La actitud de Bartleby ha sido abordada por críticos y filósofos como una protesta contra la lógica laboral del capitalismo; un rechazo a la relación de obediencia entre empleado y empleador, entre explotados y explotadores. El filósofo esloveno Slavoj Žižek interpreta la frase de Bartleby, “preferiría no hacerlo”, como una manifestación que cuestiona el sistema capitalista y sus instituciones sin proponer nada a cambio; la de Bartleby es una resistencia pasiva que pone en evidencia lo que está mal del mundo tal como es, pero que no asegura soluciones ni conoce alternativas.
Cuando Bartleby utiliza su famosa frase, resquebraja el pacto laboral que, en teoría, aceptó al tomar el trabajo de escribiente en el despacho del abogado. Al principio, el narrador no acepta la negativa de Bartleby y trata de imponerse en su lugar de empleador, probando con diferentes órdenes, a pesar de saber cuál será la reacción del copista. Aunque se muestre como una persona humanitaria y compasiva, no puede esconder el odio que le produce la resistencia de Bartleby: “¿Había alguna otra cosa en la que pudiera procurarme la ignominiosa repulsa de ese infeliz enjuto sin un penique, mi empleado a sueldo? ¿Qué cosa más hay, perfectamente razonable, que él seguro va a rehusar hacer?” (p.47). Hay algo de macabro en estas preguntas que se hace el narrador, como si le diera placer poner a prueba la rebeldía de Bartleby. El narrador sabe perfectamente que, antes de ser amigo o benefactor de Bartleby, es su jefe, y siente que por eso tiene cierto derecho de posesión sobre quien llama “mi empleado a sueldo”.
La relación laboral es una relación de poder: allí impera más el deber que el querer. Pero cuando Bartleby no cumple con su deber, el abogado prueba con la lógica de la voluntad: “Bartleby -le dije-, Ginger Nut ha salido; dese no más una vuelta por el Correo, ¿quiere?” (p.47). Pero el escribiente tampoco responde a esa lógica: no es que no quiere ir, sino que prefiere no ir. De esta manera, Bartleby logra permanecer por fuera del lazo que lo une por obligación o incluso por cortesía al narrador; sin huir a ningún lado, Bartleby logra escapar de la obediencia a través de una pura pasividad que irrita al abogado.
Podríamos incluso afirmar que, con su resistencia pasiva, Bartleby logra invertir su rol y el del abogado, tomando actitudes de empleador y consiguiendo que este se comporte como su empleado. El domingo que el narrador encuentra a Bartleby en su oficina, este le dice que preferiría no dejarlo entrar y le sugiere ir a dar una vuelta. Esto descoloca tanto al narrador que termina haciendo lo que Bartleby le pide. El momento más explícito y patético de esta dinámica invertida sucede cuando el abogado decide mudar toda su oficina a otro lugar con tal de no enfrentar a Bartleby; tal es la resistencia que ejerce el escribiente que termina por desalojar a su jefe, quien teme que aquel le reclame posesión de su oficina “por el derecho de ocupación perpetua” (p.69-70). De algún modo, Bartleby parece ganarle al abogado incluso en lo que es propio de su profesión: la ley y el derecho.
Hay un solo momento en el que Bartleby modifica su fórmula de la preferencia y postula una decisión: “He renunciado a copiar” (p.60). Esta es la única tarea que mantenía la ilusión de que Bartleby, a pesar de todas sus negativas, seguía cumpliendo con su deber de empleado. Al dejar de copiar, Bartleby provoca al abogado, que se ve obligado, para mantener las apariencias, a despedir al escribiente. Luego, cuando el nuevo inquilino de la oficina logra echarlo, Bartleby continúa su resistencia pasiva deambulando por el edificio. Pero ahora el sistema tiene una excusa para atraparlo: como Bartleby ya no tiene trabajo ni domicilio fijo, logran encarcelarlo por vagabundo. En este sentido, vemos cómo Bartleby, sin hacer nada, termina siendo criminalizado, porque no entra dentro de la lógica del mundo en el que vive. Su último acto de resistencia es abandonar este mundo con su preferencia a dejar de comer. La actitud de Bartleby trasciende de esta forma la mera resistencia a la autoridad laboral y se convierte en una crítica a la humanidad en conjunto. Su resistencia pasiva no resuelve nada, pero deja una fuerte impresión en el perturbado abogado y en el lector.