—¿Sabes lo que les dijo a sus esposas para defenderse? Que yo lo había obligado. Que era culpa mía. ¿Didi? ¿Lo entiendes? Eso es lo que significa ser mujer en este mundo.
En este diálogo, Nana advierte a su hija sobre los actos de su padre y la naturaleza de los hombres: luego de haberla buscado para tener relaciones sexuales con ella, Yalil se excusa ante sus esposas diciendo que fue Nana quien lo obligó a tener sexo. Dicho episodio le enseña a Nana que la sociedad en la que vive siempre le dará la razón a los hombres y mantendrá a las mujeres oprimidas.
Sus palabras suenan crueles y duras para ser dichas a una niña, pero Nana, que padeció una vida difícil, anticipa con certeza los padecimientos a los que Mariam será sometida por el solo hecho de ser mujer.
En una ocasión, para complacer a Nana, Mariam incluso gritó a Muhsin y le dijo que su boca parecía el culo de un lagarto, aunque luego se moría de culpabilidad, vergüenza y miedo de que se lo contaran a Yalil.
En este pasaje se puede observar cómo Nana influye en los comportamientos de su hija, Mariam, y la empuja a actuar de formas que no coinciden con su personalidad o sus deseos. Durante los capítulos que abordan la vida de Mariam en el kolba junto a su madre, el narrador incluye diversos pasajes como este, en los que Mariam modifica sus comportamientos para complacer a Nana, aunque luego se arrepienta de ello.
—(...) he visto a niñas de nueve años a las que han casado con hombres veinte años más viejos que tu pretendiente, Mariam. Nos ha pasado a todas. ¿Cuántos años tienes? ¿Quince? La edad perfecta para que una joven se case.
Nargis, al igual que las otras dos esposas legítimas de Yalil, intenta que Mariam se vaya de la casa, puesto que, como hija bastarda, es considerada una deshonra para la familia y, además, es un recuerdo vivo de los errores de Yalil.
En este diálogo, Nargis normaliza la brecha de edad entre la niña y Rashid, y arguye que todas las mujeres atraviesan situaciones similares. Lo que dice Nargis es parcialmente verdadero y suele aplicar para las familias pobres con muchos hijos. En contraste, ninguna de las hijas legítimas de Yalil ha sido casada, sino que todas pueden ir al colegio.
En Kabul había mucha más gente que en lo poco que había visto de Herat. Había menos árboles y menos garis tirados por caballos, y en cambio más coches, edificios más altos, más semáforos y más calles asfaltadas. Y por todas partes se oía el peculiar dialecto de la ciudad: «querida o querido» era yan en lugar de yo, «hermana» era hamshira en lugar de hamshiré, y así con todo.
En este pasaje, el narrador le presenta la ciudad de Kabul al lector a través de los ojos de Mariam, quien la compara con Herat, la única ciudad que conoce. La descripción resalta las principales diferencias geográficas, arquitectónicas, culturales y lingüísticas que sorprenden a la joven, y le demuestran que el mundo es mucho más grande y complejo de lo que podría haber imaginado.
Se maravillaban al ver los claros cabellos de la recién nacida, sus mejillas sonrosadas, los labios como capullos de rosa, y los ojos verde jade que se movían bajo los párpados hinchados. Se sonrieron unos a otros cuando oyeron la voz del bebé por primera vez, un llanto que empezó como un maullido de gato y creció con toda la fuerza de un bebé saludable. Nur dijo que sus ojos eran como gemas.
La primera parte del libro termina con la narración del nacimiento de Laila y la descripción física del bebé. En contraposición con lo que significa para Rashid tener una hija mujer, el nacimiento de Laila llena a la familia de Hakim y Fariba de alegría y dicha. Además, este pasaje sirve como ejemplo de la importancia de los símiles en el estilo narrativo de Khaled Hosseini. En este breve párrafo, Laila se presenta mediante tres comparaciones: sus labios son como los capullos de rosa, su llanto crece como el maullido de un gato y sus ojos recuerdan las gemas preciosas.
—(...) es la historia de nuestro país: una invasión tras otra —intervino el taxista, echando la ceniza del cigarrillo por la ventanilla—. Macedonios, sasánidas, árabes, mongoles. Y ahora, los soviéticos. Pero nosotros somos como esas murallas, maltrechas y no demasiado bonitas, pero seguimos en pie. ¿No es cierto, badar?
