Resumen
“Es una tarde cenicienta y mustia”
El yo lírico, en primera persona del singular, comienza describiendo una tarde gris en la que se siente profundamente angustiado, aunque no sabe de dónde proviene dicha angustia. Recuerda su infancia. Siente haberse perdido en el recorrido de su vida y finaliza afirmando que siempre está buscando a Dios. Este poema se encuentra en el libro Soledades. Galerías. Otros poemas de 1907. Está dividido en dos partes. La primera consta de dos estrofas de cuatro versos. La segunda consta de cuatro estrofas de cuatro versos. La métrica de los versos es endecasílaba y su rima es consonante.
“Anoche cuando dormía”
El yo lírico recuerda el sueño que tuvo la noche anterior. Lo describe, en principio, como una fuente de agua que fluye dentro de su corazón. Luego, lo describe como una colmena de abejas que fabricaban miel dentro de él. Después afirma que tenía un sol dentro de su corazón. Concluye afirmando que soñó que Dios vivía en él. Este poema se encuentra en el libro Soledades. Galerías. Otros poemas de 1907. Consta de siete estrofas de cuatro versos octosílabos. La rima es consonante.
“He andado muchos caminos”
El yo lírico comienza afirmando que tuvo una vida en la que ha hecho muchas cosas y ha estado en muchos lugares. Describe que ha visto todo tipo de personas durante su recorrido. Personas simples que, como todos, al final de su camino, mueren. Este poema se encuentra en el libro Soledades. Galerías. Otros poemas de 1907. Consta de ocho estrofas. Siete de ellas tienen cuatro versos octosílabos, y una tiene dos versos (también octosílabos). La rima es asonante entre los versos impares.
“Daba el reloj las doce… y eran doce…”
El yo lírico escucha que el reloj marca las doce y cree que es la hora de su muerte. Sin embargo, el silencio lo tranquiliza afirmando que aún no le llegó su hora, que aún le falta y su muerte será apacible. Este poema se encuentra en el libro Soledades. Galerías. Otros poemas de 1907. Consta de dos estrofas. La primera es de seis versos y la segunda es de cuatro versos. La métrica es irregular. Predomina la rima asonante.
“Caminante no hay camino”
El yo lírico reflexiona acerca de su transcurrir en la vida. Es un poeta que no intentó hacer más que vivir con sinceridad y simpleza, a sabiendas de lo efímero de la vida, construyendo su camino a cada paso. Este poema se encuentra en Campos de Castilla de 1912. Sus versos están distribuidos en diferentes estrofas, de distinto tamaño y métrica. Predomina la rima consonante.
Análisis
Los poemas existenciales son, sin lugar a dudas, los que distinguen a Machado y le dan el status de gran poeta, aún hoy, a más de ochenta años de su muerte. Sin menospreciar el resto de su obra, enfocada en otros temas u otros subgéneros poéticos, es en la poesía machadiana acerca de la tensión existente entre la vida y la muerte; la multiplicidad de “caminos” que recorre cada individuo durante su vida; la búsqueda constante de la salvación y de la verdad (encarnadas en Dios); donde se encuentra el mejor Machado, el que marcará a generaciones de poetas durante su vida y tras su muerte.
¿Qué es, entonces, lo que le otorga a la poesía existencial de Machado este valor y esta importancia distintiva? La respuesta es simple y compleja a la vez: la poesía existencial, a diferencia de otros subgéneros, le permitió a Machado desarrollar su pensamiento filosófico particular y explayarlo en versos de enorme profundidad.
Dentro de su pensamiento filosófico poético, debe destacarse en primer lugar la concepción del ser y del tiempo como entidades múltiples. En la poesía de Machado, el yo lírico no es solamente uno; y la experiencia vital está conformada por un tejido de momentos (de diferentes tiempos) que constituyen al presente, a la vez que lo desbordan.
Por ejemplo, en “Es una tarde cenicienta y mustia…”, el yo lírico afirma: “La causa de esta angustia no consigo/ ni vagamente comprender siquiera/ pero recuerdo, y recordando, digo:/ -Sí, yo era niño, y tú, mi compañera” (p. 42). En este ejemplo, el yo lírico solo puede comprender la angustia que lo acomete en esa tarde cenicienta y mustia viajando al pasado, recordando su infancia y a su “compañera” de aquel entonces. Ahora bien, ese viaje al pasado no es tal, dado que ese pasado está en el presente: la angustia no es un recuerdo, no es una falta nostálgica, es un sentimiento vivo.
Si bien esto, desde el día de hoy, puede parecer simple, el postulado filosófico que se halla detrás de estos versos es sumamente complejo (y mucho más para la época en que estos versos fueron escritos). Machado, a través de su poesía existencial, sonda en las profundidades del yo, descubriendo que lo que sucede allí no puede ser un reflejo directo de lo que sucede en el exterior, sino que debe estar unido a otro evento o momento que coexiste en el yo. En este caso, se trata de su infancia y su compañera de entonces (la infancia es uno de los lugares a los que suele recurrir el yo lírico para comprenderse en el presente).
