Adán Buenosayres

Adán Buenosayres Resumen y Análisis Libro Sexto

Resumen

Este libro es la transcripción del Cuaderno de las Tapas Azules. El narrador ahora es Adán Buenosayres, que relata su vida en primera persona. Primero considera el modo como comienza a percibir el mundo cuando es bebé y luego niño. Recuerda que de pequeño lloraba a escondidas por las noches. No tenía motivos ni una tristeza definida, sino “vocación del llanto”. Por momentos, Adán se refiere a sí mismo como “el niño” (403). Siente una angustia que no puede nombrar, pero que se va aclarando en su interior. Su memoria lo lleva a una boda en Maipú donde se revelan ante él las ideas del tiempo y el espacio. Luego, poco a poco, descubre lo bello, la belleza del mundo a través de los colores y las formas del paisaje del campo que lo rodea. Esa contemplación le provoca felicidad y lo libera de sí mismo y de sus miedos. Más tarde aparece en su interior una idea musical, su inspiración poética.

El protagonista admite que no escribe la biografía de un hombre sino la de su alma. Esta ha encontrado su propósito, su orientación, al conocer a una figura llamada “Aquella”, por y para quien escribe este cuaderno. En ese sentido, su “trabajo ha de parecerse al desarrollo de un teorema o a la consideración de un enigma” (408). En cierto punto, se da cuenta de que quiere tener un amigo; se siente solo. Al mismo tiempo, su alma se da cuenta de que es viajera, quiere salir de la quietud y decide moverse en busca del amigo. Entonces nace una paloma de su alma; sale por la zona del hombro. Adán cree que esto simboliza la potencia de su vuelo y su destino de amor, es decir, sus ganas de viajar y de amar. Entonces ve una figura humana que lo mira como ningún ojo terrestre lo ha mirado. Ese Hombre tiene un rostro lleno de luz resplandeciente; es hermoso, glorioso, majestuoso. Adán se conmueve y se olvida de sus miedos. Se siente inundado por la gracia de esa figura.

Luego su alma se aleja de sí misma, olvida su propia esencia y se convierte en esencia de lo que ama, hasta que un día se produce una revelación, el alma se expande y se aleja de él. Descubre los sonidos de todas las cosas y todas las criaturas que se ofrecen como sus amigas. Pero las cosas no lo aman tanto como él a ellas, y conoce el desamor. Luego, el alma regresa a él. Así, Adán conoce un estado del alma que no es ni vida ni muerte, sino una posición de frontera. Sueña que dos ojos lo miran desde atrás con mucha atención; es una nueva aparición del Hombre luminoso. La figura le pide que eleve su cabeza y mire el mundo, para conocerlo. Se acerca en sueños a una noción cabal y terrible de la muerte.

Más adelante comenta el modo en que ama a Aquella, una mujer excepcionalmente bella y cautivadora. El protagonista percibe que, tras haberla contemplado, no podrá mirar ninguna otra cosa en adelante. La conoce en el jardín de la casona de Saavedra. Es tan hermosa que se siente abrumado y decide volver a su casa. Cuando llega, solo puede pensar en la belleza de Aquella, y sus pensamientos lo conmueven. Entonces su alma le reprocha: “¿Cómo? Después de tan largo viaje, ¿te lanzarás otra vez al río engañoso de las criaturas? ¿Descenderás nuevamente a la finitud y peligro de los amores terrenos, después de haber alcanzado la noción de un amor infinito?” (419-420). Pero el encanto que ha provocado la mujer es más fuerte que las voces de su alma. La figura es luminosa; tiene un esplendor que genera el placer de contemplar lo bello. Adán tiene certeza de que esa belleza es la presencia de lo verdadero, pero no capta cuál es esa verdad exactamente.

Recuerda haberse sentido cautivado por la belleza de otras mujeres, pero esta vez es diferente: su alma observa y analiza a la amada pero también se analiza a sí misma y los “efectos de su contemplación” (422). El protagonista conoce a Aquella en primavera: el acontecimiento de la mujer y de la estación del año coinciden. Camina por Villa Crespo rememorando a la mujer, y tres noches más tarde vuelve a Saavedra. Se siente muy nervioso. En la entrada hace un hueco entre las enredaderas que crecen en las rejas externas del jardín y espía los movimientos y sonidos de las jóvenes que allí viven. Cuando ellas se van a dormir, él se sienta en el umbral de la vereda y experimenta un sobresalto: se da cuenta de que su entendimiento ha creado la belleza de esa mujer, y que a partir de ella se conecta con lo otro, con su amor por todas las demás criaturas. Esta idea es un “retorno a la metafísica” (424).

