El amor
En la obra de Machado, el amor aparece atravesado por la reflexión, la melancolía e, incluso, la tristeza. La amada suele estar ausente y es idealizada, así como también el sentimiento amoroso aparece como algo divino, que va más allá de la amada y tiene valor en sí mismo.
El amor, además, se presenta como imposible (lo que era común dentro de la estética modernista en la que se encuadra parte de la obra de Machado), ya sea en aquellos poemas en los que la amada está ausente (que son los más, como por ejemplo, "Canciones a Guiomar"), como también en los poemas en los que la amada está presente (como por ejemplo "Arde en tus ojos").
Un valor distintivo de la poesía machadiana de amor es la combinación exacta entre tristeza y esperanza. Si bien sus poemas suelen estar atravesados por la reflexión melancólica y la tristeza, siempre aparece una esperanza como un rayo de luz que le otorga optimismo a su poesía. Por ejemplo, en "Amada, el aura dice...", el yo lírico acepta que sus ojos no volverán a ver a su amada, pero su corazón sigue esperando el reencuentro, como si este pudiera suceder fuera del plano terrenal, una vez que ambos mueran, y eso le alcanzara para lograr la dicha.
Por otro lado, la amada en Machado cumple un rol similar al de Dios. El yo lírico está constantemente en su búsqueda, con la fe de que al encontrarla se calmará su desasosiego. Es interesante destacar que en el título de la primera gran obra del autor se encuentra la palabra "soledades", en plural. El yo lírico, pese a tener distintas amadas, nunca deja de estar solo, sino que su soledad se multiplica en la carencia de cada una de ellas.
Esta ausencia de la amada (incluso cuando ella está presente), esta constante soledad, genera que el amor en Machado se viva más como un sueño que como una realidad. Aquí también puede emparentarse la figura de la amada con la de Dios. Incluso, dentro de esta guía podemos encontrar un poema en el que el yo lírico sueña que su amada está con él ("Soñé que tú me llevabas"), y otro en el que sueña que Dios está dentro de él, en su corazón ("Anoche cuando dormía").
La existencia
Toda la obra de Machado está atravesada por una profunda angustia existencial. El yo lírico en sus poemas siempre se encuentra en soledad, buscando algún tipo de consuelo para su desasosiego. Dicho consuelo suele buscarlo en su amada o en Dios. Sin embargo, nunca puede hallarlo.
El desasosiego del yo nace, fundamentalmente, de la certeza de no tener un destino marcado. Si bien los poemas de Machado suelen leerse como una oda a la libertad del sujeto que debe construir su propio "camino" (ver sección "Símbolos" en esta misma guía), lo cierto es que el yo lírico de sus poemas tiene un gran padecimiento por no tener un camino marcado. Tal como lo dice en "Es una tarde cenicienta y mustia", siente que todo el tiempo está envuelto en la niebla.
El hecho de no tener un destino marcado tiene una estrecha relación con la idea de que el yo no es uno, sino que es múltiple. El planteo filosófico se puede resumir de la siguiente manera: el yo, al no tener un destino signado por una entidad superior, debe construir su propia identidad durante el transcurso de su vida. Al hacerlo, va cambiando. Al cambiar ya no es el que era antes. Todo el tiempo es otro. Un otro que va dejando al anterior yo atrás, y que pronto dejará de ser quien es para ser un nuevo otro. El poema "Caminante, no hay camino" es el más representativo y claro en relación a este tema.
Sin embargo, pese a que el camino son "estelas en la mar" y se va borrando mientras se avanza, el yo lírico de Machado, el caminante, nunca deja de convivir con sus recuerdos. Estos tienen una gran importancia, son la prueba fundamental de que su existencia va más allá del presente cambiante. Tanto es así que, en los poemas de Machado, el pasado y el presente suelen tener el mismo peso emocional para el yo lírico. Es decir, el yo lírico nunca es quien era pero las emociones de aquel que dejó de ser siguen vivas dentro de él.
En relación a la multiplicidad del yo, es interesante destacar la construcción de Machado de sus heterónimos Abel Martín y Juan de Mairena. En algún punto, esta construcción de múltiples sujetos apócrifos refleja la idea de la multiplicidad del yo de Machado por fuera de sus versos, en el artificio estético de constituirse él mismo como una suma de muchos autores.
La guerra
A diferencia de la poética amorosa, existencial o dedicada a España, que atraviesan toda su obra, la poesía de Machado que aborda el tema de la guerra aparece en un momento histórico puntual: el comienzo de la Guerra Civil Española, en 1936.
