Adán Buenosayres

Adán Buenosayres Citas y Análisis

A mis camaradas «martinfierristas», vivos y muertos, cada uno de los cuales bien pudo ser un héroe de esta limpia y entusiasmada historia.

Autor, Dedicatoria, p. 5

Esta frase es la dedicatoria que Leopoldo Marechal imprime al inicio de su obra. En ella pone de manifiesto el hecho de que esta es una novela en clave, en el sentido de que varios personajes son representaciones ficcionales de escritores e intelectuales argentinos de la época. Por ejemplo, Luis Pereda se corresponde con Jorge Luis Borges y el petizo Bernini con Raúl Scalabrini Ortiz. Tal como se aclara más adelante, en el "Prólogo indispensable", estas figuras son parodiadas por Adán Buenosayres: se trata tanto de una burla como de un homenaje, un reconocimiento; si bien la novela se ríe de ellos, ridiculizando sus aspectos físicos y sus formas de hablar y pensar, los identifica como las grandes voces autorizadas para teorizar sobre la cultura, la sociedad y la literatura argentinas.

Sin embargo, la novela no es bien recibida por la crítica en el momento de su publicación, y esto se debe en gran medida a su dimensión paródica. Julio Cortázar es el único especialista (todavía muy joven y poco reconocido) que escribe una reseña positiva en la época. Él da cuenta del impacto que causa entre los círculos de artistas e intelectuales. El impacto es tal que en la segunda edición de la novela, Marechal decide borrar la dedicatoria.

Por último, es importante observar la posición de este epígrafe en el libro: se ubica antes del "Prólogo indispensable" y así nos anuncia que ese apartado inicial es también parte de la ficción, no es una simple introducción escrita por el autor sino que forma parte de la obra literaria propiamente dicha. A su vez, nos anticipa su intención de escribir una novela sobre la base de la épica, ya que los personajes son introducidos como héroes de la historia.

Consagré los días que siguieron a la lectura de los dos manuscritos que Adán Buenosayres me había confiado en la hora de su muerte, a saber: el Cuaderno de Tapas Azules y el Viaje a la Oscura Ciudad de Cacodelphia. Aquellos dos trabajos me parecieron tan fuera de lo común, que resolví darlos a la estampa, en la seguridad de que se abrirían un camino de honor en nuestra literatura. Pero advertí más tarde que aquellas páginas curiosas no lograrían del público una intelección cabal, si no las acompañaba un retrato de su autor y protagonista. Me di entonces a planear una semblanza de Adán Buenosayres: a la idea originaria de ofrecer un retrato inmóvil sucedió la de presentar a mi amigo en función de vida; y cuanto más evocaba yo su extraordinario carácter, las figuras de sus compañeros de gesta, y sobre todo las acciones memorables de que fui testigo en aquellos días, tanto más se agrandaban ante mis ojos las posibilidades novelescas del asunto.

L.M, "Prólogo indispensable", p. 7

Esta cita pertenece al “Prólogo indispensable” de la novela, donde leemos la voz de L.M., un narrador en tercera persona que podemos identificar con la voz del autor, Leopoldo Marechal. Así, desde las primeras páginas se deja entrever la complejidad de narradores y puntos de vista de la obra. Aquí L.M. nos cuenta que es amigo del protagonista y que este ha muerto. Entonces declara que la obra que tenemos entre las manos está compuesta por diversos textos. Los últimos dos libros son escrituras del protagonista que este narrador transcribe porque las considera muy novedosas y necesarias para la literatura nacional. Además, nos explica el motivo de su propia escritura, es decir, de los Libros Primero a Quinto: en ellos se traza un retrato de Adán Buenosayres como sujeto particular para darle sentido al Cuaderno de las Tapas Azules y al Viaje a la Oscura Ciudad de Cacodelphia. Por otra parte, este prólogo deja en claro el plano biográfico de la obra: es la historia de vida de Adán. Pero a su vez, esto indica un plano autobiográfico, ya que, en cierta medida, el protagonista es una representación literaria, ficcional, del autor. La coincidencia entre ambos puede leerse en varios elementos de la narración: el personaje vive en el barrio donde reside realmente el autor, ambos visitan a su familia en Maipú durante la niñez, ambos son maestros y escritores.

Un sabor amargo en la lengua del cuerpo y en la del alma, eso era lo que sentía él al considerar la parodia de génesis que se desarrollaba en su habitación.

