Fragmento 1
Resumen
El yo poético afirma haber nacido en un tiempo en el que los jóvenes han dejado de creer en Dios por la misma razón por la que sus padres habían comenzado a creer en Él: sin saber por qué. Luego, aclara que estos jóvenes han elegido a la Humanidad como reemplazo de ese Dios. El yo poético, por su parte, dice pertenecer a esa clase de hombres que siempre están al margen de aquello a lo que pertenecen. De esta forma, no ha abandonado por completo a Dios ni tampoco ha aceptado esa Humanidad como equivalente. Acto seguido, critica este culto a la Humanidad que practican los jóvenes, ya que lo considera como la resurrección de cultos antiguos; aquella época en que los dioses tenían cabezas de animales. De esta forma, como el yo poético no puede creer del todo en Dios ni en una suma de animales, su destino es la contemplación.
Ahora bien, luego reflexiona sobre la escritura. Dice, por ejemplo, que ese verso o prosa que se escribe sin la voluntad de querer convencer a nadie es como ese hablar en voz alta del que lee; es decir, un “dar objetividad al placer subjetivo de la lectura” (2007: 48). Por otro lado, afirma que todos sabemos que las obras tienen que ser siempre imperfectas, solo para no cancelar la posibilidad de que puedan ser aún más bellas. Asimismo, el yo poético explica que las obras suponen nada más que una distracción para nosotros.
Por último, habla de que considera la vida como una posada en la que espera que le llegue la muerte. Allí, se limita a sentarse en la puerta y llenarse los ojos con los colores y los sonidos del paisaje. Se refiere a la muerte como a una “diligencia del abismo” (2007: 48), que un día llegará y lo llevará. En esa espera, disfruta de la brisa y el alma que le concedieron para disfrutarla y no buscar nada más. Concluye diciendo que si esto que escribe puede entretener a alguien en la misma situación que él, estará bien.
Análisis
Bernardo Soares, a diferencia de los heterónimos que hemos trabajado en esta guía, no posee datos biográficos concretos. Pessoa le atribuye la autoría del Libro del desasosiego, titulado así porque la inquietud e incertidumbre predominan en sus páginas. En palabras del propio Soares, este libro constituye “una confesión soñada de la inutilidad y dolorosa furia estéril de soñar” (2005). Asimismo, el propio Pessoa (autor) dice que Bernardo Soares “es yo menos el raciocinio y la afectividad”, una “simple mutilación de mi personalidad” (ibid.). En ese sentido, podemos establecer una serie de coincidencias entre Soares y su creador: los dos parecen no lograr adaptarse a esa realidad “vulgar” que los rodea; incluso, por momentos, la desprecian a través de su literatura; además, los dos se emplazan en paisajes urbanos, son solteros, viven en pisos alquilados, poseen trabajos similares y cultivan la soledad, aunque, por momentos, la sufran.
El Libro del desasosiego es una de las obras más importantes y reconocidas de Fernando Pessoa y tiene una impronta claramente fragmentaria e intimista. Sin ir más lejos, no son pocos los críticos que afirman que, en realidad, este libro era una suerte de diario íntimo del autor. En cierta medida, como afirma el crítico Ángel Crespo, no sorprende la naturaleza fragmentaria de esta obra, teniendo en cuenta que el carácter fragmentario de la personalidad del propio Pessoa.
Ahora bien, en este fragmento, podemos encontrar varios elementos característicos de la obra de Soares. En principio, Soares se reconoce parte de esa generación moderna, heredera de la incredulidad en la fe cristiana; una generación sin rumbo fijo ni propósitos claros. Asimismo, entiende que vive en un mundo desgarrado y desprovisto de dioses y de apoyos morales y políticos. Este contexto marca profundamente la experiencia cotidiana de Bernardo Soares, para quien cada paso que da en la vida es un contacto con el horror de lo “nuevo” del mundo moderno y cada persona conocida se le impone como un fragmento vivo de lo desconocido.
