Resumen
Capítulo 4
El narrador sigue en el hospital de Medellín, esperando novedades de Rosario. Recuerda que la mujer fue quien le enseñó otra cara de la ciudad, desconocida para él, a la que ella llama la comuna. Rosario proviene de uno de estos asentamientos que se encuentran en las montañas que rodean el centro de Medellín.
El narrador comenta que la primera vez que fue al departamento de la muchacha fue el día en que Rosario se enteró de que Johnefe había muerto. Inmediatamente, la mujer llamó al narrador para pedirle que la acompañara y que no le dijera nada a Emilio. A pesar de que Antonio veía esto como una traición, cumplió con el deseo de Rosario.
Se encontró con la muchacha descompuesta del llanto y la angustia y la que tuvo que ayudar a subir al auto porque no podía sostenerse en pie. Al llegar al barrio, la mujer se bajó del coche y siguió sola. El narrador recuerda que verla sufrir lo llenaba de tristeza, ya que él siempre intentó que ella fuera feliz.
En el hospital, es decir, de regreso en el presente de la narración, Antonio le pregunta a la enfermera si hay novedades de Rosario, pero todavía no se sabe nada.
Luego el narrador continúa recordando: a la semana de la muerte de Johnefe, Rosario lo llamó para comentarle que iba a estar fuera unos días y quería que le mintiera a Emilio diciéndole que se iba a Bogotá con su mamá. Esto enloqueció a Emilio, que juró que iba a terminar su relación con Rosario, harto ya de que ella jamás le consultara nada, que le contara sus planes al narrador y no a él. Antonio reflexiona al respecto, y comenta que mientras que Rosario le entregó su cuerpo a Emilio, a él le tocó el alma de ella.
Un mes después de la llamada, Rosario reapareció gorda y muy acelerada. El narrador, preocupado por sus desapariciones, la veía muy rara. La mujer comenzó a llorar y le aclaró que iba a seguir engordando, ya que nada le importaba luego de la muerte de Johnefe. Finalmente, abrazó al narrador.
Capítulo 5
El narrador recuerda cuando Emilio le propuso matrimonio a Rosario. En el momento en que la muchacha le respondió que no lo haría, Antonio sintió alivio. A pesar de saber que las intenciones de su amigo con Rosario eran genuinas, sabía que también era una forma de rebelión, ya que la familia de Emilio estaba en contra de la relación y lo venía presionando fuertemente para que dejara a Rosario. Esto se debía a que pertenecían a las clases más acomodadas de Medellín y Rosario, en cambio, provenía de la clase baja. De alguna manera, entablando una relación con Rosario Tijeras, Emilio intentaba rebelarse contra estos prejuicios de clase. Así y todo, su noviazgo solo generó rechazo en la familia, y cuando terminó, Emilio simplmente volvió a su estilo de vida anterior. Ahora trabaja con su padre y tiene una novia que todo el mundo adora, excepto él.
Uno de los médicos de turno interrumpe estos recuerdos para comentarle al narrador que Rosario tiene balas por todas partes y que hay que esperar todavía un poco más para saber qué pasará con ella.
El narrador comenta que Rosario sintió el rechazo de la mamá de Emilio desde el primer momento. Esto hizo llorar de enojo a la muchacha, que se había preparado para este encuentro con ropa linda, un bonito peinado y una voluntad de comportarse correctamente. Sin embargo, toda la familia la interrogó sobre su vida, sus orígenes y su trabajo. Rosario no volvió a abrir la boca en toda la velada.
Luego de este encuentro, Rosario juró que dejaría a Emilio, porque eran de mundos muy distintos. Además, también doña Rubí se oponía a este romance: pensaba que la gente como Emilio usaba a las mujeres pobres para después abandonarlas.
Si bien tanto doña Rubí como la madre de Emilio tuvieron razón, el narrador comenta que la relación se terminó por sus propias acciones. Así, recuerda los encuentros pasionales que tenían Emilio y Rosario en el departamento que compartían los dos amigos luego de las discusiones de pareja.
Capítulo 6
El narrador rememora esos tiempos en los que él, Emilio y Rosario se encerraban a leer poesía y fumar marihuana. Esas eran las épocas tranquilas, en las que se dedicaban a la música y la lectura. Sin embargo, también hubo otros momentos más tensos, como cuando conocieron a los amigos de Rosario. Tenían un aspecto muy particular, con el pelo rapado, camisetas anchas, pantalones de jean. El narrador y Emilio comenzaron a imitarlos y a intercambiar parte de su ropa con estos muchachos. El vínculo entre ambos grupos llegó a ser tan cercano que Johnefe acabó regalándole al protagonista un escapulario que llevaba siempre como protección.
