Otelo

Otelo Resumen y Análisis Acto V

Acto V, Escena 1: Una calle frente a la ciudadela

Resumen

Yago tiene a Rodrigo preparado para atacar de muerte a Casio. Si alguno de los dos es asesinado, Yago se beneficiará, pero él quisiera deshacerse de ambos para que su engaño no sea descubierto. Rodrigo y Casio pelean y ambos resultan heridos. Otelo oye de lejos la lucha y se alegra, creyendo que Yago asesinó a Casio. Luego se marcha para matar a Desdémona. Entra Yago, pretendiendo que no sabe nada de la riña; Graciano y Ludovico también se topan con esta escena, sin entender lo que ha sucedido. Rodrigo todavía vive, por lo que Yago finge un pleito con él y lo asesina. Llega Blanca y ve que Casio está herido. Yago intenta incriminarla mientras se llevan a Casio para atenderlo. Emilia también llega y acusa a Blanca. Ella no ha hecho nada, pero Yago sabe que debe inventar algo rápido para exonerarse a sí mismo de lo que acaba de suceder.

Análisis

En esta escena, Yago nuevamente se dirige a la audiencia para contarle sus intenciones. Solo con el público este personaje es verdaderamente honesto, mientras a los otros personajes siempre les oculta algo. Esto produce que, durante toda la obra, aparezca el recurso de la ironía dramática, puesto que la audiencia siempre sabe más que el resto de los personajes. Esta tendencia de Yago a revelarse frente a la audiencia hace que él tenga una mayor conexión con aquella de la que tiene Otelo. Aunque Otelo es el protagonista del drama, Yago, su contraparte, no solo interactúa más con el público, sino que además tiene más líneas de diálogo que aquel. De esta manera, aunque la obra se centra en la tragedia de Otelo, Yago consigue robar el foco de atención. Es uno de esos villanos peculiares, como Ricardo III, que es más convincente, complejo y, a veces, interesante que cualquiera de los personajes nobles a los que engaña.

Aquí, Yago vuelve a demostrar que es un actor consumado. Esta escena trae a colación, una vez más, el tema de la apariencia vs. la realidad, porque, aunque Yago dice no saber nada de la batalla, él es el autor intelectual de toda la situación. El villano adopta aquí muchas funciones: hace de amigo y consejero de Rodrigo, luego de traidor y asesino de su presunto amigo; pretende consolar a Casio y después lidera el control de la crisis. Yago hace uso de sus engaños para cumplir cada una de estas funciones lo mejor que puede, y no deja que los demás sepan de su carácter y de sus verdaderos motivos, casi logrando su acometida.

Acto V, Escena 2: La alcoba de Desdémona

Resumen

Otelo entra en la habitación de Desdémona mientras ella duerme; aunque la ve hermosa y en apariencia inocente, tiene la determinación de matarla. Se justifica con imágenes, metáforas e ideas de un renacimiento después de la muerte, y aunque su ira se ha atenuado, su percepción de ella sigue siendo errada. Desdémona despierta y Otelo le dice que pida perdón por sus pecados antes de morir. Ella cree que nada puede hacer para evitar que la asesine, pero persiste en su inocencia. Otelo le recrimina haber encontrado el pañuelo en manos de Casio, a lo que Desdémona responde que eso no puede ser cierto. Desesperada, le ruega a Otelo que no la mate, pero él comienza a asfixiarla. Emilia golpea la puerta, queriendo saber qué sucede. Otelo la deja entrar pero intenta ocultar a Desdémona, a quien cree muerta. Emilia le cuenta que Rodrigo murió y que Casio está herido. Pronto descubre que Desdémona está a punto de morir y que Otelo es el responsable. Entonces, Desdémona pronuncia sus últimas palabras y después Emilia acusa a Otelo de haberse dejado llevar por el engaño y cometer este crimen horrible. Otelo no cree que ha sido llevado hacia la locura, hasta que llegan los otros personajes, Yago confiesa la verdad, y Casio le cuenta lo sucedido con el pañuelo. Entonces, Otelo se abruma con su dolor.

Yago apuñala de muerte a Emilia por poner en evidencia sus planes frente a todos. Ludovico y Graciano revelan que el padre de Desdémona, Brabancio, ha muerto, y que por eso no podrá lamentarse por la tragedia. Otelo intenta herir a Yago, luego les dice a los presentes que lo recuerden por quién es y se suicida. Casio se convierte en el líder temporal de las tropas en Chipre, y Ludovico y Graciano se encargan de llevar las noticias de la tragedia a Venecia. Yago es tomado en custodia para que sus crímenes sean juzgados de regreso en Venecia.

