Resumen
Publicado en Barcelona en 1967, diez años después del fallecimiento de la autora, Poema de Chile es un poemario póstumo de Gabriela Mistral. Está compuesto por setenta y siete poemas que Gabriela Mistral escribió a lo largo de dos décadas y que, al momento de su muerte, quedaron dispersos y, algunos de ellos, inconclusos. La encargada de reunir los textos y darles un orden fue Doris Dana, escritora norteamericana que vivió con Mistral durante sus últimos años de vida y fue nombrada su “albacea”, la persona encargada de hacer cumplir sus deseos y proteger su legado.
En esta obra, Mistral realiza un viaje poético a través de su país, versa sobre diferentes territorios de Chile, la idiosincrasia de sus habitantes, la flora y la fauna. La métrica y la rima de los poemas varían a lo largo de la obra.
Algunos de los poemas de la obra más destacados por la crítica y los lectores son: “Tordos”, “Hallazgo”, “Animales”, “El maitén”, “Reparto de tierra” y “La remembranza”. En “Tordos”, el yo lírico describe el canto de esta ave típica de Chile. En “Hallazgo”, una voz poética que se puede identificar a la de la autora reflexiona sobre el viaje poético que ha realizado a través de su obra. En “Animales”, el yo lírico le enseña cosas sobre la naturaleza a un niño diaguita con el que viaja. En “El maitén”, la voz dialoga con el niño diaguita en relación con las virtudes del maitén, un árbol típico del territorio andino. En “Reparto de tierra”, el yo lírico celebra que los campesinos estén recibiendo tierras para poder labrar. En “La remembranza”, el yo lírico reflexiona sobre los recuerdos que tiene de su patria natal.
Análisis
Durante las últimas dos décadas de su vida, Mistral se abocó a la tarea de encontrar, a través de la poesía, la esencia de su país. Poema de Chile es un recorrido de norte a sur por el país trasandino. En ese recorrido, la autora dedica poemas a sus ríos, su cordillera, su desierto, su mar, sus valles, sus plantas particulares, los animales y todo aquello que forma parte de la naturaleza de su tierra natal. Los habitantes de los pueblos originarios, los campesinos y los niños también tienen un lugar especial en Poema de Chile.
Según palabras de Doris Dana, albacea de la autora y compiladora de esta obra póstuma, para Mistral, escribir los poemas que conforman este poemario “no fue un afán literario, sino una necesidad vital” (“Al lector”, Tomo III, p. 31). Como hemos visto en el análisis de las secciones anteriores, en sus últimos poemarios Mistral expresa constantemente su nostalgia, la saudade por su país natal. Escribir estos poemas es para ella un modo de darle vida a aquello que ha perdido materialmente, pero siempre estuvo presente en su interior. Dice en el poema “Tordos”:
Yo me tengo lo perdido
y voy llevando mi infancia
como una flor preferida
que me perfuma la mano (Tomo III, p. 76).
Doris Dana afirma que una de las pocas indicaciones que dejó la autora acerca del orden de la obra consistió en colocar “Hallazgo” como primer poema. En este, la voz deja en claro que la intención de la obra será recorrer la tierra chilena, y luego presenta a uno de sus compañeros de viaje:
Vamos caminando juntos
así, en hermanos de cuento,
tú echando sombra de niño,
yo apenas sombra de helecho...
(…)
Vuélvete, pues, huemulillo,
y no te hagas compañero
de esta mujer que de loca
trueca y yerra los senderos (Tomo III, p. 36).
El huemul es un mamífero de la familia de los ciervos que habita solamente en la cordillera de los Andes de Chile. Es, por lo tanto, un animal que forma parte de esa esencia chilena que Mistral intenta capturar en este poemario. Dice la autora al respecto:
En tres librotes franceses e italianos persigo a mi huemul. No está. Solo aprendo la vida de los ciervos en general. Me gusta mucho leer ciencia: es la fiesta de mi vejez. Hago encargos: datos sobre el huemul. No he logrado nada científico de veras sobre el huemul. Costumbres y descripción del animal un poco minuciosa. Es el personaje central de ese poema mío. Y tengo librotes de zoología. Tratan solo los ciervos europeos. Y él es otra cosa (Tomo III, p. 24).