En su obra previa, Machado prácticamente no había abordado este tema. Cabe recordar que su producción poética comienza en 1907. Es decir, el autor es coetáneo a la Primera Guerra Mundial, que empieza en 1914. Sin embargo, esta solo aparece en un poema del autor llamado “España en paz”. Una explicación lógica a la ausencia de la Primera Guerra Mundial en la obra de Machado es que España fue uno de los países europeos que se declaró neutral en este conflicto internacional y, por ende, no sintió con tanta violencia el impacto de la muerte y el horror, como sí lo sintieron otros países.
Todo lo contrario sucede con la Guerra Civil Española que, lógicamente, lleva el horror y la muerte a toda la nación ibérica. Antonio Machado es un republicano desde la primera hora y, por lo tanto, cuando se desata la guerra tiene una posición firme y clara. Esta posición se despliega en sus versos.
La poesía sobre la guerra de Machado tiene la particularidad de ser la única en la que el autor privilegia la representación del mundo exterior, por sobre la interioridad del yo lírico. Machado tiene un objetivo primordial: evidenciar los horrores y estragos causados por la guerra (y, sobre todo, por los falangistas).
Es interesante pensar en el recorrido estético del autor, quien, en 1907, cuando publica sus primeros poemas, totalmente influenciado por el Modernismo, desprecia lo que sucede en el mundo exterior: sus poemas trabajan exclusivamente con la interioridad del yo lírico; es afín a la idea de que el arte no debe relacionarse con la política, sino que debe buscar la belleza y valerse en sí misma. Treinta años después, en 1937, Machado publica La guerra, un poemario dedicado fundamentalmente a representar el mundo exterior, sus conflictos, sus injusticias. La búsqueda de la belleza pasa a un segundo plano, como así también la indagación en los conflictos sentimentales del yo lírico.
Sin embargo, es importante destacar que Machado no deja totalmente de lado esa indagación intimista, que atraviesa toda su obra, sino que muchas veces la toma como punto de partida. En varios de sus poemas dedicados a la guerra, el yo lírico describe su crisis interior, sentimental, y la conecta con la guerra. Solamente en pocos poemas el yo lírico de Machado se expresa sobre la guerra desde la óptica objetiva de una tercera persona ("El crimen fue en Granada" es uno de ellos). En general, el yo está allí presente para demostrar lo que genera la guerra no solo a gran escala, sino en el interior de cada persona que la está padeciendo. Así, en "Otra vez el ayer", por ejemplo, el yo lírico narra cómo España está siendo vendida a Alemania e Italia desde el dolor íntimo que le genera la pérdida de su Sevilla natal.
Dios
Dios es, en la obra de Machado, la única entidad que tiene una consistencia sólida, que no muta constantemente (como el yo), que encarna la verdad y el sentido definitivo de la vida. El yo lírico de Machado está siempre en la búsqueda de Dios. Dicha búsqueda es, en definitiva, la búsqueda de algo real, que exista por delante del yo, y que no deba ser creado por el yo en el acto de existir, como el soñador crea su sueño (y este luego se desvanece).
Ahora bien, ¿dónde se encuentra el Dios de Machado? He aquí un punto fundamental: el Dios de Machado no es el de la religión católica. El yo lírico no lo busca en los libros sagrados, ni en el rezo, ni en la iglesia. La imagen de Dios en la tierra que busca el yo lírico de Machado no es el Jesús crucificado de la religión católico. Incluso, en su poema "Saeta popular", el yo lírico afirma: “¡No puedo cantar, ni quiero/ a ese Jesús del madero/ sino al que anduvo en el mar!” (p. 96).
El yo lírico de Machado busca a Dios en la tierra, en su camino. Por momentos, lo encuentra en ciertos elementos de la naturaleza que simbolizan la vida: una fuente de agua, una colmena de abejas, un sol. Sin embargo, siempre se desvanece. Dios está en todos lados, pero no se lo puede encontrar definitivamente. Es el motor de la búsqueda, es aquello que impulsa al caminante a avanzar en su camino.
Esta concepción religiosa machadiana puede enmarcarse dentro del “existencialismo cristiano”. Esta corriente filosófica, nacida del pensamiento de Kierkegaard, propone que ante el sinsentido de una vida que no tiene un destino marcado (como los “caminos sin camino” de Machado), el sujeto debe encontrar su refugio trascendental en la figura de Dios. Incluso, Kierkegaard, equipara a Dios con el Amor (tal como sucede en la obra de Machado), afirmando que aquel que logró amar, en efecto, ha logrado alcanzar un aspecto de lo divino.
La infancia
En toda la obra del autor, incluyendo la prosa de Mairena y la poesía de Martín, la evocación de la infancia es recurrente. Dicha infancia, en correspondencia con la biografía de Machado, siempre se sitúa en Sevilla.
La particularidad que tiene este tema en Machado es que se une a su concepción filosófica de la existencia. Se une a la idea de que la vida del yo es múltiple y, por lo tanto, los tiempos en los que vive son múltiples. Esto genera que la infancia no sea evocada como un tiempo perdido, sino como un tiempo que perdura en el presente.
