La violencia
La violencia es uno de los temas principales de Rosario Tijeras. Ahora bien, para poder abordarlo de una manera más cabal, vale la pena primero hacer referencia al contexto de escritura de la novela. Entre las décadas del ochenta y noventa, la mafia del narcotráfico alcanzó su apogeo en Colombia; esta forma de crimen organizado, liderada por "capos" como el famoso Pablo Escobar, dio lugar a una época de mucha violencia e inseguridad. Varios jóvenes de clase social baja eran reclutados por estos capos para que formaran parte de su ejército de sicarios y llevaran a cabo asesinatos o atentados; la manera violenta que tenían de demostrar su poderío.
En la novela, la vida de Rosario y de otros personajes está atravesada por la violencia. En primer lugar, ellos trabajan para grandes jefes del narcotráfico de Medellín. Esto les permite acceder a armas y contar con la protección e impunidad para realizar crímenes cada vez que lo consideren necesario. Rosario cuenta que en el cine, Ferney “se volteó del todo hasta que tuvo al tipo de frente, sacó el fierro, se lo incrustó en la barriga y disparó” (p.100) simplemente porque le molestaba el ruido que hacía en plena proyección.
Rosario, por su parte, utiliza la violencia como una herramienta de dominación. Así, lleva siempre una pistola en la cartera, dispuesta a vengarse de todo aquel que la humille. Es ejemplar el episodio en la discoteca, en la que un hombre la insulta: “ —A mí me respetás, Patico –fue lo último que el tipo oyó” (p.44), comenta el narrador.
Aunque estos personajes ejercen la violencia sin demasiados reparos, también son víctimas de actos violentos. Por un lado, la mayoría de ellos proviene de un sector marginal de la sociedad, que no tiene acceso al bienestar económico que sí tienen otras clases sociales. Esta realidad marcada por la falta de oportunidades muestra también cómo la desigualdad se traduce en violencia, ya que implica la frustración de una vida sin las necesidades básicas satisfechas. En este sentido, el ingreso al mundo de la delincuencia les ofrece a estos personajes la única posibilidad de acceder a ciertas comodidades.
Por otro lado, cabe señalar que las mujeres también reciben otro tipo de violencia: la sexual. Desde la niñez, Rosario es vulnerada sexualmente. Cuando esta situación se repite unos años más tarde en su adolescencia, ella castra al hombre que la viola. En este sentido, Rosario aprende que la única forma que tiene de evitar la violencia sexual es defendiéndose, y esta forma de defenderse es, justamente, violenta. Estas experiencias moldean la mirada de la protagonista sobre el sexo, el amor y los hombres. Para poder sobrevivir, la mujer se apropia de los mismos valores, logros y fines de vida que poseen los hombres de su generación y entorno. Desde el punto de vista de Rosario, la violencia, beber, apostar, tomar riesgos, pelear, tener dinero, conquistar personas y ser leal no solo son valores a seguir, sino que además son características que denotan fuerza y poder. Para ella, la noción de poder también está íntimamente ligada al dinero, el narcotráfico, las armas y la guerra. En palabras de Antonio, “Para Rosario la guerra era el éxtasis, la realización de sus sueños, la detonación de los instintos” (p.80).
Las drogas
En la novela, las drogas estructuran las relaciones entre los personajes. Por una parte, Rosario, Ferney y Johnefe forman parte del mundo del narcotráfico. Mientras que los hombres trabajan como sicarios, asesinando a pedido de los capos, la protagonista ejerce la prostitución para complacer los deseos sexuales de los jefes de la banda. A cambio, todos ellos reciben la posibilidad de ingresar a un mundo marcado por el éxito económico, el consumismo y la ostentación. Esto se ve especialmente en el despilfarro de Johnefe y Ferney, que después de llevar a cabo sus asesinatos, celebraban con los narcotraficantes: “Johnefe y Ferney ya habían llegado. Estábamos muy enrumbados parecía que ellos [los narcotraficantes] también querían celebrar. Llegaron muy contentos, con música, pólvora, vicio, mujeres, en fin vos sabés” (p.159), comenta Rosario. De esta forma, queda claro que para los sicarios el mundo del narcotráfico también implica la posibilidad de gastar dinero en lujos y fiestas.
En el caso de Rosario, trabajar para estos narcotraficantes significa la posibilidad de acceder a una vivienda lujosa y cómoda. En este sentido, el mundo del delito le ofrece una perspectiva de bienestar y confort que la mujer desconocía, ya que proviene de un origen precario y marcado por la carencia.
