Las consecuencias de la guerra
El estallido de la guerra civil española en la ciudad de Barcelona altera la existencia de los personajes y esto se convierte en uno de los temas principales de la novela. Las vidas de los personajes se ven sacudidas profundamente y todo cambia para ellos, a pesar de no participar activamente en ninguno de los dos bandos en pugna. Esos cambios se ven reflejados en las actividades cotidianas, en la economía, en la vida social y en la familiar.
Como consecuencia de la guerra, la familia de Sol pierde a uno de sus integrantes: el padre es asesinado. Además, los Roda sufren problemas económicos severos, relacionados con la confiscación de sus talleres, que hacen que las mujeres de la familia sufran hambre, y que Elena, por primera vez en su vida, deba desprenderse de sus objetos de valor y trabajar para lograr su sustento. Como consecuencia de la guerra, Sol también debe buscar un empleo. En el caso de la familia de Cloti, ella y su madre deben mudarse a Barcelona, y aquí su situación económica mejora, pero no la familiar, ya que están alejadas del resto de sus seres queridos. En cuanto a la familia Borrero, toda ella desaparece del plano físico a causa de una enfermedad no tratada en un ámbito de miseria, a un bombardeo y a una bala perdida.
Con respecto a las relaciones humanas, estas también cambian como consecuencia de la guerra. Hay personas de niveles socio-económicos diferentes que traban vínculos antes impensados. Por ejemplo, la unión que se establece entre Elena, la madre de Sol, y María, la fiel niñera que no abandona la casa; entre Cloti y Sol, que, criadas de formas muy diferentes, terminan siendo confidentes y compartiendo el vínculo con Ramón Boloix; entre Eduardo y sus amigos Chano y Daniel; entre Sol y Cristián. La guerra trae como consecuencia, además, que hermanos distantes entre sí, vuelvan a unirse, como sucede con Sol y Eduardo, o como con Cristián y Pablo.
La ciudad devastada
La novela se detiene en diferentes lugares de la ciudad de Barcelona durante la época de la guerra civil española y muestra la destrucción, el despojo y los cambios, incluso, en los habitantes que pueblan sus calles. Los lugares por los que transitan los personajes abarcan casi toda la ciudad de Barcelona. Se nombran calles, avenidas y carreteras como Muntaner, Sepúlveda, Vía Layetana, Aribau, Buensuceso, Diagonal, Paseo de Gracia, Rabassada; zonas como la Barceloneta, el Tibidabo, Sarriá, el Gótico; instituciones como el Hospital Clínico, el Hotel Colón, la Cárcel Modelo. El elemento común es que el escenario de la ciudad aparece como un lugar devastado.
Esta ciudad, al principio, es un espacio de continuo movimiento, con la aparición de turbas de gente, locales públicos con sus espejos y cristales pintarrajeados con iniciales de partidos políticos, colas inauditas de personas en los locales de dispensa de alimento. Con el correr del tiempo y con la intensificación del conflicto, todo se torna cada vez más gris y lo que queda como constante son los ruidos de explosiones que cortan la calma y el silencio.
Las descripciones realizadas de estos sitios son pródigas en recursos como la personificación para dar cuenta de que lo que se ve reflejado en la ciudad es lo que los ciudadanos están viviendo en carne propia: la desesperación, el hambre, el despojo, la violencia. Un ejemplo de esto puede leerse en el siguiente fragmento, que da cuenta de la paulatina destrucción y de cómo eso que se refleja en la ciudad es sinónimo de la debacle social:
Día tras día, la ciudad fue apagándose. Un nuevo aspecto, sucio y miserable, se descubría ante los ojos de Eduardo. Una ciudad despojada, herida. Las tiendas pequeñas, vacías, los almacenes cerrados, los hombres en el frente. Ya no se veían desfilar puño en alto a las mujeres vestidas de soldado. Una sombra triste, húmeda, iba cubriendo la ciudad. Los edificios oficiales tenían ahora un aire siniestro. Las matanzas acrecían, pero sistematizadas, bajo un barniz de legalidad. No se traslucía una gota de sangre, un incendio. Un silencio cruel, opresor. Como producido por golpes sin ruido. (89)
El hambre
El hambre es uno de los temas que más se desarrolla en la primera parte de la novela. Sorprende a los habitantes de la ciudad y, sobre todo, a la familia de Sol, que nunca ha pasado por una situación similar. En el primer capítulo, en el que Sol rememora sus días pasados en la escuela, recuerda una escena tremenda en la que dos hombres asan un gato para poder alimentarse, pero ella es todavía muy ajena a esa necesidad imperante de alimento. El narrador nos dice sobre la joven: "en aquel tiempo no tuvo nunca hambre, ni podía imaginarla siquiera" (14). En cambio, a esa edad y en esas circunstancias de vida, "sentía hambre de belleza" (21).
Esto se termina cuando la guerra irrumpe en su vida y "por vez primera, la palabra hambre tuvo sentido en aquella casa" (51). Ante la imperiosa necesidad, Sol no puede pensar en otra cosa. Es entonces cuando la madre se ve obligada a tener que salir en busca de alimento; Sol comienza a hacer largas colas para recibir su ración.
En casa de Sol, las refugiadas se alimentan porque reciben su porción, mientras las dueñas del hogar miran. Es significativa una frase que Cloti pronuncia: "Todo esto del hambre te toca ahora a ti (...) Antes la pasé yo. Es justo" (64).
La muerte
Desde el comienzo de la guerra, es la sombra de la muerte sobre la ciudad la que atemoriza a todos los habitantes: "Era la muerte la que vencía, imperaba, mientras los cuerpos se rechazaban, se odiaban o se amaban" (215). En la novela hay una seguidilla de muertes que, de alguna manera, simbolizan lo que sucede en una guerra civil, donde todos conocen, al menos, a una víctima. Y siempre se trata de muertes violentas.
