“La camioneta se detiene, alumbrándolos con los faros. Los prisioneros parecen flotar en un lago vivísimo de luz” (91) (Metáfora)
Para transmitir el terror de aquellos minutos previos a la inminente matanza, el narrador enrarece la percepción visual de la escena, que se convierte en una especie de pesadilla irreal. La luz de los faros de la camioneta genera una imagen extraña en la oscuridad, en la que los prisioneros parecen estar flotando sobre un lago de luz. La metáfora sugiere que la iluminación produce una distorsión de la realidad, en la que la luz se confunde con el agua transformando el espacio del basural.
“Y así pasan los días. La venda que le pusieron en el hospital se va pudriendo, sola se cae a pedacitos infectos. Juan Carlos Livraga es el Leproso de la Revolución Libertadora” (119) (Metáfora)
En esta parte, Walsh utiliza como método de denuncia una metáfora que relaciona la situación de Livraga mientras está preso, a quien se le va cayendo de a pedazos una venda putrefacta, y la de un enfermo de lepra, a quien se le caen pedazos del cuerpo. Esta comparación genera una imagen grotesca muy impactante, puesto que asocia una enfermedad en común estigmatizada, que por muchos años fue razón de exclusión social, con la situación de desamparo y abandono a la que es sometido Livraga bajo el régimen de la Revolución Libertadora. Por eso la imagen del leproso es luego atribuida a este gobierno militar, al que Walsh hace directamente responsable de la masacre y de sus posteriores consecuencias.
“Dieciséis huérfanos dejó la masacre: seis de Carranza, seis de Garibotti, tres de Rodríguez, uno de Brión. Esas criaturas en su mayor parte prometidas a la pobreza y el resentimiento, sabrán algún día –saben ya– que la Argentina libertadora y democrática de junio de 1956 no tuvo nada que envidiar al infierno nazi” (126) (Símil)
Walsh quiere ser contundente con su denuncia, por eso en esta parte realiza una comparación para nada ingenua entre el gobierno de la Revolución Libertadora y el nazismo. Visto desde el tema de la conversión ideológica del autor, quien antes de saber de los fusilamientos de José León Suárez apoyaba al gobierno de Aramburu, el símil representa la radicalización de su posicionamiento político. No se trata solo de criticar el hecho aislado de la masacre, sino de incluirlo dentro de un sistema que solo promete, en sus ojos, “pobreza” y “resentimiento”.
Más adelante, vuelve a utilizar el símil del nazismo para denunciar el modo en que Fernández Suárez consigue respaldo del gobierno para que la causa quede impune. Desde su perspectiva, que la justicia permita que Fernández Suárez fusile sin causa ni juicio previo a personas detenidas en regimiento del código civil, le da carta blanca para asesinar a cualquier persona bajo su custodia. Por eso, Walsh reclama: “quiero que se me diga qué diferencia hay entre esta concepción de la justica y la que produjo las cámaras de gas en el nazismo” (172). Con esta comparación, está sosteniendo que dentro de estos sistemas de gobierno en los que rige un estado de excepción, y en donde se permite el asesinato y la tortura como método de castigo, no hay en verdad justicia.
“La denuncia de Livraga, que es la que se le plantea [al doctor Soler], se refiere a un delito cometido el 10 de junio, que es lo mismo que decir un día después, un año después, un siglo después. ¿O es que un célebre jurista llega a creerse un ángel, o un personaje de Wells, para jugar así con el tiempo?” (169) (Símil)
Haciendo referencia al dictamen del jurista Soler, que permite que la Suprema Corte falle a favor de pasar la causa de Livraga a tribunal militar, Walsh plantea dos símiles que funcionan por oposición. Un ángel, o un personaje de H. G. Wells –escritor del relato de ciencia ficción La máquina del tiempo– serían capaces de moverse a través del tiempo, pero un jurista, por más célebre que sea, no puede cambiar el pasado para que una ley se aplique retroactivamente, por más que el tiempo transcurrido entre su puesta en vigor y el momento de la detención haya sido solo de una hora y media. El símil del ángel y del personaje que puede viajar por el tiempo es utilizado con sarcasmo, para denunciar el modo en que la justicia manipula las leyes a su conveniencia.
“Ahora viene un señor. Es el mismo señor de antes, el funcionario civil, el jefe de Policía, que ha sufrido una transformación tipo Doctor Jekyll and Mister Hyde, y llega convertido en autoridad militar, para lo cual su grado de teniente coronel –que antes era indiferente– ahora le sirve” (171) (Símil)
Otra referencia literaria aparece en este símil. Walsh compara a Fernández Suárez con el personaje de la novela de Robert L. Stevenson, que tiene una identidad doble, una buena (Doctor Jekyll) y otra mala (Mister Hyde), alternada mediante la toma de un brebaje químico. La analogía sugiere que Fernández Suárez realiza la misma conversión sobrenatural del personaje de Stevenson en su intento de ejercer su autoridad militar mientras cumple su deber como funcionario civil. De esta manera, Walsh confronta una situación ficticia con una real para demostrar que Fernández Suárez no puede justificar los delitos cometidos en un cargo con la potestad que se desprende del otro, sin someterse al riesgo de parecer el personaje de un relato fantástico.