Además del mundo del narcotráfico, en donde la droga es la base del poderío económico de los jefes, en la novela los personajes consumen drogas en diferentes situaciones. Por momentos, se utiliza para la recreación y así experimentar distintos estados de ánimo: “Hubo un tiempo en que nos encerrábamos los tres todo un domingo a fumar marihuana y a leer poesía” (p.67) comenta Antonio. En este sentido, el uso está relacionado con vivir momentos placenteros de ocio y descanso.
Sin embargo, en otros episodios, la droga exalta los estados de violencia y agresividad de los personajes. Es ejemplar al respecto el momento en el que Rosario, luego de haber consumido drogas, parece dispararle a un hombre únicamente por haberla increpado en la carretera. En este caso, los personajes sacan a relucir sus instintos más virulentos y pierden la dimensión de sus acciones.
Además de afectar los estados de ánimo, el consumo desmedido también transforma el aspecto físico. La figura de Rosario se presenta delgada y acabada por el uso de drogas: ”Una vez la vi vieja, decrépita, por los días del trago y el bazuco, pegada de los huesos, seca, cansada como si cargara con todos los años del mundo, encogida…” (pp.17-18), comenta el narrador. En esta descripción, los lectores entendemos que Rosario sufre las consecuencias físicas y psíquicas del consumo de sustancias tóxicas y adictivas.
La muerte
Desde el comienzo de la novela, la muerte se consolida como un factor determinante en la vida de Rosario Tijeras. Tal como lo expresa Antonio: “Como a Rosario le pegaron un tiro a quemarropa mientras le daban un beso… confundió el dolor del amor con el de la muerte” (p.9). El comienzo de este relato nos enmarca en la descripción dramática de la última batalla que Rosario libra con la muerte en un quirófano de un hospital de Medellín. En este sentido, accedemos a la vida de la protagonista desde el momento de su agonía, gracias a un narrador que recuerda y reconstruye de manera fragmentada la vida de Rosario y los momentos que él y Emilio vivieron con ella.
A lo largo de la novela, el acceso al mundo de las armas y del narcotráfico lleva a situaciones de violencia y, en algunos casos, de muerte. Por una parte, Rosario no duda en asesinar si considera que la situación lo amerita:
... después de saber que Rosario mataba a sangre fría, sentí una confianza y una seguridad inexplicables. Mi miedo a la muerte disminuyó, seguramente por andar con la muerte misma” (p.84) comenta el narrador. En este sentido, la misma protagonista se siente identificada con la muerte, a la que describe “como una puta…de minifalda, tacones rojos, y mangas sisa…como parecida a mí. (p.84)
Esta idea atraviesa toda la novela, ya que la mayoría de las metáforas que describen a Rosario se vinculan con la violencia y la muerte. Es ejemplar el apodo Tijeras, que se relaciona con el uso que le da a este instrumento como una herramienta de venganza y mutilación, pero, además, la muchacha es descrita como “balazo” y “veneno”. Estas palabras dan cuenta de los efectos que genera la mujer: ella trae consigo la muerte y aniquila a quienes la rodean.
Si bien Rosario se identifica con la muerte, no es un personaje indiferente frente a la muerte de sus seres queridos. Así, los asesinatos de Johnefe y Ferney desestabilizan y angustian a la protagonista. Para Rosario, estas muertes representan la desaparición del sostén y la compañía que tanto necesita para sobrevivir. Así, la muerte significa también soledad y desesperación; en parte, estos sentimientos explican el trágico desenlace de la protagonista.
La sexualidad
En la novela, la sexualidad constituye un factor determinante en la forma en que se relacionan los personajes. La caracterización de Rosario, en buena medida, expresa esos valores predominantes de la femineidad desde la perspectiva machista del narcotráfico.
En este sentido, Rosario responde al modelo de la mujer fatal, que seduce y enloquece a todo hombre que la conozca. Así, llega a ser el objeto de deseo tanto de Emilio como de Antonio. “Rosario hablaba mirando a los ojos, me atrapaba con ellos por más tonto que fuera el tema, me llevaba a través de su mirada oscura hasta lo más hondo de su corazón” (p.33), comenta el narrador. De esta forma, la mujer utiliza sus armas seductoras para lograr sus objetivos; a lo largo de la novela, Antonio suele acudir a su rescate cada vez que la mujer lo llama, tal como lo demuestra el hecho de que es el único que está en el hospital esperando noticias de la balacera.