Narrador, Libro Primero, p. 13

En estas palabras se condensa la experiencia fundamental con la que inicia el relato de vida de Adán Buenosayres: su despertar metafísico. El texto lo explica como una génesis, es decir, un origen, un comienzo. Esto se debe a que el “Génesis” es el apartado inicial de la Biblia donde se relata la creación del mundo. Así Adán despierta aquel Jueves Santo y percibe todo lo que lo rodea como si fuera la primera vez, conociendo y reconociendo las cosas, pero, más allá de su apariencia, llegando a los conceptos más puros, a las verdades. En este punto ya podemos observar el entramado de tradiciones que construyen el pensamiento del autor: el cristianismo, por un lado, y la filosofía griega, particularmente las ideas de Platón sobre la existencia de verdades absolutas, por el otro.

Ahora bien, esta génesis -como toda esta novela- es una parodia, una burla, un homenaje. La novela combina lo elevado y trágico con lo popular y cómico. Su protagonista es un héroe o un santo, como si su historia fuera épica y mística, pero, a su vez, tiene una vida cotidiana regular en las calles de Buenos Aires y se relaciona con personajes totalmente mundanos.

Después, leyéndoles a los alumnos el primer balbuceo de sus éxtasis, don Aquiles había sentenciado: «Adán Buenosayres será un poeta»; y las miradas atónitas de los chicos se clavaron en Adán, que palidecía, desnudo ya en su esencia y revelado en la forma exacta de sus desvelos por aquel dómine de Maipú que también creía en la inmutable regularidad del cosmos y que todas las mañanas, reloj en mano, vigilaba la salida del sol para castigarlo si no lo hacía según la hora del almanaque.

Narrador, Libro Primero, p. 18

El protagonista viaja permanentemente al pasado, a sus recuerdos de infancia, ya que desde su despertar metafísico comienza a preguntarse quién es él, y busca parte de la respuesta en sus orígenes. La escena citada es una memoria recurrente. El recuerdo del maestro que lo reconoce como poeta desde pequeño se repite varias veces a lo largo de la obra, y guarda una gran importancia. Esto se debe a que explica ya el destino artístico del protagonista; su alma es poética desde siempre, está destinado crear a partir de su inspiración. Curiosamente, la memoria de la escena va cambiando en ciertos aspectos a medida que se repite. Por ejemplo, aquí el maestro es Don Aquiles, pero más adelante se trata de Don Bruno.

Pero bien sabía él que, apenas cruzara la de Warnes, entraría en un universo de criaturas agitadas: en aquel otro sector de la calle se habían citado al parecer todas las gentes de la tierra, mezclaban sus idiomas en un acorde bárbaro, se combatían entre sí con el gesto y los puños, instalaban al sol el tablado elemental de sus tragedias y sainetes, y todo lo convertían en sonido, nostalgias, alegrías, odios, amores.

—¡Un demonio de calle o una calle del demonio! El crisol de las razas. ¿Argentinopeya?

Narrador y Adán Buenosayres, Libro Segundo, p. 69

Esta cita condensa el encuentro de los dos planos trazados en la novela: Por un lado, está la dimensión realista, donde tienen lugar las acciones del personaje: su deambular errante por las calles y comercios de Villa Crespo, sus conversaciones con amigos y conocidos, sus observaciones sobre el entorno. Se destaca aquí la enorme presencia de inmigrantes en la ciudad en aquellas décadas del siglo XX, y la sociedad argentina como una mezcla de personas provenientes de diversos orígenes (el “crisol de razas”). En ese sentido, resaltan también las referencias a lugares que realmente existen en la Ciudad de Buenos Aires, como la calle Warnes, cercana a la zona donde vive el protagonista. Estos datos suman a la construcción de verosimilitud en la obra. Pero por otro lado, también se abre la dimensión místico-imaginaria. Adán percibe ese mundo que lo rodea con filtros épicos, religiosos y fantásticos. Así, las personas del barrio son “criaturas agitadas” y “demonios de la calle”, y su trayecto se convierte en una aventura, en la épica de un héroe. Como afirma la narración, Adán entra en otro universo. Es gracias al cruce de esos dos planos que se construye el proyecto literario de Marechal: escribe una épica, una historia de héroes y dioses para Buenos Aires, y fundada en las características de Buenos Aires. En palabras de la obra, esta novela crea una “Argetinopeya”, la epopeya argentina.

