Ven a sentarte conmigo, Lidia
Resumen
El yo poético le dice a Lidia que vaya a sentarse con él a la orilla del río. Le pide que contemplen juntos el curso del agua para aprender que la vida, como el río, pasa. Luego, le exige que entrelacen sus manos. Así, tomados de la mano, insiste con la idea de que piensen juntos cómo la vida pasa y no deja nada ni regresa. Acto seguido invita a Lidia a que se suelten las manos, ya que no vale la pena cansarse si ellos también pasan como el río. Es mejor pasar silenciosamente, sin pasiones. Podrían, dice, darse besos y abrazos, pero asegura que es mejor estar el uno junto al otro, oyendo y viendo correr el río. Le pide que tome algunas flores y las ponga sobre su regazo, para que el perfume suavice el momento; ese momento en el que no creen en nada. Hacia el final del poema, el yo poético teoriza respecto de si él fuera una sombra y le dice a Lidia que, en ese caso, su recuerdo no la quemaría o heriría. Expresa la idea de que sin intercambio de besos y abrazos, nunca fueron más que niños. Ahora bien, en caso de que Lidia muera antes que él, el yo poético dice que él sufriría cada vez que la recuerde, pero ese recuerdo sería al mismo tiempo suave porque ella está a la orilla del río, pagana y triste, con flores en el regazo.
Análisis
En esta oda de Ricardo Reis, podemos apreciar una simbiosis de varios tópicos literarios de larga tradición: vita flugen, la vida como río, que no para; el carpe diem; colligo, virgo, florem, aprovechar el momento presente; aurea mediocritas, el goce moderado de los placeres y saber encontrar un lugar en el mundo que no traiga problemas; beatus ille, la retirada a un medio natural alejado de los conflictos propios de la convivencia social en la ciudad. Estos temas, muy relacionados con una concepción filosófica de la vida estoica y epicúrea, son característicos del heterónimo Ricardo Reis.
Desde el punto de vista de la estructura, podemos decir que el poema se compone de versos libres, sin una medida regular ni rima, que se agrupan en estrofas de cuatro versos. El último de estos, aunque no en todas las estrofas, es un verso de pie quebrado, que mide más o menos la mitad de los tres anteriores. En este verso final se recoge de manera casi sentenciosa la idea principal de la estrofa.
Es interesante remarcar que Ricardo Reis escribe odas, una composición clásica suele tener un tono de alabanza; y en este caso en particular, por el tema, podemos decir que es una oda filosófica y amorosa. En ella anima a Lidia, su amada, a que vivan un amor contenido, mesurado, ya que cree que hay que disfrutar de los placeres de la vida de manera sobria para que no dejen secuelas o generen falsas expectativas que luego no puedan cumplirse derivando en mayor sufrimiento. Asimismo, cabe mencionar que, durante todo el poema, el yo poético utiliza formas verbales exhortativas, imperativos que tienen como finalidad dirigir a su amada hacia el fin que él persigue: justamente, esa forma de amor contenido. Ahora bien, ¿por qué el yo poético exhorta a su amada a vivir su amor de esa forma? Básicamente, porque si llevaran el sentimiento que lo une a un estado de plenitud amorosa, con el paso del tiempo ese amor se iría desgastando y dejaría un sabor amargo o decepcionante, lo cual produciría dolor. Es por eso que el poeta anima a la amada a disfrutar de la naturaleza, del momento y de su amor sin pensar en nada.
Otro rasgo característico de Ricardo Reis (y que comparte con el resto de los heterónimos de Pessoa) es su paganismo. La vida, para Reis, no viene regida por un Dios católico que decide cuándo llega el fin, sino de un destino, un poder sobrenatural ineludible que guía la vida, y que está, incluso, por encima de los dioses.
Asimismo, está claro que esta oda emana una atmósfera bucólica, rasgo que también podremos apreciar en otros poemas de Reis. Sin ir más lejos, el yo poético le pide a Lidia que arranque flores y se las coloque en su regazo para suavizar con su perfume el momento. Está claro que el yo poético busca permanentemente que su amada se conecte con el tiempo presente, con lo que está ocurriendo en ese instante, dejando de lado ese futuro impreciso en el que la única certeza que existe pareciera ser la muerte. En ese sentido, la ausencia de besos y abrazos, es decir, el amor en ese estado de inocencia infantil, hará que, llegado el momento de esa muerte, el sufrimiento no sea tan profundo.
