Operación masacre es un texto que fue cambiando a lo largo de los años, desde su edición príncipe de 1957 hasta la publicada en 1984, en la que Ediciones de la Flor agrega la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”. El texto fijado a partir de entonces incluye un Apéndice que cuenta con textos agregados o remplazados de ediciones anteriores. Un análisis de estos textos nos permite ver cómo Operación masacre se fue actualizando a través de los años, siguiendo el derrotero político de su autor.
Cuatro textos del Apéndice son de la primera edición: un prólogo, una introducción, un “obligado apéndice” y un “provisorio epílogo”, que fueron sustituidos o eliminados del cuerpo principal en las ediciones subsiguientes. En estos apartados, Walsh toma una posición que podríamos llamar “apartidaria” o “apolítica” frente a la investigación que realiza. Admite que en su momento apoyó el golpe de la Revolución Libertadora que derrocó al gobierno de Perón y aclara: “no soy peronista, no lo he sido ni tengo la intención de serlo” (192). Pero también cree que aquella “Revolución”, de “libertadora” no tuvo nada, porque quiso aplacar a su enemigo utilizando fusilamientos, torturas y persecuciones. Su denuncia, en la primera edición, plantea un problema que supera cualquier distancia partidaria; como él lo ve, se trata de “renunciar o postergar esquemas políticos cuya verdad es al fin conjetural” y perseguir un sentimiento común: “la indignación ante el atropello, la cobardía y el asesinato” (186).
La perspectiva que elije para reponer la historia de su investigación en estos apartados es una que busca despejar toda sospecha de que los hechos narrados puedan ser ficticios. En vez de fascinarse con el aspecto irreal del fusilado que vive, como hace en el prólogo de la segunda edición, trata de situarse “cada vez más lejos de la ‘novela por entregas’” (191). Asimismo, y dado que en 1957 el caso de Livraga todavía está abierto, muestra convicción en que su libro cumpla un rol en la lucha de la Civilización contra la Barbarie. “Creo, con toda ingenuidad y firmeza, en el derecho de cualquier ciudadano a divulgar la verdad que conoce, por peligrosa que sea. Y creo en este libro, en sus efectos” (195); con estas palabras, Walsh adopta una posición optimista, que cree en la determinación de su fin noble: conocer la verdad para que se haga justicia.
El epílogo de la segunda edición de 1964, también incluido en el Apéndice, comienza con unas palabras que anticipan el abandono de aquel optimismo que caracterizaba al Walsh de 1957: “Ahora quiero decir lo que he conseguido con este libro, pero principalmente lo que no he conseguido” (220). Él quería que el gobierno admitiese que la noche del 9 de junio de 1956 se cometió una atrocidad “en nombre de la República Argentina” (221). Esto no sucedió con Aramburu, tampoco con Frondizi o con Guido; ni siquiera pudo conseguir el reconocimiento de un funcionario de menor jerarquía.
Este fracaso es para Walsh una verdadera crisis, porque lo lleva a preguntarse qué es para él el periodismo, para descubrir luego que la búsqueda “a todo riesgo, ese testimonio de lo más escondido y doloroso” (222) es el verdadero periodismo que antes de Operación masacre no ejercía, pero que continuó luego con Caso Satanowski. También se pregunta si vale la pena, porque sabe que sus investigaciones dejan a “los muertos bien muertos; y [a] los asesinos, probados, pero sueltos” (222). No resuelve esta duda existencial, pero ya sabe con certeza que ha perdido algunas ilusiones: “la ilusión en la justicia, en la reparación, en la democracia” (222).
En el final del epílogo de la tercera edición, de 1969, Walsh realiza un “Retrato de la oligarquía dominante”, que luego se sitúa de forma separada en el Apéndice. Su viraje hacia una posición de izquierda y combatiente se torna evidente, puesto que ahora piensa en la masacre de 1956 en relación con “la lucha de clases en la Argentina” (223). Sostiene que el fracaso de su libro era algo del orden de lo inevitable, porque “era inútil en 1957 pedir justicia para las víctimas de la ‘Operación Masacre’, como resultó inútil en 1958 pedir que se castigara al general Cuaranta por el asesinato de Satanowsky” (223). Su posición se torna revolucionaria cuando afirma que “Dentro del sistema, no hay justicia” (224).
El orden de los apartados del Apéndice no es cronológico, puesto que presidiendo la sección se encuentra “‘Operación’ en cine”, de la edición de 1973. Este lugar de cabecera se debe al hecho de que Walsh sostuvo que la adaptación cinematográfica de Operación masacre incluía una secuencia final que completaba su libro, dándole “su sentido último” (182); por eso decide poner en esta parte el guión de esta última escena. De la película de Operación masacre vale la pena resaltar el rol protagónico que tiene Julio Troxler, que actúa y pone la voz en off, sustituyendo a Walsh en el rol de narrador. En 1957, Troxler estaba demasiado comprometido con el movimiento rebelde, y el “apolítico” Walsh prefería concentrarse en las víctimas “inocentes”, como Giunta y Livraga. En 1973, en cambio, la figura de Troxler se destaca, no solo por ser portavoz testimonial de la masacre, sino también porque “una militancia de casi 20 años autorizaba a Troxler a resumir la experiencia colectiva del peronismo en los años duros de la resistencia, la proscripción y la lucha armada” (181).
Puede verse en esta apreciación lo alejado que está Walsh de su postura antiperonista inicial, cuando confesaba su temor ante la posibilidad de que los “equivocados” (193) peronistas tuvieran razón por medio de una represión que justificara su lucha. En 1957 Walsh decía que “los fusilamientos, las torturas y las persecuciones son motivos tan fuertes que en determinado momento pueden convertir el error en verdad” (193). Desde la perspectiva de 1973, en la que ve justificado el asesinato de Aramburu por parte de Montoneros – agrupación guerrillera peronista al que por entonces pertenece– ese error se ha convertido, para Walsh, en una verdad a defender.
La “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar” es un texto estremecedor. En él, Walsh denuncia el sistema de represión, tortura, desaparición, asesinato y empobrecimiento del país que impone el gobierno dictatorial liderado por el teniente general Jorge Rafael Videla. Walsh escribe y hace circular esta carta clandestina a sabiendas de que vendrían a buscarlo, lo que en efecto sucede un día después de su publicación, a un año del golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976. Este texto aparece dentro de Operación masacre porque constituye el fin del derrotero político de Walsh, que pasa de ser un intelectual “apolítico” a convertirse en un intelectual revolucionario, que sacrifica su vida por la causa. Las últimas palabras escritas por Walsh, que pertenece a la enorme lista de desaparecidos en la última dictadura militar, revelan esta conversión: “Éstas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles” (236).