—¡Señores —exclamó—, fíjense qué país es el nuestro, qué carácter el suyo, qué fuerza la de su tradición! Este hombre, italiano de sangre y aborigen de La Paternal, sin haber salido nunca de su barrio, sin conocer la pampa ni sus leyes, ¡toma un buen día la guitarra y se hace payador! ¡Señores, esto es grande! Colosal —afirmó Adán Buenosayres muy serio.

Adán Buenosayres, Libro Cuarto, pp. 276-277

En la glorieta de Ciro Rossini, Adán Buenosayres y sus amigos comparten la cena con unos hombres decadentes que encarnan algunas figuras típicas de un momento que parece terminarse en la sociedad y la cultura de Buenos Aires. Entre ellos está Tissone, que es payador, es decir, cantor y poeta popular a la manera argentina. El protagonista, al conocer su historia, exclama con sorpresa estas palabras. Tissone es descendiente de italianos y ha nacido en el barrio porteño de la Paternal, pero conoce y practica el arte de la payada, típico del campo. Adán identifica con admiración la potencia de las tradiciones nacionales, ya que Tissone no ha estado en las pampas, pero sabe payar. Así, esta cita da cuenta de los movimientos migratorios que forman la población de la ciudad en el período y, al mismo tiempo, marca la fuerza y la relevancia de la cultura local, que parece envolverlos a todos, incluso a quienes llegan de otros países.

ADÁN
(Solemne)

Veamos el primer tiempo: el de la inspiración poética. (Gran expectativa) En un momento dado, ya sea porque recibe un soplo divino, ya porque ante la hermosura creada, siente despertar en sí una entrañable reminiscencia de la hermosura infinita, el poeta se ve asaltado por una ola musical que lo invade todo, hasta la plenitud, a semejanza del aire que llena los pulmones en el movimiento respiratorio.

Adán Buenosayres, Libro Cuarto, p. 287

Estas palabras son pronunciadas por el protagonista en un diálogo con sus amigos en la glorieta de Ciro Rossini. En una zona de la obra escrita como un diálogo teatral, los hombres conversan sobre sus temas favoritos: qué es ser argentino y qué es la literatura. Entonces, Adán desarrolla su teoría sobre la creación poética, que tiene dos momentos fundamentales: la inspiración y la expiración. Tal como explica la cita, la inspiración poética es un acercamiento a lo divino y a la belleza abstracta, perfecta, eterna. La inspiración es una elevación. El poeta recibe un soplo musical que lo llena, y a partir de allí puede escribir. La escritura será su expiración, explicada como una caída, ya que el poeta desciende al nivel de los otros humanos y comparte esa aproximación a Dios a través de su poesía. La teoría se va completando a lo largo de todas las conversaciones que mantienen los amigos. Las propuestas de Adán siempre retoman sus grandes tradiciones de pensamiento: la filosofía platónica (que aquí se ve en la idea de “hermosura infinita”) y el cristianismo (que se plasma es su visión de Dios como el máximo Creador).

Este retorno a la metafísica, en semejante noche y en tal ocasión, produjo en mi ánimo un dolorido movimiento de rebeldía: la deducción de la Causa Primera por sus efectos siempre había sido para mí un helado y estéril fruto de la lógica, incapaz de mover al alma según el amor.

Justamente, la irrupción de Aquella en mi noche oscura venía pareciéndome el anuncio de un claro día libertador, ofrecido a mi alma como recompensa final de sus trabajos. Y cuando, al pensar en Aquella, tocaba o creía tocar yo el fondo último de su ser, ¡he ahí que dejaba de pensar en ella para pensar en Otro, como si la mujer de Saavedra no fuese más que un puente de plata ofrecido a no sabía yo qué nuevo peregrinaje de mi entendimiento!

Adán Buenosayres, Libro Sexto, pp. 424-425

Esta cita pertenece al Cuaderno de las Tapas Azules narrado por el protagonista. Este libro es tanto una biografía de su alma como una recapitulación de su amor por Solveig Amundsen. Ahora bien, tal como explica el propio personaje, su amor, estimulado por la belleza de esa mujer, aquí llamada Aquella, es apenas un pasaje hacia el Amor puro, eterno y total por Dios. En este punto de la narración, él ya percibe que ella funciona como puente, pero todavía no ha terminado de descubrir al Hombre luminoso con el que entra en contacto en sueños. De esta manera, se va construyendo la historia de la transformación metafísica del protagonista: su alma tiende a buscar los conceptos abstractos y elevados en lugar de focalizarse en las apariencias. Así, separa la Solveig terrestre, corporal, material, de la Solveig celeste, absoluta, perfecta. Esta última es un concepto que le permite acercarse a la idea pura de belleza y a Dios, que en el pensamiento de este autor están estrechamente ligados. Una vez más, leemos el entrecruzamiento de la filosofía platónica con el cristianismo para explicar el origen y los motivos de la literatura: Adán afirma que escribe este cuaderno motivado por el Amor, primero hacia Solveig y después hacia la divinidad.

