La identidad
La identidad es, sin duda, uno de los temas más importantes en la obra de Fernando Pessoa. Asimismo, está presente en la mayoría de los textos de sus heterónimos. Sin ir más lejos, la necesidad de crear estos heterónimos ya es un gesto más que elocuente respecto de la concepción de identidad que tiene el autor portugués. Está claro que Pessoa entiende la identidad como una composición de distintos fragmentos de identidades; está convencido de que en cada persona habitan muchas perspectivas de vida diferentes, que van brotando en función de las diversas experiencias y sentimientos que esa persona va transitando. En síntesis, lo que se desprende de la obra de Pessoa es que, para el autor, la identidad es un concepto imposible de conquistar, debido a que está en permanente cambio.
Ahora bien, ¿de qué forma Pessoa puede construir su identidad teniendo en cuenta la naturaleza fragmentaria e inestable de esta? Justamente, a través de su obra. En relación con esto, desde ya, debemos considerar parte de su obra a sus heterónimos, fragmentos de identidad que, a su vez, producen fragmentos poéticos. Dicho esto, es el propio Soares quien admite haber creado para su vida una orientación estética, y esa estética, a su vez, la ha orientado hacia lo puramente individual.
En otro orden de cosas, este trabajo sobre la identidad que propone Pessoa fija una posición bastante clara respecto al tema: el hecho de identificar en nosotros mismos algún tipo de esencias absolutas y perdurables en el tiempo puede resultar tan fácil o tan difícil como creer en ellas, pero, en todo caso, serán falsas. En definitiva, estas no son más que un espejismo de unidad que no responde en absoluto a esa esencia fragmentaria y mutable de la identidad.
Por último, cabe señalar que la creación heteronímica de Pessoa no es otra cosa que una búsqueda desde el imaginario que está condenada al fracaso en su aspiración de completud, de todos esos “yoes” posibles, de esas fuentes inacabables de identificaciones que nunca se cristalizan en identidad.
El sentido de la existencia
Así como afirmamos que la identidad de Pessoa es múltiple, también son múltiples sus postulaciones respecto del sentido de la existencia. Por supuesto, estas múltiples expresiones las realiza a través de sus heterónimos, quienes poseen una concepción propia respecto del tema. Pessoa busca vivirlo y sentirlo todo a través de sus máscaras, sus heterónimos, pero, paradójicamente, eso lo conduce hacia la nada. Dicho de otro modo, gran parte de la obra del autor portugués oscila, justamente, entre un “todo” y una “nada”, una serie de contrarios que se yuxtaponen, que entran en conflicto permanentemente entre sí y nunca permiten alcanzar un sentido de la existencia más o menos estable.
Estos contrarios u opuestos están representados por el sentimiento y el pensamiento; es decir, la subjetividad y la objetividad, el yo y el principio de realidad. Ahora bien, en esta puja, el corazón trata de sentir todo exento de raciocinio, mientras que la razón intenta pensarlo todo sin la contaminación del sentimiento. Así las cosas, podríamos decir que el sentir es una forma de conexión, de ligadura; mientras que el pensar es una forma de abstracción, de desligarse. En este juego de fuerzas, podemos apreciar la oscilación que existe en Pessoa entre el sensacionismo —que hace foco en las sensaciones y percepciones físicas— y la metafísica —que busca ir más allá de lo que se puede aprehender empíricamente— para tratar de comprender la realidad en su totalidad, desde una perspectiva más profunda y abstracta (para más información respecto a este primer aspecto, visitar “Otro: El sensacionismo en Fernando Pessoa”).
Por otro lado, en la obra de Pessoa y sus heterónimos, podemos apreciar el modo en que el autor plantea de una forma muy clara la problemática moderna del sentido de la existencia a través, justamente, del cuestionamiento existencial del sentido. En relación con esto, Soares plantea, en el Libro del desasosiego, que es el arte el que nos libra del sinsentido de la existencia, generándonos la ilusión de que a través de él podemos extraer aunque sea una mínima porción de su esencia. Dicho de otro modo, Pessoa busca el sentido de la existencia en la sublimación de la realidad a través del arte, en la persecución de esa aura, del perfume, del sabor, de la musicalidad de la realidad; en síntesis, de las sensaciones que produce la existencia.
En conclusión, podemos afirmar que, para Pessoa, el sentido de la existencia es simbólico, ya que es simbólica la existencia del sentido.
La soledad
Pessoa aborda el tema de la soledad a través de sus distintos heterónimos, aunque quizás sea Bernardo Soares quien lo expone de una forma más íntima y reflexiva. Como hemos analizado anteriormente en relación con el tema del sentido de la existencia, buena parte del trabajo de introspección que realiza Pessoa en su obra está determinado por una puja o, incluso, yuxtaposición entre contrarios u opuestos. Con el tema de la soledad ocurre lo mismo: encontraremos en varios poemas y fragmentos de prosa poética del autor la fascinación y el padecimiento que esta le produce al poeta. Sin ir más lejos, el propio Soares expresa que la libertad es la posibilidad de mantenerse aislado y que si una persona no puede vivir sola, significa que nació esclava. Al mismo tiempo, también se refiere a que hay momentos que se siente más a él mismo en esa soledad que a las cosas externas, cuando todo se convierte en una opresora noche de lluvia.