Así las cosas, Soares se revela como alguien que se mantiene al margen de todo, aunque sin dejarlo por completo; es decir, no abandona a dios, pero tampoco cree ni acepta a la humanidad, instalándose a distancia de todo. Dicho esto, vale la pena aclarar que esta distancia no se confunde con pesimismo. Como bien dice, Soares simplemente se sitúa en la vida como en una posada en la cual habrá de permanecer “hasta que llegue la diligencia del abismo”. Entiende, en cierta medida, que debe tomarse las cosas como son, sin caer en interpretaciones o creencias exageradas —justamente, como Dios o la humanidad—.
En este fragmento, Soares también reflexiona sobre la escritura. Ante todo, hay que señalar que en el desasosiego pessoano plasmado por Soares hay una fuerte carga de serenidad e ironía. La mirada, la escucha y la escritura que nacen de esta experiencia trascendental del autor le imprimen un sello vital a su relación poética con el cotidiano, con el otro y con la muerte. En ese sentido, no es una relación fundada en un simple desencanto —como parecería a primera vista—, sino en el reconocimiento de la situación trágica del hombre contemporáneo huérfano de dioses y de sentido, y librado a los avatares de la ciencia y la técnica. Este rechazo a la modernidad y esta sensación de que el tiempo y el espacio son un exilio constante son dos elementos característicos de la obra de Soares.
Por último, podemos apreciar en el final del fragmento, cuando Soares plantea la vida como una posada en la que se sienta a esperar a esa “diligencia del abismo”, una postura casi caeiriana por parte del autor: un estado de contemplación de las cosas sin la interferencia de los pensamientos o las interpretaciones y, al mismo tiempo, esa aceptación del libre fluir de los acontecimientos frente a lo cual no se puede hacer otra cosa más que esperar, con la mayor serenidad posible, que ocurran.
Fragmento 6
Resumen
El yo poético dice que le ha pedido poco a la vida y, sin embargo, ese poco le ha sido negado. Le ha pedido cosas como un poco de pan, sosiego, que no le pese saber que existe y no tener expectativas respecto de los demás. En ese sentido, insiste, la vida se lo ha negado.
Él escribe triste y solo, en su cuarto, como siempre ha estado y estará. Reflexiona respecto de si su voz, en apariencia poca cosa, no estará, en realidad, encarnando las ganas de decirse de miles de vidas. Dicho de otro modo: si lo que escribe, en apariencia intrascendente, no estará reflejando el sentir de muchas personas. Cuando toma conciencia de esta posibilidad, dice sentir como una fuerza religiosa. Acto seguido, concluye describiendo el contexto en el que está escribiendo: en su cuarto piso de la Calle de los Doradores, el papel medio escrito, el cigarro barato. A esta imagen responde con una exclamación en la que ironiza el hecho de estar interpelando a la vida a través de su prosa como los célebres.
Luego, el yo poético dice que el mundo es de quien no siente; es decir que la condición esencial para ser una persona práctica es la ausencia de sensibilidad. Por otro lado, afirma que las acciones son la proyección de la personalidad sobre el mundo exterior y que actuar implica necesariamente estorbar, herir o destrozar a los demás. En ese sentido, concluye diciendo que el hombre de acción contempla el mundo exterior como una dimensión compuesta de materia inerte, y que el arte funciona como una fuga hacia la sensibilidad que la acción tuvo que olvidar.
Análisis
En este fragmento, Soares reflexiona sobre la vida, la soledad y la necesidad de reprimir los sentimientos para lograr insertarse en el mundo de una manera práctica. Con respecto a la vida, el yo poético expresa con cierta pesadumbre que ella le ha negado lo poco que él ha pedido. Así, pone de relieve el carácter inconmovible que tiene esa vida, que no atiende ni a sus peticiones más elementales como, por ejemplo, un poco de pan o sosiego. Está claro que el yo poético está personificando la vida, le atribuye la condición humana de decidir no darle lo que él le pide. Esta atribución es absurda y, por lo tanto, no es culpa de la vida que el yo poético no haya obtenido lo que pretendía, sino de él mismo, por idealizar ese concepto abstracto y exigirle un comportamiento pragmático a su favor. Así las cosas, toda subjetividad —ya sea pensar o sentir—, en cierta medida, hace que el hombre pierda conexión con el mundo y le produce un fuerte sentimiento de soledad.