Por último, vale la pena mencionar una de las tesis más aceptadas por los críticos especializados en Pessoa a propósito de esta decisión de no arriesgarse a llegar a la plenitud amorosa. Si bien es cierto que puede tratarse de un simple planteamiento estético, hay sobrados indicios de que también puede tratarse del reflejo de una experiencia personal. Pessoa, entregado a su obra, evitó —por decisión o por incapacidad— cualquier relación que le apartara de su objetivo, el de escribir, ya que eso podía distraerlo de su verdadera pasión. Esta tesis se ampara, por un lado, en una vocación que el propio Pessoa expresa desde muy joven y que es la de dedicar su vida a la literatura. Pero además, también debemos tener en cuenta que se presume que Pessoa solo tuvo una relación amorosa con una mujer, Ophelia Queiroz. Con ella salió apenas nueve meses y solo intercambió un par de cartas, muchas de ellas firmadas por su heterónimo Alberto Caeiro. Finalmente la abandonó con el pretexto de que él no estaba en condiciones de ofrecerle lo que ella se merecía.
Temo, Lidia, el destino. Nada es cierto
Resumen
El yo poético le dice a Lidia que le teme al destino y luego afirma que nada es cierto, en cualquier momento les puede suceder algo que lo cambie todo. Acto seguido, reflexiona sobre lo extraño que resulta moverse por fuera de lo conocido. Reconoce que ni él ni Lidia son dioses; ciegos como son, deben recelar y anteponer esa parca vida que les dieron a la novedad; es decir, el abismo.
Análisis
Uno de los ideales de Ricardo Reis, que aparece reflejado en varios de sus poemas, es que las personas no son dueñas de su destino ni pueden siquiera alterarlo. Por lo tanto, solo queda aprovechar el momento con serenidad (carpe diem) e intentar ser feliz. Reis y Lidia, como todos los hombres y las mujeres, son ciegos, no tienen la posibilidad de prever qué ocurrirá ni siquiera en el futuro más inmediato. Como dice el propio Ricardo Reis, en cualquier momento les puede suceder algo que lo cambie todo, y ese abismo que se encuentra en un punto cualquiera del futuro los obliga a concentrarse en el presente que es, en definitiva, lo único que en verdad poseen.
En este punto, vale mencionar que en este poema de Reis podemos apreciar el epicureísmo que lo caracteriza. Es decir, esa búsqueda de la felicidad sobria, sin emociones excesivas; una felicidad que se sustenta en la ausencia de preocupaciones (ataraxia). El yo poético invita a Lidia a disfrutar del presente y darle prioridad por sobre esa novedad que es el futuro, al cual asemeja a la figura del abismo. Después de todo, ¿qué sentido tendría preocuparse por algo que todavía no existe?
Por otro lado, al decir que ni él ni Lidia son dioses, el yo poético simplemente está enunciando una verdad objetiva a partir de la cual puede construir una felicidad real; efímera, sí, pero como todo lo que existe y se enfrenta a ese futuro abismal que está agazapado en cualquier punto por delante del presente en el que se encuentran.
No quieras, Lidia, edificar en el espacio
Resumen
El yo poético comienza esta oda pidiéndole a Lidia que no edifique en el espacio en el que ella figura como futuro, que no se prometa un mañana. Luego le exige que se cumpla a ella misma en el día presente, no esperando, ya que ella misma es su vida. Insiste en pedirle que no se destine porque ella no es futura. Acto seguido, le pregunta quién sabe si entre esa copa que vacía y la misma copa de nuevo llena la suerte no le interpondrá el abismo.
Análisis
Siguiendo la línea del poema anterior, el yo poético le pide a Lidia que no construya ninguna expectativa respecto de sí misma en ese futuro que no solo todavía no existe, sino que es ingobernable. Vuelve a poner énfasis en que se concentre, que se desarrolle, en ese día presente, ya que es lo único cierto que tiene. En ese sentido, el presente es el total de su vida, la única existencia realmente posible. Así las cosas, resurge el tema del carpe diem, esa necesidad de aprovechar el momento como única base objetivamente cierta de la existencia.
