Con el mentón caído sobre la mano ruda
el Pensador se acuerda de que es carne de la huesa
carne fatal, delante del destino desnuda,
carne que odia la muerte, y tembló de belleza.
El culturalismo, término que alude al uso constante de referencias culturales y palabras propias de un léxico refinado, es una de las características del modernismo latinoamericano que tiene una gran presencia en el primer poemario de Mistral, Desolación.
El poema citado está enteramente constituido a partir de una referencia cultural. El pensador es una de las esculturas más famosas de Auguste Rodin. Consiste en la figura de un hombre que se encuentra en posición de reflexión profunda con el mentón apoyado sobre el dorso de su mano. En “El pensador de Rodin”, Gabriela Mistral da a entender que el pensador está cavilando sobre su muerte. Conocer la referencia cultural es fundamental para poder apreciar y comprender el poema en profundidad.
Si yo te odiara, mi odio te daría
en las palabras, rotundo y seguro;
¡pero te amo y mi amor no se confía
a este hablar de los hombres, tan oscuro!
Este poema pertenece a la sección “Dolor” de Desolación. El yo lírico expresa, precisamente, su dolor por amar a un hombre que, por su insensibilidad masculina, no es permeable a sentir dicho amor. Se lamenta entonces por no poder odiar a ese hombre. Cree que si pudiera odiarlo y transmitirle dicho odio a través de duras palabras, a las que denomina “alaridos” (p. 148), él al menos sentiría algo.
El modernismo latinoamericano en el que se inscribe Desolación es una confluencia de distintas corrientes literarias, de las cuales una es el romanticismo. Así, la esencia de muchos de los poemas de este primer poemario es romántica: la demostración trágica de los sentimientos (sobre todo del amor), la exaltación de la fantasía y la imaginación, la atracción por la muerte y la soledad, y la idea de que la belleza se halla ligada a lo terrible son algunas de las características de dicho movimiento que fueron heredadas por el modernismo latinoamericano; algo que fácilmente puede rastrearse en este poema de Mistral y en muchos otros del libro.
Dejaron un pan en la mesa,
mitad quemado, mitad blanco
(…)
Huele a mi madre cuando dio su leche,
huele a tres valles por donde he pasado:
a Aconcagua, a Pátzcuaro, a Elqui,
y a mis entrañas cuando yo canto.
En la filosofía teosófica, se denomina “tala” a la esencia y naturaleza íntima de las cosas. Es importante destacar que, en varios momentos de su vida, Mistral tuvo acercamientos con la teosofía. El fundamento principal de esta doctrina religiosa radica en la creencia de que los espíritus superiores pueden conocer a Dios de manera intuitiva, ya que este se encuentra en todas las cosas. De acuerdo a esta acepción de “tala”, el título del tercer poemario de Mistral se relacionaría con el acto de descubrir, a través de la poesía, la sacralidad en cada elemento de la realidad cotidiana.
En el poema citado, perteneciente a la sección “Materias”, el yo lírico encuentra en el pan diferentes emociones y recuerdos. El pan no se presenta solamente como un alimento, sino como un elemento esencial en el que se concentra la totalidad de las cosas.
Perdí cordilleras
en donde dormí;
perdí huertos de oro
dulces de vivir;
perdí yo las islas
de caña y añil.
En Tala, la fertilidad de la naturaleza (tan celebrada en Ternura) es reemplazada por la esterilidad de la tierra. Como vemos en los versos citados, ya no hay flores ni frutas en el ‘país de la ausencia’. Tenemos, ahora, a un yo lírico despojado que versa nostálgico bajo un cielo que ha perdido su color. Su posibilidad de encontrar plenitud en la naturaleza le ha sido definitivamente arrebatada.
Que el niño mío
así se me queda.
No mamó mi leche
para que creciera.
La maternidad es uno de los temas fundamentales de la obra de Mistral. En el poemario Ternura, esta aparece usualmente ligada a la felicidad y la dicha. Sin embargo, en la sección “La desvariadora”, la idea del hijo como un milagro puro, que le da sentido a la vida, es presentada con cierta distancia crítica.
