Poema II
Resumen
El yo poético compara la nitidez de su mirada con un girasol. Luego hace referencia a que suele dar paseos en los que sin importar hacia dónde mire, siempre ve algo que nunca ha visto. En ese sentido, dice nacer a cada momento para la “eterna novedad del mundo” (2021: 25). Más adelante, remarca la importancia de ver y no pensar, ya que el mundo no se hizo para que lo pensemos, sino para mirarnos en él. Expresa también que ama a la naturaleza porque no sabe lo que es, y agrega que quien ama, justamente, nunca sabe lo que ama ni por qué ama; de hecho, no sabe ni siquiera lo que es amar. El yo poético concluye el poema afirmando que “Amar es la eterna inocencia”(2021: 26) y sentencia que esa única inocencia es no pensar.
Análisis
El heterónimo Alberto Caeiro aparece el 8 de marzo de 1914, un “día triunfal”, en palabras del propio Fernando Pessoa. Este no solo considera a Caeiro su maestro, sino también el de otros de sus heterónimos, como Álvaro de Campos y Ricardo Reis. De acuerdo al prefacio de Reis sobre la obra de Caeiro, este nace en Lisboa en 1889 y muere en 1915 de tuberculosis. Con respecto a su vida, Caeiro prácticamente no sale nunca de su aldea de Ribatejo. En cierta medida, podemos decir que este entorno bucólico influye en la sencillez y serenidad que se reflejan en sus versos.
Son varios los poemas en los que Caeiro —más o menos explícitamente— se equipara a la naturaleza. Esta idea podemos apreciarla con claridad en el comienzo de este extraído del libro El cuidador de rebaños, cuando compara la nitidez de su mirada con un girasol. Asimismo, Alberto Caeiro también se presenta como un hombre de sensaciones que enaltece y coloca muy por encima de los pensamientos, y a través de las cuales puede acceder a la verdadera esencia de las cosas. En ese sentido, es el poeta del saber-ver, quien posee la virtud de poder apreciar lo existente sin la contaminación de las interpretaciones. Ahora bien, ¿en qué se basa esta supremacía de lo sensorial por sobre lo racional? Básicamente, en que el pensamiento infecta de subjetividad la esencia de las cosas. Dicho de otra forma, lo esencial para el poeta consiste en mirar el mundo desde los sentidos sin imponer conceptos a las cosas.
Así, Alberto Caeiro, quien se autoproclama “único poeta de la naturaleza”, propone una poesía despojada del sujeto pensante. Esta concluye en una mirada nítida y acompañada de sensaciones puras que no están mediadas por la razón ni por la interpretación, pero que también se han limpiado de la forma en que culturalmente aprendemos a sentir. Los versos de Caeiro, lacónicos y de lenguaje sencillo, no poseen figuras gramaticales complejas y recurren a tautologías y anáforas, poniendo énfasis en la realidad inmediata y concreta de cada cosa. El desaprendizaje es el medio a través del cual el poeta se despoja de los artilugios y ficciones que obstaculizan una relación directa con el mundo y nos preparan para ver solo lo que existe.
Así, el mundo para Caeiro constituye una“eterna novedad”, justamente, porque logró desarrollar esa mirada pura y, en cierta medida, inocente frente a todo lo que existe. Por otro lado, cuando afirma que ama a la naturaleza porque esta no sabe lo que es, vuelve a insinuar que la razón constituye un obstáculo para una conexión genuina con las cosas. En ese contexto, Caeiro ama sin razones y mira sin interpretar, y esa forma inocente de concebir el mundo le permite establecer una relación virtuosa y pura con todo cuanto lo rodea. Por último, cuando cierra el poema estableciendo una relación de equivalencia entre esa inocencia y el hecho de no pensar, una vez más, el poeta está dejando en claro que cualquier tipo de subjetividad que depositemos sobre una cosa nos alejará irremediablemente de su esencia.