En la familia de Sol, asesinan al padre. En la familia Borrero, cuando la novela termina, no queda nadie en pie, salvo el heredero de la sangre Borrero, aún no nacido, en el vientre de Sol. A Ramón Boloix, lo matan. La niñera carga con el collar del hijo muerto en una guerra previa. Los camiones que pasan por las calles van cargados de cadáveres.
Sol, que termina decepcionada la primera parte de la novela y pronuncia la frase "No me gusta vivir" (138), expresa tras conocer a Cristián sus ganas de seguir existiendo y comparte con el joven que se niega a enrolarse para ir al frente de batalla el miedo a la muerte: "Sólo quiero vivir... Y no quiero matar a nadie" (166).
La pérdida de la inocencia
La novela trabaja con la construcción de personajes adolescentes que deben, de pronto, abandonar un mundo que todavía tiene resquicios infantiles para crecer de golpe, como consecuencia de hechos traumáticos que suceden en sus cortas vidas. Casi todos los personajes de la novela tienen menos de veinte años y, en la etapa de formación que supone la adolescencia, deben adaptarse por la fuerza a vivir de una manera diferente.
Eduardo no ha concluido sus estudios cuando comienza la guerra y Sol recién los ha terminado. Criados en un ámbito de continuos cuidados, de manera repentina, se ven arrojados a una vida que los hace salir a la calle para procurarse alimentos, distracción y forjar un futuro distinto al planeado por sus padres. Eduardo conoce el mundo de la noche, la bebida, el sexo, la amistad y el sufrimiento. Sol se da cuenta de que hay ciertas personas que pueden decepcionarla, como Ramón Boloix; que hay otras que no cambian, como su madre; que puede tener mayor conciencia social, gracias a Cloti.
El amor
Sol, en algún momento, duda sobre el cariño que siente por Ramón Boloix. No sabe si eso es o no el amor verdadero: "Oyó hablar mucho del amor, pero no había amado nunca" (135). Y quiere intentarlo, se esfuerza por ello, pero, cuando Ramón la acaricia e intenta besarla, siente aversión y descubre que eso no es el amor: "¿Qué tenía que ver con el amor aquel manoseo pesado, grotesco?" (136-137). Sale de allí decepcionada de Ramón y decepcionada del amor: si es aquello, entonces no le gusta.
Afortunadamente, más adelante descubre el amor en Cristián, en medio de la tragedia, y es el amor lo que les permite, en el escenario de muerte en el que están inmersos, aferrarse a la vida. "Allí mismo, sobre la vieja alfombra, su amor brotó sin miedo, sin querer pensar" (268). Es un amor que los atraviesa a ambos y que se simboliza en la luz interna que Sol siente que llevan dentro y que los conecta.
Como fruto de ese amor, surge, aunque pequeño, un hálito de esperanza, hacia el final de la novela: cuando la luz de la vida de Cristián se apaga, la de Sol y la del hijo que lleva en su vientre sigue encendida. El amor en la novela, por tanto, también es esperanza.
Las diferencias sociales
Una de las consecuencias de la guerra es la desestabilización social. Asistimos, en la novela, a transformaciones profundas que hacen que, sobre todo en el plano económico, ciertos personajes pierdan su estatus y que otros obtengan objetos de consumo o posibilidades que antes tenían negadas. Otra de las consecuencias de la guerra, en la novela, es que se vinculen entre sí personas de niveles socio-económicos dispares.
Lo que sucede en estos vínculos es que, a pesar de la entrega y el amor de los personajes entre sí, el señalamiento de la diferencia sigue latente y es una especie de rencor contenido dirigido por quien vivió dificultades o desigualdades desde siempre hacia quienes pertenecían, por herencia, a las clases dominantes. Se puede constatar en los siguientes ejemplos:
Eduardo, Daniel y Chano conforman una pequeña sociedad delictiva, capitaneada por Daniel y con base en la barraca que comparten Eduardo y Chano. Se supone, por tanto, que hay cierto nivel de amistad y compromiso entre ellos. Sin embargo, Chano no se muestra igual ante las noticias terribles sobre sus compañeros de aventuras. Ante la muerte de Daniel, el muchacho llora brutalmente; ante la posibilidad de que Eduardo esté herido o muerto, pronuncia: "¡Pero aunque le hubiese visto destriparse a mi lado, no me sacaría ni una lágrima! ¿Qué se me da a mí de ese blanco...?" (217). Su amigo no es ni puede ser nunca un "blanco".
Cristián, que encuentra en Sol alguien con quien continuar su vida, desde el principio demuestra algo de desconfianza hacia ella. Cuando Sol le menciona algo sobre el hermano, él le hace un reproche en los siguientes términos:
Eduardo y tú, ¿qué sabéis de todo lo nuestro? Nunca entenderéis a Pablo, a Daniel, a mí. Nosotros, entre nosotros, podremos odiarnos, quitarnos la piel a tiras, si se nos antoja. Nosotros hemos conocido el hambre antes que ahora, no nos sorprenden las revoluciones ni la miseria. ¡Nosotros podemos desear, reclamar, porque nunca tuvimos nada...! ¿Y ahora pretendes buscarme, unir tus decepciones a mis decepciones? (214)
Cloti, que encuentra en Sol una confidente, que la abraza cariñosa cuando se vuelven a encontrar después de un largo tiempo, no puede evitar recordarle que ellas son distintas: "Tú no tiés la culpa de ser hija de quien eres" (63).