Análisis

En su despedida a Desdémona, Otelo recupera su antigua elocuencia, pero este retorno es también una suerte de adiós a su propia paz y a su vida. Aunque cree que el alma de Desdémona es negra, solo puede concentrarse en su blancura, que contrasta con el color de su propia piel. Por eso, se compromete a no marcar “su piel, más blanca que la nieve” (V.2. 4), aunque está decidido a asesinarla. La alusión que hace a Prometeo explica su deseo de apagar la luz de Desdémona para restaurar su inocencia anterior. Incluso cuando se acerca el momento del asesinato, Otelo sigue en su intento de componer imágenes poéticas, con el fin de ocultar la fealdad y la injusticia de su acto. Minetras que antes Otelo solo sentía odio e ira, ahora se ve obligado a sentir su amor, junto con su determinación de ver morir a Desdémona.

En esta escena, Desdémona se entera, demasiado tarde, de que le tendieron una trampa con el pañuelo. Este símbolo de su amor vuelve para condenarla, y ninguna de sus declaraciones de amor y devoción por Otelo suavizan la resolución de este de matarla. Otelo hace referencia a una creencia de su época, de que si uno se arrepiente de sus pecados antes de morir, su alma puede alcanzar el cielo. De esta manera, cuando Otelo le pregunta a Desdémona si ha rezado, y la insta a hacerlo si todavía no lo hizo, le da una extraña muestra de misericordia. No obstante, toma los gritos de piedad de Desdémona, así como su remordimiento por la desgracia de Casio, como pruebas de su indiscreción. Aunque su ira se atempera, Otelo sigue con su plan de verla muerta.

La reacción de Otelo después de asfixiar a Desdémona muestra una gran división entre su resolución de asesinarla y sus emociones. No quiere admitir que Desdémona ha muerto, por eso le habla, reflexiona sobre su quietud y se pone histérico. También se apena por lo que ha hecho. Para comunicar lo inquieto y perturbado que se siente, hace referencia al motivo de la luz vs. la oscuridad presente en la obra, diciendo que “ahora debería producirse un enorme eclipse / De sol y de luna, y el aterrado globo / Partirse por la alteración” (99-101). Este efecto que las acciones de Otelo tiene en el plano supraterrenal pone de manifiesto la concepción isabelina sobre la correspondencia entre el microcosmos y el macrocosmos. Otelo cree que, al asesinar a Desdémona, ha contribuido al desorden en el mundo.

Las últimas palabras de Desdémona son especialmente crípticas: cuando Emilia le pregunta quién la mató, ella contesta: “Nadie… Yo misma. […] / Dad mi amor a mi bondadoso señor” (124-125). Teniendo en cuenta su comportamiento, lleno de resignación, antes de morir, con estas palabras podría estar tratando de absolver a su esposo de la culpa con su último aliento, o intentando expresar su amor por la persona que la mató. Esto no se condice bien con otra línea que pronuncia en esta misma escena, en la que afirma ser “muerta por una falsedad, falsamente muerta” (V.2. 119). Sin embargo, la bondad de Desdémona es un faro que debe permanecer intacto, incluso más allá de lo que sería razonable, para que la obra tenga el peso trágico que tiene. Las interpretaciones modernas del personaje de Desdémona pueden encontrar fallas en su resignación, pero aquí ella es una herramienta de la tragedia.

La reacción de Otelo ante la muerte de Desdémona es una mezcla de conmoción, histeria y furia. La mayor ironía de la obra es que solo después de haber asesinado a Desdémona Otelo descubre la verdad sobre su inocencia, y el hecho de que Yago lo estuvo manipulando para que crea lo contrario. Su fijación en el pañuelo termina cuando Emilia le revela cómo este elemento fue utilizado para inventar un amorío inexistente.