Poema V
Resumen
En este poema, el yo poético comienza afirmando que hay bastante metafísica en el hecho de no pensar. Luego, se hace una serie de preguntas retóricas, comenzando por qué piensa él del mundo; responde que no sabe. Más tarde, expresa que pensar en todo eso es, para él, como cerrar los ojos, mientras que no pensar es como correr las cortinas de su ventana (aunque ella no tenga cortinas). Quien está al sol y cierra los ojos deja de saber lo que es el sol; pero si los vuelve a abrir, ya no puede pensar en nada porque la luz del sol le gana a los pensamientos de cualquier poeta o filósofo. Así las cosas, el yo poético expresa que la luz del sol no sabe lo que hace y por eso no se equivoca; ella es “común y buena” (2021: 33).
Luego se pregunta qué hay de metafísica en los árboles. Ellos son verdes, tienen ramas y dan frutos; eso, afirma, son cosas que nos hacen no pensar. Así, los árboles poseen la mejor metafísica, ya que no saben para qué viven ni tampoco saben que no lo saben. Entonces se pregunta por el sentido íntimo de las cosas y en valor de verdad o falsedad de estas. Le asombra pensar en ello y sentencia que el único sentido íntimo de las cosas es que, justamente, estas no tienen ningún sentido íntimo.
El yo poético no cree en Dios porque nunca lo vio. Si Él quisiera que el yo poético creyera, se presentaría. Así y todo, admite que lo que está diciendo puede sonar ridículo para aquellas personas que no saben lo que es mirar las cosas. Ahora bien, si Dios es las flores, los árboles, los montes, el sol y el rayo de luna, entonces sí cree en Él. En ese sentido, se cuestiona que si Dios es todo eso, entonces no tiene sentido nombrarlo Dios; es más adecuado llamarlo por lo que es: flores, árboles, montes, sol y rayo de luna. Si así se presenta, así quiere ser conocido. En relación con esto, dice que él obedece a Dios viviendo espontáneamente, “Como quien abre los ojos y ve” (2021: 36). Por último, agrega que lo ama sin pensar en Él, y lo piensa viendo y oyendo.
Análisis
En el poema V, Caeiro vuelve a exponer la importancia que encuentra en el hecho de no pensar. Sin ir más lejos, comienza atribuyéndole a la ausencia de pensamiento una cuota generosa de metafísica. La metafísica es un área de la filosofía que se pregunta sobre la realidad más allá de lo físico y observable, e indaga problemas fundamentales de la historia del pensamiento como la existencia, el tiempo, la mente, la identidad y lo verdadero, entre otros. En el poema, está claro que todas las preguntas que se hace la voz poética en relación con esa metafísica son excusas para exponer sus cuestionamientos a ese sistema de conocimiento. En última instancia, para el poeta las cosas simplemente son y nada más; sus sentidos ocultos son ellas mismas en su apariencia y su pura exterioridad. En ese sentido, esta tautología recoge la crítica que Caeiro realiza a la metafísica y a las teorizaciones que pretenden explicar el mundo y modificarlo entorpeciendo su mirada espontánea. Es, entonces, la capacidad de contemplar la evidencia sin el obstáculo del pensamiento aquello que hace que las personas logren conectarse con la verdadera esencia de las cosas. La luz del sol es visible y no tiene conciencia de sí; por eso, para Caeiro, es más real que los razonamientos de cualquier filósofo.
Asimismo, el poeta vuelve a la idea de la importancia de la “falta de conciencia propia”, de la conciencia de sí, haciendo referencia a los árboles. El hecho de que no sepan para qué viven y que, al mismo tiempo, tampoco sepan que no lo saben es un reflejo de lo mejor de la metafísica. ¿Por qué? Una vez más, porque la conciencia —es decir, lo que se obtiene a partir del pensamiento— es pura subjetividad y nos aleja de la verdadera esencia de las cosas; incluso, de la nuestra como especie humana. De esta manera, excluyendo las operaciones del intelecto y en ausencia de un yo que piensa y conjetura, la mirada tranquila que no interroga ni pretende interpretar se desliza por un mundo cristalino y sin las limitaciones propias del pensamiento. En ese sentido, el universo caeireano se opone rotundamente al de los místicos y filósofos, en el que el mundo se rige bajo preceptos que son demostrables, pero a los que no se puede acceder de manera sensorial.
