Resumen
Un tiempo después de la mudanza, el narrador recibe la visita del nuevo inquilino de la oficina anterior. Este hombre lo hace responsable de Bartleby y le pide que se haga cargo de él. El narrador protesta diciendo que él no tiene ninguna relación con el copista. El inquilino se va, pero unos días después vuelve con un grupo de personas, entre los que se encuentra el propietario del edificio de Wall Street. Todos insisten en que el narrador debe ocuparse, por haber sido la última persona en tener algo que ver con Bartleby. El nuevo inquilino consiguió echar a Bartleby de la oficina, pero aquel se ha quedado deambulando de día por los pasillos y durmiendo de noche en la entrada del edificio. Una de aquellas personas amenaza con dejar expuesto al narrador llevando el incidente a la prensa. Entonces, este acepta reunirse con Bartleby.
Cuando se encuentran, Bartleby actúa con apatía e indiferencia, como siempre. El abogado intenta proponerle diferentes ocupaciones, pero a todas las sugerencias de trabajo Bartleby responde que no son de su agrado. Desesperado, el narrador le ofrece quedarse en su propia casa por un tiempo, pero Bartleby se niega diciendo que “por el momento preferiría no hacer para nada ningún cambio” (p.76).
El narrador huye esquivando al grupo anti-Bartleby, y para evitar represalias se mantiene alejado de su oficina por unos días. Cuando regresa, halla una nota del propietario del edificio en la que le informa que Bartleby fue arrestado y trasladado a las Tumbas por vagabundo. Una procesión de personas lo acompañó camino a la prisión “a través de todo el ruido, y el calor, y el júbilo de las arterias al mediodía” (p.77) de Manhattan.
El abogado acude a las Tumbas y solicita ver a Bartleby. Lo encuentra en uno de los patios con la cara vuelta hacia una pared. Bartleby reconoce al narrador, pero desestima sus intentos de animarlo. Le dice que sabe dónde se encuentra y que no tiene nada para decirle a su antiguo empleador. El abogado decide sobornar a un carcelero que se hace llamar “el guisador” para asegurarse de que Bartleby reciba un buen alimento. Sin embargo, cuando el guisador le ofrece la cena a Bartleby, este responde que prefiere no comer hoy.
Pocos días después, el narrador vuelve a las Tumbas. Se pone a buscar a Bartleby por todo el lugar, hasta que lo encuentra acurrucado contra la base de una pared, muerto. Se entera de que había preferido dejar de comer hasta morir de hambre.
En el final, el narrador nos comparte un pequeño rumor que le llegó sobre Bartleby poco después de su muerte. Antes de trabajar de escribiente, Bartleby había tenido un puesto de empleado subalterno en la Oficina de Cartas Muertas de Washington, donde lo habían despedido por un cambio en la administración. Al narrador le horroriza este dato, porque piensa que, para alguien tan propenso a la melancolía como Bartleby, trabajar en la Oficina de Cartas Muertas, clasificando las cartas no entregadas para ser incineradas, habría sido algo oscuro y terrible. El narrador se entristece pensando en las personas que murieron sin recibir aquellas misivas con noticias de esperanza, de dinero necesitado o de perdón. De esta manera, termina su relato con un famoso lamento: “¡Ah, Bartleby! ¡Ah, humanidad!” (p.82).
Análisis
“Bartleby, el escribiente” nos da una visión del mundo laboral y empresarial del tiempo de Melville que parece aplicable, en buena medida, a las condiciones laborales de la actualidad. Su descripción de la esterilidad y la desolación de la vida de oficina nos recuerda el carácter antinatural del ritmo de vida moderno que hemos normalizado. Bartleby no quiere adaptarse a este mundo de deberes laborales, y esto lo lleva a un extremo de no poder sentir ni disfrutar nada; a Bartleby, la vida misma lo cansa. Por eso, ante las diferentes alternativas de empleo que le sugiere el abogado, Bartleby responde: “preferiría no hacerlo”.
El narrador le ofrece su casa a Bartleby en un acto que inicialmente parece generoso. Pero esta hospitalidad llega después de que el narrador tema un escándalo, puesto que alguien lo ha amenazado con difundir el caso en la prensa. Uno de los logros de la historia es que el narrador aparece como un hombre decente con el que podemos empatizar. Su abandono de Bartleby no es en absoluto excepcional, ni nos hace pensar que el abogado es más cruel e indiferente que el común de la gente. Si el narrador le falla a Bartleby, debemos conceder que nosotros le fallaríamos también.
