Yerma (1834) es una tragedia en tres actos que pertenece a la trilogía rural de Federico García Lorca, junto con Bodas de sangre (1933) y La casa de Bernarda Alba (1836). Estas tres obras se caracterizan por ser tragedias situadas en un ambiente campesino, que recuerda la Andalucía de la infancia del dramaturgo, donde las mujeres –naturales protagonistas del drama lorquiano– debían lidiar con las costumbres y los mandatos de una sociedad conservadora que las limitaba al recinto cerrado del quehacer doméstico y a la maternidad, tema central de Yerma.
Lorca sentía una inclinación especial por esta vida de pueblo, que lo atraía por su sencillez y su conexión con la naturaleza; por eso decía en una entrevista de 1934: “Amo a la tierra. Me siento ligado a ella en todas mis emociones. Mis más lejanos recuerdos de niño tienen sabor de tierra. La tierra, el campo, han hecho grandes cosas en mi vida”. Quizás por ese amor a la tierra es que escribe el drama de una mujer, Yerma, cuyo nombre hace referencia a un terreno no cultivado. La falta de cultivo de la tierra es un símbolo de la infertilidad que acecha a la protagonista, que lo único que quiere en la vida es tener un hijo. El deseo de la protagonista coincide con lo que la comunidad campesina espera de ella: ser madre. Pero Yerma no podrá conseguir lo que quiere dentro de un matrimonio estéril del que no puede escapar sin mancillar su honra. De modo tal que su anhelo nunca será cumplido. En este sentido, Yerma se asemeja a una tragedia clásica cuyos personajes son arrastrados por un destino del que no pueden escapar.
Pero el teatro de Lorca nos invita a comprender la fatalidad del destino desde un punto de vista crítico de la tradición patriarcal, que condena a las mujeres sin hijos o solteras a ser infelices. El compromiso social del dramaturgo se manifiesta en Yerma a través de una representación a la vez realista y despojada, que toma elementos de la cultura popular y católica española, como las nanas y las romerías, para ponernos en contexto. No obstante, la obra también nos sustrae de la realidad al mostrarnos una historia que casi no tiene argumento, porque la trama no progresa, tiene poca acción y desarrollo; lo único que insiste, una y otra vez, es la falta que padece Yerma. En este aspecto aparece la impronta vanguardista de la obra, la que Lorca comparte con la Generación del 27: lo que verdaderamente ocurre en la trama sucede en el interior de la protagonista. A medida que avanza la obra, se hace cada vez más profundo y terrible su drama existencial.
Yerma se estrenó el 29 de diciembre de 1834 en el Teatro Español de Madrid, con la compañía de Margarita Xirgu. Si bien contó con críticas favorables de intelectuales reconocidos como Unamuno, también fue atacada por la prensa de derecha, que la consideró antiespañola e inmoral. Llamaba su atención su carácter poético –ya insinuado en la descripción de la obra como “poema trágico”– que lo alejaba del teatro convencional de su tiempo. Obra provocativa, Yerma pudo haber sido uno de los motivos por el cual, dos años más tarde, Federico García Lorca haya sido visto como una amenaza por las fuerzas franquistas, que lo detendrán y fusilarán durante el primer año de la Guerra Civil Española.