Ahora bien, en este poema, Caeiro también reflexiona sobre la existencia de Dios a partir de una imagen de lo divino que se remite a esa pluralidad sinfónica de lo natural; es decir, el poeta, impulsado por la creencia en un panteísmo místico (doctrina que sostiene que el universo, la naturaleza y esa deidad que los monoteístas llaman Dios son equivalentes), le atribuye a los diferentes elementos naturales que lo rodean una condición divina. Su paganismo, entonces, lejos de ser algo imaginado o fantástico, apela a la presencia de la naturaleza en su inmediatez. Dicho de otra forma, lo divino no puede percibirse al margen de lo existente. Después de abolir la intervención de la razón, porque con ella solo se tiene ideas de las cosas y no se accede su esencia, Caeiro no cuestiona la existencia de Dios, sino la idea de sí que se constituye para la humanidad. En ese sentido, si Dios se manifiesta en la naturaleza, si efectivamente el poeta lo ve en las flores, los árboles, los montes, el sol y el rayo de luna, no entiende por qué debería darle, además, una entidad abstracta e ideal. Así las cosas, Caeiro ama a Dios de la única forma en que él considera que se puede amar: sin pensar, simplemente, en un estado de percepción espontánea y prescindiendo de cualquier teorización que lo aleje de su esencia más pura.
Ver únicamente la realidad inmediata de lo que hay, esta es la síntesis de la mirada caeireana. Ahora bien, las implicancias de esta mirada se basan en una relación con la naturaleza y con el mundo que no está mediatizada u obstaculizada por el lenguaje; es decir, nada la antecede (ni la tradición, ni el recuerdo), nada la ata, nada la contiene. Es la mirada de quien solo quiere acceder a lo visible sin condiciones para establecer un vínculo más inocente y, al mismo tiempo, más real con lo existente.
Poema XXXV
Resumen
El yo poético habla de “la luz de la luna a través de las altas ramas” (2021: 86). A propósito de ella, afirma que los poetas la consideran algo más que simplemente “la luz de la luna a través de las altas ramas” (ibid.). Frente a ello, confiesa no saber lo que piensa. Admira esa luz de la luna a través de las altas ramas no solo por lo que es, sino por no ser más que eso: luz de la luna atravesando las altas ramas.
Análisis
En este poema, Caeiro vuelve sobre la necesidad de darle a las cosas —en este caso, la luz de luna que se filtra entre las ramas de los árboles— una entidad justa; es decir, concebirla ni más ni menos como lo que es. En relación con esto, critica a los poetas que le dan a esta luz una mística que no le es propia. Caeiro no tiene necesidad de enaltecer esa luz de luna; la admira sin pensar y eso hace que pueda establecer una conexión mucho más profunda y sincera con ella.
Ahora bien, Caeiro mira las cosas como un espectador que no interviene, sino que deviene con ellas y las observa en su acontecer. Mantiene la distancia del que solo contempla sin dañar lo que hay. Es, de alguna manera, amigo de las cosas porque su relación es de cordialidad, no de agradecimiento ni de compasión. Hasta cierto punto, podría decirse que su relación con el mundo es de indiferencia, ya que no busca examinarlo ni dilucidarlo, no lo afecta ni se deja afectar por él. De esta forma, el acto de ver se ejecuta mirando las cosas sin involucrarse, apreciándolas en su plena existencia. A propósito de esto, Caeiro critica la relación de apego y voluntad de dominio hacia las cosas que tienen sus contemporáneos.
Por último, es interesante señalar que Alberto Caeiro siempre recurre a elementos de la naturaleza que, desde un punto de vista literario, poseen cierta textura poética. En ese sentido, está claro que busca poner énfasis en que esa naturaleza ya es poética en sí misma, por el simple hecho de existir bajo esas formas, y que cualquier pretensión de engrandecerla a través de los mecanismos imperfectos del lenguaje es, en última instancia, alejarse de su esencia; incluso, de su esencia poética.