Los rumores que circulan sobre Rosario también ponen en evidencia los valores que tiene la imagen femenina para este mundo dominado por hombres poderosos: “... que has matado a doscientos, que tenés muelas de oro, que cobrás un millón de pesos por polvo, que también te gustan las mujeres, que orinás parada, que te operaste las tetas y te pusiste culo, que sos la moza del que sabemos, que sos un hombre, que tuviste un hijo con el diablo, que sos la jefe de todos los sicarios de Medellín…” (p.89). En este sentido, los rumores populares destacan el valor mercantil de la sexualidad de la mujer y la estética artificial a la que debe someterse para complacer a los jefes del narcotráfico.
Por otra parte, cabe mencionar que la única forma que encuentra Rosario de lograr cierta comodidad económica y felicidad material es a través de la mercantilización de su cuerpo. Si bien este hecho es cuestionado por Emilio, su pareja, la mujer asimila su prostitución como una transacción comercial bajo un contrato de palabra: “El día que no me cumplan me largo (...) es un negocio de palabra y si yo cumplo, ellos me tienen que cumplir" (p.101), comenta Rosario. En relación con esto, más allá de que su cuerpo queda despersonalizado por ser objeto de una transacción económica, Rosario se reivindica como una mujer libre que puede elegir la vida que quiere tener.
Asimismo, podemos observar que la sexualidad masculina se valida a través de la dominación y la violencia. Johnefe y Ferney, por ejemplo, trabajan de sicarios y no dudan en ejecutar crímenes a cambio de dinero. Estos personajes son modelos de masculinidad para Rosario: agresivos, celosos, dominantes y protectores. Ahora bien, ni Antonio ni Emilio parecen encajar del todo en estos moldes, y, al desviarse de estos roles, son fuertemente censurados por la protagonista. Rosario expresa que no le gustan los hombres románticos porque pierden su masculinidad: “A mí no me gusta que me hablen contemplado, si los hombres supieran lo maricas que se ven cuando se ponen romanticones” (p.76). La palabra “marica” es utilizada negativamente como una forma de indicar la falta de hombría en estos varones.
Con estos insultos, Rosario les muestra a Emilio y Antonio que desea un rol masculino dominante, que sea incapaz de manifestar sentimientos o sensibilidad. Esto contrasta notablemente con el carácter de Antonio, que vive atormentado por el amor profundo que siente por Rosario.
La amistad
Rosario Tijeras es, en parte, una novela sobre la amistad. Rosario, Emilio y Antonio conforman un trío que, a lo largo de varios años, atraviesa diversas situaciones que ponen a prueba la naturaleza del vínculo. Sin embargo, desde el presente en el hospital, el narrador deja en claro que la relación sigue como un sostén para los protagonistas.
En primer lugar, son Emilio y Antonio aquellos amigos que se conocen desde el colegio: “Emilio y yo habíamos construido desde el colegio una amistad a prueba de embates. Fue un juramento sin palabras, sin pactos de sangre ni promesas de borrachera. Fue simplemente una siembra mutua de cariño de la que cosecharíamos una amistad para toda la vida” (p.105). Así, la relación entre los hombres se describe como incondicional e imperecedera, un lazo que los unirá más allá de las diferencias entre ellos.
La llegada de Rosario altera esta dinámica. Por una parte, la mujer aparece como el personaje que los obliga a abandonar la adolescencia y así conocer un mundo nuevo: “Fue ella la que nos metió en el mundo, la que nos partió el camino en dos, la que nos mostró que la vida era diferente al paisaje que nos habían pintado” (p.103). En este sentido, Rosario transforma la forma de entender el mundo y, por lo tanto, también la amistad.
Si bien con el paso del tiempo Emilio se consolida como la pareja amorosa de Rosario, es Antonio quien cumple la función de sostén emocional de ella. Así, en cada situación de tristeza o angustia, Rosario acude al narrador y confía en él más que en nadie. Aunque para Antonio “... éramos sólo dos buenos amigos que se abrieron sus vidas para mostrarse cómo eran” (p.34), este nivel de intimidad y conexión confunde los límites de la amistad y permite el desarrollo de sentimientos amorosos por parte del narrador. Esta confusión se ve subrayada por el hecho de que Rosario y el narrador tuvieron un encuentro sexual luego de que el hombre le confesara su amor. Si bien esto fue un hecho aislado, permanece en la memoria de Antonio y lo menciona permanentemente. De alguna manera, el narrador no puede olvidar esa noche, ya que pudo finalmente concretar su amor con Rosario Tijeras.