Ahora bien, esta soledad de Soares se parece demasiado a la del propio Pessoa. Cabe señalar que ambos comparten el contexto urbano, el tabaco que fuman y el hecho de que su soledad se haga más notoria cuando están escribiendo. Una lectura posible respecto de la necesidad de Pessoa de crear tantos heterónimos —si bien los principales son los trabajados en la presente guía, el autor portugués creó más de setenta— es entenderla como una forma de estar concentrado permanentemente en su labor literaria, pero también rodeado de “poetas” de compañía, aunque solo fuesen manifestaciones, fragmentos de su propia identidad real. Ahora bien, Soares no se lamenta de esa soledad, aunque sí la presenta con cierto tono de nostalgia. En realidad, al mismo tiempo en que la tematiza nostálgicamente, la plantea como la condición de existencia de su literatura. Dicho de otro modo, si no estuviera solo, si no se sintiera confinado en ese profundo estado de soledad, perdería un impulso vital en relación con el deseo de escribir.
En otro orden de cosas, en este fragmento también podemos apreciar un rasgo característico de Soares: un escepticismo que, por momentos, muta en pesimismo respecto de la humanidad. Si actuar sobre el mundo exterior implica necesariamente para Soares que una persona estorbe, hiera o destroce a las demás, estamos condenados a incomodarnos los unos a los otros con esa proyección de la personalidad propia. Dicho de otro modo, no existe acción humana que no repercuta negativamente en las personas, ya que cada una de esas acciones es una proyección de subjetividad, de una lectura caprichosa que hacemos del mundo, compuesto por materia inerte. El arte, en ese sentido, se presenta para Soares como una forma de recuperar algo de esa sensibilidad que se pierde en la acción; se trata de una fuga de ese estado en el que se deja de pensar y sentir para actuar. Así, en esta última parte del fragmento 85 podemos ver con claridad ese aspecto de la prosa de Soares que le da título al libro: el desasosiego existencial que lo invade en cada reflexión. Esta angustia es sobria, moderada, profunda y, sobre todo, constante. Ahora bien, está claro que son varios los motivos que le producen ese desasosiego. Así y todo, quizás uno de los más influyentes sea ese estado de profunda contradicción en el que vive Bernardo Soares. Parte de esa contradicción radica en su sentimiento de fragmentación: el hecho de sentirse un hombre fragmentado, cambiante y múltiple lo sume en un estado de discordancia e inestabilidad permanente. Cabe preguntarse si ese “hambre de decirse de miles de vidas” (2007: 52) que encarna la voz de Soares le pertenecen a las personas que habitan el mundo exterior del escritor o si, en realidad, se refiere a esas muchas y heterogéneas personalidades que habitan en él.
Fragmento 95
Resumen
El yo poético comienza expresando la idea de que somos, en realidad, quienes no somos, y afirma que la vida es veloz y triste. Luego habla del ruido de las olas por la noche y dice que muchas personas habrán oído un ruido similar en su propia alma, “como la esperanza constante que se deshace en lo oscuro como un sonido sordo de espuma profunda” (2007: 127). Acto seguido, habla de las cosas que se han perdido, de las que deberían haberse perdido, de las que se han conseguido, de aquello que amamos y perdimos y, después de perderlo, entendimos que nunca habíamos amado; también habla de aquello que creíamos que era una emoción y era simplemente un recuerdo. En todas estas cosas está el mar. El yo poético concluye exclamando que muere demasiado si tiene sentimientos hacia todo.