El único que no iba a estas fiestas era Ferney, ya que intentaba evitar a Emilio. Ambos peleaban por el amor de Rosario y, como ella quería a los dos, cuando iba uno de sus pretendientes, no iba el otro. Sin embargo, a veces Rosario también se iba con otros hombres, que pagaban por ella. Así, Rosario desaparecía durante días. Aunque esto enfurecía a Emilio y juraba que no seguiría con el vínculo, cada vez que la muchacha regresaba, se arrepentía de sus palabras.
Una vez, el narrador le preguntó quiénes eran estos hombres que pagaban por ella. Rosario respondió que eran conocidos, que salían todo el día en los noticieros. Eran líderes de bandas de delincuentes para las que Ferney y Johnefe trabajaban, asesinando por encargo. A ellos les habían asignado la misión de matar a un político, y tanto Rosario como su amiga Deisy eran las encargadas de tranquilizar los nervios de los muchachos a cargo de esta tarea. Así, viajaron todos a la ciudad para llevar adelante el encargo y se instalaron en un hotel. El clima era muy tenso y predominaba el miedo; las mujeres no podían preguntar nada sobre la misión por temor a ser acusadas de estar estorbando la tarea. Finalmente, una mañana, los muchachos partieron y regresaron horas más tarde borrachos y de buen humor. De esta forma, Rosario entendió que habían logrado el objetivo.
Para la muchacha, este clima de violencia de Medellín era la única forma en la que valía la pena vivir. El narrador reflexiona que siempre se limitaron a seguir a Rosario en este camino, gozando de la adrenalina y de los vicios de la vida criminal. Eran muchos los que la querían a su manera, buscando algo diferente detrás de una misma mujer.
Luego, el protagonista recuerda que, para Rosario, él era distinto a todos los otros hombres. A pesar de no haber querido enredar los límites entre amistad y amor, él estaba absolutamente confundido.
Análisis
En estos capítulos, la novela profundiza sobre la vida de Rosario y su vínculo con el mundo de la delincuencia. Ya desde el principio sabemos que la mujer se vio expuesta a la violencia sexual, pero ahora accedemos a la conexión entre Rosario y las redes de delincuencia de su Medellín natal. El narrador, por su parte, explica que la mujer trabaja para “los duros de los duros” (p.70). Esta expresión es utilizada para referirse a los jefes de las organizaciones criminales ligadas con el narcotráfico. Así, la droga aparece como uno de los temas fundamentales de la novela.
Por una parte, el consumo personal de drogas es una práctica habitual tanto en Rosario como en varios de los personajes. A veces, está ligado con momentos de recreación. El narrador identifica estas situaciones como “las épocas tranquilas, las de música y lectura, y una que otra droga para cambiar de estado” (pp.67-68). De esta forma, el consumo se relaciona con una etapa placentera, como una herramienta fundamental para la tranquilidad de los personajes.
Sin embargo, otras drogas están vinculadas con momentos de tensión y violencia. “Durante toda la noche [a Johnefe] le cogía la caminadera y la fumadera de bazuco, que no dormía y se mantenía berraco” (p.77) comenta Rosario. A diferencia de la descripción anterior, el bazuco, una droga elaborada con los residuos de la cocaína, no aparece relacionado con momentos de tranquilidad, sino de exaltación y violencia. En este sentido, el uso de sustancias conduce a los personajes a diferentes estados anímicos y emocionales.
El segundo sentido que toma la droga excede la dimensión de la práctica individual y se vincula con el tráfico y la comercialización. Los hombres que contratan a la protagonista son líderes de organizaciones vinculadas con el narcotráfico. Por esto, acceden a una realidad material y económica que dista enormemente de aquella conocida por Rosario. Cuando la muchacha comienza a trabajar para ellos, le ofrecen “un apartamento lujoso, por cierto muy cerca del nuestro, le dieron carro, cuenta corriente y todo lo que se le antojara” (p.28). De esta forma, los capos del narcotráfico le proporcionan a la mujer todo el bienestar económico que nunca tuvo.
