Yerma

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La maternidad

El único deseo que mueve a Yerma y que, en consecuencia, mueve toda la representación dramática, es el deseo de ser madre. Es tan fuerte su anhelo que a medida que pasan los años de cuadro en cuadro, la idea de tener un hijo se convierte en una obsesión. Esta obsesión toma forma en el motivo del niño ausente, un hijo que no existe al que Yerma escucha llorar, o al que le canta una canción de cuna. De esta manera, la obsesión de Yerma trastorna su sentido de la realidad y la acerca a la locura, lo que se evidencia en el cuadro final, cuando Yerma exclama que ha matado a su propio hijo después de haber estrangulado a su esposo.

Para Yerma la maternidad es una condición sin la cual su identidad como mujer pierde sentido: “Ojalá fuera yo mujer” (p.47), le dice a Juan, dando a entender que lo que le falta para serlo es un hijo al que cuidar. El deseo de Yerma por ser madre coincide con el mandato que la sociedad en la que vive le exige a las mujeres casadas, un mandato que es tan fuerte que, de no querer seguirlo, una mujer puede correr el riesgo de ser tildada de loca, como le sucede a la Muchacha 2ª. Yerma, en cambio, representa a aquellas mujeres que quieren pero no pueden convertirse en lo que la sociedad espera de ellas. Por eso su drama consiste en no poder realizarse como madre dentro de una sociedad que la ha criado exclusivamente para ello. En este sentido, Yerma se presenta como una obra que critica el mandato de maternidad de las sociedades patriarcales, que condenan a las casadas sin hijos a llevar una existencia sin razón de ser.

El deseo y la fertilidad

Yerma se describe a sí misma, y es caracterizada por otros personajes como una mujer “seca”, “marchita” (p.80), lo que relaciona su incapacidad de quedar embarazada con la infertilidad. A Juan también se lo describe como una persona estéril, como “un padre [que] no da hijos” (p.51) y que tiene la “cintura fría como si tuviera el cuerpo muerto” (p.69).

Pero la falta de fertilidad en Yerma tiene más que ver con una falta de deseo que con una condición biológica. Juan y Yerma raras veces comparten la cama, porque Juan se la pasa día y noche cuidando del campo, y cuando lo hacen, no hay pasión que los conduzca a concebir un hijo. Yerma quiere manifestar deseo por Juan, y así lo hace en el primer cuadro; Juan lo hará a destiempo en el último cuadro, cuando la relación ya está definitivamente perdida. En rigor, el único deseo que mueve a Yerma es el de tener hijos; no quiere a su esposo por él mismo, y esta falta de deseo dentro del matrimonio es lo que los convierte a ambos en personas infértiles.

Un personaje que representa en el drama la fertilidad es Víctor, la única persona por la cual Yerma sintió alguna vez un deseo pasional. Víctor se la pasa trabajando al igual que Juan, pero manifiesta con su presencia la virilidad y la voluntad de tener hijos que Juan no posee. No obstante, Víctor no será una opción viable para Yerma, porque ni ella ni el joven pastor estarán dispuestos a perder su honra por seguir una pasión que podría darle a Yerma lo que más desea, la posibilidad de tener un hijo.

El rol del hombre y de la mujer

En el teatro de Lorca los roles de género están definidos por un entorno rural conservador y patriarcal, que obliga a los hombres a trabajar y a cuidar de sus pertenencias y de su familia, y a las mujeres a permanecer en el hogar, criando a los hijos y realizando quehaceres domésticos. Si bien los hombres, al tener que pasar la mayor parte del tiempo fuera de su casa y tener que luchar por su honor, ponen en riesgo su vida –como sucede, por ejemplo, en Bodas de sangre– a las mujeres les toca vivir una vida encerradas tras cuatro paredes, sin posibilidad de cuestionar las órdenes de sus padres o de sus maridos.

“Las mujeres dentro de las casas. Cuando las casas no son tumbas” (p.58). Para Yerma, tener que vivir encerrada sin hijos es lo mismo que estar muerta en vida. Por eso, algo siempre la arrastra hacia el exterior, un lugar que no le está permitido por ser mujer, lo que le hace decir que a veces se siente como si fuera un hombre: “Muchas noches bajo yo a echar la comida a los bueyes, que antes no lo hacía porque ninguna mujer lo hace, y cuando paso por lo oscuro del cobertizo mis pasos me suenan a pasos de hombre” (p.62). Esta confusión de roles pone en evidencia que Yerma, sin ser madre, no puede corresponder al rol que se le ha asignado como mujer y quedarse dentro de la casa. Juan, quien no siente la exigencia de ser padre, acusa a Yerma de no ser una “mujer verdadera” (p.59) por no respetar sus órdenes: “las ovejas en el redil y las mujeres en su casa” (p.58). De esta manera, los roles del hombre y de la mujer, así asignados, son tema de discusión dentro de este matrimonio y manifiestan su desencuentro, en especial porque Juan no es capaz de comprender el rol materno que debe cumplir su esposa.