Análisis
En este fragmento, Soares retoma una idea que se puede apreciar, prácticamente, en toda su prosa poética: el sentimiento afecta negativamente la experiencia de vida de las personas. Es decir, el mero hecho de sentir tiñe las experiencias de subjetividad y expande el dolor y la frustración sobre la vida. Es interesante observar cómo este desasosiego de Soares no se circunscribe a un mero estado; por el contrario, adquiere el valor y la profundidad de la experiencia. Soares habita el desasosiego y, haciéndolo, no busca ocultarse de lo esencial del hombre, sino crear una impresión —otra cosa no podría hacer— de sus sentimientos. El hecho de que el desasosiego alcance el estatuto de experiencia es, en buena medida, lo que le da tonalidad y cadencia poéticas al libro y, por ende, singularidad de poeta al propio Soares.
Aquí, Soares reflexiona sobre el desengaño que se produce cuando nos damos cuenta de que algo que supuestamente amábamos, después de perderlo, nos damos cuenta de que nunca lo habíamos amado. También reflexiona sobre la confusión que a veces se produce cuando creemos que un simple recuerdo es una emoción. Ahora bien, ¿por qué se produce esta confusión? Para la voz poética, la subjetividad del sentimiento de una persona hace que se desvirtúe la esencia de las cosas. En ese sentido, somos, en realidad, lo que no somos, porque nuestra forma de ser es demasiado subjetiva y hasta nos hace perder un contacto directo con nuestra propia esencia. En este punto, Soares establece una relación directa entre sentir y morir: el hecho de tener sentimientos hacia todo implicaría morir demasiado para Soares, básicamente, porque lo sumergiría en una dimensión tan subjetiva que perdería esa capacidad de apostarse en la vida como un espectador desapasionado e imparcial, algo que para el poeta es, prácticamente, la razón de su existencia.
Frente a todas estas tergiversaciones que nos propone el sentimiento, Soares expresa la idea de que el mar siempre está. En ese sentido, el mar representa lo real más allá de las subjetividades e interpretaciones humanas. Es una fuerza de la naturaleza, que no tiene conciencia de sí y se limita a existir. Al mar no hay que interpretarlo, amarlo u odiarlo; hay que aceptarlo como hay que aceptar a todo aquello que la vida propone. El hecho de teñir de subjetividad lo existente implicaría alterar la esencia de lo que la cosa es. Dicho de otro modo, el sentimiento nos aleja de la realidad para Soares.
Fragmento 299
Resumen
El yo poético admite haber creado en él varias personalidades. Luego aclara que lo hace constantemente. Afirma que cada sueño de él se encarna en otra persona que, a su vez, pasa a soñar ese sueño. Acto seguido confiesa que para poder crear ha tenido que destruir. Se asume como la escena viva por la que pasan varios actores representando varias piezas.
Análisis
En este apartado 31 del Libro del desasosiego, Soares hace referencia al tema de la identidad al reconocerse como un hombre fragmentado, compuesto por varias personalidades a las que les ha dado independencia; por ejemplo, el hecho de pasar a soñar esos sueños que, en un principio, soñaba el yo poético. Por supuesto, existe una relación directa entre este pasaje del libro y la disposición del propio Fernando Pessoa a crear heterónimos. A propósito de esto, el propio autor definía a Soares, no como su heterónimo, sino como un “semiheterónimo porque no siendo su personalidad la mía, es no diferente de la mía, sino una mutilación de ella” (2005).
Ahora bien, el yo poético afirma que para crear ha tenido que destruirse a sí mismo, a su individualidad, a ese ser-uno que no le alcanzaba para expresar todas las sensaciones, todas las perspectivas y todos los sueños que convivían en él. En ese sentido, el yo poético se considera simplemente el contexto que posibilita que todas esas identidades que habitan en él se manifiesten.
