Resumen
La vieja Chacharola, vecina del barrio, camina hacia la calle Monte Egmont golpeteando su escoba. Odia a su hija porque se ha fugado con un hombre y le ha robado algunas cosas valiosas. Los chicos del barrio la burlan. Mientras tanto, Adán deja la casa de Tesler lleno de pensamientos felices por el mensaje que le envía Solveig. Imagina que la encuentra y le confiesa su amor, pero no se le ocurren las palabras. La narración intercala el camino del protagonista por las calles con un diálogo entre cocheros de una funeraria.
Cuando Adán se acerca a la iglesia de San Bernardo, Polifemo, una suerte de artista callejero o mendigo, aparece en escena. Es ciego y actúa con una guitarra, aunque no sabe tocarla. La gente que pasa caminando le da monedas. A pesar de su aspecto decadente y desalineado, tiene cuatro casas. El protagonista pasa frente a Polifemo, va caminando por la calle Warnes y se encuentra con un cortejo fúnebre que se acerca al Cementerio de la Chacarita. Los cocheros que conversan ahora también juegan al truco, juego de naipes típico de la Argentina. Al volver, Adán contempla con atención el Cristo de la Mano Rota que se erige en la iglesia de San Bernardo. Luego, entra en un bar llamado "La Hormiga de Oro" para conseguir cigarrillos. Allí conversa con Ruth, empleada del local, que parece ser su amiga o amante. Luego visita la curtiembre junto a Pipo, un borracho del barrio, y más tarde se corta el cabello en la peluquería de Don Jaime, donde también conversa con el Carrero del Altillo.
De pronto, escuchan que en la calle hay una pelea, cerca de la verdulería. Se enfrentan Yuyito y Juancho, dos chicos traviesos del barrio, mientras dos mujeres, Filomena y Gertrudis, sus madres, los atajan. El narrador explica el origen de la pelea: los pequeños bandidos comienzan a discutir por fútbol, son hinchas de equipos rivales, y la pelea va subiendo de tono hasta que llega a la violencia física. Esto desencadena otra serie de luchas entre personajes. Primero se pelean las madres; Filomena asegura que Gertrudis se acuesta con el Carrero del Altillo, quien a su vez, lleno de ira, golpea a otros dos hombres que, en principio, no tienen nada que ver con la discusión. El alboroto generalizado se disipa con la llegada del Sargento Pérez, de la Comisaría 21.
La narración salta luego a una tertulia en la casona de Saavedra de la familia Amundsen. Por un lado están las hermanas Amundsen con Ruty y Marta, conversando sobre sus candidatos; por otro, las madres de todas las muchachas charlan con melancolía sobre la juventud perdida. La señora Amundsen se angustia al recordar a su marido muerto. Mister Chisholm, un inglés que se casa con la viuda, está apartado y piensa en la grandeza de Inglaterra. En otro rincón del salón hacen un alboroto discutiendo sobre temas científicos, artísticos, filosóficos y sociales Samuel Tesler, Lucio Negri, Adán Buenosayres, el astrólogo Schultze y el ingeniero Valdez. Las ideas de Tesler son estrafalarias y arrogantes; las de Lucio, más científicas y acordes al sentido común. El señor Johansen contempla a los jóvenes sin opinar demasiado.
Más adelante, a pedido de Ruty, Schultze describe en detalle su concepto del "neocriollo" y sus once sentidos orientales. Luego entra Ramona, la sirvienta, y les sirve algo de beber. Adán se mantiene retraído y contempla a Solveig (en un momento cree ver que ella y Lucio se dan la mano), mientras los varones siguen conversando y exponiendo reflexiones más o menos absurdas. Entonces llegan Luis Pereda, Franky Amundsen, Del Solar y el petizo Bernini y se expande el diálogo alborotado. Tratan temas locales que les interesan, como grandes motivos de la literatura: personajes del suburbio porteño elevados al nivel de los dioses olímpicos, como el gaucho, el malevo, el compadrito. Consideran a los argentinos hijos criollos de migrantes europeos y se quejan de los extranjeros, y entonces Chisholm abandona su silencio y reacciona, diciendo que, sin la presencia inglesa, Argentina no sería nada. Los jóvenes, aunque tienen distintas ideas y vienen de distintos orígenes, se unen contra el adversario en común. El petizo Bernini afirma: "¡Inglaterra es el enemigo!" (155) y "Al fin y al cabo, ¡que nos devuelvan las Malvinas!" (156).
