Resumen
Capítulo 43
Mariam se ocupa de Zalmai, que está fastidiado con la presencia de Tariq. De pronto, la mujer comprende que el conserje que le había resultado familiar en el hotel no es otro que Abdul Sharif, quien se había presentado con la noticia de la muerte de Tariq. Repentinamente, está claro el engaño de Rashid, quien le pagó a su amigo para que contara una mentira que destruyera por completo las esperanzas de Laila para luego casarse con ella.
Capítulo 44
En este capítulo, el narrador aborda dos situaciones en paralelo: por un lado, el reencuentro entre Laila y Tariq y, por el otro, la noche de ese mismo día, cuando Rashid se entera del encuentro.
Laila y Tariq se ponen al día. Él le cuenta sobre su experiencia en el campo de refugiados en el que pasó mucho tiempo al llegar a Pakistán, un lugar en donde todos pasaban hambre, frío y privaciones de todo tipo. Para ganar algo de dinero, Tariq accedió a transportar un sospechoso abrigo hasta otra ciudad, pero fue arrestado por la policía y encarcelado por traficar marihuana. Cuando cumplió su condena, Salim, un amigo que se hizo en prisión, le consiguió trabajo como conserje en el hotel de su hermano, Sayid, en Murri, donde se ha instalado hasta la actualidad. Luego, Laila le cuenta a Tariq la verdad sobre Aziza. Ambos manifiestan su deseo de pasar la vida juntos y arreglan una visita al orfanato para el día siguiente.
Esa noche, Zalmai le cuenta a su padre que un hombre estuvo de visita en la casa. Rashid comprende que se trata de Tariq; Laila le confirma sus sospechas y le recrimina la mentira con la que la ha engañado todos esos años. Rashid le pregunta entonces a su hijo si él también habló con el visitante. Ante la respuesta negativa de Zalmai, su padre comprende que Mariam actuó como cómplice al otorgarle privacidad a Laila.
Capítulo 45
Rashid envía a Zalmai a su cuarto y lo deja encerrado bajo llave. Luego, vuelve con el cinturón en la mano y azota fuertemente a Laila con la hebilla, hasta que Mariam interviene para detenerlo. Entonces, el hombre comienza a golpear a Mariam, hasta que Laila lo ataca y le rompe un vaso de vidrio en la cara. Ante este ataque, Rashid queda totalmente cegado por la furia y ahorca a Laila con sus manos. Frente a tal escena, Mariam comprende que, si no interviene, su esposo matará a su víctima, por lo que toma la pala y golpea la cabeza de Rashid una y otra vez hasta que su cuerpo se desploma, ya sin vida.
Capítulo 46
Cuando Laila recupera la conciencia, descubre el cadáver de Rashid y entra en estado de shock. Mariam la ayuda a tranquilizarse y a entrar en razón, para luego, juntas, envolver el cuerpo de Rashid en una sábana y llevarlo al cobertizo. Mariam asegura que ya se le ocurrirá algún plan para escapar de todo lo que acaba de suceder, pero primero necesita descansar. Laila va a buscar a Zalmai, y una de las primeras cosas que hace el niño es preguntar por su padre. Laila le miente por primera vez, le dice que se fue, y juntos se ponen a rezar.
Más tarde, Laila visita a Mariam en su habitación y esta le recomienda que al día siguiente vaya a buscar a Aziza y escape a Pakistán con Tariq y sus hijos. Ella planea entregarse a las autoridades y logra convencer a Laila de que esto es lo más sensato, ya que un hombre muerto y dos mujeres desaparecidas harían sonar todas las alarmas de los talibanes y las convertirían en presas fáciles.
Al mediodía, Laila y Zalmai parten al orfanato. Al despedirse, saben que es la última vez que ven a Mariam.
Capítulo 47
Mariam termina en la prisión para mujeres de Walayat, custodiada por talibanes. Su celda no está cerrada con llave, por lo que las reclusas tienen libre acceso al patio. Allí, Mariam se gana el respeto de las otras mujeres por ser la única en animarse a matar al marido. El resto de las mujeres solo se animó a intentar escapar de sus maridos abusivos.
El narrador recuerda el jucio de Mariam, una semana atrás. Ante un jurado compuesto por un grupo de talibanes, la mujer se declara culpable y, aunque explica que se trató de una cuestión de vida o muerte, los hombres la condenan porque no tiene ningún testigo que confirme su historia. Sin dudarlo un momento, el ulema que oficia como juez la condena a muerte.
La ejecución se realiza en un estadio con público. Aunque Mariam teme perder la compostura, llegado el momento camina erguida y sin miedo. Antes de morir, reflexiona sobre lo difícil que fue su vida, pero se siente afortunada por haber conocido el amor genuino gracias a Laila y a sus hijos. Dispuesta a abrazar la muerte, comienza a recitar el Corán hasta que es asesinada.