Esa tarde “cenicienta y mustia” que aparece en el título se perfila ante los ojos del lector como la causa lógica de la angustia del yo lírico y, sin embargo, no termina siendo relevante. Es como si Machado quisiera dejar en claro que lo que le sucede al yo lírico proviene de adentro de él, y no de factores exteriores. En este punto, el autor se distancia de la poesía romántica y modernista que, precisamente, utiliza los factores externos como motores para exaltar las emociones internas (un día de verano exalta la pasión; el nacimiento de una flor recuerda a la amada; una tormenta desata la tristeza).
En Machado, no es la realidad material, externa, la que construye al yo y sus emociones, sino que es el yo el que hace que la realidad exista. Esta postura se condice con la filosofía kantiana, idealista, que plantea que el mundo existe solamente como idea en la mente de los sujetos. Y se opone a la filosofía materialista (fundamentalmente británica, representada por autores como Hume) que plantea lo opuesto: lo material es el punto de partida.
En “Es una tarde cenicienta y mustia”, la multiplicidad del yo lírico de Machado, que sufre y atraviesa la angustia, se ve representada poéticamente en la sucesión de comparaciones realizadas por el yo lírico para construir su imagen:
Como perro olvidado que no tiene/ huella ni olfato y yerra/ por los caminos, sin camino, como/ el niño que en la noche de una fiesta/ se pierde entre el gentío (…)/ así voy yo, borracho melancólico/ guitarrista lunático, poeta/ y pobre hombre en sueños/ siempre buscando a Dios entre la niebla. (p. 42)
El problema que surge con este modo de concebir la realidad a partir del sujeto es que esta no tiene consistencia por fuera de él. La única certeza que puede tener el yo es él mismo, su propia existencia. Esto arroja al yo lírico de Machado a una profunda soledad y desesperación. Sobre todo, porque él mismo, como hemos dicho, es un sujeto cambiante y múltiple, no está determinado por ninguna esencia que le asegure ser siempre él mismo. Como vemos en estas comparaciones, el yo lírico es un perro olvidado, es un niño, es un borracho melancólico, es un guitarrista lunático, es un poeta.
Ahora bien, hay algo que aparece en todas las concepciones y momentos del yo: la búsqueda de Dios. Ante la pérdida de la certeza del ser, el yo lírico de Machado avanza buscando siempre a Dios “entre la niebla”, la única certeza posible, el único sosiego dentro de la desesperación.
El existencialismo de Machado puede encuadrarse dentro del “existencialismo cristiano”. Esta corriente filosófica, nacida del pensamiento de Kierkegaard, propone que ante el sinsentido de una vida que no tiene un destino marcado (como los “caminos sin camino” de Machado), el sujeto debe encontrar su refugio trascendental en la figura de Dios. Incluso, Kierkegaard, equipara a Dios con el Amor, afirmando que aquel que logró amar, en efecto, ha logrado alcanzar un aspecto de lo divino (ver “Resumen y Análisis: Poesía de amor). Es interesante destacar que Miguel de Unamuno, uno de los escritores españoles contemporáneos a Machado más importantes y perteneciente a la Generación del 98’, se declarará un existencialista cristiano e incluso escribirá obras (como la novela San Manuel Bueno, mártir) al respecto.
La aparición de Dios como sosiego y reparo también la podemos ver claramente en “Anoche cuando dormía”. En este poema, el yo lírico enumera diferentes imágenes vitales que aparecen en su sueño (una fuente de agua, una colmena, un sol), y termina afirmando: “Anoche cuando dormía/ soñé, ¡bendita ilusión!/ que era Dios lo que tenía/ dentro de mi corazón” (p. 35).
Como se puede deducir, la imagen de Dios en Machado no se corresponde con la imagen de Dios propuesta por el catolicismo: Jesús. Incluso, en su poema “Saeta popular”, Machado afirma: “¡No puedo cantar, ni quiero/ a ese Jesús del madero/ sino al que anduvo en el mar!” (p. 96). Machado no responde al dogmatismo católico, sino que pretende encontrar a Dios en su propio camino, atravesar la niebla hasta llegar a él. Pero, ¿qué es Dios sino Jesús? ¿Qué figura tiene? Dios, en Machado, se halla en todo lo que es símbolo de vida. Es la fuente de agua, es la colmena, es el sol. Pero, a la vez, es un ente único, no efímero, que no se puede dejar de buscar. He aquí una paradoja: Dios está en todos lados, pero no se lo puede encontrar definitivamente.
