Resumen
Copla I
La primera copla inicia con una exhortación en la que el yo lírico invita a recordar y reflexionar acerca de la vida terrenal, el paso del tiempo, el devenir hacia la muerte y la caducidad de los placeres, y finaliza refiriéndose a la nostalgia por el pasado.
Copla II
En la segunda copla, el yo lírico desarrolla el tema de la fugacidad del tiempo. En la primera sextilla se centra en el presente que inmediatamente se torna pasado, y en la segunda sextilla, se refiere al futuro que se convierte en pasado con igual rapidez.
Copla III
El yo lírico establece una comparación entre la vida y un río que fluye hacia el mar, es decir, plantea la vida como un fluir hacia la muerte. Menciona cómo tanto los ríos caudalosos como los ríos más pequeños se precipitan hacia el mismo lugar. Luego, aclara que la comparación con los ríos ilustra que tanto los ricos como los “que viven por sus manos” (v.35) comparten un mismo final.
Copla IV
En esta copla, el poeta rechaza la tradicional invocación a poetas célebres y en su lugar decide invocar a Cristo. En la primera sextilla, se niega a invocar a “famosos poetas / y oradores” (vv.38-39), ya que desconfía de sus palabras porque considera que contienen “yerbas secretas” (v.41). Luego, en la segunda sextilla, aclara que él solo se encomienda a Cristo.
Análisis
Jorge Manrique compuso cuarenta coplas con una métrica estable. Las coplas de pie quebrado, es decir, que tienen algunos versos con una medida menor, ya se utilizaban antes de que Manrique escribiera las Coplas a la muerte de su padre, pero dada la popularidad de su obra se conocen como "copla manriqueña". Cada copla de doce versos se divide en dos sextillas (seis versos) que a su vez están compuestas por semiestrofas de tres versos.
La estructura de la semiestrofa es la siguiente: los primeros dos versos son octosílabos (tienen ocho sílabas) y el tercer verso es un pie quebrado con solo cuatro o cinco sílabas. Dicha estructura se duplica en la segunda semiestrofa para formar la sextilla que, a su vez, se duplica para formar finalmente la copla.
En cuanto a la rima, Manrique utiliza el siguiente esquema: 8a/ 8b/ 4c/ 8a/ 8b/ 4c (primera sextilla); 8d/ 8e/ 4f/ 8d/ 8e/ 4f (segunda sextilla).
En lo que respecta a su clasificación, la obra pertenece al subgénero lírico denominado elegía: composición poética de origen clásico escrita para lamentar la muerte de alguien o la pérdida de algo preciado. Es característico de este tipo de composiciones el tono de lamento nostálgico. En las elegías, el yo lírico se identifica con el autor porque es quien lamenta la muerte de alguien. En las Coplas a la muerte de su padre, Manrique asume una voz poética que agrega al lamento y la solemnidad del caso un tono moralizante y exhortativo; al mismo tiempo, este tono advierte sobre el engaño de lo mundanal para así elevar aún más la figura de su padre, quien es presentado como modelo de un noble cristiano.
Para comprender algunos de los aspectos de la obra es necesario situarla en su contexto histórico. En definitiva, Manrique escribe el lamento por la muerte de su padre con un doble propósito: por un lado, se trata de una elegía propiamente dicha, que busca hacer una apología de don Rodrigo; por otro, sirve como defensa de su familia que se encuentra inmersa en una serie de conflictos políticos que atraviesan los reinos de Castilla, Portugal y Aragón. Al celebrar a su padre, Manrique defiende los valores que considera que su familia representa. La obra fue compuesta en 1476. En el siglo XV comienza un proceso de alejamiento del mundo medieval. Una serie de factores económicos, sociales y políticos contribuyen a ello. La expansión del comercio transforma el carácter local, disperso y aislado de los feudos y señoríos, los burgos crecen y empiezan a nuclear el poder económico, el poder político se concentra en los reyes que acuden a la naciente burguesía, enriquecida por el comercio y el desarrollo de las ciudades, para establecer alianzas. Las relaciones entre reyes y nobles se tensan, y estos últimos deben ceder algunos de sus privilegios.
En cuanto al panorama cultural de la época, la cultura comienza a ser apreciada como un símbolo de distinción, elegancia y posición social. Algunos nobles, que hasta el momento no se dedicaban a la cultura porque su ocupación era principalmente militar, empiezan a participar de la vida cultural. Para los nobles no era digno tener que dedicarse a un oficio que no fuera la guerra o vivir de sus rentas, pero la competencia que suponen los burgueses educados que empiezan a ocupar cargos incentiva a los nobles a estudiar y formarse. Las cortes también se transforman: los reyes se rodean de artificiosidad, lujo y entretenimiento. En ese contexto se desarrolla la poesía cortesana que refleja estos gustos y que se compone bajo el patrocinio de nobles y reyes. La pompa de las cortes es uno de los aspectos que Manrique critica en su obra y que utiliza para contrastar la superficialidad de algunos nobles con la virtud de su padre.
Es posible dividir la obra en tres partes: desde la copla I a la copla XIII el autor insiste sobre la fugacidad de la vida terrenal y la inestabilidad de lo mundano; a partir de la copla XIV hasta la XXIV empieza a desarrollar los siguientes temas: la vida que la fama otorga y los constantes cambios de fortuna. Para ejemplificar estos temas, el poeta recurre al tópico del ubi sunt al mencionar a una serie de personas ilustres que han permanecido “vivas” a través de la memoria; finalmente, desde la copla XXV hasta la copla XL Manrique desarrolla el tema de la vida eterna ejemplificado con los elogios a su padre don Rodrigo como modelo de caballero cristiano.