Por ejemplo, en "Es una tarde cenicienta y mustia", el yo lírico está atravesado por una angustia que no sabe de dónde proviene. A priori, el lector pensaría que dicha angustia proviene del exterior, de las condiciones climáticas de esa angustia que hunden al yo lírico. Pero en Machado, las emociones nunca se generan desde el afuera hacia el adentro del yo. Y, en este caso, el yo advierte que esa angustia que vive en el presente se debe al amor sentido por su compañera de la infancia.
Este sentimiento, proveniente del pasado, no tiene una importancia jerárquica menor a lo que siente el yo en el presente, por aquello que lo rodea. El yo vive en todos los tiempos de su vida en simultáneo. Y, particularmente, el tiempo de su infancia tiene una carga emocional inmensa. Las evocaciones de ese tiempo, sean felices o angustiantes, tienen mucho peso en el yo. Esto se debe a que están atravesadas por la pureza. Son simples. El yo quiere estar con su compañera infantil, es feliz al salir del colegio (como en "La plaza y los naranjos encendidos"), o goza de la música y el sol que vibran tras la persiana (como en "Otra vez el ayer").
Precisamente, en "Otra vez el ayer" hay dos versos cristalinos que unen la importancia de la infancia con esta idea filosófica de que el tiempo no puede dejar atrás la memoria, sino que esta persiste y hace que vivan los recuerdos en el presente, con la misma vividez con la que se vive el presente: "Mi sevilla infantil, ¡tan sevillana!/ ¡Cuál muerde el tiempo tu memoria en vano!" (p. 250).
España
Antonio Machado ha sido y es considerado como el poeta que ha sabido representar la esencia de España. El poeta que, con sus versos, ha sabido captar, como ninguno, los colores y las costumbres de su tierra.
Esto se debe, por un lado, a la sencillez de su lenguaje que ha favorecido la popularidad del poeta y lo ha instalado en el imaginario popular. Pero, por otro lado, se debe al modo en que España aparece en su obra.
Machado ha construido España a través de imágenes fijas. La poesía de Machado construye distintas representaciones de su tierra natal como si fueran cuadros. El yo lírico, desde una posición estática, observa o recuerda determinado paisaje o situación y lo describe en profundidad. Siempre en total quietud. Tanto la Sevilla de su infancia, como luego Soria, Baeza o Madrid, han sido inmortalizadas a través de poemas que exaltan sus características particulares, y las detienen en el tiempo. Los paisajes o las costumbres españolas, en los versos de Machado, no están sometidas a los cambios. Son de un solo modo. Eternas y únicas. Esto, por supuesto, ha favorecido la consolidación de la poesía de Machado en el imaginario popular como la que describe España de la manera más fidedigna o, al menos, de la manera más ideal. España, si ya no es así, debe volver a ser como la España de Machado.
La construcción de estas imágenes fijas, además, están siempre acompañadas por un lamento del yo lírico, que tanto en presencia del paisaje o la costumbre evocada como en ausencia, siente emociones intensas por su España, que lo acompaña a todos lados. En este punto, es interesante destacar la condición andaluza de Machado, teniendo en cuenta que Andalucía es la zona que concentra las costumbres más icónicas de España, las que constituyen las raíces de la identidad española. Por ejemplo, es evidente la afinidad entra la poesía de Machado acerca de España y las letras de flamenco en las que se suele exaltar la belleza de la tierra, idealizada, desde el lamento y la melancolía.
La Nada
Este tema es abordado por Machado desde su heterónimo Abel Martín. Para Martín, la Nada (a la que nombra con mayúscula) es considerada la creación sustancial más importante del universo. Dentro de su concepción, la Nada es una creación de Dios, es una creación divina.
Juan de Mairena, el otro heterónimo de Machado, reflexiona acerca del concepto de la Nada de su mentor Martín y afirma que para él no existe ningún problema en lo que es, sino que solo lo que no es puede ser un problema. La Nada es la solución a este problema, dado que es concebida por Martín como un “algo”, que puede cambiar de forma. En “Al gran cero”, por ejemplo, la Nada acompaña al hombre que no está con su amada, reemplazándola. El hombre no está solo, está con la Nada (que tiene, en este caso, la forma de su amada).
Por otro lado, la Nada, para Martín, significa la aparición de la razón en el hombre de fe. La Nada es un concepto racional que le da al hombre la posibilidad de entender la ausencia desde la mente y no desde la irracionalidad religiosa. El hombre sin su amada de “Al gran cero” estaría verdaderamente solo, si no conociera el concepto de la Nada y no comprendiera, entonces, que en ese momento su amada es la Nada que lo acompaña, que existe en el vacío. Es una creación “increada”. Como la muerte que, durante toda la vida, está junto a las personas, acompañándolas desde la ausencia.