Por otro lado, el yo poético vuelve a plantear el futuro en términos de abismo. Por supuesto, ese futuro-abismo puede hacer referencia a la muerte, aunque también podemos interpretar que es simplemente una forma de representar esa dimensión de lo que todavía no existe. Así, el abismo puede derivar en cualquier cosa, incluso, desde ya, en la muerte. Ahora bien, como mencionábamos anteriormente, ese destino incierto del que las personas son rehenes no debería ser una interferencia para que puedan habitar el presente y tratar de ser felices en él, de una forma medida, tratando de evitar esas preocupaciones innecesarias vinculadas con circunstancias que no controlan y que se encuentran, justamente, en ese futuro-abismo.
Por último, el yo poético propone una reflexión sobre el tiempo utilizando como puntos de anclaje la copa de vino vacía que Lidia tiene en su mano y esa misma copa después de que ella la haya llenado. Aquí podemos apreciar —igual que en el poema siguiente— la presencia de un elemento típicamente dionisíaco —esto es: relativo a Dionisio, dios del vino y la fertilidad— como lo es el vino y que también guarda relación con el epicureísmo al que suscribe Reis. El filósofo griego Epicuro era un hedonista, alguien que creía que el placer era el único objetivo intrínseco del ser humano. Así y todo, esta búsqueda del placer no era desmedida; si bien se valía de elementos dionisíacos como el vino, tendía a administrarlos de una forma sensata y consciente. Al mismo tiempo, esa búsqueda del placer modesto que plantea el epicureísmo se basa principalmente en dos cuestiones: la ataraxia, es decir, la ausencia de miedo o de preocupaciones, y la aponia, o sea, la ausencia de dolor físico. Estos lineamientos generales del epicureísmo están presentes en prácticamente toda la poesía de Reis.
Bocas moradas de vino
Resumen
El yo poético propone una primera estrofa meramente descriptiva: bocas moradas de vino, frentes blancas bajo rosas, antebrazos desnudos y blancos sobre la mesa. Así, le explica a Lidia, es el cuadro en que ellos quedan mudos, eternamente inscritos en la conciencia de los dioses. Luego reflexiona que prefiere eso antes que esa vida llena de polvo negro que viven los hombres. Concluye diciendo que los dioses solo socorren con su ejemplo a quienes no pretenden más que ir en el río de las cosas.
Análisis
Como mencionábamos en el análisis del poema anterior, Ricardo Reis simpatiza con el epicureísmo. Esta corriente filosófica se basa, en parte, en una forma hedonista de concebir la existencia humana. En ese sentido, la imagen que abre el poema, las bocas moradas de vino, constituye una escena que podemos relacionar con lo dionisíaco y que se encuentra ligada a esa idea de hedonismo. Ahora bien, el yo poético detalla aún más la escena y plantea una situación más bien simple: él y Lidia sentados en una mesa, entregados con naturalidad a una situación que bien podemos definir como común, pero que, al mismo tiempo, se plantea como de suma relevancia hasta el punto de considerarla una escena que quedará inscrita en la conciencia de los dioses. ¿Por qué? Porque, en ella, Lidia y él están entregados a la fluidez del momento, sin preocuparse en absoluto por el futuro-abismo que los acecha.
Por otro lado, Reis también plantea una diferencia sustancial entre ellos y otras personas: los hombres viven una vida llena de polvo negro, de expectativas respecto de sí mismos y de una infértil búsqueda de conciencia respecto de sus actos. En ese sentido, los dioses, dice, benefician a quienes se entregan con naturalidad al presente, la única dimensión de lo real que existe. Ese dejarse llevar por el “río de las cosas”, ese libre fluir de los actos sin pretensión de interpretaciones o búsqueda de sentido, lo hace vivir como viven los dioses, fuerzas, comparables a las de la naturaleza, que existen sin conciencia de sí. Como en muchos poemas de Reis, podemos observar la influencia de su maestro, Alberto Caeiro, en relación con la idea de que el hombre debe evitar el pensamiento y entregarse a una conexión profunda con su presente. Asimismo, Caeiro suele plantear escenarios bucólicos en los que priman los elementos de la naturaleza —el río es uno de ellos—, hecho que también, según la mayoría de los críticos, refleja la influencia de su maestro, el “único poeta de la naturaleza” (2005).