Pigmalión

Pigmalión Resumen y Análisis Acto II

Resumen

Al día siguiente, ambos lingüistas se encuentran trabajando en la casa de Higgins cuando entra Mrs. Pearce para avisar que ha llegado una muchacha de modales vulgares y quiere ver a Higgins. Descubren que ella es la florista de la noche anterior. Tras presentarse con nombre y apellido, Elisa Doolitle afirma que fue a casa de Higgins porque pretende tomar lecciones de inglés. Su objetivo es trabajar en una tienda de flores y, para ello, necesita refinar su acento y sus modales.

Higgins, en un principio, se niega, pero Pickering lo desafía a través de una apuesta que consiste en mejorar el idioma y los modales de Elisa Doolitle en seis meses, a tal punto en que pueda parecer la mujer de un embajador. Pickering pagará los costos del experimento y la manutención de Elisa, ya que es fundamental que ella viva con ellos, en casa de Higgins. Mrs. Pearce se opone; le parece inapropiado. Insta a Elisa a que vuelva a casa de sus padres, pero ella cuenta que sus padres la echaron de su casa una vez que tuvo edad suficiente para trabajar y ganarse la vida por sus propios medios. Pickering argumenta que hay que tener consideración por los sentimientos de la muchacha, pero Higgins afirma que Elisa carece de sentimientos. Elisa acepta vivir allí cuando Higgins le dice que le dará dinero para que comience su negocio como florista si es una buena estudiante.

Cuando se quedan solos, Pickering le pregunta a Higgins si podrá desarrollar su trabajo con objetividad, o si tendrá problemas sentimentales al estar tan cerca de la muchacha. Higgins responde que eso es absurdo: jamás se sentiría atraído por Elisa, ya que las mujeres no le interesan más que sus investigaciones. Mrs. Pearce vuelve a entrar en escena para reclamarle a Higgins que cuide sus modales. Debe ser un ejemplo frente a Elisa y, por lo tanto, no puede dejar todo desordenado ni decir malas palabras.

El padre de Elisa, Alfredo Doolitle, llega a la casa de Higgins afirmando que quiere recuperar a su hija. Higgins le responde que está en la parte de arriba de la casa y que puede llevársela. Alfredo, entonces, demuestra sus verdaderas intenciones: no quiere llevársela, sino llegar a algún tipo de arreglo. No le importa si ella se convierte en la prostituta privada de Higgins; quiere, al menos, cinco libras a cambio.

Higgins, que encuentra fascinante el modo persuasivo de hablar de Alfredo pese a sus limitaciones culturales, le ofrece diez libras. Pero el hombre solo acepta cinco, ya que si tuviera diez podría volverse prudente, intentar ahorrar y vivir una vida ordenada, y prefiere seguir viviendo como vive. Cinco libras le alcanzan para vivir una buena juerga con su “señora”, con la que no está casado. Explica que a él le gustaría casarse, pero su “señora” prefiere no hacerlo porque así no está atada a él, y él debe hacerle constantemente regalos y ser amable para no perderla.

Elisa entra a escena vestida con un kimono. Está sumamente limpia y bella. Todos se sorprenden; incluso tardan en reconocerla. Higgins invita a Alfredo a que regrese para conversar con su hermano clérigo, pero Alfredo escapa de la casa. Higgins explica que ese era su objetivo con el ofrecimiento. Mrs. Pearce le dice a Elisa que su ropa nueva llegó; la muchacha se sobresalta y lo demuestra con sus modales vulgares. El acto termina con la reflexión de Higgins y Pickering acerca de lo difícil que será el trabajo que tienen por delante.

Análisis

En este segundo acto, la florista, figura hasta entonces patética y ridícula, comienza su transformación. El objetivo que la conduce a la casa de Higgins demuestra que aquella muchacha vulgar que aparece en el primer acto es mucho más que eso: es una mujer con determinación y anhelo de superación personal. Pretende mejorar su inglés para convertirse en florista y así elevar su estatus en una sociedad británica que, justamente, carece de movilidad social.

En contrapartida a Elisa Doolitle, Alfredo, su padre, es conformista y no pretende modificar su estatus social, pese a ser un hombre locuaz e inteligente. Dicho conformismo se ve con claridad cuando rechaza las diez libras que le ofrece Higgins con el argumento que obtener esa suma de dinero lo podría conducir a intentar mejorar sus condiciones de vida, y tener que asumir las responsabilidades de ser “una persona respetable”. Su apellido, Doolittle, es un juego de palabras que alude a sus pocas intenciones de trabajar: en inglés, “do” significa “hacer” y “little” significa “poco”.

En este acto también es muy importante la figura de Mrs. Pearce, el ama de llaves de Higgins. Ella representa el estancamiento de la sociedad británica, y encarna el ideal del decoro y la moralidad. Le molesta la intención de Elisa de ascender socialmente; ella pertenece a la clase trabajadora y se conforma con ello. Dedicó su vida a su patrón, Higgins, sin aspirar a desarrollar su propia economía e independencia.

En la oposición entre Elisa y Mrs. Pearce se refleja la diferencia entre el modo norteamericano de vida y el modo británico. A comienzos del siglo XX, mientras que, como hemos dicho, en Gran Bretaña prácticamente no existía la movilidad social, en Estados Unidos el crecimiento de la clase trabajadora estaba en auge. La superación personal, la idea del self-made man (es decir, el hombre que se hace a sí mismo) representa el carácter de Elisa, mientras que Mrs. Pearce sigue atada al pasado noble, estático y solemne de Gran Bretaña.

Por otro lado, gran parte de la crítica coincide en la importancia de esta obra desde el punto de vista feminista. Shaw, a principios del siglo XX, cuando aún el feminismo estaba lejos de consolidarse y las mujeres recién comenzaban a conquistar derechos, construye un personaje como Elisa Doolitle, una chica que no se deja intimidar ni tampoco busca refugio en Higgins y Pickering —dos hombres mayores que ella y de una clase social claramente superior—, sino que pone siempre por delante su independencia y su honra.

En este segundo acto, una suerte de postura feminista puede leerse cuando Elisa se niega a quedarse en la casa de Higgins. Pese a su frágil condición social, durante gran parte del acto se rehúsa férreamente a convertirse en una mantenida, aunque al final cede, ya que Higgins y Pickering le ofrecen demasiadas oportunidades, entre las cuales se encuentra la de poder tener su propia florería. Esta posibilidad es la que termina de convencer a la muchacha, dado que, en el futuro, eso le permitiría vivir de manera independiente.

En esta misma línea, se ve una clara crítica al patriarcado en el egoísmo descarnado de Higgins —Pickering es cómplice, pero se muestra más humano—, quien ve a Elisa meramente como un desafío personal, y no como a una persona. De hecho, la toma como una suerte de posesión: le ordena a Mrs. Pearce que la bañe y le cambie la ropa como si fuera una muñeca, sin vida, sin sentimientos. Esta actitud de Higgins será la que después desate la ira de Elisa y su consecuente emancipación.

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