Rosario Tijeras

Rosario Tijeras Resumen y Análisis Capítulos 7-9

Resumen

Capítulo 7

El narrador sigue en la sala de espera del hospital. Recuerda una conversación con Rosario en la que ella confesó no tenerle miedo a su propia muerte, pero sí a la de los demás. Dijo que se la imaginaba como una puta, parecida a ella. En esa época, Rosario se vestía y maquillaba de negro y andaba en prácticas satánicas. Esto asustaba a Emilio y al narrador, que se negaban a ir a estos encuentros. Rosario consideraba que eran unos maricas. Sin embargo, esta etapa satánica de la muchacha duró poco porque mató a un hombre de la secta. Según comentaban los rumores, a Rosario no le gustó que la víctima la hubiera forzado a tener sexo y lo asesinó con un revólver. Así y todo, la mujer siempre desmintió esta historia. Según el narrador, Rosario comenzó a ser una ídola en las calles de Medellín: en todas las paredes de los barrios había grafittis sobre sus andanzas y aventuras. Hasta las niñas querían ser como ella. Esto le encantaba a Rosario, que disfrutaba con los chismes y las habladurías. Entre las cosas que se decían, el narrador le dijo que habían inventado que él estaba enamorado de ella. Para Rosario esta historia no podía ser más delirante. Desde ya, esto lastimó al narrador, que se castigaba por no animarse a decirle que la amaba.

Capítulo 8

En este capítulo, el narrador recuerda cuando conoció a Rosario en una discoteca. Emilio le dijo que le presentaría a la mujer de su vida. Ella estaba acompañada de otros hombres que la seguían y la pretendían. Sin embargo, cuando iba con Emilio, sus amigos no los molestaban. El único que no les quitaba los ojos de encima era Ferney, que sufría al ver a Rosario con Emilio. El narrador se sentía identificado con él, ya que los dos compartían la sensación de amar a la mujer en silencio, cobardemente, a la distancia. Sin embargo, esta actitud de Ferney cambió cuando mataron a Johnefe. La muerte de su amigo lo había vuelto más violento y también más posesivo con Rosario, ya que pretendía reemplazar al hermano en el rol de protector de ella y recuperar el amor de la mujer. A pesar de que la muchacha solía calmar estos celos de Ferney, al narrador este hombre le generaba desconfianza, ya que pensaba que era peligroso. Rosario intentó tranquilizar a Antonio diciendo que Ferney había cambiado mucho: antes era capaz de matar a un hombre porque le molestaban sus ruidos en el cine, pero ya no era así. De hecho, Rosario le aseguraba al narrador que Ferney nunca se atrevería a herir a Emilio porque, de alguna forma, sería como lastimarla también a ella.

Antonio destaca que Rosario siempre fue hábil para manejar a la gente que la quería. Ella nunca se sintió atada a nadie, ni siquiera a los jefes del narcotráfico para los que trabajaba como prostituta. Así, la mujer imponía sus condiciones para verlos: exigía, por ejemplo, un auto nuevo o más dinero.

Esto enfurecía a Emilio, que condenaba el trabajo sexual de Rosario. Especialmente, le dolía que todo el mundo supiera que su novia se dedicaba a eso. Tanto él como el narrador fueron los últimos en saber la verdad sobre Rosario, ya que pensaban que eran rumores creados por el mismo Ferney. Sin embargo, la mujer les confirmó que eso que decían sobre ella era real. Emilio enloqueció de enojo, pero el narrador se quedó en silencio, sufriendo.

Luego de que Emilio aparece en los recuerdos que evoca Antonio, este decide llamarlo. A pesar de que no hay novedades sobre el estado de salud de Rosario, le cuenta que el médico dijo que estaba llena de balas.

Capítulo 9

El narrador recuerda su amistad con Emilio. Ambos se conocían desde el colegio y funcionaban como un complemento: Antonio era la parte cobarde, que pensaba dos veces las cosas antes de afrontar cualquier riesgo, y Emilio era el valiente que se zambullía siempre en la incertidumbre. Además, el narrador también admiraba a Emilio: él era capaz de conseguir las mujeres, el dinero, el alcohol, sin culpas ni remordimientos. Antonio aclara que ahora no lo admira más, pero que todavía lo quiere. De alguna manera, piensa que todo hubiera sido más fácil entre ellos si el narrador no hubiese vivido siempre en el silencio. Antonio rememora que, a lo largo de estos años, él calló muchas cosas; principalmente, el amor que sentía por Rosario. A veces, la muchacha le sugería al narrador lo que podría pasar si ella le fuera infiel a Emilio con él. Esta infidelidad llevaba al protagonista a ilusionarse vanamente con la posibilidad de gustarle a Rosario. Incluso piensa que, tal vez, cuando ella salga de la cirugía, él podrá confesarle todo lo que la ama.

