Resumen
Adán Buenosayres despierta la mañana del Viernes Santo y encuentra a Irma con la bandeja del desayuno. Afuera garúa. A media mañana, cuando el hombre finalmente se levanta de la cama, la chica ya se ha ido. Él siente resaca y recuerda que tiene cosas para hacer. Toma café y vuelve a acostarse recordando los episodios de la noche anterior, pero al mismo tiempo se resiste a entregarse al mundo de las ideas, porque le resulta doloroso. Quiere disfrutar de la luz que entra a su habitación y del silencio que ha dejado la lluvia. Entonces pasa a recorrer sus memorias. El narrador usa la segunda persona para dirigirse al protagonista y relatarle sus recuerdos de niñez y adolescencia en Maipú. Recrea imágenes de la familia y del trabajo del campo, de la escuela y del maestro que anuncia que será poeta; luego, de su tío Francisco, que doma caballos. La voz le recuerda que viaja a Buenos Aires a los 18 años para estudiar.
Adán sigue sumido en sus recuerdos y se pregunta cómo ha podido formarse su grupo de amigos y colegas. Son “hombres musicales” (353), es decir, artistas, que llegan desde distintos lugares y orígenes: algunos son hijos de generaciones de porteños, otros han migrado desde las provincias del interior del país, otros pertenecen a familias que han llegado desde Europa. El grupo parece llamarse “Santos Vega”, y ese nombre tiene un valor simbólico, pero indefinido.
De allí, las memorias recorren su viaje por Europa: inicia en el norte de España, en Galicia y Cantabria, lugares que ya conoce por los relatos de sus abuelos; pasa por Castilla y recuerda a Don Quijote de la Mancha; se encuentra con una chica llamada Camille en París y pasan juntos un 1° de mayo; en Sanary, en la costa francesa del Mediterráneo, lo espera Ivonne; luego viaja a Roma, Amsterdam y Leyden, y, por último, pasa por la Isla de Madeira, en Portugal, antes de regresar al continente americano.
Repentinamente, las memorias pasan a su época como maestro de escuela. Recuerda espiar una reunión entre el Director y una madre sobre las responsabilidades de su hijo, que ha hecho travesuras. Está con otros dos maestros y se ríen del Director, exageradamente apegado a las normas. Luego rememora escenas de enseñanza con sus alumnos en el aula y en el patio del recreo. Por la ventana del salón puede verse la Plaza Irlanda, cercana a la zona en la que vive el protagonista. Finalmente, recupera un diálogo que tiene forma teatral: son las voces de sus alumnos representando una versión dramática de la Odisea.
Ha transcurrido todo el día y Adán va cerrando este momento de recordación. Se siente solo. Ya no está en su habitación, sino que camina por la calle. Es medianoche y se demora para regresar a casa. La voz del personaje se entremezcla con la del narrador. El protagonista recuerda canciones de su infancia, la muerte del tío Francisco y los lugares que ha visitado en Europa; acaricia las paredes de las casas y siente el frío de los umbrales. Camina lentamente. Le gustaría encontrarse a Cloto y que ella le sonriera, pero la anciana no está en la calle a esas horas. Entonces siente “la certidumbre de una gran adivinación” (392) más fuerte que nunca. El narrador nos cuenta que Adán está herido pero no lo sabe, y que va acompañado de milicias invisibles, pero tampoco lo sabe. Esas milicias son ángeles y demonios que pelean por su alma. El narrador repite varias veces que el personaje “No lo sabe, ¡y es bueno que lo ignore!” (392).
En este punto observa el paisaje urbano de Villa Crespo. Reconoce a la Flor del Barrio vestida y maquillada de manera llamativa, se acerca a ella y le toca la cara. Entonces se da cuenta de que es como una máscara. La verdadera mujer tiene la cara de la muerte: los ojos cóncavos, la nariz roída y la boca desdentada. Adán se da cuenta de que ha creado figuras en su imaginación y quiere deshacerse de ellas, pero los monstruos insisten. Siente cómo los ángeles y demonios se pelean por su alma, recuerda el cementerio de Maipú y siente el olor de los mataderos de vacas de la zona por la que camina. Llega a la curtiembre del barrio y el olor lo hace vomitar.
Sigue caminando y se cruza con varias figuras del barrio. Siente como si toda la calle gritara su nombre, y como si diferentes personajes locales lo persiguieran. Escapando hacia su habitación, pasa por la iglesia de San Bernardo y le habla a Dios en su interior. Sus palabras toman la forma de una confesión: dice que siempre ha creído en el Señor y se reconoce como pecador. En eso observa al Cristo de la Mano Rota. Luego se siente “muerto para sí mismo” (398) y sigue caminando hasta su pensión. En la puerta encuentra a un linyera y le ofrece dormir en su habitación, pero el hombre escapa. Finalmente, se acuesta y se duerme de inmediato. Sueña con un grupo de guerreros que representan los siete pecados capitales, entre los cuales camina, tambaleándose, un hombre crucificado. Este hombre tiene la barba cobriza y ensangrentada y el rostro lleno de lágrimas. Al observar a los guerreros, Adán siente terror y reconoce que su rostro tiene los mismos rasgos que los de ellos.