Capítulo 48
Laila y Tariq se casan en Murri. Allí, Tariq trabaja para Sayid como conserje en el hotel, mientras que Laila lo ayuda con la limpieza. La familia entera disfruta mucho del nuevo estilo de vida, lleno de comodidades.
Poco a poco, los niños establecen lazos con Tariq. Laila le cuenta a Aziza que él es su verdadero padre, y ella lo acepta alegremente. Zalmai extraña a Rashid y al principio demuestra rechazo hacia Tariq, aunque con el tiempo comienza a quererlo y a verlo como a un padre. A pesar de encontrarse a gusto con su nueva vida, Laila sufre de pesadillas que le recuerdan su vida en Kabul y el sacrificio que Mariam hizo por ella.
Capítulo 49
Tariq le informa a Laila que Massud fue asesinado, y aunque no le genera tristeza la muerte de ese hombre, sí le recuerda a su madre y el fanatismo que le profesaba. Dos días más tarde, otra noticia alborota a todos: en la televisión anuncian el atentado a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001. Ante el pedido de captura emitido por el gobierno estadounidense, los talibanes resguardan a Osama Bin Laden, y se escudan en la religión para no entregarlo. Así, el presidente Bush declara la guerra contra el terrorismo y contra Afganistán.
Capítulo 50
Tras la intervención de Estados Unidos en Afganistán y el proceso de reconstrucción del país, Laila está convencida de que quiere volver a Kabul. Cuando le expresa sus deseos a Tariq, él los acepta. Sin embargo, antes Laila necesita pasar por Herat.
Una vez en Herat, Tariq se queda con los niños mientras que Laila se dirige a la aldea de Gul Daman para encontrarse con ulema Faizulá. Allí la atiende su hijo, Hamza, que le informa que Faizulá falleció hace años. Laila le cuenta sobre Mariam, y Hamza logra recordar de quién se trata. Luego, la escolta hasta las cercanías del kolba y Laila conoce la antigua y precaria casa de su amiga, que aún se mantiene en pie. Cuando Laila emprende la retirada, Hamza le entrega una caja con llave, un obsequió que Yalil le dio a Faizulá con el propósito de que llegue a Mariam. Ahora, tantos años después, Hamza considera que Laila merece quedarse con aquel objeto.
Dentro de la caja hay tres cosas: una cinta de la película Pinocho, una carta y una considerable cantidad de dinero. En la carta, Yalil pide disculpas por su comportamiento como padre, se demuestra arrepentido del trato que le dio a Mariam y destaca lo buena hija que ella supo ser. El dinero es la herencia que Yalil consideró que le correspondía a su hija.
Capítulo 51
La sequía llega a su fin; Kabul está en plena reconstrucción y el clima de la ciudad es animado y presagia un tiempo de prosperidad. Una vez instalados en una casa que alquilan, Tariq comienza a trabajar en una ONG que le otorga prótesis a las víctimas de las minas antipersonas; los niños asisten a clases y el tartamudeo de Aziza comienza a desaparecer.
Tariq y Laila también trabajan como voluntarios en el orfanato que acogió a Aziza. Allí ayudan a renovar las instalaciones y dan clases a los niños. Ambos son reconocidos por sus obras de caridad y toda la gente del orfanato les demuestra un gran aprecio y respeto.
Laila piensa en su amiga y se lamenta por no saber dónde está enterrada, aunque luego comprende que, de esta forma, Mariam siempre estará cerca de ella, en su corazón. Al final de la novela, Laila espera su tercer hijo y debate con su familia el nombre que le pondrán si tiene un varón. Si se trata de una niña, está segura de que la llamará Mariam.
Análisis
Entre el capítulo 43 y el 46, la novela llega a un clímax con la muerte de Rashid y la condena de Mariam. Luego, los capítulos comprendidos en la cuarta parte, del 47 al 51, están dedicados a la resolución del conflicto y la nueva vida de Laila junto a Tariq.
El regreso de Tariq a la vida de Laila pone de manifiesto que su amor no ha disminuido en todos los años, sino más bien todo lo contrario: el joven está de regreso en Kabul en busca de su amada. Otra prueba del genuino amor que la pareja se profesa es que ninguno de los dos se preocupa por los estragos que los años de guerra han dejado en cada uno, y Tariq está dispuesto incluso a hacerse cargo y criar a Zalmai como si fuera un hijo suyo. En este último acto de criar al hijo de Rashid, el gran abusador de Laila, la pareja (y el autor a través de ella) demuestra que los vínculos de amor genuino son más fuertes que los sentimientos de venganza o los sufrimientos padecidos.