El destino de Emilia es paralelo al de Desdémona. Aunque menos ingenua que su ama, ella también fue traicionada por su esposo. Desdémona es una figura más central, pero Emilia es la conciencia de la obra: ella hace que Otelo finalmente sienta culpa por su acto, y de esta manera deshace algo del daño que produjo Yago con sus engaños. Emilia sabe, casi tanto como su esposo, cómo funciona la naturaleza humana; sabe de los celos de los maridos, cómo los hombres creen que las mujeres son menos humanas, y que las personas son por naturaleza propensas a la locura. Ella es la única voz de la razón en la obra, y la única, además de Desdémona, que no se deja engañar por las manipulaciones de Yago, a pesar de que cumple un rol en su plan sin saberlo cuando le entrega a su esposo el pañuelo de Desdémona.

Hacia el final, el dolor de Otelo llega a un punto en el que su razón y su elocuente forma de hablar se restauran por completo: “¡Lanzadme a los vientos, quemadme en sulfuro, / Hundidme en profundos precipicios de líquido fuego!” (277-278), exclama, lamentándose, con imágenes de dolor y tormento que representan los sentimientos que lo invaden. Para explicar su desesperación, coloca juntos al cielo y al infierno. Y cuando recobra un poco el sentido, decide herir a Yago, un acto que parece distraerlo de su dolor, y que hace que el personaje de Otelo parezca aún más defectuoso.

Otelo insiste en que es un “honorable asesino” (291), que se vio obligado a matar por sus propias deficiencias. Aunque su lenguaje elocuente y su remordimiento lo hacen parecer noble de nuevo, Otelo todavía niega los defectos de carácter que lo condujeron hasta este fin. Yago habrá sido el catalizador de la muerte de Desdémona, pero las semillas de los celos y de las sospechas ya estaban dentro de Otelo, y solo necesitaban ser germinadas. Ciertamente, que Otelo regrese a su anterior nobleza hace que la resolución de la obra sea más clara. No obstante, dado que todavía niega el profundo error que ha cometido, y el papel que cumplió en este acto impío, Otelo no puede ser redimido o perdonado por completo.

En esta última parte de la obra, todos los hilos se desenredan. Aparece una carta de Rodrigo que expone la participación de Yago en estos eventos desafortunados. Es esta una carta que no había sido mencionada ni mostrada anteriormente en la obra. El personaje de Casio permanece vivo, acaso para atestiguar su papel en todo este debacle, y Ludovico y Graciano aparecen convenientemente allí como testigos del Estado veneciano, con Montano representando la ley y el orden de Chipre. Aunque la trama llega a su conclusión en esta última escena, todavía quedan algunas preguntas y cuestiones a considerar, especialmente en lo que respecta al último discurso de Otelo.

Otelo siempre se mostró preocupado por su reputación y su imagen pública, que de hecho constituyó una de sus justificaciones para matar a Desdémona. Su último discurso revela que todavía está obsesionado con este tema; “[Hablad] de mí tal cual soy” (339), le dice a los presentes, y sin embargo hay una gran ironía en esta declaración, ya que pasa a tergiversar su posición y sus motivos. Otelo dice que él es alguien “no fácilmente celoso” (342), si bien las primeras insinuaciones de Yago ponen en evidencia que es, de hecho, muy celoso y posesivo con su esposa. También dice que él es alguien que “Vierte el llanto con la rapidez con la que los árboles de Arabia / Dejan caer su medicinal resina” (347-348), haciendo referencia a una sustancia que en la época se asociaba con la expiación y el sacrificio. No obstante, Otelo solo consigue lamentarse por haber matado a su esposa cuando descubre que sus motivos estaban equivocados.

El último discurso de Otelo está cargado de lenguaje heroico: reduce su locura y su asesinato a una acción semejante a la de un indio que “[desecha] una perla / Más valiosa que toda su tribu” (344-345). Esta metáfora hermosa, aunque cargada de connotaciones racistas, apenas hace justicia a la crueldad y la brutalidad del comportamiento de Otelo. Él intenta morir con honor y con algo de su reputación intacta, pero su discurso muestra que su preocupación por su imagen todavía lo mantiene alejado de la verdad, al igual que su inclinación por contar historias. Aún así, Otelo es único en su humanidad, como Hamlet. Sus fallas y locuras lo convierten en una figura trágica convincente, y sus aspectos más nobles hacen que el público simpatice con sus sufrimientos. Aunque Yago se roba la mayor parte de la atención durante la obra, en el final, la tragedia es de Otelo. Es su dolor, su locura y su desgracia lo que reverbera y hace que este drama sea tan atrapante y tan revelador de la naturaleza humana.

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