Aquí se debe introducir otro concepto fundamental en la poesía existencial de Machado: lo efímero. El yo es efímero, dado que cambia constantemente durante su camino; Dios es efímero, está en todo y en nada a la vez, y aunque se lo encuentre se lo debe seguir buscando, como una promesa de salvación; y, por supuesto, la vida es efímera.
En el poema “He andado muchos caminos”, el yo lírico afirma haber visto, durante los múltiples caminos que ha seguido en su vida, a todo tipo de personas: humildes, pedantes, borrachas, trabajadoras. Lo que une a todas esas personas, lo que las iguala, es que un día, descansan bajo la tierra, mueren: “Son buenas gentes que viven/ laboran, pasan, sueñan/ y en un día como tantos/ descansan bajo la tierra” (p. 5).
Este es uno de los poemas más desoladores del autor. Aquí, el yo lírico no nombra a Dios y, por lo tanto, lo único que aparece es el inevitable camino hacia la muerte. El que él mismo habrá de afrontar en algún momento. Lo interesante aquí es que, pese a que esto no está pronunciado por el yo lírico, puede deducirse que si él anduvo “muchos caminos” fue precisamente en búsqueda de algo que se eleve por la realidad terrenal de los hombres, que vaya más allá de vivir para morir, y, claramente, no lo encontró.
En relación al miedo a la muerte, al final del camino, este aparece en varios de los poemas del autor. Por ejemplo en “Daba el reloj las doce… y eran doce”, el yo lírico dice: “¡Mi hora! –grité-… El silencio/ me respondió: -No temas (…)/ Dormirás muchas horas todavía/ sobre la orilla vieja” (p. 16).
Es interesante destacar que el silencio no tranquiliza al yo lírico diciéndole que vivirá muchas horas más, sino que “dormirá” muchas horas más. Otra característica de estos poemas existenciales (que también puede verse en los poemas de amor) es que la vida en Machado se asemeja al sueño. La búsqueda constante de Dios por parte del yo lírico es la búsqueda de algo real, que exista por delante del yo, y que no deba ser creado por el yo en el acto de existir, como el soñador crea su sueño.
El poema “Caminante, no hay camino” es interesante de analizar desde esta óptica, ya que es considerado un poema que canta, con felicidad, a la libertad. El verso “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar” (p. 106) se ha popularizado como una oda llena de optimismo: los hombres no tienen destino, sino que deben construirlo en su paso por la vida. También lo efímero en este poema es celebrado: “Yo amo los mundos sutiles/ ingrávidos y sutiles/ como pompas de jabón” (p. 106).
Esta lectura, si bien no es incorrecta, debe matizarse. Sin dudas, la interpretación optimista de Joan Manuel Serrat ha contribuido en la exaltación del poema como una oda feliz a la libertad. Lo cierto es que la alegría o la euforia del yo lírico por ser libre a cada paso de su camino no son tan claras ni unilaterales. Hay versos que marcan claramente la desazón existencial del yo lírico. Por ejemplo: “Al andar se hace camino/ y al volver la vista atrás/ se ve la senda que nunca/ se ha de volver a pisar” (p. 106). El yo lírico siente la angustia de ser algo que nunca es, ya que su pasado se borra inmediatamente detrás de él. Incluso, en este poema, el yo lírico ni siquiera considera que el pasado coexiste junto al presente como en “Es una tarde cenicienta y mustia”. Aquí, el yo lírico afirma: “Caminante no hay camino sino estelas en la mar” (p. 107). Las estelas en la mar se borran inmediatamente, no quedan ni siquiera como huellas.
Como un apéndice de esta sección de análisis, es interesante destacar, en relación a la multiplicidad del yo, la construcción de Machado de sus heterónimos Abel Martín y Juan de Mairena. En algún punto, esta construcción de múltiples sujetos apócrifos refleja la idea de la multiplicidad del yo de Machado por fuera de sus versos, en el artificio estético de constituirse él mismo como una suma de muchos autores.
Para concluir el análisis, citaremos una reflexión del propio Machado, escrita en el prólogo a Campos de Castilla de 1912. En esta, el autor postula el conflicto entre el ser y la realidad. ¿Es el ser previo a la realidad? ¿Es la realidad previa al ser? ¿Cómo funciona esta convivencia entre lo exterior y lo interior del sujeto? Dice:
Somos víctimas de un doble espejismo. Si miramos afuera y procuramos penetrar en las cosas, nuestro mundo externo pierde en solidez, y acaba por disipársenos cuando llegamos a creer que no existe por sí, sino por nosotros. Pero si, convencidos de la íntima realidad, miramos adentro, entonces todo nos parece venir de fuera, y es nuestro mundo interior, nosotros mismos, lo que se desvanece. ¿Qué hacer entonces? Tejer el hilo que nos dan, soñar nuestro sueño… (1994, p. 117)