La llegada de Tariq dispara también el último ataque de Rashid hacia sus esposas. Que Laila haya hablado con su antiguo amante en la casa de su esposo es una afrenta a la honra de Rashid, una mancha que lo enceguece de ira. Según las tradiciones más conservadoras que sigue Rashid, que su esposa hable con otro hombre debe llenar de vergüenza al marido, quien debe castigar la falta e incluso puede considerar la muerte como un escarmiento justo. Por eso, al enterarse, golpea primero a sus dos esposas, y luego intenta ahorcar a Laila, cosa que habría logrado si no fuera por la valiente intervención de Mariam.
Al acabar con la vida de su torturador, Mariam se convierte en la heroína definitiva de la novela; ella es la que más ha sufrido en manos de su esposo, quien por más tiempo ha soportado sus abusos y, por ello, existe cierta justicia poética en sus actos. A pesar de que se condene a sí misma al matar al esposo, el asesinato cometido la libera: no solo ha logrado rebelarse y cobrarle a Rashid todo el mal que le ha hecho, sino que, por primera vez en su vida, ha sido capaz de tomar una decisión de forma autónoma y sostenerla hasta las últimas consecuencias.
Sin embargo, lo que empuja a Mariam a tomar una decisión tan drástica no es su propia supervivencia, sino la vida de Laila y de sus hijos. Por eso, Mariam se hace cargo de la situación y acepta toda la culpa del asesinato con tal de que Laila pueda escapar y componer su vida junto a Tariq. Laila solo puede hacer frente a la comprometida situación en la que se encuentran fantaseando con una vida idílica en la que ambas mujeres se salvan y se van a vivir al campo junto a Tariq; estas fantasías son una reacción desesperada que, por primera vez, hacen evidente que Laila es tan solo una niña desamparada y al borde del colapso. En contraste, Mariam se muestra autónoma (como nunca ha sido) y con capacidad de agencia; con aplomo, toma las riendas de la situación y ayuda a Laila a comprender que solo hay una salida: ella debe entregarse a los talibanes y pagar por la muerte de su esposo para que Laila pueda escapar libremente y sin ser perseguida.
Al mismo tiempo, Mariam considera que es justo lo que ha hecho al librarse de la tiranía de Rashid, pero que también es justo el castigo que va a recibir por ello. Incluso, piensa para sí que el final inminente a manos de los talibanes es un final legítimo para su vida de hija ilegítima; este pensamiento puede sorprender al lector, puesto que los talibanes son representados, justamente, como el epítome de la injusticia y de la ilegitimidad. Pero Mariam no deja de ser una mujer criada en las tradiciones del islam, y asesinar al marido es una falta grave que se paga con la pena capital. Además, Mariam piensa en Zalmai, a quien ama, a pesar de todo, casi como si se tratara de su propio hijo. Por eso, le dice a Laila sobre su decisión de entregarse: "—Es justo —afirmó Mariam—. He matado a nuestro marido. He privado de su padre a tu hijo. No es correcto que huya. No puedo. Aunque no nos cogieran nunca, yo no podría… —le temblaron los labios—. Jamás escaparía del dolor de tu hijo. ¿Cómo iba a mirarlo a la cara? ¿Cómo iba a atreverme a mirarlo a la cara, Laila, yo?" (p. 329).
En la cárcel, mientras espera ser juzgada y sentenciada, Mariam se convierte en la heroína de muchas otras mujeres; la mayoría de ellas está presa por haber querido fugarse de la casa familiar por problemas de violencia doméstica, pero Mariam es la única que se ha rebelado y ha acabado por la fuerza con el yugo de su marido.
Los testimonios de estas mujeres dan cuenta de cómo funciona la red cultural de opresión sobre la población femenina a la que nos hemos referido en la sección anterior. Nagma, una prisionera que se acerca a hablar con Mariam, le cuenta su historia:
Nagma había intentado huir a Gardez con un joven del que se había enamorado, el hijo de un ulema. Pero en cuanto salieron de Kabul, los atraparon y los enviaron de vuelta. Al hijo del ulema lo azotaron hasta que se arrepintió y declaró que Nagma lo había seducido con sus encantos femeninos. Dijo que ella le había lanzado un hechizo y prometió que a partir de entonces dedicaría su vida al estudio del Corán. Al hijo del ulema lo soltaron. A Nagma la condenaron a cinco años de cárcel.
Pero era mejor así, dijo ella, porque su padre había jurado que el día que la soltaran le rebanaría el cuello con un cuchillo (p. 333).
Así, incluso en la cárcel una mujer puede estar mejor que en su propia casa.
