La situación de Afganistán en materia de derechos de las mujeres ha sido muy fluctuante a lo largo de los últimos cincuenta años. A finales del siglo XX, las mujeres habían accedido al derecho a la educación y al empleo. Según la organización Feminist Majority Foundation, Kabul contaba en ese entonces con un 40% de mujeres trabajando como doctoras en los hospitales, lo que es un buen ejemplo de la inserción femenina en áreas críticas de la actividad pública. Sin embargo, esto cambia drásticamente en 1996, con la llegada de los talibanes al poder, que inmediatamente revocan numerosos derechos a la población femenina.
Con el régimen talibán, la circulación por la vía pública se transforma en un privilegio masculino, y a las mujeres solo se les permite transitar por las calles cuando están acompañadas por sus esposos o por algún familiar masculino. El control sobre la población femenina se extiende incluso hasta dentro de los hogares y es extremo: por ejemplo, cualquier ventana que da a la vía pública debe ser pintada de negro, para que las mujeres permanezcan ocultas a la vista de los hombres. Desde entonces, las mujeres quedan relegadas a sus hogares, perdiendo sus trabajos y la posibilidad de desarrollarse profesionalmente o en cualquier ámbito por fuera del seno familiar.
La atención médica es una de las mayores emergencias durante este periodo, ya que las médicas no pueden ejercer la profesión, y las mujeres tienen prohibido recibir atención de médicos varones. Los talibanes destinan unas pocas salas para la atención de mujeres, con un plantel de doctoras muy acotado para la cantidad de pacientes que requieren atención. Así, el sistema de salud, para las mujeres, queda completamente saturado.
En Mil soles espléndidos, Hosseini dedica un capítulo completo a esta problemática, y es uno de los episodios más cruentos de su historia: Laila está a punto de dar a luz y no logra que la atiendan en el hospital donde había tenido a Aziza en el pasado. Tras mucho andar, llega a un centro médico totalmente desabastecido de insumos y sobrepoblado de mujeres en estado deplorable. Allí, una médica agotada por la extrema cantidad de trabajo debe practicarle una cesárea sin anestesia, porque dichos insumos están reservados para los hombres.
Las mujeres pierden el derecho a decidir hasta en las cuestiones más íntimas, y los talibanes alientan los matrimonios con niñas menores de dieciséis años, lo que también pone de manifiesto que la mujer se convierte en un bien de intercambio entre los hombres. Amnistía Internacional informa que, durante este periodo, el 80% de los matrimonios son hechos a la fuerza.
Para garantizar el cumplimiento de estas nuevas leyes, los talibanes crean una fuerza policial y religiosa que imparte castigos a las mujeres que cometen algún delito. Esta fuerza policiaca se caracteriza por la arbitrariedad con la que juzga cada delito y por la impunidad con la que aplica sus castigos: reírse de más, mostrar los tobillos, usar zapatos ruidosos o vestir el burka incorrecto pueden ser motivo suficiente para que una mujer reciba una golpiza. Durante este periodo, cuando los oficiales lidian con una mujer, se convierten en fiscales, jueces y verdugos, es decir, determinan la falta y el castigo correspondiente y lo imparten, todo en un momento y a manos del mismo oficial, sin ningún mediador que pueda interceder por la mujer. En contraposición a las irregularidades de la justicia a la hora de juzgar a la población femenina, cuando una mujer denuncia una violación, debe presentar cuatro testigos masculinos que acrediten el hecho. De lo contrario, la mujer es condenada a flagelaciones o lapidaciones por adulterio.
La caída del régimen talibán no significa el fin de la violencia hacia las mujeres. Según la agencia de noticias Integrated Regional Information Networks, en 2006 se registraron 1.650 casos de violencia contra la mujer, y cien mujeres se quitaron la vida para escapar de las penurias que vivían en sus propios hogares. Quienes defienden a las mujeres víctimas de violencia en Afganistán se encuentran con muchas dificultades y suelen ser víctimas de acoso, de intimidaciones y de actos de violencia.
Integrated Regional Information Networks informa que, para el año 2007, una mujer afgana muere cada treinta minutos en trabajo de parto, el 70% de las niñas no tiene acceso a la educación y el 87% es analfabeta. Lo que es más, la esperanza de vida femenina es de 44 años, aproximadamente el 75% de las mujeres fueron casadas a la fuerza y una de cada tres mujeres experimenta violencia física, psicológica o sexual. Más allá de las preocupantes estadísticas, se considera probable que la mayoría de actos violentos queden sin registrar, ya que los códigos sociales vigentes en la sociedad afgana son conservadores, y denunciar implica exponerse a la condena social.
Mil soles espléndidos expone al mundo las vejaciones que sufrieron las mujeres durante el régimen talibán. El derecho a la educación revocado de las mujeres se expresa en la novela cuando Aziza, en el orfanato, recibe educación a escondidas. Zaman, quien oficia de maestro, sabe que, si los talibanes lo descubren, las consecuencias pueden ser catastróficas, tanto para él como para las niñas del orfanato. Las dificultades que padece Laila para visitar a su hija cuando Rashid no quiere acompañarla al orfanato son ejemplo de la prohibición a circular por la vía pública. La traición de Wakil antes de subir al autobús, por su parte, funciona como ejemplo de la camaradería entre los hombres y la hostilidad que le profesan a la mujer. Finalmente, la condena a muerte de Mariam por el asesinato de Rashid expone el funcionamiento imparcial de la justicia, dispuesta a castigar a la mujer sin interesarse por los padecimientos que la pueden llevar a cometer un crimen. Estos son algunos ejemplos que pueden detectarse en Mil soles espléndidos, y que exponen la realidad de las mujeres y la vulneración de sus derechos durante los años del régimen talibán.