El narrador se excusa de ayudar a Bartleby para librarse de culpas
Ante la apatía de Bartleby, que con sus silencios y sus “preferiría no hacerlo” rechaza la ayuda del narrador, este resguarda su conciencia poniendo límites a lo que alguien podría hacer por otro ser humano. Afirma entonces que se equivocan quienes consideran que esto se debe al “inherente egoísmo del corazón humano”, alegando a que los límites provienen “de cierta desesperanza de remediar un mal excesivo y orgánico” (p.55). Irónicamente, este argumento termina siendo bastante egoísta, porque libra al narrador de la responsabilidad de ayudar a Bartleby.
El narrador siente rechazo por Bartleby el día que va a misa
El abogado confiesa que a medida que, en su imaginación, Bartleby se le aparece más solo y desamparado, la melancolía que le produce el escribiente se transforma en miedo, y la lástima, en repulsión. Resulta irónico que aquellos sentimientos que van en contra de su moral cristiana se presenten un domingo que pensaba a ir a misa, cuando descubre que Bartleby está viviendo en su oficina. No parece casualidad que, al final de este episodio, el narrador desista de ir a la iglesia.
Bartleby está aislado en el medio del bullicio de Wall Street
Cuando el narrador descubre que Bartleby vive en su oficina, se horroriza ante la idea de que alguien pase las noches y los feriados en aquel lugar, cuando Wall Street se convierte en un lugar despoblado y desolador. No obstante, Bartleby también experimenta aquel desamparo en el horario laboral, porque convierte su rincón detrás del biombo verde en una “ermita” (p.48), como la describe el narrador. Es una ironía que Bartleby haga de aquel espacio de la oficina un refugio aislado dentro de la ajetreada oficina, ubicada, a su vez, en medio del bullicioso Wall Street. Desde la perspectiva del narrador, Bartleby está desamparado no solo cuando Wall Street es un desierto, sino también cuando está en pleno bullicio.
Bartleby, que no se mueve, es arrestado por vagabundo
Para el narrador, es irónico que Bartleby sea arrestado, como en efecto sucede, por vagabundo. “¡Cómo!, ¿él, un vagabundo, un errabundo él, que se niega a moverse? Es porque el no quiere ser un vagabundo, entonces, que pretendes considerarlo como un vagabundo. Es demasiado absurdo” (p.71). Hablando consigo mismo, el abogado llega a la conclusión de que aquel cargo sería simplemente una excusa para encarcelar a alguien a quien no se le conoce residencia fija, pero que en realidad no se comporta como un vagabundo, porque permanece siempre en el mismo lugar.