En esta cita aparece una preocupación que atraviesa la obra entera de Mistral: darle una descripción latinoamericana a Latinoamérica. Un huemul puede ser de la familia de los ciervos, pero no es un ciervo europeo. Es otra cosa.
El otro compañero de viaje de la voz que narra esta obra es un niño indio con el que dialoga en una gran cantidad de poemas:
—Óyeme, indito, oye. Mío:
nunca mates lo que es madre
que amamanta bajo el cielo,
da su leche y acarrea
semillas y comederos.—No mataré, pero, mama,
déjame ver el nidero.
¡Cosa nunca vista! (“Animales”, Tomo III, p. 63).
El indigenismo y la infancia son dos temas que atraviesan toda la obra de Mistral. Aquí, la figura del niño indio unifica ambos temas. El niño indio es inocente, bondadoso y tiene una conexión esencial con la naturaleza que lo rodea. La “mama” solo tiene la función de protegerlo y transmitirle sus conocimientos tanto de la vida como de la naturaleza. Aquí aparece, entonces, otro tópico de la obra (y la vida) de Mistral: la importancia de la educación. En el poema “El maitén”, el yo lírico dice:
Mira el maitén, míralo,
diaguita labios sedientos.
En el verdor él es mozo,
en lo amparador, abuelo.
Él entrega su verdor
como cascada en despeño
y en la siesta vale más
que alerce y que piñonero (Tomo III, p. 150).
En este poema, el yo lírico le enseña al niño indio las cualidades de los maitenes, árboles característicos del territorio andino. En estos versos, además, aparece un detalle fundamental: el niño indio es de la tribu de los diaguitas. Esta tribu se ubica en el noroeste de Argentina y en el norte chico de Chile. Cabe mencionar que tras siglos de opresión, tanto por parte del imperio incaico como de los conquistadores españoles y, luego, de los gobiernos nacionales, la tribu diaguita se encuentra muy disminuida. Según el último censo de la Argentina, son 67.000 los diaguitas que aún viven allí. En Chile, por su parte, se considera prácticamente desaparecido a este pueblo. La preservación de lo nativo es un tópico recurrente de la obra de Mistral, y no es casual, entonces, que un niño diaguita, un niño de una tribu sumamente diezmada, sea uno de los personajes principales de Poema de Chile.
En relación con la distribución de los poemas dentro de la obra, cabe destacar que este es el primer poemario que no aparece dividido en secciones. El criterio tomado por Doris Dana obedeció entonces al recorrido geográfico que realiza a lo largo de los poemas el yo lírico:
Solo sabíamos que el poema titulado “Hallazgo” iniciaría el libro, y que el titulado “Despedida” sería su final. El resto ofrecía varios problemas. El primero, establecer una sucesión de poemas que correspondiese con la geografía de Chile, puesto que la obra constituye un viaje de ella a lo largo de su país, de norte a sur (“Al lector”, Tomo III, p. 31).
En este recorrido, la voz no solo se detiene en la flora y la fauna, sino también en los hombres y mujeres que habitan el territorio. El homenaje a los trabajadores manuales y la preocupación por los problemas sociales, presentes también en otros poemarios de la autora, vuelven a aparecer aquí. Así, Mistral les dedica poemas a los cosecheros, los mineros, los pescadores, los artesanos y los tejedores, entre otros; todo mientras versa sobre su sueño de igualdad:
¿Te das cuenta? ¡Entiende, mira!
Es que reparten la tierra
a los Juanes, a los Pedros.
¡Ve correr a las mujeres! (“Reparto de tierra”, Tomo III, p. 172).
En suma, Poema de Chile se erige como un testimonio de la íntima y permanente relación que mantuvo Mistral con las raíces autóctonas de su país natal. Se trata de un manojo de recuerdos, emociones y sensaciones que nunca dejaron de estar presentes en su interior, que nunca dejó de buscar en sus versos:
Desde que me recuerdo en esta carne
y esta caña de sangre, yo te busco,
y desvariada voy por la memoria
que no me deja nunca, y que de aguda
la vigilia y el sueño me alancea (“La remembranza”, Tomo III, p. 463).