Un hombre mayor en la sala de espera le pregunta al narrador si es el novio o el hermano de la mujer internada. Él espera a su hijo, que también entró al quirófano casi muerto. Cuando Antonio le cuenta que la mujer a quien acompaña es Rosario Tijeras, el hombre mayor dice que creía que ya la habían matado. Esto estremece al narrador, que conmemora las andanzas de la mujer.

Cada vez que Rosario se levantaba por las mañanas, era imposible saber si volvería con vida. afortunadamente, ella solía llamar para decir que estaba bien. Esto alegraba a Antonio, y Rosario le decía que todos los hombres debían ser como él, capaces de manifestar su alegría sin molestarla. A pesar de que ella lo veía como un muchacho genial, distinto a todos los demás, el narrador entendía que esto era una manera de excluirlo, de confirmar que nunca iba a tener una relación con él.

Análisis

En estos capítulos, la novela profundiza en el vínculo que sostienen Rosario, Emilio y el narrador, atravesado por los límites sutiles entre el amor y la amistad. Si bien para el mundo exterior la relación de los tres personajes es una amistad, uno de los ejes fundamentales de la novela es el amor que vive el narrador por Rosario. Es interesante dejar en claro que los sentimientos del muchacho aparecen de manera desbordada, pero, al mismo tiempo, son reprimidos por él. Esta imposibilidad de decirle a la mujer la naturaleza de su sentimientos es entendido por el narrador como una cobardía; “Una vez (...) me encerré en un baño de una discoteca y me di cachetadas hasta que se me puso roja la cara. ¡Zas! por güevón, ¡zas! por marica y ¡tenga! por gallina” (p.90). Para el narrador, el amor por Rosario es un sentimiento atormentado y sufrido, que debe vivirse en soledad y en silencio.

Sin embargo, el narrador pretende que este silencio sea interrumpido por la voluntad de la muchacha: “Pretendía que un milagro del cielo hiciera que Rosario se enamorara de mí, que fuera ella la que hablara de amor o precisar solamente de un beso para desenmascarar lo que nuestras lenguas entrelazadas no se atreverían a decir" (p.108). En este sentido, Antonio mantiene la esperanza de que Rosario sea lo suficientemente lúcida como para notar sus intenciones y actúe en consecuencia. Una vez más, la novela posiciona a la mujer como el personaje activo, mientras que el narrador permanece a la espera de este milagro, sin el poder real de cambiar su situación.

A lo largo de la novela, Rosario es ambigua en relación con sus pretensiones amorosas. Por una parte, le repite permanentemente al narrador que él es diferente a todos los hombres. “No te imaginás cómo me joden todos, Emilio, Johnefe, Ferney, todos, vos sos el único que no me jodés.” (p.112), le dice en una ocasión. En cierto sentido, esta valoración ilusiona a Antonio, ya que le hace creer que, efectivamente, el amor entre ellos es posible. “Era una satisfacción que me duraba sólo un par de minutos, suficientes para sentirme el hombre de Rosario” (p.112), comenta el narrador cada vez que la mujer subraya sus particularidades, diferenciándolo así del resto.

A lo largo de toda la novela, Rosario alimenta las esperanzas del narrador con comentarios similares. Es ejemplar al respecto la especulación que hace la mujer sobre qué pasaría si ella le fuera infiel a Emilio con su amigo. De alguna manera, la protagonista disfruta de manejar y manipular a los hombres de su vida, sin notar demasiado las repercusiones de sus actos en los demás. Esta característica de Rosario se hace extensiva también al vínculo que tiene con su hermano, Johnefe. Según el narrador, el muchacho respondía a cada necesidad de Rosario; para él, “los deseos de su hermana eran órdenes” (p.98). Esta forma de acatamiento ciego muestra también una relación protectora; Johnefe respeta la voluntad de su hermana y castiga a todo aquel que la cuestione. En este sentido, la muerte de Johnefe es también la pérdida de su gran protector y condena a Rosario a hacerse valer por sí misma sin que nadie salga a su defensa.