Fragmento 449
Resumen
El yo poético dice que hay amarguras íntimas que no logramos distinguir sin son del alma o del cuerpo. En ese sentido, confiesa que el dolor por su propia existencia a veces se le presenta como una náusea que no logra descifrar si es de tedio o el anuncio de un vómito. Luego dice que hoy su alma está triste hasta el cuerpo, pero que esa tristeza no es definida ni indefinida. Estas expresiones, dice, tampoco traducen lo que siente, porque, en última instancia, nada puede traducir lo que una persona siente. Por eso, se conforma con dar apenas una impresión de lo que siente, esa mezcla de varias especies de “yo”.
Luego enumera una serie de deseos: vivir en países distantes, morir entre banderas desconocidas, ser aclamado emperador en otras eras; todas cuestiones vuelven ridículo aquello que el yo poético es. Así y todo, sentencia que siempre hay lo que hay y nunca lo que debería haber.
Hacia el final, habla de una calle llena de cajones que los cargadores van limpiando. El yo poético los observa desde la ventana de su oficina. En ese momento, lo que él siente —tedio, angustia, náusea— queda atado a esos cajones que los hombres cargan en los carros.
Análisis
En este fragmento 449, podemos apreciar el modo en que la prosa poética de Soares refleja, en buena medida, un modo de estar en la existencia. Soares se posiciona en la vida como un espectador que, por momentos, parece diluirse él mismo en la desolación, el hastío, la pesadez, el absurdo, el detalle ínfimo, la incertidumbre y el desfallecimiento. Así y todo, no renuncia a la vida. Aunque su desasosiego tiene un efecto demoledor tanto de los ideales como de los sistemas racionalistas (que Soares aplica en su vida, más allá de que busque también distanciarse de ellos), no se reduce a una mera pulsión por destituirlo todo. Es más, podemos observar cómo acepta su desasosiego desde la serenidad y la ironía, haciéndose cargo de la responsabilidad que supone mirarse a distancia. Esta distancia, a su vez, es lo que produce esa sensación de que su tristeza no sea definida ni indefinida; es decir, hace que la tristeza simplemente sea. En última instancia, todas las cosas son más allá de nuestro juicio de valores o interpretación.
Por otro lado, este fragmento refleja parte de la esencia de lo que es el Libro del desasosiego: un libro que propone poner de relieve la decadencia, insalvabilidad y disolución del yo moderno, producto de la crisis de los absolutos durante el periodo de entre siglos. En este libro también se exponen sus reflexiones respecto de los límites del lenguaje, la escritura, el pensar y la vigencia de la idea del sujeto racional cartesiano. La pérdida de la fe en tales conceptos centrales del pensamiento occidental lo lleva bien a abandonar la vida o a poetizar la condición abismada del hombre en su existencia. Se trata de un libro donde la mirada serena e irónica contempla con distancia el paso frenético de los preceptos morales de la acción y que conducen hacia el sinsentido del progreso.
Por último, esa imposibilidad de que algo traduzca lo que una persona siente es, en parte, la clave para entender no solo el desasosiego de Soares, sino también su irrefrenable pulsión de escritura. La voz poética dice conformarse con dar apenas una impresión de sus sentimientos, ya que no puede traducirlos fidedignamente. Esa impresión, siente Soares, solo la puede comunicar a través de sus textos. Dicho de otra forma, él no se siente parte del mundo moderno, pero, así y todo, tampoco puede dejar de comunicarlo, de reflejar la experiencia de su soledad en esta prosa poética que tiene, claramente, destinatarios: los eventuales lectores. En ese sentido, son varios los críticos que señalan que Soares (al igual que el propio Pessoa) convive en una tensión permanente y contradictoria respecto de un marcado rechazo al mundo que lo rodea y, al mismo tiempo, la necesidad de inscribirse dentro de ese mundo a través de su literatura para manfestar su disconformidad e, incluso, su soledad. En última instancia, Soares es consciente de que existe lo que existe, de que solo hay lo que hay y no lo que debería haber, y a partir de esa aceptación de la realidad y cierto grado de nostalgia respecto de lo que podría ser y no es construye su obra.