Análisis
En este Libro Quinto, volvemos a encontrar elementos del plano autobiográfico de la novela, en el sentido de que se conectan la historia de su protagonista con datos de la vida de su autor, Leopoldo Marechal. Además de las memorias de infancia y adolescencia en el campo, en esta oportunidad se hace mención por primera vez a un viaje a Europa realizado en la juventud. Allí, Adán parece encontrarse con sus raíces, en los lugares donde vivieron sus antepasados, como Cantabria. En sus memorias también destacan espacios con largas tradiciones culturales, como Castilla, escenario de las travesías de Don Quijote de la Mancha, o Roma y sus antiguas construcciones. También leemos en detalle recuerdos de su vida como maestro de escuela primaria, lo cual permite pensar en el personaje como trabajador. Por otra parte, el hecho de que el grupo de amigos en la ficción se llame "Santos Vega" es otra clave para interpretar su homenaje y parodia a la generación martinfierrista, a la que el autor pertenece en la realidad: el nombre de Santos Vega reemplaza al de Martín Fierro en la novela. Como se ha mencionado, estos personajes son dos de los gauchos más legendarios de la literatura argentina.
Por otra parte, aquí se extiende una larga referencia a los viajes de Ulises, protagonista de la Odisea, poema épico griego clásico. El enorme interés de Adán Buenosayres por esa epopeya lo lleva a dirigir una representación a cargo de sus alumnos de la escuela primaria en Buenos Aires: "Y treinta niños, embarcados en la nave de Ulises, miran al héroe que forcejea entre sus ligaduras, prisionero a la vez de un mástil y de un canto" (382). Estos míticos viajes, a su vez, constituyen la materia del Ulises, del irlandés James Joyce, libro considerado como la gran novela del siglo XX gracias a sus propuestas innovadoras. La obra de Marechal establece intertextualidades con ambas obras. De hecho, tal como reconoce buena parte de la crítica especializada, este proyecto es fundacional para la literatura argentina porque se propone traer épica y heroicidad a la vida cotidiana de Buenos Aires y retratarla bajo la forma de una novela moderna con elementos típicamente argentinos.
Al igual que la novela de Joyce, Adán Buenosayres fusiona esa tradición griega clásica con otras, entre las que se destaca el cristianismo. En sintonía, el núcleo fundamental de esta parte de la novela tiene que ver con la alegoría de Adán como espejo de Jesús, que de hecho alcanza su clímax durante la batalla entre ángeles y demonios por su alma. Toda esta secuencia narrativa tiene lugar la noche del Viernes Santo, cuando se conmemora la crucifixión y muerte de Jesús. Ese viernes, Adán se despierta por la mañana y dice que tiene cosas para hacer, pero, para los lectores, se pasa el día pensando y recordando su pasado. Así, la novela reconstruye toda su vida, desde la niñez: la narración presenta sus memorias familiares en Maipú, su vida como maestro, su primer viaje por Europa. Más allá de estos relatos del fluir de su memoria, la única acción física del personaje que leemos aquí es su caminar por Villa Crespo de regreso a casa a medianoche.
En ese trayecto de vuelta a la calle Monte Egmont, el protagonista pasa una vez más frente a la iglesia de San Bernardo. Este lugar aparece permanentemente desde el comienzo de la novela y tiene dos funciones: por un lado, aporta verosimilitud al retrato del barrio de Villa Crespo, ya que se trata de una iglesia que realmente existe allí, y, por otro, marca la presencia constante del cristianismo en la narración. En esta iglesia, Adán se dirige a Dios, confiesa sus pecados y le asegura que "Desde mi niñez te he reconocido y admirado en la maravilla de tus obras" (397). Mientras tanto, a su alrededor se desata una batalla entre ángeles y demonios invisibles que pelean por su alma. Los primeros llevan espadas; los segundos, tridentes. En medio de la lucha, Adán le dice a Dios: "Señor, ¡no puedo más conmigo! Estoy cansado hasta la muerte" (398). Y de inmediato surge un frío celestial "que parece llover desde lo alto sobre su agonía" (398). Entonces el cuerpo de Adán se relaja pero de manera dolorosa, y los ángeles que lo rodean sonríen, porque han ganado la batalla por su alma.
Todas estas referencias nos permiten afirmar que se produce la muerte del protagonista, quien se siente "muerto para sí mismo" (398) después de la batalla. Pero se trata de una muerte metafórica, que también puede interpretarse como el final de la metamorfosis iniciada el día anterior. Esto se debe a que todo lo ocurrido frente a la iglesia de San Bernardo tiene que ver con el alma de Adán; su cuerpo no fallece todavía. De hecho, cuando termina esta secuencia, él vuelve a su casa y, tal como se relata en el "Prólogo indispensable", la muerte literal del personaje tiene lugar en octubre, algunos meses más tarde. Así, este episodio culmina la transformación de su alma, su aproximación a Dios, acompañada por los ángeles que ganan la batalla. Como se ha mencionado, este proceso es parte de la alegoría que presenta la vida del protagonista como espejo de la de Jesús. Tanto es así que el Libro Quinto termina con dos momentos que acercan fuertemente a ambas figuras. En primer lugar, Adán encuentra a un linyera en la puerta de su casa, se identifica con él y lo invita a dormir a su casa, siguiendo preceptos cristianos como el amor al prójimo y la caridad. En segundo lugar, su sueño final recrea de manera nítida la crucifixión de Jesús: un hombre camina a los tumbos, ensangrentado, entre guerreros que representan los pecados capitales.
Por último, a lo largo de todo el Libro Quinto, las voces del narrador y del protagonista se entremezclan cada vez más, al punto que, por momentos, resulta muy difícil distinguirlas. Así, se prepara el terreno para los siguientes libros, que son directamente narrados por Adán Buenosayres. De hecho, el Cuaderno de las Tapas Azules y el Viaje a la Oscura Ciudad de Cacodelphia, tal como nos explica la obra, se presentan como manuscritos del protagonista que el narrador, su amigo, transcribe después de su muerte.