El carácter dominante de Rosario se repite en la relación que entabla con Emilio y el narrador. En este vínculo, Rosario Tijeras sitúa a los hombres en un orden inferior a través de su lenguaje. Ella insulta constantemente su masculinidad como un modo de desafiar y resistir ese orden masculino que le habían impuesto desde siempre. ”—Par de maricas –nos dijo Rosario—. Definitivamente estoy hecha con este par de güevones” (p.85), repone el narrador en el episodio en el que ellos manifestaron terror por las tendencias satánicas de la mujer. Así, la palabra “marica” es utilizada de manera peyorativa, como una forma de destacar la poca masculinidad, mientras que “güevones” se refiere a la debilidad y escasa inteligencia de los hombres.

Es interesante subrayar que la mujer se refiere a ellos en estos términos en situaciones donde los personajes expresan su miedo ante circunstancias que ellos consideran peligrosas. En este sentido, Rosario muestra que las expectativas masculinas deberían relacionarse con la violencia, el coraje y la dominación; en sentido contrario, estas conductas son calificadas negativamente como afeminadas o débiles.

Si bien Rosario suele posicionarse en una situación dominante en la que los hombres parecen estar rendidos a sus pies, para la mujer los personajes masculinos “joden”; estorban, son celosos, posesivos y violentos. Esta representación de la masculinidad exhibe que estos personajes son egoístas e incapaces de entender a la mujer en toda su complejidad. Esta actitud egocéntrica masculina reaparece en el episodio en el que Emilio se entera de que Rosario es trabajadora sexual. “Emilio se enloqueció tirando sillas, pateando puertas y quebrando muebles” (p.103), comenta el narrador. En este acto de violencia, el hombre es incapaz de comprender la voluntad y la libertad de Rosario de elegir qué hacer con su cuerpo.

Además, el narrador agrega: “lo que más le dolía era que todo el mundo lo supiera” (p.103). En este sentido, la masculinidad de Emilio se ve herida no solo por el ejercicio de la prostitución, sino por haber sido el último en enterarse de la verdad. De alguna manera, el hombre se siente humillado porque, a pesar de ser novio de Rosario, desconoce gran parte de la naturaleza de la mujer. Esta idea de que Rosario comparte intimidad con otras personas pone en jaque la mirada posesiva que tienen los hombres de la novela; de alguna manera, Emilio se ve obligado a aceptar que Rosario no es solo suya.

A pesar de la mirada masculina sobre la prostitución, para la mujer este trabajo es una transacción comercial como cualquier otra, con un contrato que debe cumplirse. "... Es un negocio de palabra y si yo cumplo, ellos me tienen que cumplir… —cada año (…) les hacía sus exigencias, recordándoles las condiciones del contrato. Así lograba que le cambiaran el apartamento o el carro” (p.101). En esta cita, se entiende que Rosario afirma tener la autonomía suficiente para abandonar el contrato si lo considera necesario.

Otro de los temas que aparece en estos capítulos es el de la violencia. Por ejemplo, queda claro que tanto Ferney como Rosario tienen la costumbre de asesinar de manera indiscriminada a todo aquel que se oponga a ellos. El hombre mató a alguien en el cine porque le molestaba su ruido: “Se volteó del todo hasta que tuvo al tipo de frente, sacó el fierro, se lo incrustó en la barriga y disparó" (p.100), cuenta Rosario. Por otra parte, la mujer es acusada de haber asesinado a un integrante de la secta satánica que frecuentaba. Estos actos permiten distintas lecturas. En primer lugar, muestra que la violencia no es únicamente una práctica masculina, sino que también es femenina; hecho que los lectores conocemos desde el episodio de la castración. En segundo lugar, la facilidad de acceder a las armas y tomar la decisión de ejecutar un crimen refleja la falta de valores morales en los personajes, incapaces de reflexionar sobre sus prácticas y considerándolo algo que debe hacerse sin demasiados cuestionamientos. Luego de haber matado al hombre en el cine, Ferney le dice a Rosario: “: «Vámonos de aquí que ya me aburrí»" (p.100). En esta apreciación, se ve la mirada superficial del hombre, que quiere irse porque la película lo aburrió, no porque acaba de matar a alguien allí mismo.

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