El aspecto físico de Rosario
Las descripciones que se hacen del personaje de Rosario Tijeras destacan particularmente sus atributos físicos. La primera vez que Antonio la ve se focaliza en “su piel canela, su pelo negro, sus dientes blancos, sus labios gruesos, y unos ojos que me tocó imaginar” (p.94). A lo largo de toda la novela, el narrador vuelve una y otra vez a estos atributos físicos, exhibiendo su fascinación pero también su deseo insaciable por ella. Hasta en el peor momento de la mujer, en plena agonía, él la sigue contemplando con ese deseo carnal: “Sus hombros descubiertos como casi siempre, sus camisetas diminutas y sus senos tan erguidos como el dedo que señalaba. Ahora se está muriendo, después de tanto esquivar la muerte” (p.11). En esta representación, la imagen de la mujer está construida a partir de una mirada que destaca su sensualidad y la hermosura. Al mismo tiempo, Rosario es consciente del efecto que genera en los hombres y utiliza ropa que acentúa sus dones. Por esto, el narrador destaca los bluyines apretados, las ombligueras y los hombros destapados de la mujer.
El amanecer
En la novela, el momento del amanecer ofrece la calma necesaria para esta espera agónica de Antonio. En estos momentos, hasta la temperatura cambia, generando un momento de malestar en el protagonista: “Un frío se me ha metido de pronto al cuerpo, me he arropado con mis brazos” (p.83). En el amanecer, el protagonista observa el paisaje que lo rodea: los cerros de Medellín, la niebla que augura algún aguacero: "Por la ventana, una niebla madrugadora nos deja sin montañas, borra el pesebre y los barrios altos de Rosario…” (p.128). En este punto, el amanecer es el momento ideal de intimidad para que Antonio pueda reflexionar y recordar todas las aventuras de su vida junto con Rosario.
El aspecto fisico de los sicarios
La novela pone en evidencia el encuentro entre dos realidades sociales opuestas. Por un lado, Antonio y Emilio, provenientes de una clase social alta, y, por el otro lado, el mundo de Rosario y sus amigos, vinculados con una clase social baja y marginal. Al involucrarse con estos personajes, el narrador describe su estética particular: “Tenían el pelo rapado pero arriba de la nuca les salían unas colas disparejas y largas, usaban unas camisetas tres tallas más grandes que les llegaban un poco más arriba de la rodilla, los bluyines eran pegados al cuerpo, «botatubo», y abajo uno se encontraba con un par de tenis de dos pisos, con luces fluorescentes y rayas de neón” (p.68). Estas imágenes dan cuenta de los códigos visuales que sostienen los sicarios, dueños de indumentarias y peinados que los distinguen del resto de los personajes.
La ciudad de Medellín
En la novela, el narrador describe a Medellín como un espacio encerrado entre montañas. Esta representación metafórica da cuenta del carácter asfixiante que tiene la ciudad sobre sus habitantes: "siempre se sueña con lo que hay detrás de las montañas aunque nos cueste desarraigarnos de este hueco; es una relación de amor y odio, con sentimientos más por una mujer que por una ciudad." (p.115).
Si bien Medellín genera esta opresión en los tres protagonistas de la novela, cada uno vive la ciudad de una manera particular. Por una parte, el narrador de la novela, Antonio, es incapaz de reconocer como parte de su misma ciudad ciertos escenarios. Algunos lugares le son totalmente ajenos, y se encarga de hacerlo notar: "Rosario me acercó a la otra ciudad, la de las lucecitas" (p.48). Esta idea da cuenta de la división que vive Medellín, en donde cada clase social habita un espacio que le es desconocido a todo aquel que no pertenece a ese estrato socioeconómico.