La honra

Otro tema dominante en el teatro de Lorca es la cuestión de preservar la honra. La honra o el honor tienen que ver con la reputación que tiene una persona dentro de la sociedad en la que vive, y que la liga a la casta de su familia; si una persona se deshonra, no solo pone en peligro su posición social, sino que también mancha el honor de sus padres y de sus antepasados. En sociedades premodernas, la honra formaba parte de un sistema de valores que penalizaban a las personas que cometían crímenes con la pérdida de su posición social. En la época representada por Lorca, la de una España rural y conservadora de principios de siglo XX, la honra sirve sobre todo como código moral para que hombres y mujeres no cometan adulterio sin sentir que han perdido su dignidad y la de su linaje.

Yerma desea con todo su ser tener un hijo, pero por encima de este deseo esta la honra. Por eso, rechaza constantemente las acusaciones de Juan, que cree que su esposa sale al campo en busca de otro hombre. Para Juan, “la honra es una carga que se lleva entre todos” (p.60) y le exige a su esposa y a sus hermanas que lo ayuden a cuidarla. Yerma, por su parte, cree que Juan es su “única salvación”, es decir, su única posibilidad de tener hijos, “por honra y por casta” (p.69). En su tragedia, tener que preservar su honor la obliga a resignarse, porque no podrá encontrar en su marido ni la voluntad ni el deseo necesarios para obtener lo que quiere.

Las apariencias o el qué dirán

Un tema ligado a la honra es el tema de las apariencias o del qué dirán. Para preservar la honra es importante no tener actitudes sospechosas que hagan hablar a “las gentes” –como se describe en la obra al entorno social de los personajes, representado en el Cuadro Primero del Acto Segundo por medio de las lavanderas. No importa si los rumores son verdaderos o falsos, el peligro es que circulen y, de este modo, pongan en cuestión el honor de una persona y de su casta.

Juan es el personaje al que más le preocupa el qué dirán: “No me gusta que la gente me señale. Por eso quiero ver cerrada esa puerta y cada persona en su casa”. Él no quiere que Yerma salga y se la vea hablando con Víctor, más por temor de lo que piensen los otros, que por temor a que Yerma le sea infiel: “YERMA: hablar con la gente no es pecado / JUAN: Pero puede parecerlo” (p.59). Yerma, quien sabe que está libre de culpas porque no ha hecho nada malo, no parece comprender que al salir pone en riesgo su honra y la de Juan por meras apariencias.

La fatalidad del destino

En las tragedias de la trilogía rural lorquiana, los personajes se sienten atrapados por un destino nefasto del que no pueden escapar. A los personajes masculinos les toca el sino de una muerte temprana; tal es el caso de Juan en Yerma, y de Leonardo y el Novio en Bodas de sangre. Los personajes femeninos deben resignarse a vivir encerrados, como muertas en vida, sin poder cumplir con sus deseos. Tal es el caso de la Novia en Bodas de sangre, que enviuda de esposo y de amante; el caso de todas las hijas de Bernarda con excepción de Adela en La Casa de Bernarda Alba, que deben permanecer un tiempo indefinido de luto sin poder salir de la casa; y el caso de Yerma, que no podrá tener nunca un hijo por haber asesinado a su marido.

Esta forma de interpretar los conflictos como manifestaciones de un destino fatal, inevitable e inamovible, inhabilita a los personajes a rebelarse o a cuestionar los mandatos sociales que los condicionan y los limitan. Por otra parte, si algún personaje se deja llevar por sus pasiones, no se hace responsable de las consecuencias, sino que adjudica a su mala estrella el desenlace de sus acciones. Yerma es un buen ejemplo de ambos casos: por un lado, no puede rebelarse ante una sociedad que le exige ser madre sin perder la honra, por lo que termina resignándose y aceptando su destino. Por otro lado, cuando estrangula a Juan, no parece ser del todo consciente de su acto, porque si bien admite el crimen, dice haberlo perpetuado contra un hijo que no existe, y no contra su esposo. En este sentido, la obra de Lorca nos invita a cuestionar una lógica fatalista que, de no existir, permitiría que los personajes puedan ser críticos de su entorno social, hacerse cargo de sus acciones y escapar de su final trágico.

La represión

Yerma debe reprimir su deseo ante las limitaciones que le imponen su marido y la sociedad. No debe salir, no debe ser vista hablando con otras personas, no debe insultar o hablar mal de su marido. Yerma reprime su deseo por Víctor, pero no se reprime de hablar sobre asuntos privados, concernientes al lecho matrimonial, con la Vieja Pagana y con Dolores, lo que pone en riesgo su honra y la de su marido. Algunos personajes, como la Vieja Pagana o la Muchacha 2ª, buscan que Yerma se libere de las barreras que reprimen su deseo, mientras otros personajes, como María o Dolores, quieren ayudarla sin que Yerma descuide su rol como mujer. Juan, en cambio, representa en la obra el organismo represor patriarcal; con él todo es acatar órdenes. Por eso no hay vía posible para el deseo entre Juan y Yerma.

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