Varias veces el relato nos hace cuestionar la cordura de Bartleby, como cuando Ginger Nut dice que piensa que está “un poco chiflado” (p.43). El narrador también parece compartir esa opinión, cuando le dice al guisador que Bartleby “está un poco trastornado” (p.79). Bartleby, sin embargo, es una persona muy consciente de su entorno. Cuando el narrador va a visitarlo a la prisión es condescendiente con Bartleby y lo trata como si fuera un loco o un niño: “Y vea, no es un lugar tan triste como podría pensarse. Mira, allá está el cielo, y aquí la hierba”. La respuesta de Bartleby es concisa y brusca: “Sé dónde estoy” (p.78). En este intercambio hay un doble sentido: ambos podrían referirse a la prisión o al mundo en el que viven. Bartleby confirma que puede ver el mundo que lo rodea con claridad y que, efectivamente, no encuentra nada que lo emocione.
La descripción del entorno ha sido hasta ahora importante en la historia, y la que se realiza del patio de la prisión continúa esta tendencia. Abundan en esta parte las imágenes de muerte. Recordemos que en esta época la cárcel principal de Nueva York lleva el nombre de "las Tumbas"; incidentalmente, este lugar será el lecho de muerte de Bartleby. La descripción de este lugar llega precisamente con la segunda visita del abogado, cuando este halla a Bartleby muerto. El narrador describe la albañilería como de “carácter egipcio” y menciona el “suave césped cautivo” que crece bajo los pies. Aquel lugar le parece al narrador como “el corazón de las pirámides eternas, donde, por alguna extraña magia, a través de las grietas, semillas de hierba, dejadas caer por los pájaros, habían brotado” (pp.80-81). Para el lector contemporáneo a Melville, el carácter “egipcio” de la arquitectura hace referencia a la muerte, puesto que la civilización egipcia era conocida por sus objetos funerarios y por sus elaboradas prácticas de entierro. La imagen que nos da de la hierba que crece en aquel lugar de muerte parece ambigua. ¿Es una imagen de esperanza o de encarcelamiento? “El corazón de las pirámides eternas” es una imagen hermosa, pero las pirámides, debe recordarse, son tumbas. La muerte es la única constante. La imagen de los pájaros que dejan caer semillas en un ambiente hostil es lírica y poderosa. Pero ¿es el césped una metáfora esperanzadora, de la persistencia de la vida y de la belleza en donde reina la muerte? ¿O es la frase “césped cautivo” la que domina? La hierba entonces se convierte en vida maltrecha, atrapada, sin esperanza de escapar de las tumbas egipcias.
El tema de la muerte aparece aquí en un sentido inusual. Bartleby elige su muerte, separándose de la vida en etapas y deslizándose de a poco hacia su inevitable final. La muerte verdadera es más que un evento en el tiempo; es algo difuso, de una penumbra espiritual que penetra el paisaje vacío de Wall Street, la imponente pared de la prisión y la Oficina de Cartas Muertas en la que Bartleby supuestamente trabajó. Vivir no es simplemente lo opuesto a morir; es una condición continuamente asaltada e impregnada por la muerte.
El rumor del final sobre la vida de Bartleby es oscuro e inquietante. Nos enteramos de que Bartleby había perdido su trabajo en la Oficina de Cartas Muertas debido a un cambio administrativo. Este dato nos devuelve al tema del doble, porque el narrador también había perdido su cargo de Asistente en los Tribunales de Equidad por un cambio burocrático. Bartleby es un doble fantasmal no solo del narrador, sino de toda la humanidad. La Oficina de Cartas Muertas es un lugar de suprema tristeza, donde se evidencia la inevitabilidad de la mortalidad humana y la inutilidad de las mejores intenciones, que a veces no llegan.
En este sentido, las Cartas Muertas también tratan el tema de la falta de conexión que tanto le preocupa al narrador, un hombre que se ha adaptado a la vida y que prospera en el mundo que ha extenuado a Bartleby. Por eso, no puede sino compadecerse ante la visión que se le presenta del pasado del escribiente. El tono de su última exclamación –“¡Ah, Bartleby! ¡Ah, humanidad!”– es una mezcla de tristeza y resignación, un suspiro de dolor en vez de un grito de ira. El narrador ha fallado en su intento de ayudar al prójimo y no hay nada que pueda hacer para cambiar la soledad inherente a la condición humana.