Resumen
Yerma está en el campo. Viene de llevarle comida a su esposo, que trabaja en los olivos. Se cruza con una vieja y la saluda. La Vieja le pregunta hace cuánto está casada y si tiene hijos; Yerma responde que ya van tres años y que no tiene ninguno. La Vieja le cuenta que ha tenido dos maridos y catorce hijos y le dice que pronto ella también tendrá los suyos.
Hace un tiempo que Yerma quiere tener conversación con una mujer vieja que le sepa decir qué debe hacer para tener hijos. La Vieja le responde que ella no sabe nada, que para ella “los hijos llegan como el agua” (p.40). Luego le pregunta a Yerma si ella desea a su marido, si cuando está con él siente como un temblor. Yerma le admite que sólo ha sentido eso por Víctor hace un tiempo, cuando él la cogió en sus brazos para saltar una acequia. En cambio, a Juan se lo dio su padre para casarse, y ella lo aceptó feliz porque en seguida que se puso de novia con él pensó en los hijos.
La Vieja le dice que tal vez ese es el motivo por el cual no tiene hijos, porque Yerma no desea a Juan, y por eso está “vacía”. Pero Yerma no está vacía, se siente llena de odio. La Vieja entonces le pide que no la haga hablar más, porque están tratando “asuntos de honra” (p.41), aunque le dice a Yerma que ella debería ser menos inocente. Yerma, por su parte, le responde que las mujeres como ella, que han sido criadas en el campo, viven a puertas cerradas, recibiendo siempre silencios o medias palabras. Y le recrimina a la Vieja que se quede callada también ahora que Yerma necesita sus palabras.
Antes de partir, la Vieja le dice que todavía es joven y que tenga paciencia. Luego se despide. Aparecen dos muchachas en escena. La Muchacha 1ª le cuenta a Yerma que lleva prisa porque ha dejado a su niño durmiendo solo en la casa. Yerma le advierte que a los niños no debe dejárselos solos y la Muchacha 1ª se marcha, apresurada. La Muchacha 2ª no tiene hijos y le asegura a Yerma que así vive más tranquila. Yerma entonces le pregunta por qué se ha casado, a lo que la Muchacha 2ª le responde: “Porque me han casado” (p.43). A ella no le gusta ni guisar, ni lavar, y le molesta estar todo el día encerrada haciendo lo que no le gusta, cuando es mejor estar todo el día en la calle. Luego se marcha porque tiene que darle de comer a su marido.
Se escucha una voz que canta. Yerma repite la estrofa de aquel canto antes de que Víctor entre en escena. Yerma le pregunta si era él quien cantaba; Víctor le responde que sí. Yerma le dice que tiene una voz pujante, que parece “un chorro de agua que te llena toda la boca” (p.45). Víctor contesta que él es alegre, mientras que Yerma y su marido son más bien tristes.
Yerma se acerca a Víctor, le pregunta por una quemadura que tiene en la mejilla. Entonces se produce un silencio incómodo entre ellos. Yerma dice que siente a un niño llorar, que Víctor no oye. Se miran fijamente, luego Víctor desvía la mirada, como con miedo. Entra Juan, Víctor los saluda y se retira. Juan le recrimina a Yerma que debería estar en su casa porque la gente habla. Ella le dice que se entretuvo oyendo cantar a los pájaros y maldice, diciendo que no le importa lo que piensen los demás. Juan le reprocha que insulte, que no es propio de una mujer. Yerma contesta: “Ojalá fuera yo una mujer” (p.47). Juan termina la conversación y la manda a la casa a dormir. Él se quedará toda la noche regando, defendiendo la poca agua que tienen de los ladrones.
Análisis
En este cuadro la encontramos a Yerma en el campo, indicio de que se encuentra fuera de lugar, según la exigencia de su marido, que le ordena que se quede dentro de la casa. Tiene de excusa que ha ido a llevarle comida a Juan, pero en vez de regresar en seguida, Yerma se entretiene dialogando con otros personajes, lo que significará, como veremos, un peligro para su honra.