En otro sector, Lucio habla con las muchachas sobre Tesler; dice que es un loco, que su pose de filósofo brillante es falsa y que ha estado internado en un manicomio. Haydée, enamorada de Samuel, no cree esto; piensa que es un genio incomprendido. Entonces, el ingeniero Valdez asegura que puede hipnotizar a alguien. Marta se ofrece para que hagan el experimento con ella. A pesar del descrédito inicial, hay una sorpresa general porque, en efecto, la chica es hipnotizada.
Finalmente, Ruty toca el piano y todos bailan en parejas: Schultze con Ethel, el matrimonio Johansen, Marta y el ingeniero Valdez, Tesler y Haydée, Lucio y Solveig, la señora Amundsen y Chisholm. Franky, Pereda, del Solar y Bernini bailan de a cuatro, mientras que la señora de Ruiz y Adán permanecen inmóviles. En ese momento, ve que Solveig ha dejado su Cuaderno de Tapas Azules, dedicado a su amor por ella, tirado en el diván para ir a bailar con Lucio Negri. Esto le genera sufrimiento; siente que su amor y su escritura son menospreciados, y su imaginación fluye: "su alma comenzó a desmayar y su razón a extraviarse en peligrosos laberintos de cólera" (165). Guiado por las emociones, recorre una fantasía por las calles de Villa Crespo. Al final, vuelve a cobrar consciencia y saca a bailar a la señora de Ruiz.
Análisis
El Libro Segundo ofrece un amplio panorama de personajes que ejemplifican tipos sociales de la población porteña de la época. De hecho, a partir de este segmento, toda la novela es una gran proliferación de pequeños personajes a los que conocemos por sus nombres, que desarrollan acciones, se relacionan con el protagonista y participan en diálogos, pero solo de manera momentánea. Algunos de ellos vuelven a aparecer brevemente en otros libros de la obra, pero otros no. Este procedimiento sirve para mostrar el complejo paisaje social de la época con detalles y profundidad.
Desde fines del siglo XIX y durante las primeras décadas del XX, Argentina es un país que recibe enormes olas migratorias. Las leyes nacionales permiten la entrada de cualquier extranjero que llegue para trabajar, ya que los sucesivos gobiernos consideran que es preciso poblar el territorio que conforma la nación, particularmente aquellas zonas donde antes habitaban los pueblos originarios. El proyecto inicial es recibir inmigrantes de Europa del Norte, idealmente alemanes e ingleses de origen protestante. Es importante recordar que, en este período, Inglaterra interviene directamente en la economía argentina, regulando la producción agrícolo-ganadera y desarrollando medios de transporte como los trenes, entre otras acciones.
No obstante, lo cierto es que en estas grandes olas inmigratorias llegan al país personas del sur de Europa (de Italia y España, sobre todo) y de Medio Oriente, escapando de las guerras o la pobreza. A su vez, la idea original era que estos migrantes trabajaran los campos, pero muchos de ellos se quedan en Buenos Aires, ciudad moderna en enorme crecimiento y en vías de industrialización. Este flujo también se entrelaza con las migraciones internas, de personas que llegan a la capital desde otras regiones de Argentina en busca de trabajo.
El encuentro de personas de orígenes, culturas y lenguas tan diversos en un mismo territorio genera un entramado social sumamente complejo, y a raíz de ello se producen importantes debates sobre la identidad nacional. Los escritores argentinos forman parte de esas discusiones: piensan cuál es y cómo debe ser la lengua nacional, sus expresiones y su fonética; crean una tradición literaria que sirva como base de la cultura nacional; idealizan algunos de sus tipos sociales, como el gaucho; reflexionan sobre la presencia extranjera y las relaciones con el mundo. Todas estas cuestiones se pueden leer en Adán Buenosayres.