En este pasaje, Tariq, Laila y Hakim viajan en taxi a La Ciudad Roja. Hakim les cuenta a los niños sobre la historia de Afganistán y el taxista interviene en la conversación para hablar de la diversidad étnica de la región y quejarse de la situación bélica que asola al país. Al mismo tiempo, también destaca la resistencia del pueblo afgano, al que compara con las murallas de la Ciudad Roja, una antigua y famosa fortificación que se mantiene en pie a pesar del paso de los siglos.
Laila sabía que en alguna parte de la ciudad acababa de morir alguien, y que una cortina de humo negro se cernía sobre algún edificio derrumbado en medio de una nube de polvo. Al día siguiente, habría cadáveres en la calle y habría que sortearlos.
En este pasaje, el narrador comparte los pensamientos de Laila sobre la guerra en Kabul. En los últimos meses, toda la población se ha acostumbrado a vivir en medio de la guerra, con los misiles surcando los cielos y las explosiones retumbando a toda hora. Así, por más que Laila no esté viendo en ese momento los destrozos, sabe con certeza que todo a su alrededor se desmorona. De esta forma, el narrador sumerge al lector en el contexto bélico que viven los personajes, en los que la muerte y los destrozos son una constante.
Jarabat, el antiguo barrio musical de Kabul, se redujo al silencio. Después de apalear y encarcelar a los músicos, destrozaron sus rubabs, tambauras y armonios. Los talibanes fueron a la tumba del cantante preferido de Tariq, Ahmad Zahir, y dispararon sobre ella.
En este apartado, el narrador aproxima al lector un poco más a la historia de Afganistán y al contexto político de la novela. La llegada de los talibanes al poder implica un duro golpe para todas las expresiones artísticas; en este caso, son los músicos los que sufren la persecución y la censura. Operando de la misma forma, los talibanes destruyen luego los grandes Budas de Bamiyán y muchas otras reliquias del rico pasado de Afganistán.
En el sueño de Laila, Mariam y ella se encuentran detrás del cobertizo, cavando de nuevo. Pero esta vez es Aziza a quien entierran. La respiración de la niña empaña el plástico en el que la han envuelto. Ella ve el pánico en sus ojos y la blancura de la palma de sus manos cuando empujan y golpean el plástico. La pequeña suplica. Laila no oye sus gritos. «Solo será una temporada —le grita—. Solo una temporada. Es por culpa de las redadas, ¿sabes, cariño? Cuando terminen las redadas, mammy y jala Mariam te sacarán de aquí. Te lo prometo, mi amor. Entonces podremos jugar. Podremos jugar todo lo que quieras». Laila llena la pala de tierra.
Esta cita funciona como un ejemplo de todos los sueños narrados a lo largo de la novela. El narrador recupera en diferentes ocasiones las pesadillas que aquejan a Laila y que están ligadas a los avatares que vive día a día. En este caso, la joven sueña que entierra a su hija y, mientras da las últimas paladas de tierra, le explica que se trata tan solo de una situación pasajera. Fuera del sueño, la familia está tan sumida en la pobreza que ya ni siquiera les alcanza para comer. Por eso, Rashid sugiere que Aziza vaya a mendigar por las calles. Las condiciones en las que vive su hija llenan a Laila de culpa, y las pesadillas son una de las formas en las que se manifiesta su angustia.
Mariam deseaba muchas cosas en aquellos momentos finales. Sin embargo, cuando cerró los ojos, ya no pensó en lamentarse, sino que se sintió invadida por una sensación de paz completa. Recordó las circunstancias de su nacimiento, como hija harami de una vulgar aldeana, un ser no deseado, un lamentable y triste accidente. Una mala hierba. Sin embargo, abandonaba este mundo como una mujer que había amado y había sido correspondida. Lo abandonaba como amiga, compañera y protectora. Como madre. Como una persona importante, al fin. No. No era tan malo, pensó, morir de esa manera. No era tan malo. Era el fin legítimo para una vida de origen ilegítimo.
En este apartado, el narrador detalla los últimos pensamientos de Mariam antes de su ejecución. La mujer realiza una breve recapitulación de toda su vida y se siente a gusto con lo que ha logrado: a pesar de su origen ilegítimo, ha llegado a conocer el amor y ha salvado a su mejor amiga de la muerte. Sus acciones han sido justas y necesarias, por lo que Mariam ya no siente culpa, sino todo lo contrario: finalmente ha logrado estar en paz consigo misma.