Tal como se ve en estos versos, en “Que no crezca” aparecen madres que han perdido la cordura (de allí el título de la sección) por un exceso de amor y protección hacia sus hijos. En estos poemas, Mistral pareciera establecer un límite a lo que prodiga su propia poesía, al advertir que el amor abnegado hacia los hijos también puede conducir a la enajenación.
Para que lo halle, si ahora entra,
el pan dejemos hasta mañana;
el fuego ardiendo marque la puerta,
que el indio quechua nunca cerraba,
y miremos comer al hambre,
para dormir con cuerpo y alma.
El tema de lo indígena tiene una importancia fundamental en la poesía de Gabriela Mistral. Sus versos constantemente señalan las desigualdades que sufren las personas de los pueblos originarios, mientras destacan el espíritu solidario y la comunión con la naturaleza que los caracterizan. En los versos citados, por ejemplo, el yo lírico da a entender que es incorrecto comer pan mientras otros carecen de alimento, aludiendo de ese modo a los quechuas, pueblo nativo de gran parte de América del Sur. Según el yo lírico, los quechuas, cuando no están hundidos en la pobreza, tienen la solidaria costumbre de dejar la puerta abierta para compartir sus alimentos.
Una en mí maté:
yo no la amaba.Era la flor llameando
del cactus de montaña;
era aridez y fuego;
nunca se refrescaba.
En el poema prologal de Lagar, Mistral da a entender que aquella voz impulsiva y dramática que caracterizó en gran parte a su poesía anterior ya no existe más. La autora se posiciona desde un lugar maduro en el que el dolor que siempre la acompañó sigue existiendo, pero ya no despierta la ira —su voz ya no es una “flor llameando” (p. 213)— sino que es aceptado con resignación.
Siento el calor que da su cara
—ladrillo ardiendo— contra mi puerta.
Pruebo una dicha que no sabía:
sufro de viva, muero de alerta,
¡y en este trance de agonía
se van mis fuerzas con sus fuerzas!
En la sección “Locas mujeres”, de Lagar, la locura femenina no se presenta como algo negativo, sino como un signo de libertad, como aquella parte libre de las mujeres que la sociedad no comprende o tolera y entonces decide llamar “locura”. Dentro de esta sección aparecen una serie de poemas en los que la autora explora el erotismo y el goce femenino. En la cita, por ejemplo, la “puerta” metaforiza la genitalidad de la narradora, quien siente un intenso orgasmo mientras recibe sexo oral.
Mira el maitén, míralo,
diaguita labios sedientos.
En el verdor él es mozo,
en lo amparador, abuelo.
Él entrega su verdor
como cascada en despeño
y en la siesta vale más
que alerce y que piñonero.
Lo indígena, la infancia y la importancia de la educación son tres temas que atraviesan toda la obra de Mistral. En Poema de Chile, la autora unifica estos temas a través de la figura del niño indio. Este se caracteriza por ser inocente, bondadoso y tener una conexión esencial con la naturaleza que lo rodea. A su vez, la voz que viaja con él le transmite sus conocimientos, lo educa tanto en cuestiones de la vida sentimental como de la naturaleza. En el ejemplo aquí citado, la voz le explica poéticamente al niño diaguita cuáles son las virtudes de los maitenes, árboles típicos del territorio cordillerano.
¿Te das cuenta? ¡Entiende, mira!
Es que reparten la tierra
a los Juanes, a los Pedros.
¡Ve correr a las mujeres!
En Poema de Chile, Mistral no solo le dedica poemas a la flora y la fauna de su país nativo, sino también a los hombres y mujeres que habitan el territorio. Mistral versa sobre los cosecheros, los mineros, los pescadores, los artesanos y los tejedores, entre otros. Además de homenajear a los trabajadores, la autora dedica varios poemas a tratar problemáticas sociales. En los versos aquí citados, por ejemplo, celebra el hecho de que los campesinos, esos “Juanes” y “Pedros”, reciban tierras para cosechar.