En las calles de Villa Crespo, efectivamente, se cruzan hombres y mujeres de las clases populares, comerciantes o trabajadores, muchos de ellos inmigrantes, como la vieja Chacharola, que es italiana. Algunos de ellos son marginales, como Polifemo, que trabaja en la calle, aunque, paradójicamente, hace fortunas mendigando, y es dueño de cuatro propiedades. La secuencia de peleas desatada por Yuyito y Juancho es uno de los momentos que más figuras populares entrecruzan. Es interesante observar la dimensión cómica de toda esta batalla generalizada. Por ejemplo, cuando el Carrero del Altillo derrumba a Abdalla (hombre de origen árabe) de un golpe, salen volando unas naranjas de la verdulería. Pero, al mismo tiempo, toda la secuencia de peleas se asemeja a las guerras entre héroes de los poemas homéricos: las diosas Minerva y Juno acompañan a Gertrudis y Filomena respectivamente en su lucha. Como sostienen los especialistas, esta novela mezcla lo alto con lo bajo, lo erudito con lo popular, lo clásico con lo moderno, y combina diferentes variantes del lenguaje y géneros literarios.
En la tertulia de la casona de Saavedra, por el contrario, los personajes pertenecen a una clase acomodada: muchos de los varones son universitarios, las muchachas tienen pasatiempos burgueses, como tocar el piano, y las señoras conversan sobre temas banales, como los vestidos que se comprarán para la temporada. Además, en la casa hay una presencia muy silenciosa pero significativa: la de la sirvienta Ramona. En ese sentido, Adán Buenosayres y Samuel Tesler son personajes ambivalentes: viven en una pensión en Villa Crespo, no tienen dinero ni títulos universitarios, pero pertenecen a un grupo de intelectuales y artistas, por lo que culturalmente también se adaptan a la sociabilidad burguesa de la reunión en la casa de la familia Amundsen. Ahora bien, las divergencias de clase, origen y pensamiento entre los muchachos se disuelven de inmediato cuando encuentran al inglés como enemigo común. Este pasaje despliega un nacionalismo gracioso que enfatiza la preocupación de estos jóvenes por la cultura nacional argentina.
Es interesante observar que la narración compara la sala donde conversan los participantes de la tertulia con un burdel, primero, y con un loquero, después. Las comparaciones surgen cuando el punto de vista se enfoca en las discusiones alborotadas del grupo de varones intelectuales, amigos y colegas de Adán, que dialogan sobre literatura, cultura, filosofía y sobre la naturaleza social argentina. Estas asociaciones con el burdel y el manicomio, pues, vinculan la literatura, las artes y las reflexiones intelectuales con la locura y la prostitución. Tanto es así que Adán y sus amigos son extravagantes, rimbombantes, ruidosos, caóticos, exagerados y hasta ridículos, y entran en contraste con la sensatez y la mesura cientificista, acorde al sentido común del médico, Lucio Negri, y el ingeniero Valdez. En esta extensa secuencia, las disputas no son físicas como en la batalla de Villa Crespo, sino verbales, pero ambas están cargadas de comicidad.
Por último, este libro da continuidad y profundidad a algunas líneas ya trazadas en el anterior. Dos instituciones siguen afirmando su presencia: el Cementerio de la Chacarita y la Iglesia de San Bernardo. Ambas contribuyen como elementos de la alegoría que equipara la vida de Adán con la de Jesucristo: la muerte y el cristianismo envuelven al personaje todo el tiempo. Además, como se ha mencionado, son instituciones que realmente existen en Buenos Aires y, por lo tanto, aportan verosimilitud a la novela. Así, también continúan los desplazamientos entre la realidad narrada y el fluir de la imaginación del protagonista, en este caso, particularmente motivados por el amor frustrado que Adán siente por Solveig.