El juicio es el último episodio de la novela en el que puede observarse la sociedad patriarcal operando como un sistema opresor sobre las mujeres. Se trata de un juicio en el que no hay “abogados, ni audiencia pública, ni presentación o recusación de pruebas, ni apelaciones” (p. 333), y que se resuelve en menos de quince minutos. Más que un tribunal que imparte justicia, se trata de un grupo de hombres que se arrogan la potestad de representar y hacer cumplir la voluntad de Alá. La misoginia con la que aplican sus veredictos queda clara en el siguiente pasaje: "Dios nos ha hecho distintos a los hombres y las mujeres. Nuestros cerebros son distintos. Vosotras no sois capaces de pensar igual que nosotros. Los médicos occidentales y su ciencia lo han demostrado. Por eso nos basta con el testimonio de un varón, pero en cambio exigimos el de dos mujeres" (p. 334). Esta forma de interpretar la ciencia y de exigir arbitrariamente un número mayor de testigos femeninos porque las mujeres son menos confiables puede sonar, para el lector occidental, absolutamente ridícula.
Sin embargo, para el autor de Mil soles espléndidos, la búsqueda de justificativos para condenar a las mujeres y dar el poder a los hombres está en la base de la sociedad afgana; así, la terrible violencia a la que estuvo sometida Mariam toda su vida se minimiza totalmente en el discurso del juez: "—Te creo cuando dices que tu marido era un hombre de mal genio —prosiguió, lanzando a Mariam una mirada severa y compasiva a la vez, a través de su gafas—. Pero no puedo por menos que sorprenderme ante la brutalidad de tu acción, hamshira. Me preocupa lo que has hecho" (p. 335). Cabe recordar que el tribunal está compuesto por talibanes cuyas leyes exigen que se lapide a una mujer adúltera, o que se le corte un dedo a quienes se pinten las uñas. La sorpresa del juez es, en el mejor de los casos, hipócrita, y hace evidente el doble estándar para juzgar las acciones según el sexo de quien las comete.
La ejecución de Mariam es un evento público que sirve como entretenimiento a las masas y que intenta ser ejemplarizante para otras mujeres. Hacer de la muerte un espectáculo pone en evidencia la naturaleza violenta de la sociedad afgana que el autor de la novela intenta resaltar. A esta violencia, Hosseini contrapone la tranquilidad y la paz con la que Mariam acepta su destino. En su último momento, Mariam se concentra en el recuerdo de lo poco que le dio felicidad en su corta vida: “abandonaba este mundo como una mujer que había amado y había sido correspondida. Lo abandonaba como amiga, compañera y protectora. Como madre” (p. 339).
La muerte de Mariam pone fin a la tercera parte de la novela. La cuarta parte, compuesta tan solo de cuatro capítulos, está dedicada a la nueva vida de Laila y Tariq, y sirve como un final consolatorio y esperanzador que equilibra el fin trágico de Mariam.
Al lado de las privaciones de sus últimos años, la nueva vida de Laila en Pakistán es idílica. Sin embargo, tras la caída del régimen talibán luego de la intervención de la ISAF, una fuerza internacional compuesta con el objetivo de pacificar la región, y la elección de Hamid Karzai como presidente interino, Afganistán comienza un lento proceso de reconstrucción, y Laila quiere participar en él.
Este anhelo de trascendencia es un rasgo de la personalidad de Laila que ya su padre había destacado en la segunda parte de la novela, cuando solía decirle a la niña que estaba destinada a hacer grandes contribuciones a la sociedad. Además, al igual que sus hermanos al unirse a los muyahidines, Laila manifiesta una profunda conexión con su familia y su nación, por lo que le parece que es justo volver y participar en los procesos de reconstrucción. Así, luchar por el crecimiento de su nación es la única forma que tiene la joven de honrar a su familia y mantenerla viva en su recuerdo.
La novela se cierra con Tariq y Laila ayudando a Zaman en el orfanato que se hizo cargo de Aziza en el pasado y convirtiéndose en héroes locales. Así, Laila termina por aparecer en el diario, con lo que se cumple el presagio de sus amigas de la infancia. En estas últimas escenas, Laila está embarazada, y la posibilidad de engendrar una nueva vida en un matrimonio feliz es la última muestra de esperanza que la novela ofrece: a pesar de todos los males que han tenido que atravesar, la determinación de las dos heroínas rinde sus frutos. La última imagen, con la familia reunida alrededor de la mesa y eligiendo nombres para el bebé establece un contraste con las imágenes alrededor de la mesa de Rashid, y fijan el torno relajado y lleno de dicha con el que concluye la historia. Así, con la vida que crece en la familia y la reconstrucción de Kabul, ya no queda espacio en la novela para más páginas que destruyan el bienestar que tanto les ha costado encontrar a Laila y a Tariq. Aun cuando en realidad sabemos que los conflictos políticos en Afganistán continúan hasta la actualidad, el narrador ofrece al lector una vida de paz y de felicidad para sus personajes principales.