uno al otro. Están en un tiempo fuera del tiempo: "No recordaba haber sentido nunca una paz semejante, casi inhumana, pero que no deseaba perder. Milagrosamente, el tiempo no existía" (249). Las sensaciones de los enamorados se manifiestan espacialmente en ese ambiente de bruma, de claridad indefinida y de brillos.
Es aquí, en el octavo capítulo, en donde aparece, por primera vez en la novela, la palabra que rubrica el texto: Luciérnagas. Soledad es ahora por fin Sol, un destello de luz, un símbolo de esperanza. En las primeras páginas de la novela, cuando se presenta a la protagonista, se dice que se llama Soledad, pero que ese nombre le resulta oscuro, distante y ajeno porque nunca nadie la ha llamado así, sino Sol, "como un disfraz, un bello y luminoso fuego" (11). Sin embargo, hasta este punto de la novela, la protagonista y su forma de vida se vinculan más con el significado del término "soledad" que con un bello y luminoso fuego. Ahora la luz se hace presente en la vida de estos jóvenes bajo la forma de la esperanza. Son como luciérnagas en el sentido de que, así como estos insectos tienen un vuelo errante y se golpean contra las paredes, ellos no entienden la realidad de su presente y sufren varios golpes en la vida hasta llegar allí. Son como luciérnagas, además, porque así como esos insectos guardan una luz en su interior que utilizan para atraerse entre sí, ellos se encuentran a pesar de la oscuridad del mundo. Son como luciérnagas porque portan ahora la luz de la esperanza en un futuro.
Esa nebulosa de esperanzas creada por la pareja los lleva a pensar que "Por fin habían entrado en su tierra" (258), que es la tierra que Pablo menciona anteriormente: la tierra prometida, la de la felicidad, la fe, la esperanza y la posibilidad de un futuro bueno. Hay una certeza en el amor que se prodigan, que no está representado como el amor romántico tradicional, pero que sí es implacable y verdadero. Sin embargo, y pese a la promesa de futuro mejor que ese amor propone, la paz todavía no llega para la pareja. El segundo periodo del aprendizaje de Sol, el de la iniciación, termina aquí dándole un nuevo golpe: tras pasar varios días de conexión mutua, de amor y paz, la realidad trágica golpea la puerta en forma de agentes y un oficial del SIM, es decir, del Servicio de Información Militar, que acuden a la casa para llevárselos y volver a separarlos.
Ese cambio esperanzador que los personajes vislumbran queda contextualizado en la novela porque, en este punto de la narración, se menciona una fecha: 15 de noviembre de 1938. Es decir que los lectores sabemos que la guerra está pronta a terminar y podemos enlazar la esperanza con el fin del conflicto bélico. La guerra civil española finaliza el 1 de abril de 1939: los personajes no lo saben, pero solo falta un poco más de cuatro meses para ello. Las tropas de Franco, comandadas por Yagüe, hacen su ingreso a Barcelona el 26 de enero de 1939: solo falta un poco más de dos meses para ello. Los personajes tampoco saben que luego se instaurará una dictadura larga y atroz. Pero eso ya no es tema de esta novela, aunque de eso sí dependerá las condiciones de su publicación.