Jesús como espejo de Adán (Alegoría)
La alegoría vertebral de toda la obra es la serie de símbolos que conectan la vida del protagonista con la de Jesús. Esta trama alegórica es construida desde el comienzo, ya que los tres días relatados en los Libros Primero a Quinto coinciden con la Pascua cristiana. De hecho, el despertar metafísico de Adán se produce un Jueves Santo y, a partir de allí, los episodios que va experimentando coinciden con pasajes bíblicos sobre esas instancias finales de la vida de Cristo. Por ejemplo, esa misma noche la comida en la glorieta de Ciro Rossini emula la última cena. Por su parte, las experiencias internas del personaje al día siguiente se relacionan con la crucifixión y muerte del profeta: ángeles y demonios pelean por su alma, se siente como muerto y, finalmente, sueña con un hombre que lleva una corona de espinas y tiene el rostro ensangrentado. Esta alegoría se va completando en la novela gracias a los recuerdos y sueños en los que Adán va viendo cada vez con más nitidez la figura de un Hombre luminoso, Dios, que da orientación y comprensión a su alma.
La amada como creación del amante (Motivo)
Como se ha mencionado, esta novela es también una historia de amor, que comienza con el enamoramiento que experimenta Adán al ver a Solveig Amundsen. El protagonista reconoce en ella una belleza extraordinaria que lo conmueve poderosamente. A partir de ello comienza a crear y recrear su imagen hermosa en sus pensamientos, como si ella fuera una obra de arte, primero, y un concepto, después. Adán pinta un retrato de la joven entre la vegetación del jardín de la casa de Saavedra, que se asemeja a una pintura: la frescura y voluptuosidad primaveral de las plantas está en sintonía con la belleza de la chica. Además, al observar que ella es un puente para acceder al Amor por Dios, Adán separa la muchacha terrestre de la celeste. Esta última es una creación, una abstracción que el enamorado concibe a partir de la muchacha corporal para elevarla como idea perfecta, absoluta.
La vastedad de la pampa húmeda (Motivo)
La enorme extensión de los campos argentinos en la región de la pampa húmeda es un motivo recurrente de la literatura argentina, y también se hace presente en esta novela. Por ejemplo, al comienzo del Libro Tercero, el narrador presenta el espacio donde se aventurarán el protagonista y sus amigos de esta manera: “asoma ya su rostro la pampa inmensa que luego desplegará sus anchuras hacia el Oeste bajo un cielo empeñado en demostrar su propia infinitud” (168). Luego, el petizo Bernini define: “La pampa entera es el vasto lecho de un mar que se debatía contra los Andes y que se retiró luego” (189). La enormidad del territorio permite usarlo como el espacio donde la fantasía es posible (allí aparecen monstruos y fantasmas).
El cadáver del caballo (Símbolo)
El cuerpo del caballo en estado de putrefacción que Adán y sus amigos encuentran al adentrarse en el campo de Saavedra simboliza el avance de la ciudad sobre el campo. En el pasaje del siglo XIX al siglo XX, la urbe, junto con la modernidad y la industrialización, se imponen sobre las áreas rurales, y esto implica un importante cambio en el territorio de Buenos Aires como centro cultural de la Argentina. Así, la novela afirma que este caballo es un "noble corcel, víctima de un urbanismo traicionero que amenazaba con envolver en sus redes lo más puro de la tradición argentina", 184). El campo argentino se ve amenazado por el paso del tiempo y el avance de la ciudad, por lo que este animal es ya un cadáver. La imagen, a su vez, funciona como indicio de la muerte de Adán Buenosayres.
El pez (Símbolo)
En su entramado de referencias cristianas, la novela aprovecha la figura del pez, antiguo símbolo que representa a Jesús. Antes de que el cristianismo fuera una religión dominante, sus fieles eran perseguidos en el Imperio Romano. Por ese motivo, para continuar sus prácticas religiosas en secreto, utilizaban el dibujo simple de un pez trazado con dos arcos. Esta figura se llama ichtus, acrónimo en griego clásico del nombre Jesucristo. Los peces aparecen en muchos episodios narrados en el Nuevo Testamento.
En la novela de Marechal, el símbolo es aprovechado en varias ocasiones. Por ejemplo, perdido en sus pensamientos mientras camina por las calles de Villa Crespo, Adán reflexiona: "El pez en el anzuelo, yo: un pez que ha mordido el anzuelo invisible y se retuerce a medianoche" (76). Más adelante, cuando el protagonista le confiesa a Franky Amundsen que está experimentando una transformación muy fuerte, le dice que hace tres meses lucha contra un ángel, y que esa pelea es como "la lucha de un pez que ha mordido el anzuelo y se resiste aún a los tirones del pescador" (182). En ambos casos, la comparación simbólica forma parte de la alegoría que acerca la vida de Adán Buenosayres a la de Jesucristo: ambos son representados por ese pez, mientras que el pescador es Dios.