Poema XLIV
Resumen
El yo poético despierta en medio de la noche y afirma que su reloj ocupa toda la noche. Luego hace referencia al sosiego que hay fuera de su habitación, como si nada existiera. En ese contexto, es su reloj, esa “pequeña cosa de engranajes” (2021: 98) que hay sobre su mesa de luz, lo único que se escucha, sofocando toda la existencia de la tierra y el cielo. Acto seguido, el yo poético dice que casi se pierde al pensar en qué significa esto, pero logra detenerse a tiempo y sonreírle a la noche con toda su boca. ¿Por qué? Porque el reloj, “llenando con su pequeñez a la noche enorme” (2021: 99), no simboliza otra cosa que eso, “la curiosa sensación de llenar a la noche / enorme / con su pequeñez” (2021: 99).
Análisis
A diferencia de los poemas de Alberto Caeiro que analizamos anteriormente, el poema XLIV introduce un objeto, que no es propio de la naturaleza: un reloj. Este objeto, producto de la invención humana, altera significativamente para el poeta la naturaleza, representada en la noche. No solo lo altera: lo invade hasta ocuparlo en su totalidad. El reloj es fruto de un proceso intelectual: se pensó y se desarrolló para darle una unidad de medida al tiempo. En el poema, el sonido que produce lo ocupa todo porque, para Caeiro, funciona como una interferencia entre él y la naturaleza. Cada segundo que se escucha en la aguja del reloj implica tomar conciencia del paso del tiempo y, como hemos visto en los análisis de los poemas precedentes, esa conciencia siempre es subjetiva y nos aleja de la esencia de las cosas.
De este modo, si cada segundo el reloj anuncia su existencia, se vuelve imposible para el poeta conectar con la esencia de la noche. Ahora bien, ¿en qué momento Caeiro logra sonreírle a la noche con toda su boca? Esto sucede cuando logra silenciar su pensamiento; cuando se abstrae del ruido del reloj. En ese sentido, el reloj no propone otra cosa que una sensación: la de llenar con su pequeñez la enorme noche. Recién en ese momento, Caeiro logra vincularse con todo ese sosiego que se extiende fuera de su habitación. La noche, como un rasgo propio de esa naturaleza que el poeta concibe como Dios, es perfecta por no tener conciencia de sí misma, y logra imponerse sobre el pensamiento y brindarle alivio.
En síntesis, lo que se nos presenta en este poema como una dicotomía interior-exterior, adentro o afuera, parece resolverse cuando el poeta anula esta distinción. Es decir, ahora que ha logrado dejar de pensar en el reloj, ese sosiego nocturno que se extiende fuera de su habitación también se vuelve hacia adentro. Es, entonces, el pensamiento el que establece un límite entre la persona y el absoluto de todo lo existente. Por eso, derribado ese límite racional, el poeta puede ver sin interpretar, sin establecer ideas subjetivas sobre lo que ve, y ello le permite establecer una conexión mucho más profunda y natural con todo.
Epitafio
Resumen
El yo poético dice que si llega a morir joven, y sin publicar ningún libro, la gente no debería enojarse, ya que si eso sucede, estará bien. Luego afirma que sus versos, aun sin imprimirse, tendrán su belleza, siempre y cuando sean bellos. Si tienen belleza no podrán quedarse sin imprimir; son como las flores: la belleza, necesariamente, florece al aire libre y a la vista.
Acto seguido, vuelve a decir que si muere joven, la gente tiene que saber que él no fue otra cosa que un niño que jugaba y que perteneció a una religión universal “que solo los hombres no tienen” (2021: 124). También afirma no haber deseado más que estar al sol y a la lluvia. Al sol cuando estaba soleado, a la lluvia cuando llovía; nunca al revés.
Después, el yo poético expresa que una vez amó, pero no fue amado. Esto se lo atribuye a que, simplemente, no tenía que ser. Entonces volvió al sol y la lluvia, y se sentó a contemplar los campos. Para él, los campos son más verdes para aquellos que no son amados. También agrega que “Sentir es estar distraído” (2021: 125).
