Creo en el mundo como en una caléndula,
porque lo veo. Pero no pienso en él
porque pensar es no comprender…
En esta cita podemos identificar uno de los rasgos característicos de la poesía de Alberto Caeiro: la presencia de elementos de la naturaleza como fuente de sabiduría o de inspiración para el poeta. Asimismo, esa naturaleza posee un rasgo que Caeiro admira y persigue: el hecho de no pensar, de no pensarse, es decir, de no tener conciencia de sí y, simplemente, existir. En ese sentido, creer en el mundo como en una caléndula implica asimilarlo como lo que es: algo que existe y ya.
Pero para mí, que no sé lo que pienso
lo que la luz de la luna a través de las altas ramas
es, además de ser
la luz de la luna a través de las altas ramas,
es no ser más
la luz de la luna a través de las altas ramas.
Alberto Caeiro, autoproclamado “el único poeta de la naturaleza”, busca a través de su poesía desnudar la esencia de las cosas. En esa búsqueda hay un factor determinante: no darle a las cosas más valor del que tienen. En este caso, la luz de luna a través de las altas ramas no es ni más ni menos que la luz de luna a través de las altas ramas. Cualquier pensamiento que implicase una interpretación distinta alejaría a la persona de lo que la cosa es en esencia.
Soy fácil de definir.
Vi como un maldito.
Amé las cosas sin ninguna sentimentalidad.
En esta cita, podemos apreciar otro rasgo distintivo de Alberto Caeiro: su cualidad de observador. El poeta se considera a sí mismo un espectador del mundo, de la naturaleza que lo rodea, y pone énfasis en la necesidad de contemplarlo sin pensamientos ni sentimentalidad, ya que eso implicaría una alteración en la perspectiva de las cosas, un distanciamiento de lo que las cosas verdaderamente son.
Derrámeme la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que me encuentra el cabello,
y lo demás que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga.
En esta cita, podemos apreciar la influencia del maestro Caeiro en la poesía de uno de sus discípulos, Álvaro de Campos. En relación con esto, el pedido que el poeta le hace a la naturaleza puede vincularse perfectamente con la búsqueda de Caeiro. La naturaleza, tanto para el alumno como para el maestro, es una fuente de sabiduría, inspiración y riquezas elementales. Asimismo, de Campos, al igual que su maestro, entiende que lo que ocurre no debe ser juzgado en términos de beneficioso o contraproducente: lo que ocurre, por disposición de esa naturaleza sabia, es lo único que existe y que puede existir; por eso siempre será lo correcto.
Comprendo a intervalos inconexos;
escribo por lapsos de cansancio;
y un tedio hasta del tedio me arroja a la playa.
Álvaro de Campos es un poeta que sufre de insomnio y de aburrimiento. Y esto es declarado por el propio de Campos en varios de sus poemas como, por ejemplo, en “Lisbon Revisited”. Ese tedio, sin embargo, también constituye una fuente de inspiración para él; o, en todo caso, contribuye con la situación de escritura. Por otro lado, el nivel de tedio que sufre de Campos es tan absoluto que hasta sufre el tedio del propio tedio, y en esa soledad insomne y aletargada que lo agobia, escribe.
Sí, estoy cansado,
y un poco sonriente
de que el cansancio sea sólo esto,
unas ganas de sueño en el cuerpo,
un deseo de no pensar en el alma.
En esta cita, Álvaro de Campos vuelve a hacer referencia al cansancio. Así y todo, no le otorga una connotación negativa, sino que sonríe ante el hecho de que sea simplemente “ganas de sueño en el cuerpo / un deseo de no pensar en el alma” (225). En ese sentido, al igual que su maestro, de Campos entiende las virtudes que existen en cualquier cosa que evite el pensamiento, ya sea del alma o de cualquier cosa, ya que esas interpretaciones que surgen del hecho de pensar hacen que la persona se aleje de la esencia de aquello que está observando.
Lo irreparable de mi pasado —¡ése sí que es el cadáver!
Todos los demás cadáveres puede que sean ilusión.
Todos los muertos puede que estén vivos en otro lugar.
En esta cita, Álvaro de Campos plantea lo irreparable de su pasado al presentarlo como un “cadáver” verdadero, auténtico, por lo menos distinto a los demás cadáveres. Para él, las decisiones que no tomó en ese pasado, las cosas no hechas, están más muertas que las personas o los animales que mueren. Ahora bien, ¿en qué se basa para decir esto? En parte, en que nadie sabe lo que ocurre después de la muerte biológica (puede que esos cadáveres estén vivos en otro lugar). Pero además, él sí está convencido de que las decisiones que no tomó en el pasado, definitivamente, no existirán más. Esa muerte es, para de Campos, más definitiva y concreta que la de cualquier biología.
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que llega a fingir que es dolor
el dolor que en verdad siente.
En la poesía de Fernando Pessoa (ortónimo) podemos observar una idea que se repite en varios poemas: la del poeta como un mentiroso o una persona que finge. Sin ir más lejos, en esta cita parece llegar a un nivel de fingimiento tan absurdo que hasta llega a fingir los sentimientos que, en verdad, siente. Más allá de que en otros poemas Pessoa se defienda de esta acusación de mentiroso o fingidor, lo cierto es que el poeta tiene plena conciencia de la búsqueda de su poesía y, si para conseguir determinado efecto tiene que falsear ciertos aspectos de la realidad o de lo que siente, lo hará sin ningún problema.
Ven a sentarte conmigo, Lidia, a la orilla del río.
Sosegadamente miremos su curso y aprendamos
que la vida pasa.
Ricardo Reis, discípulo de Alberto Caeiro, también toma a la naturaleza como fuente de sabiduría. En este caso, le pide a su amada, Lidia, que vaya a sentarse con él a la orilla del río, para contemplar juntos como ese curso de agua representa una metáfora de la propia existencia que transcurre sin detenerse en ningún momento.
Sabemos bien que toda obra ha de ser imperfecta, y que la menos segura de nuestras contemplaciones estéticas será la de aquello que escribimos. Pero imperfecto es todo; no hay ocaso tan bello que no pudiese serlo más aún, o brisa leve que nos adormezca que pudiese brindarnos un sueño más apacible todavía. Y de tal modo, contempladores ecuánimes de montañas y de estatuas, gozando por igual días y libros, soñándolo todo, y ante todo para convertirlo en nuestra íntima sustancia, también haremos descripciones y análisis que, una vez efectuados, pasarán a ser cosas ajenas que podremos disfrutar como si brotaran de la tarde.
En esta cita del Libro del desasosiego, Bernardo Soares reflexiona sobre su propia escritura, su obra. En relación con esto, admite la imperfección de la misma, ya que es la condición inherente de todo lo que existe. Como el propio Soares afirma, hasta el ocaso más bello podría serlo aún un poco más. Dicho de otro modo, no existe belleza que nos pueda quitar la ilusión de una belleza, incluso, superior. Todo aquello que surge de esa contemplación de la belleza —descripciones, análisis—, cuando logramos plasmarlo en forma de obra pasamos a tener la capacidad de disfrutarlo como si no fuera nuestro, como algo que ya le pertenece al mundo más que a la persona creadora de esa obra.