El amor
El tema del amor está presente a través de varios personajes, aunque quizás se ponga más de relieve en el caso de Antonio. En principio, él confiesa haber estado profundamente enamorado de Rosario, aunque su amor no fue correspondido. Incluso la necesidad de estar cerca de ella lo ha enfrentado a situaciones peligrosas que hasta llegaron a poner en riesgo su integridad física.
Rosario responde al estereotipo femenino de la mujer fatal que conduce a los hombres a la desesperación. En este sentido, Antonio concuerda con el rol del amante desesperado, el enfermo de amor que evita la cura y persiste en su proyecto autodestructivo. Sin embargo, su profundo enamoramiento no le da la fuerza y el valor para comunicárselo a Rosario. De esta manera, llega a odiarse tanto, que dirige sus actos de violencia contra sí mismo: “(…) me di cachetadas hasta que se me puso roja la cara. ¡Zas! por güevón, ¡zas! por marica y ¡tenga! por gallina. (…) Juré que sacaría valor y le diría lo que sentía por ella" (p.90).
Mientras que Antonio es un personaje silencioso, que más allá de su frustración siempre reacciona con sobriedad, Emilio es el que traduce exteriormente su amor por Rosario en forma de enojo y desesperación. Como pareja, el hombre no acepta que Rosario ejerza la prostitución y enloquece de celos: “Mientras Emilio se enloqueció tirando sillas, pateando puertas y quebrando muebles, yo me consumía por dentro. (...) Rosario se quedó callada mientras Emilio le destruía el apartamento. No dijo una sola palabra mientras él lloró, manoteó, puteó” (p.103). En este sentido, Rosario entiende que esta violencia es una forma de amor y de protección; una vez más, este sentimiento poco tiene que ver con el romanticismo y la cursilería.
Otro de los personajes que enloquece de amor por Rosario es Ferney. En la novela, el hombre es otro perdedor como Antonio, que pertenece al grupo de aquellos que se ven obligados a vivir en silencio y sin acceso a la mujer que aman. Lo particular del personaje es que este sufrimiento silencioso contrasta con la imagen siniestra y violenta que tiene la prensa sobre él. Así, la novela muestra que el amor por Rosario acobarda hasta a los más valientes.
Las clases sociales
En Rosario Tijeras los protagonistas provienen de distintas clases sociales. Esta pertenencia condiciona su forma de ver el mundo, de vincularse con los demás y de experimentar por primera vez el bienestar económico que ofrece el dinero.
Provenientes de una clase social trabajadora, Rosario, Johnefe y Ferney viven en las comunas de Medellín ubicadas en las laderas de las montañas que rodean a la ciudad. Al ingresar al mundo del narcotráfico, ellos acceden por primera vez a zonas de la ciudad que les fueron restringidas por su origen. Esto se ve en las descripciones del narrador: “... la discoteca fue uno de esos tantos sitios que acercaron a los de abajo… y a los de arriba. Ellos ya tenían plata para gastar en los sitios donde nosotros pagábamos a crédito, ya hacían negocios con los nuestros” (p.31). De esta forma, la discoteca representa el lugar en donde ambas clases sociales pueden encontrarse y hacer negocios: los vendedores de drogas ofrecen su mercancía a esos consumidores provenientes de una clase social acomodada.
Rosario por su parte, representa para Antonio la posibilidad de acceder a una realidad social a la que él, por venir de una familia acomodada, nunca tuvo acceso: “Rosario me acercó a la otra ciudad, la de las lucecitas… Fue lenta en enseñármela… Fue un aprendizaje paso a paso” (p.48). Esa Medellín de “las lucecitas” representa el mundo de esos barrios marginales en donde vive la clase baja, desconocidos para el resto de la sociedad.
Por otra parte, Antonio y, especialmente, Emilio, encarnan la Medellín de los privilegios. Emilio proviene de una familia acomodada, que repudia el encuentro entre el muchacho y la mujer. En este sentido, aunque la novela pueda mostrar la convivencia de estos dos mundos, el narrador deja en claro que estos grupos sociales no se mezclan. “Rosario sintió el rechazo de la mamá de Emilio, desde el primer minuto… [a la madre] no le quedaron palabras para despotricar a Rosario” (p.60).
De igual manera, la madre de Rosario no acepta esa relación: “Doña Rubí (...) le vaticinó que después que hicieran con ella lo que pensaban hacer la devolverían a la calle como un perro” (p.63), dice Antonio. Así, la novela exhibe que no hay un espacio de unión real de las diferentes clases sociales, sino que cada sector está cargado de prejuicios y estigmas que impiden la conexión verdadera entre los personajes de la novela.