Ahora bien, está claro que para Pessoa la soledad es tan necesaria como angustiante. Así y todo, en buena medida, podemos decir que esa angustia funciona como fuerza motriz de su poesía. Pessoa reniega de la sociedad moderna, no se siente parte de ella y, hasta cierto punto, es consciente de que si logra integrarse a ella, su sensación de soledad y angustia sería definitivamente peor; sería más profunda y atentaría contra su escritura. Por eso decide aislarse, habitar la dimensión de la poesía, de la literatura. Tanto Pessoa como sus heterónimos son hombres solos por elección: desean un espacio íntimo, personal, desde el cual poder contemplar el mundo sin la corrupción de la subjetividad ni la interferencia de las perspectivas de los demás; un espacio desde el cual escribir.
Por otro lado, para Pessoa su elección de la soledad también implica sacrificar la posibilidad de una relación amorosa. A propósito de esto, es sabido que nunca logró establecer una relación con una mujer; y esto puede entenderse desde la concepción que tiene el autor portugués sobre el amor: amar, para Pessoa, es cansarse de estar solo, y eso implica una cobardía y una traición hacia uno mismo. Pessoa le escribía a Ophélia Queiroz, la única mujer con la que aparentemente intentó mantener una relación amorosa, cartas que firmaba con el nombre de sus heterónimos. Esto no solo desconcertaba a la mujer, sino que al mismo tiempo da cuenta de que la soledad del autor estaba compuesta por la soledad individual de cada uno de esos heterónimos. En este punto, cabe preguntarse si esa sumatoria de soledades profundizaba la angustia de Pessoa o si, por el contrario, la disminuía al hacerlo sentirse acompañado, aunque fuera, por sus heterónimos.
La modernidad
A través de su obra, Pessoa refleja una postura crítica hacia la modernidad. Este movimiento social surge en el siglo XV en Europa a raíz de ciertos fenómenos históricos como la Conquista de América, el desarrollo de la imprenta, la Reforma protestante, el Renacimiento y la revolución científica. La modernidad antepone la razón por sobre la religión y, mediante la intervención del Estado, busca garantizar y proteger las libertades y derechos de las personas, estableciendo la lógica y la razón como pilares fundamentales, dejando atrás aquellos valores tradicionales impuestos de manera arbitraria.
A través de sus diferentes heterónimos, Pessoa reflexiona sobre cómo y cuánto la modernidad ha aturdido a las personas. Esta enajenación producto de los cambios efectuados en nombre del progreso es, en parte, lo que aleja a Pessoa de la sociedad y por lo que prefiere estar solo, incluso viviendo momentos de angustia o aburrimiento.
En esa modernidad donde los dioses están muertos y el destino es mudo, el hombre deambula por su existencia, huérfano de sentido, dejándose hipnotizar por estímulos superficiales que lo alejan cada vez más de la esencia de las cosas y lo sumen en un profundo estado de enajenación. En ese sentido, está claro que Pessoa mantiene una mirada escéptica respecto del progreso que supuestamente trae la modernidad.
Ahora bien, en este punto, es importante recordar que Fernando Pessoa se autoproclama el Supra-Camões (es decir, una suerte de mesías de la literatura portuguesa) llamado a inaugurar una nueva época del Quinto Imperio que habría de completar el regreso de los dioses y adoptaría la forma política de una república aristocrática gobernada por la oligarquía de los mejores. Este Quinto Imperio surge de una profecía mesiánica de raíces sebastianistas esbozada por el escritor jesuita portugués António Vieira en el siglo XVII, quien sostenía que Portugal estaba destinado por Dios a regir un imperio cultural que sucedería a los cuatro anteriores: el egipcio, el asirio, el persa y el romano.
En relación con esto, es evidente que Pessoa tiene una concepción tradicionalista de lo que debería ser la realidad de Portugal: se trata de un renacimiento de valores culturales y políticos perdidos que la modernidad amenaza con sepultar para siempre.
La naturaleza
Si bien el tema de la naturaleza está más presente en la obra de Alberto Caeiro (quien se define como el único poeta de la naturaleza), también podemos verlo reflejado en el resto de los heterónimos. En todo caso, Pessoa expresa a través de ellos que para que el hombre pueda ser feliz es fundamental que establezca un contacto profundo, una comunión genuina con la naturaleza, y esto solo puede lograrlo siendo natural. Al mismo tiempo, ser natural implica ser como la naturaleza: ella se construye con la sucesión de días de sol y de lluvia, del día y de la noche. En ese sentido, por analogía, el hombre será fruto de la sumatoria de momentos felices y tristes. Ese proceso de acercamiento hombre-naturaleza hace que la dualidad natural pase a formar parte de la idiosincrasia humana.