El yo poético dice que no hay nada más simple que escribir su biografía. Esta solo tiene dos fechas: la de su muerte y la de su nacimiento. Entre una cosa y otra, dice, todos los días son suyos y de nadie más. Su vida es fácil de definir: vivió como un maldito, amó las cosas sin sentimentalidad y nunca deseó algo que no pudiera realizar. Con el tiempo comprendió que las cosas son reales y todas diferentes, y que eso lo aprendió viendo, no pensando.
Por último, cuenta que un día le dio sueño como a cualquier niño, cerró los ojos y durmió. “Además de eso, fui el único poeta de la naturaleza” (2021: 127), concluye.
Análisis
Este poema de Alberto Caeiro es bastante significativo, ya que propone una reflexión sobre su propia escritura. En principio, le pide a la gente que, en caso de que él muera joven y sin libros publicados, no se enoje. Para él, todo cuanto sucede forma parte de un plan perfecto de la naturaleza que es incomprensible para los hombres y, de hecho, ni siquiera la naturaleza sabe que tiene. Considera que cualquier cosa que pase va a estar bien, ya que no debe atribuírsele ningún juicio de valor a lo existente; solo aceptarlo a partir de una contemplación inocente y escindida del pensamiento.
Por otro lado, afirma que, en todo caso, la publicación de sus versos se dará como consecuencia natural de la belleza de los mismos. A propósito de esto, los compara con elementos típicos de la naturaleza: las flores. Está claro que, para Caeiro, la naturaleza, en su perfecta falta de conciencia de sí, lo rige todo. En ese contexto, la belleza está “forzada” a manifestarse. Por eso al poeta no le preocupa la publicación de sus versos: si son bellos, a la manera en que son bellas las flores, quedarán expuestos; se publicarán por la propia ley que impone la naturaleza.
Caeiro vuelve a reflexionar sobre las implicancias que puede tener su muerte temprana. Pide que lo recuerden simplemente como un niño que jugaba, con esa postura inocente frente a la vida. En este punto, el poeta vuelve sobre una valoración positiva sobre inocencia que ya estuvo presente en poemas anteriores. Ahora bien, esta inocencia está relacionada más que nada con esa capacidad de ver las cosas sin la interferencia del pensamiento, sin que la subjetividad contamine la esencia de aquello que está mirando. En esta línea, busca dejar en claro que sus únicas aspiraciones (estar al sol o la lluvia) siempre están relacionadas con lo simple, con lo natural y, sobre todo, con lo que está dentro de sus posibilidades. Con ello revaloriza lo que acontece en el mundo simplemente por lo que es: algo que sucede, ni más ni menos; aquello que la naturaleza provee y nada más. Es así que cuando el poeta afirma que amó y no fue amado, no se lamenta por la situación, sino que la asume con naturalidad: fue, en definitiva, lo que tenía que ser, y esta perspectiva ilustra que ha desarrollado la capacidad de vivir contemplando lo que se le ofrece, sin emitir ningún juicio de valor al respecto. En ese sentido, las cosas no exigen ningún deseo de ser interpretadas; su única virtud es su existencia.
Por último, cuando la voz poética busca definirse para orientar a quien quiera escribir su biografía, pone énfasis una vez más en su capacidad de contemplar el mundo sin la interferencia de los pensamientos. Incluso pone de relieve su capacidad de amar sin la contaminación de la sentimentalidad, es decir, sin una percepción subjetiva de ese amor. Toda la poética de Caeiro orbita alrededor de la idea de que el pensamiento propone interpretaciones de la realidad que tergiversan la esencia de las cosas y, en consecuencia, hacen que perdamos una conexión genuina con el mundo que nos rodea. Al autoproclamarse “el único poeta de la naturaleza” (2021: 127) busca poner de relieve que su óptica poética es más universal que la de la mayoría, ya que logró conectarse de una manera profunda y genuina con la esencia de las cosas sin contaminarla con su subjetividad.