Un día decide calmar su enamoramiento. Trata de encontrarla mientras ella pasea por las Barrancas de Belgrano, pero cuando pasan sus amigas se da cuenta de que ella no está. Adán quiere llorar de tristeza pero no puede. Vuelve a su casa, se acuesta y cierra los ojos. Siente presencias fantasmagóricas; para él, la ciudad está inundada de muerte. Los días siguientes se siente muy mal, porque cree que Aquella no le corresponde en su amor. En algunas ocasiones decide repentinamente ir hasta la casa de Saavedra y sentarse en el umbral, buscando una emoción, pero solo siente desasosiego. Su pensamiento pasa de la angustia a la fantasía: se imagina a Aquella y disfruta con sus ideas. Una tarde vuelve a la casona de Saavedra junto a su amigo. Por el medio del jardín, rodeada de flores, avanza Aquella. Tanto la mujer como la vegetación son hermosas, como obras de arte. Es un mundo de armonía, de equilibrio perfecto. Allí, Adán, el amigo y la joven conversan sobre el amor, y el narrador describe el sufrimiento de los amantes como algo similar a la muerte. Entonces llegan las otras muchachas y la intimidad se quiebra.

Adán y Aquella vuelven a encontrarse varias veces. Otra tarde pasean solos por el jardín, embriagados por el olor de las rosas. Ella parece una rosa más. Él se angustia porque percibe que entre ambos se abre una distancia insalvable. Entonces resuenan en su alma tambores que anuncian la muerte: ve a Aquella marchitarse como una rosa que perece. La alarma es tan angustiante que decide dejar de visitar la casa de Saavedra. Se aleja de Aquella, pero la piensa cada vez más, con más profundidad, intimidad. Entonces separa de la imagen de Aquella todos los elementos abstractos, perfectos: su forma, volumen y colores. De esta manera, inmortaliza la belleza de la mujer en una figura ideal. Ahora la mujer existe en dos planos, se desdobla: por un lado, está la mujer terrestre, mortal, y, por otro, la mujer celeste, eterna, que se resguarda en el alma del protagonista que la ama.

El final del Cuaderno de Tapas Azules se escribe después de la última visita del protagonista a Saavedra. Es un texto lleno de angustia, que narra el velorio de la versión terrestre de Aquella. Ella muere en el inicio de una nueva primavera. Adán pasa unos días muy angustiado y una noche sueña con un barco en ruinas. Él está sobre la nave remando en aguas podridas eternamente y lleva el cuerpo putrefacto de Aquella. Llega a un portal y entrega el cuerpo a Alguien, que se lo lleva a las tinieblas. Sufre mucho hasta que ve al Hombre luminoso, esta vez vestido en harapos. Este le indica que acepte la muerte y que se concentre en la imagen perfecta, ideal, de la mujer que ha construido en abstracto.

Análisis

El Cuaderno de las Tapas Azules es una historia de amor. “Porque de amor es la carne de mi prosa, y del color de amor se tiñe su vestido” (402), admite su narrador, Adán Buenosayres. Esta historia de amor concentra las grandes tradiciones filosóficas, estéticas y religiosas de la obra. En la figura de Aquella reconocemos a Solveig Amundsen y, a través de ella, Adán se acerca a Dios, al Hombre luminoso que lo guía y le enseña a su alma sobre el mundo, la belleza, la caridad y el amor hacia las demás criaturas. El Amor narrado aquí es tanto el amor por la chica como el amor cristiano por Dios y por el prójimo.

Así, toda la experiencia amorosa es un retorno a la metafísica, a la reflexión filosófica sobre sí mismo y sobre el mundo. Como Jesús, Adán logra, gracias al amor, concebir todo lo que lo rodea. Tanto es así que el protagonista afirma: “¡he ahí que dejaba de pensar en ella para pensar en Otro, como si la mujer de Saavedra no fuese más que un puente de plata ofrecido a no sabía yo qué nuevo peregrinaje de mi entendimiento!” (425). La mujer es elevada a la categoría de concepto y a partir de ese concepto Adán Buenosayres se entiende a sí mismo, a Dios como fuente de todo conocimiento y al mundo que lo rodea. En sintonía, el protagonista admite que este cuaderno es la biografía de su alma y la plantea como un misterio a develar, un enigma: el amor que siente es la vía por la cual puede narrar la historia de su interioridad, de su alma. Por lo tanto, este cuaderno es una búsqueda, una exploración interna. El personaje pretende conocerse a sí mismo a través de la escritura.

