Imágenes de la vida cotidiana
En la primera parte de Operación masacre, Walsh presenta una a una a las personas que se encuentran en la casa de Vicente López la noche de la detención, con la intención de que el lector conozca algo de la vida de las víctimas y pueda sentir empatía por la tragedia de los sobrevivientes y sus familias. En su narración, los describe como hombres trabajadores de aspiraciones simples y dignas, que no han cometido ningún delito, salvo el de resistir como pueden la crisis y la proscripción. Resalta, en particular, la inocencia de quienes no tenían nada que ver con el levantamiento para que el lector “común” vea vulnerados sus propios derechos y sienta bronca e indignación frente a la impunidad y la injusticia de la “operación masacre”.
Por ejemplo, de Garibotti dice que vive en “una casa limpia, sólida, discretamente amoblada, una casa donde puede vivir bien un obrero” (33), y de Don Horacio cuenta que sus aspiraciones son simples: “jubilarse y luego trabajar un tiempo por cuenta propia, antes de retirarse definitivamente” (37).
Imágenes de la violencia
Primero con el episodio que Walsh vive en carne propia, en el que ve cómo muere un hombre frente a su casa, y desde el momento en que la policía entra en el departamento de Don Horacio, las imágenes de la violencia se hacen presentes para poner de manifiesto el modo en que procede la fuerza policial y militar para imponer su poder sobre la población. Fernández Suárez es uno de los promotores de esta violencia, como lo demuestra con su irrupción abrupta en la casa de Vicente López, mediante gritos, trompadas, culatazos y amenazas de muerte: así procede con Gavino, a quien le exige que le diga dónde está Tanco al mismo tiempo que le introduce la pistola en la boca: “El cañón de la pistola tabletea entre los dientes de Gavino. Del labio partido le brota un hilo de sangre. Tiene los ojos vidriados de miedo” (64).
Imágenes del terror
A las trompadas y a los culatazos le siguen las torturas físicas y psicológicas, y el sometimiento a condiciones inhumanas, como las que sufren Giunta y Livraga en prisión. Aquí, las imágenes de la violencia se tornas más siniestras, como si hubieran sido arrancadas de un relato fantástico o de terror. Quizás quien mejor condensa las imágenes del terror es Juan Carlos Livraga, el fusilado que vive: “Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte” (19).