La primera copla inicia con tres verbos que invitan a la reflexión en torno a la fugacidad de la vida. Las tres exhortaciones que aparecen en la primera sextilla, “recuerde”, “avive el seso” y “despierte”, van dirigidos al alma dormida. El yo lírico aconseja al alma a prestar atención al paso del tiempo y el modo sigiloso en el que la muerte sobreviene. Por esta invitación y el modo en el que se refiere a ella como dormida y poseedora de sentidos, el alma aparece personificada.
Manrique utiliza paralelismo, al repetir la estructura sintáctica encabezada por los adverbios exclamativos “cómo” y “cuán”, para enumerar todas las situaciones que el alma debe contemplar en relación con la fugacidad del tiempo.
Inicia con un tono serio y solemne que invita a la reflexión sobre la vida terrenal. Asocia a esta con lo efímero, “cómo passa la vida” (v.4); con la mortalidad, “cómo se viene la muerte” (v.5); con el placer efímero, “cuán presto se va el plazer” (v.7); y finaliza la copla asociando la vida terrenal con el anhelo por el pasado, “cualquier tiempo pasado / fue mejor” (vv.11-12), introduciendo así uno de los aspectos más clásicos de la elegía: la nostalgia.
En la segunda copla, el poeta abandona la tercera persona y la exhortación al alma. El uso de la primera persona del plural hace de la experiencia del paso del tiempo algo colectivo, es decir, algo que todos experimentamos. De hecho, todos podemos percibir la verdad detrás de estas palabras si “juzgamos sabiamente” (v.16) a partir de nuestra experiencia de la fugacidad del tiempo. Al tratarse de un poema moral, algunos de las coplas, en particular aquellas que tratan los temas del poema de manera más general, incluyen razonamientos filosóficos. Acá el poeta recurre a la experiencia empírica que nos permite conocer la verdad sobre el paso del tiempo y no engañarnos a nosotros mismos.
El tema del tempus fugit (la fugacidad del tiempo) será central en la obra y es tal vez el motivo por el cual el autor utiliza en esta segunda copla una serie de repeticiones y redundancias que tienen como función remarcar el constante devenir en pasado de todo tiempo que experimentamos y la importancia de conocer esta verdad. Por ejemplo, utiliza la redundancia en dos ocasiones: cuando dice que el presente es “ido / e acabado” (vv.14-15) y cuando dice “non se engañe nadi, no” (v.19).
La tercera copla es una de las más famosas del poema. Inicia con el posesivo “nuestras” que, al igual que la primera persona plural en la copla anterior, remarca la experiencia común a todos los seres humanos. Este carácter colectivo de las experiencias que describe el poeta es especialmente importante en esta copla en la que se desarrolla el tema de la muerte igualadora: no importa si se trata de alguien rico o pobre, todas nuestras vidas se encauzan hacia la muerte.
La copla contiene la famosa metáfora del río como la vida y el mar como la muerte. Esta comparación coincide con el tratamiento que hace el autor sobre las tres vidas. Tanto los ríos como el mar están hechos de la misma sustancia, son en su esencia lo mismo. Esto coincide con la perspectiva de que lo que vendrá después de la muerte es también una forma de vida; es su forma más elevada y auténtica. Además, la metáfora crea una imagen visual que nos permite comprender de manera más concreta el paso del tiempo. El río en el que el agua fluye de manera constante y, como dice en la copla anterior, “en un punto s’es ido” (v.14), llega al mar en el que el constante fluir parece detenerse y convertirse en permanencia. De este modo, la metáfora de los ríos y el mar no solo representan a la muerte igualadora, sino que ofrecen una imagen visual para un concepto tan difícil de aprehender como la eternidad.
La cuarta copla cierra una primera sección de la obra que podríamos considerar equivalente a un prólogo, ya que en estas cuatro coplas se establecen los temas principales. Además, el poeta incluye una invocación con la que típicamente empezaban las obras tanto en el Medioevo como en el Renacimiento. Acá se abren dos alternativas: seguir el camino cristiano y más usual en la Edad Media en el que el poeta se encomienda a la divinidad antes de empezar su obra; u otra alternativa sería iniciar invocando a figuras paganas, algo que va a ser la norma más adelante, en el Renacimiento. Con el comentario que hace en la primera sextilla Manrique demuestra su erudición y que conoce a los poetas y oradores paganos, pero elige el camino cristiano porque considera que los poetas paganos “traen yerbas secretas” (v.41). Manrique, luego, no nombra a Cristo de manera directa, sino que se refiere a aquel que vivió en el mundo sin que este reconociera su divinidad. En este comentario hay una admonición dirigida a la humanidad que no supo reconocer la divinidad de Cristo que coincide con el tono moralizante que sostiene desde la primera copla.
Para finalizar, cabe comentar el uso de la anáfora en la segunda sextilla al repetir “Aquel sólo” (vv.44-45) en los dos primeros versos de la segunda sextilla. Esa repetición además de la aclaración “de verdad” (v.45) en el pie quebrado sirven para recalcar la devoción del poeta.