Sin embargo, el acceso a este mundo no es gratuito para Rosario. En la novela, la mujer es concebida como propiedad de los narcotraficantes, tal como lo describe el narrador: “Rosario se fue con los duros de los duros…los que ponían la plata y por eso se podían dar el lujo de tenerla sin condiciones” (p.70). Estas palabras muestran una mercantilización de Rosario, es decir, una mirada de la mujer como una mercancía, con un valor como cualquier objeto. Para poseerla sin condiciones, solo es necesario tener mucho dinero. En este punto, la novela exhibe, una vez más, el valor diferencial que tiene la sexualidad femenina: para acceder a este mundo de consumo y felicidad, Rosario debe ofrecerse a sí misma en la transacción. La novela muestra que el acto sexual es un trabajo dependiente del cuerpo y, al pagar su precio, el hombre adquiere el derecho de usar sexualmente el cuerpo femenino.
Es necesario destacar que los hombres de la novela no corren igual suerte. Tanto Johnefe como Ferney trabajan para los jefes del narcotráfico, pero únicamente como sicarios. Así, ambos asesinan personas por encargo a cambio de una suma de dinero. Estos personajes son el eslabón más débil de esta estructura de poder y, de alguna manera, sus vidas son arriesgadas por dinero. La diferencia fundamental con Rosario es que en la mujer su sexualidad está expuesta para ser mercantilizada.
La semejanza entre hombres y mujeres se ve en que trabajar para el narcotráfico les permite acceder a un modelo consumista que les estaba vedado de otra manera. Después de culminar con éxito sus asesinatos por encargo, los jóvenes invierten todo el dinero producido en fiestas. Sin ir más lejos, Rosario comenta que, luego de la misión, los muchachos “se veían contentos, se reían duro, se abrazaban, nos piqueaban a nosotras, pidieron más trago, sacaron perico y armaron una rumba que duró tres días” (p.79). Esta descripción muestra que, para los sicarios, la vida tiene que disfrutarse de manera inmediata a través del consumo desmedido de drogas y alcohol. Esta forma de vivir muestra también una imposibilidad de creer en la construcción de un futuro mejor; para la juventud proveniente de ámbitos marginales y oprimidos, las únicas posibilidades de acceder a un ascenso económico y social es a través de la delincuencia. Es ejemplar al respecto el encuentro entre Rosario y la familia de Emilio, su pareja. Según el narrador, la familia del muchacho “son de esos que en ningún lado hacen fila porque piensan que no se la merecen, tampoco le pagan a nadie porque creen que el apellido les da crédito, hablan en inglés porque creen que así tienen más clase…” (p.58). Esta descripción enmarca a Emilio y su linaje como una aristocracia local, que, por su origen, se cree perteneciente a una clase social distinguida. En este sentido, para la familia, el romance de Emilio con Rosario es entendido como una degradación social, como el encuentro de dos mundos diferentes que no deberían jamás haberse cruzado. A pesar de los esfuerzos que realiza la muchacha por borrar las marcas de su origen social, para la familia de Emilio “se nota que ella no tiene clase” (p.58). En este punto, la novela muestra que las diferencias sociales que atraviesan la Medellín de la ficción son irreconciliables; no hay dinero ni lujos que puedan disimular la situación vulnerable de la que proviene Rosario.
Si bien Rosario es blanco permanente de ataques y degradaciones, la mujer no se reduce a este rol, sino que desarrolla algunas estrategias de resistencia y dominación. Así, el vínculo que ella sostiene con el narrador, Emilio y Ferney la coloca en una posición dominante. Los tres se someten a las condiciones que ella les propone para estar cerca suyo y la siguen en todo lo que les plantea. Además, Rosario sitúa a los hombres en un orden inferior a través de su lenguaje. La mujer los insulta como un modo de desafiar y resistir el orden masculino que le ha sido impuesto desde siempre. Frente a las propuestas amorosas, la mujer dice “si los hombres supieran lo maricas que se ven cuando se ponen de romanticones…” (p.76). Este insulto tiene dos sentidos: por un lado, muestra que las conductas no agresivas de los hombres son calificadas de manera peyorativa por Rosario. De esta forma, la mujer parece esperar un hombre violento, que sea capaz de dominante. Por otro lado, también pone de manifiesto el significado que tiene el amor para Rosario. La manifestación de este sentimiento es motivo de repudio para la protagonista; a propósito de esto, los lectores entendemos por qué el narrador censura y condena sus propios impulsos amorosos. Luego del único encuentro sexual de Antonio con Rosario, el hombre solo puede pensar “en lo tonto que había sido y en que ya era muy tarde, porque las cosas no podían estar más enredadas” (p.81). Una vez más, los límites entre el amor y la amistad son muy sutiles; para Rosario, cruzar esa línea es imperdonable pero, para el narrador, fue absolutamente inevitable.