Por la conversación entre Yerma y la Vieja Pagana nos enteramos que ha transcurrido un año desde el cuadro anterior, porque ahora Yerma lleva casada con Juan tres años. Como no puede quedar embarazada, Yerma confiesa que se siente llena de tristeza y odio. Ella quiere saber “por qué [está] seca”, aludiendo a la falta de agua para manifestar su falta de fertilidad. La Vieja Pagana, en cambio, es madre de muchos hijos que llegaron “como el agua”: “Yo me he puesto boca arriba y he comenzado a cantar” (p.40), dice la Vieja, haciendo referencia a esa otra metáfora de la obra para referirse al deseo y a la fertilidad: el canto. A Yerma, por el contrario, le ha tocado una vida de hacer silencio, de obedecer sin protestar; por eso le recrimina a la Vieja que ella se quede callada, “negándolo a la que se muere de sed” (p.42). De esta manera, la simbología del agua se entrelaza con el motivo de hablar, cantar y callar.
La Vieja al principio se reprime, aludiendo a que no debe meterse con “asuntos de honra”, pero luego le dice a Yerma que para que haya hijos “los hombres tienen que gustar”. Pero Yerma nunca sintió deseo por Juan, aunque sí por Víctor, que cuando se acerca en este cuadro lo hace cantando con una voz “pujante como el agua”. Víctor representa en la obra la fertilidad que Yerma necesita, la que viene junto con la pasión. La tensión sexual entre Víctor y Yerma se hace palpable en sus miradas y también en sus silencios, lo que se describe en la didascalia: “[Yerma] lo mira fijamente a Víctor y Víctor la mira también y desvía la mirada lentamente, como con miedo” (p.46). Esta indicación nos sugiere que Víctor teme involucrarse con una mujer casada. y nos dice algo de la represión de ambos personajes, que no pueden dejarse llevar por su deseo.
En el teatro de Lorca, como en el de Shakespeare, los personajes secundarios son más libres de decir lo que quieren que los personajes principales, que están más condicionados por el tema de preservar su honra. La Vieja Pagana, justamente por no ser religiosa –ella dice provocativamente que Dios no existe (p.42)– se anima a hablar de Yerma sobre deseo, y más adelante la incitará a ser infiel a su marido. Otro personaje, la Muchacha 2ª, se atreve a decir, aunque la consideren una loca, que “toda la gente está metida dentro de sus casas haciendo lo que no les gusta”, que no quiere tener hijos y que preferiría estar en la calle y no estar casada.
Nuevamente, aparece en este cuadro un diálogo trunco con Juan, que termina cuando el esposo lo ordena, enviando a Yerma a su casa. Para Juan es muy importante conservar las apariencias ante el qué dirán, y que Yerma esté en el campo hablando con Víctor puede parecer sospechoso. Yerma se excusa diciendo que se entretuvo escuchando el canto de los pájaros, lo que una vez más trae a colación el tema del cantar como alusión al deseo; lo que entretuvo a Yerma, en realidad, fue el cantar de Víctor.
Que Yerma y Juan no puedan concebir tiene más que ver con un desencuentro en el amor que con el hecho de que alguno de los dos, o ambos, sean estériles. Esto también está relacionado con los roles de género que les fueran asignados en su sociedad. A Juan, por ser hombre, le corresponde salir de la casa para trabajar, por eso cuando Yerma se va a dormir –momento en el que compartirían una cama– Juan se queda afuera, cuidando el campo. Yerma acepta con todo su ser el mandato maternal que le exige su entorno, pero se ve en una paradoja al no poder realizarse como mujer dentro de su matrimonio sin hijos, matrimonio del que no puede salirse sin perder su honra. Por eso ve como una limitación tener que quedarse dentro de la casa y le dice a Juan que ella no es una mujer, porque la maternidad, para Yerma y para su sociedad, es una condición sin la cual pierde su identidad de género. Y esta pérdida se convierte en el drama en el destino trágico de la protagonista.
Cuando conversa con Víctor, Yerma le pregunta si oye el llanto de un niño. Víctor le responde que no. De esta manera, el motivo del niño ausente retorna en forma de un sonido que solo Yerma puede escuchar, señal de que se intensifica su obsesión.