Luciérnagas

Luciérnagas Resumen y Análisis Segunda parte, Capítulos I-III

Resumen

Capítulo I

En este capítulo, la acción está centrada en la familia Borrero. Pablo, Cristián y Daniel son hijos de una madre quejosa, que los abandona cuando aún son niños, y de un profesor de latín aficionado a la literatura, que ahora es un hombre viejo y enfermo de reuma, razón por la cual ya no puede trabajar. Desde pequeños, Pablo, el mayor, es el más responsable y preocupado por el bienestar del padre; Cristián, el segundo, el más inquieto; Daniel, el pequeño a quien apodan "el Bizco", el más malicioso, con preferencia por el robo desde los siete años. Como Pablo debe hacerse cargo de la economía del hogar, no se dedica a estudiar para ser maestro hasta que tiene ingresos suficientes. Cristián, antes de la guerra, estudia medicina, con una beca cedida por su hermano; cuando estalla la guerra, se queda escondido en su casa para no ser cooptado por las patrullas que buscan hombres para enrolarlos para ir al frente. Él y Daniel viven en una humilde casa junto a su padre; Pablo, en una pequeña torre en las afueras de la ciudad desde la que se acerca seguido a la casa para mantener largas charlas con el padre y proveerlo de víveres y remedios. La relación entre el hermano mayor y los otros dos no es buena.

Daniel es un joven que sufre una enfermedad respiratoria grave y está padeciendo, en este momento, uno de sus ataques. Supone que en unos pocos días sanará, como suele suceder, pero la fiebre y la tos no ceden, por lo que se encuentra en su lecho y recibe en él seguido a Cristián, quien le pregunta cómo se siente. Cerca de las doce de la noche, Eduardo y una muchacha tocan la puerta y le preguntan a Cristián por Daniel, quien, de forma brusca, les contesta que está muriéndose.

Capítulo II

Al salir de la Escuela Roja tras el incidente con Ramón Boloix, Sol se encamina a su casa. Al llegar, ve luz en la habitación de su hermano, por lo que va hacia allí. Eduardo le cuenta que está muy preocupado por la salud de Daniel y le suplica que lo acompañe a verlo. Cerca de las doce de la noche, llegan a la casa y los recibe Cristián en la puerta, quien los trata bruscamente.

Cuando Eduardo encuentra a Daniel en su lecho, entre sábanas y mantas sucias, este le pide que busque a Chano, y Sol le dice a su hermano que haga lo que pide, que a Daniel ya no le queda mucho tiempo. Sol queda, entonces, sola allí. Después de que Cristián decide contarle a su anciano padre que Daniel está muriendo para que pueda acompañarlo en los últimos momentos, nota la presencia de la joven, que está junto al brasero y que le menciona tiempos pasados, previos a la guerra, con ciudades iluminadas y gente despreocupada.

Ante la presencia de Sol, las sensaciones de Cristián son contradictorias: por un lado, siente cierto desprecio hacia ella y resentimiento relacionado con la forma de vida que intuye esa chica supo tener; por otro, al oírla, sus palabras le hacen sentir calma y su presencia se le hace necesaria, por lo que, ante el primer gesto de ella para marcharse, el muchacho le ruega que se quede con él hasta el final. Sol, por su parte, siente por él piedad y desesperanza, al igual que por sí misma; y estar a su lado le da calma, le permite no desear nada. A pesar de ser dos desconocidos, hay una fuerte conexión entre ellos desde este primer acercamiento.

Los jóvenes se sientan en el rellano de la escalera y, mientras beben coñac, mantienen una larga charla en la que Sol le habla de los años pasados hermosos, pero también de su presente de angustia. Él le cuenta sobre su tiempo preso y luego se sume en pensamientos sobre su último tiempo allí, escondido en esa pequeña casa de sucias paredes y pobreza que lo avergüenza y a la que odia, en donde descubre la piedad hacia el padre. Con sus dichos, ambos parecen coincidir en una misma idea, la de querer vivir.

Capítulo III

En su lecho de muerte, Daniel sufre, además de los dolores de la tos y las alucinaciones, la soledad y el silencio: tiene la esperanza de que lleguen a verlo sus amigos. En este momento se da cuenta de que siempre estuvo solo. La única persona que está a su lado, llorando, es su padre. Y esta allí hasta su muerte, que llega en ese momento.

Desde el exterior, ingresan a la casa ruidos de descargas y motores, luces de reflectores y vibraciones de explosiones cercanas. El padre, sobre el cuerpo del hijo muerto, se recuerda a sí mismo en el pasado: la alegría de la llegada del primogénito, el temor con el nacimiento del segundo, el disgusto y la resignación con el alumbramiento de Daniel. Estos estados de ánimo frente a la llegada al mundo de sus hijos se relacionan con la pérdida de esperanza a medida que avanza la vida del padre: con el descubrimiento de que no siempre se puede conseguir todo lo que se quiere.

En ese momento, ingresa Pablo a la habitación, que separa a su padre del cuerpo muerto de su hermano mientras cristales estallan y caen estrepitosamente sobre la calle. El padre le dice que Daniel está muerto.