Este segmento de la obra ejemplifica de manera excepcional el motivo del amante como creador de la amada. La belleza de Aquella es descrita como una obra de arte, y las palabras del protagonista son totalmente hiperbólicas al hablar de su hermosura. Pinta su retrato en el medio de la vegetación del jardín, en un ambiente idealizado y armónico. Además, toda la historia de amor comienza en primavera y esta época del año, su reverdecer, su frescura y su fertilidad coinciden con la belleza y juventud de la amada. En ese sentido, además, es vital el desdoblamiento que el protagonista produce de la imagen de la mujer: por un lado existe la mujer terrestre, real, corporal, mortal, y, por otro, la mujer celeste, perfecta, idealizada y eterna. Así como afirma el especialista en literatura argentina Adolfo Prieto, Adán experimenta un amor platónico: se enamora perdidamente de la idea de belleza que extrae de la imagen de la mujer. Esto establece una conexión directa con la filosofía griega clásica y con la caracterización del protagonista como artista cristiano: lo que más ama es a Dios y el concepto de lo bello, que en cierto punto son la misma cosa.

Si bien la mujer terrestre ha permitido la concepción de la mujer celeste, la primera debe morir para que el protagonista pueda realmente acercarse a lo verdadero, lo abstracto, lo divino. Es interesante observar que no podemos saber con precisión si Aquella realmente muere o si el velorio es una estrategia del poeta para darle fin a su enamoramiento, como si la matara en su interior. De todas maneras, lo fundamental es que decide conservar la imagen idealizada en su interior para acercarse a Dios: la mujer celeste "iba edificando mi alma en su taller secreto. Y como la construcción de la una se hacía con los despojos de la otra, no tardé yo en advertir que, mientras la criatura espiritual adelantaba en crecimiento y virtud, la criatura terrena disminuía paralelamente, hasta llegar a su límite con la nada. Fue así como «la muerte de Aquella» se impuso a mi entendimiento con el rigor de una necesidad" (435).

Por último, es preciso recordar que, tal como se afirma en el prólogo, este Cuaderno de Tapas Azules un texto escrito por el protagonista de la novela y transcrito por su amigo, el narrador de los primeros cinco libros. De ese modo, en el pasaje del Libro Quinto al Libro Sexto reconocemos un cambio en la voz narradora: el yo que se expresa a partir de aquí es el de Adán Buenosayres. Este cambio también se manifiesta en el tono elevado de la narración en este segmento: no encontramos expresiones escatológicas ni humorísticas. Por el contrario, la biografía del alma del poeta y su historia de amor por Aquella y por Dios son contadas con un estilo sofisticado; tal como han identificado los especialistas, es un libro en el que se despliega el lenguaje literario típico del Siglo de Oro español. Este pasaje contribuye a la mezcla general que propone la novela, cruzando lo bajo con lo alto y lo clásico con lo innovador, ya que contrasta con buena parte del lenguaje utilizado en los primeros cinco libros, donde son frecuentes las expresiones cotidianas, ordinarias y hasta vulgares.

En el "Prólogo indispensable", L.M. sostiene que los Libros Sexto y Séptimo son el núcleo de la obra, y que los anteriores funcionan apenas como una introducción para que los lectores podamos conocer mejor al protagonista. Julio Cortázar, el primero en reseñar de manera celebratoria esta obra, discute con esa idea y asegura que, en realidad, el Cuaderno de las Tapas Azules y el Viaje a la Oscura Ciudad de Cacodelphia son "apéndices", ya que le interesan mucho más las partes narradas en tercera persona.

En sintonía, la mayor parte de los lectores especializados sostienen que este Libro Sexto es apenas un despliegue de vocabulario sofisticado, complejo y antiguo, o una imitación de discursos clásicos sobre el amor de un hombre por una mujer. Algunos, incluso, se atreven a afirmar que es un "innecesario viaje interior por una consciencia sin conflicto" (Prieto, 1959: 116). Estas apreciaciones se fundan en el hecho de que Marechal se propone escribir una novela moderna y esta parte del texto, en realidad, remite a un tipo de literatura más clásica. Sin embargo, como se ha mencionado, la búsqueda es también la mezcla de géneros, usos del lenguaje y estilos literarios. Lo cierto es que, gracias a este Cuaderno de Tapas Azules, podemos conocer cómo escribe Adán Buenosayres, que protagoniza la obra en tanto que escritor e intelectual, y, por lo tanto, sirve para completar su historia y su caracterización como personaje.

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