Por otro lado, existe también en esa comunión necesaria con la naturaleza un síntoma de libertad. En relación con esto, la mirada del hombre debería ser como la naturaleza, sin cuestionamientos ni subjetividades. Dicho de otra forma, si el hombre logra mirar con ojos de naturaleza el mundo, será como ella y no le importará por qué es ni para qué es. En esta aceptación incondicional de su existencia radicará su libertad.
Existe entonces el deseo y la necesidad de que el hombre se fusione con esa naturaleza que lo rodea. Pessoa lo anhela, lo cultiva en su obra, y quizás por eso Alberto Caeiro, el que más y mejor habla de esta necesidad, haya sido el maestro del resto de los heterónimos, incluso del ortónimo del propio Pessoa. En síntesis, la naturaleza funciona para el poeta portugués como un punto de referencia, una suerte de reverberación de pura existencia que, a su vez, debería funcionar como un espejo, ya que el ser humano no es más que eso, y cuando pretende ser más, se aleja de la esencia de las cosas.
El aburrimiento
El tema del aburrimiento está presente en la mayoría de los poemas de los heterónimos de Pessoa trabajados en la presente guía. Más allá de que en el inconsciente colectivo sea un término con una connotación más bien negativa, en la obra del autor portugués adquiere matices introspectivos. Sin ir más lejos, Pessoa habla del aburrimiento como si la persona estuviera borracha de la nada; es decir, profundamente inmerso en ese vacío de sentido que conlleva la existencia. Ahora bien, como hemos visto en el análisis del tema “El sentido de la existencia”, esta ausencia de propósito no es necesariamente negativa; dicho mal y pronto, es lo que es, y las personas debemos aceptarlo y entregarnos a esa existencia inmotivada.
Así, en varios poemas los heterónimos de Pessoa confiesan ser rehenes del aburrimiento. Pero este aburrimiento está relacionado con el malestar implícito que conlleva el hecho de estar viviendo en un mundo que no ofrece un sentido claro a nuestras existencias. Así y todo, este tedio no les impide escribir. Incluso manifestándose físicamente, como cuando expresa sentir cansancio o náuseas, Pessoa sigue escribiendo casi como una forma de combatir el aburrimiento. Esta cruzada contra el tedio consigue, a su vez, extraer una mínima porción esencial de esa realidad de existencia.
Paradójicamente, el mismo Pessoa desliza la idea de que todo le produce tedio menos el tedio. También define al aburrimiento como la falta de una mitología y la pérdida, en el alma, de su capacidad de engañarse. En síntesis, está claro que Pessoa abraza al aburrimiento y, aunque por momentos lo padece, lo utiliza como una fuente de creación poética, un estado de profunda reflexión. En definitiva: la consecuencia natural de haber sido arrojados a un mundo en el que las cosas simplemente son, sin pretensiones de trascendencia más que su propio existir.
La nostalgia del pasado
Como ya hemos analizado en el tema “La modernidad”, a Pessoa se le vuelve imposible sentirse parte de la sociedad moderna. Se aísla en sus escritos y, desde allí, se dedica a contemplar, a ser un mero espectador de un mundo en el que no encaja. Ahora bien, este rechazo a su tiempo se basa, en buena medida, en la nostalgia que siente por un pasado que recuerda de forma idealizada. Dicho de otro modo, la modernidad ha renovado ciertos paradigmas con los que Pessoa no logra comulgar. A su vez, en este proceso, los viejos paradigmas que formaron al autor portugués han quedado sepultados bajo el ímpetu del progreso de la modernidad. En este contexto, Pessoa refleja esa nostalgia por el pasado, esa “saudade” por los tiempos de su infancia; tiempos en los que la existencia tenía una conexión mayor con la esencia de las cosas.
Ahora bien, en “Lisbon revisited”, el poeta revisita su Lisboa natal y no la reconoce. La nostalgia del pasado se refleja aquí no solo en que la ciudad ha cambiado, producto de la modernidad, sino también en que el poeta ya no se ve reflejado en ella. La ciudad ha cambiado tanto que es ya otra ciudad, una que ya no lo contiene y en la que se siente poco más que un extranjero. Así las cosas, podemos decir que en la obra de Pessoa existe una tensión constante entre ese pasado idílico y esa modernidad presente que lo ha trastocado todo.
Hasta cierto punto, la obra de Pessoa representa el fin de la ilusión humanista; esa que todavía insistía en sostener la misma moral y las mismas ilusiones y valores, incluso después de la caída del escenario en el que estos valores se sostenían. Asimismo, esa nostalgia por el pasado, que emanan varios de los poemas de Pessoa, también podemos entenderla como parte del caos de espíritu al que fue lanzado el hombre moderno. En síntesis, podemos decir que Pessoa crea una poética de la depresión absoluta que asoló la cultura de occidente desde mediados del siglo XIX hasta principios del siglo XX.