Análisis

En la primera parte de la novela, la protagonista debe desprenderse de su vida pasada, sus aprendizajes previos y su visión de mundo. Tras el episodio con Ramón Boloix que cierra la primera parte, Sol, cargada de decepción, concluye con las palabras "no me gusta vivir" (138). En esta segunda parte, se inicia en un mundo nuevo para ella y comienza la segunda etapa de su proceso de aprendizaje, en el que, a pesar de las desgracias y las situaciones límite que atraviesa y que son múltiples en esta parte de la novela, terminará con otra perspectiva hacia la vida. La estructura tripartita de la novela coincide con la evolución psicológica de la protagonista. Los deseos de ella se manifiestan como una búsqueda de algo nuevo, diferente a lo acontecido previamente: "Quizá que quisiera irme a un lugar donde no existiese nada conocido, donde no tropezarse con recuerdos..." (152). Estas palabras se las dice a su hermano que, sin saberlo, al guiarla a la casa de su amigo, le está otorgando la posibilidad de encontrar la novedad que anhela para su vida.

En estos tres primeros capítulos de la segunda parte, el protagonismo recae sobre la familia de los hermanos Borrero. Aquí, otra vez, la novela presenta un contraste claro: la familia Borrero es diametralmente opuesta a la familia Roda. Los Roda son, hasta la guerra, una familia tradicional y conservadora, burguesa y heredera de riquezas de generación en generación, que vive en una casa con todas las comodidades. Los Borrero, en cambio, conforman una familia disfuncional que vive en una pequeña y vieja casa: la madre los abandona cuando los niños aún son pequeños; el padre está enfermo y debe dejar de trabajar; el más grande de los hermanos debe hacerse cargo de la economía del hogar y siente, por ello y por no poder realizarse personalmente, gran resentimiento hacia sus hermanos; el más chico está enfermo y es ladrón desde su infancia; el estudio está limitado a la obtención de becas, por lo que solo uno de ellos consigue hacerlo y, por ello, se siente en deuda perpetua. La relación entre los hermanos es mala: tanto Daniel como Cristián sienten recelo de Pablo, que los acusa por su vagancia y golpea con frecuencia al más chico.

En relación con la forma en la que estos capítulos están narrados, hay un intento del narrador por lograr una idea de simultaneidad de los hechos que consigue a partir de reiterar lo narrado en un capítulo y en otro, pero con una focalización diferente, por lo que, en ciertos momentos, la cronología de lo narrado retrocede. Por ejemplo, el primer capítulo termina cuando Cristián escucha en su casa que tocan la puerta y recibe a Eduardo y a Sol, a los que trata de manera brusca; el segundo capítulo comienza cuando Sol sale de la Escuela Roja (así termina la primera parte de la novela) y, al llegar a su casa, encuentra a su hermano, quien le pide que lo acompañe a ver a Daniel, por lo que juntos se encaminan a la casa de los Borrero, tocan las puerta y son recibidos por Cristián que los atiende, desde el relato focalizado ahora en Sol, con voz seca y les vuelve la espalda. Algo similar ocurre entre el segundo y el tercer capítulo, y se reitera en otros: el segundo termina con Cristián y Sol charlando en el rellano de la escalera y, en el tercero, Pablo que llega luego, escucha a su hermano y la voz de una joven en ese sitio.

A pesar de las diferencias entre los miembros de las dos familias, hay conexión entre ellos: ya vimos cómo Eduardo se siente atraído a Daniel desde el primer momento en el que lo ve. Y es, justamente, por la admiración que siente por este muchacho que aprende a vivir de otra manera: en la barraca y con una subsistencia basada en saqueos.

Pero esta no es la única conexión entre los Borrero y los Roda. Es en esta parte en la que Sol y Cristián se conocen, más allá de las diferencias manifiestas entre ellos, se van a sentir identificados. Esta unión está precedida por un cambio en el ambiente; cambio que amenaza con romper el realismo de la novela, pero, a la vez, da cuenta de las sensaciones internas de los personajes que son desplazadas a su percepción exterior: "La atmósfera era allí extraña, como dentro de sueño" (162). Esto se refuerza con una temprana impresión de Sol que siente que algo, que todavía no sabe qué es, aparece: "Algo había cambiado, de pronto. Sol sentía que algo iba envolviéndola, como un soplo tenue, intenso" (163). Estos momentos de alteraciones en el sentir de los personajes, aquí, como en otros momentos, están precedidos o enmarcados por cierta atmósfera onírica, como si una especie de niebla se posara sobre los personajes y sobre su entendimiento de lo que les sucede.

Las diferencias entre Sol y Cristián se diluyen a medida que la novela avanza, y los personajes descubren que, ante los horrores de la guerra, tienen más en común de lo que a primera vista puede parecer. No hay, al principio, explicación para los motivos que hacen que dos seres tan distintos estén unidos. Sol no entiende qué es lo que la lleva a hablar ante él, sin embargo, "se daba cuenta de que le era preciso hablarle" (163); Cristián, contrariado, no tiene motivos para hablar con ella, sin embargo, "se le hacía insoportable dejar de verla" (161). Estas primeras impresiones relacionadas con la incredulidad de estar uno junto a otro, se diluyen cuando se dan cuenta de por qué es que están así, y eso se debe a que se comprenden: uno halla en el otro un interlocutor válido y comprensivo en un mundo que no comprenden ni los comprende, en el que no encuentran su lugar.