Lector amigo, si yo necesitara justificar la sueñera que se apoderó de mi en el cuarto infierno de Schultze, te recordaría cien ilustres antecedentes registrados en otras tantas excursiones infernales. Alighieri, con ser quien era, durmió no poco en la suya; y si el carácter metafísico de su viaje nos permite asignar un valor simbólico a las siestas de aquel bardo, podemos decir que Alighieri durmió en el lugar y hora debidos.

Adán Buenosayres, Libro Séptimo, p. 544

Esta cita ejemplifica un procedimiento muy usado en toda la novela, tanto en los segmentos relatados por el narrador en tercera persona como por el protagonista en su Cuaderno de Tapas Azules y su Viaje a la Oscura Ciudad de Cacodelphia: usar la segunda persona para dirigirse directamente al lector. En este caso, Adán interpela a su lector amigo para hacer explícita la intertextualidad de este descenso al infierno con el narrado por Dante Alighieri en la Divina Comedia. De hecho, comenta que él mismo siente sueño al llegar al cuarto nivel de Cacodelphia, y relaciona ese cansancio con el que experimenta el protagonista de la obra de Dante. Esta referencia se alinea con otras, como la mención de Schultze como “raro Virgilio”, ya que Virgilio es el guía de Dante en su camino hacia el infierno. Más adelante, a su vez, otro personaje se refiere a ambos como "¡Un Dante de cartón y un Virgilio de opereta!". En su conjunto, dejan en claro que el homenaje y la parodia producidos por Marechal son tanto implícitos como explícitos. No se trata de referencias ocultas, accesibles apenas para un público lector erudito o académico, sino que están al alcance de cualquier "lector amigo".

Volví a contemplar el monstruo, y aunque no le noté forma de maldad alguna, me pareció que las reunía todas en la síntesis de su masa ondulante, y que las abominaciones del infierno schultziano tomaban origen y sentido en aquel animal gelatinoso que se retorcía en la Gran Hoya.

—¿Qué le parece? —me interrogó Schultze al fin, señalando al Paleogogo. Le contesté:

—Más feo que un susto a medianoche. Con más agallas que un dorado. Serio como bragueta de fraile. Más entrador que perro de rico. De punta, como cuchillo de viejo. Más fruncido que tabaquera de inmigrante. Mierdoso, como alpargata de vasco tambero. Con más vueltas que caballo de noria. Más fiero que costalada de chancho. Más duro que garrón de vizcacha. Mañero como petizo de lavandera. Solemne como pedo de inglés.

Adán Buenosayres y Schultze, Libro Séptimo, p. 704

Estas líneas se corresponden con el final de la novela. Se trata de un descenlace muy extraño e inesperado. De manera abrupta, el astrólogo Schultze y Adán llegan al final del helicoide infernal y encuentran a este mosntruo gelatinoso llamado Paleogogo. Entonces, a raíz de la pregunta de su amigo, el protagonista enumera una serie de símiles un poco disparatados que sirven para describir al monstruo. El Paleogogo es como una síntesis de Cacodelphia: es feo, osado, serio, manipulador, duro. Sin embargo, no parece tener maldad. Las comparaciones establecidas por Adán en esta descripción se relacionan con refranes populares de temática argentina o gauchesca. Esto se puede ver en las menciones al cuchillo, al caballo, a la vizcacha. A su vez, esta intervención final hace énfasis en lo escatológico que muchas veces aparece en la novela para cortar el tono elevado: el Paleogogo es “mierdoso”. En ese sentido, es importante destacar cómo la obra se cierra riéndose de sí misma, resaltando su carácter de parodia en contraste con su plano épico, erudito y elevado. Cabe destacar, por último, que el final refuerza la postura antibritánica ya establecida en el enfrentamiento de los amigos contra Mister Chisholm: la frase final ridiculiza a los ingleses. Y así termina la obra, de manera extraña, súbita e inesperada, sin conclusión más que la burla en sí.

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