Al caer perdí sin duda el conocimiento. Sólo recuerdo dos ojos que me miraban y el último vaivén del avión, como si una enorme nodriza me acunara en sus brazos. Así agradará a un niño que lo acunen. Cerré los párpados, vagué por mundos desconocidos. Después un ruido ensordecedor y luego un golpe seco me devolvieron a la realidad: el encuentro duro de la tierra. Después nada me comunicaba con esa tierra, salvo la sensación de una hoguera que se apaga y deja la ceniza gris parecida al silencio.
Este fragmento, que constituye la reflexión inicial del protagonista de "Hombres animales enredaderas", funciona como ejemplo del monólogo interior, procedimiento que Ocampo usa en muchos de sus cuentos. Con esta técnica, que implica una narración psíquica del personaje en la que se suceden y mezclan imágenes, recuerdos y sensaciones, la autora instala el punto de vista subjetivo del protagonista, que condiciona el modo en que los lectores acceden a la historia.
Me hace gracia porque pienso en la risa que les va a dar a mis amigos esta anécdota. No me creerán. Tampoco creerán que no puedo estar ociosa. Últimamente trato de tejer trenzas como la enredadera alrededor de las ramas: es un experimento bastante interesante, pero difícil. ¿Quién puede competir con una enredadera? Estoy tan ocupada que me olvido de aquellos ojos que me miraban; con mayor razón me olvido hasta de beber y de comer. ¡Variable género humano! Envolví la lapicera en mis tallos verdes, como las lapiceras tejidas con seda y lana por los presos.
La cita reproduce el último párrafo del cuento y corresponde al momento exacto en el que se produce la metamorfosis del protagonista en enredadera. El narrador, que durante todo el relato ha usado el género masculino porque es un hombre, cambia repentinamente al género gramatical y utiliza el femenino: "ociosa", ocupada". Solo después de pensar en contarle la anécdota a sus amigos humanos, confirma su transformación en enredadera: dice que teje trenzas en las ramas, que se olvida de beber y alimentarse, y finalmente se autopercibe como planta cuando habla de sus "tallos verdes". Por último, ratifica la metamorfosis cuando proclama: "¡Variable género humano!"
Valerio de vez en cuando hacía equilibrio sobre una silla rota y escondía cuidadosamente su afición por las muñecas. No comprendía por qué los varones no tenían que jugar con muñecas. No había sabido que era una cosa prohibida hasta el día en que se había abrazado de una muñeca rota en el borde de la vereda y la había recogido y cuidado en sus brazos con un movimiento de canción. En ese momento lo atravesaron cinco risas de chicas que pasaban y su madre lo llamó, y con el mismo gesto de tirar la basura, le arrancó la muñeca. Cipriano había aumentado ampliamente su vergüenza con sus lágrimas.
En esta cita de "Los funámbulos" el narrador cuenta un episodio que no tiene relación directa con la historia en la que se centra el relato, pero que configura una subtrama que el lector puede reconstruir. De esta manera, queda en evidencia la angustia y la soledad de Valerio, y sus dificultades para entender un mundo que lo juzga, sin entender por qué. Esto podría explicar su devoción (y casi dependencia) por su hermano Cipriano, pero también el salto final. Además, esconde una crítica a los roles de género y los mandatos sociales,que también afectan a los varones al imponerles una masculinidad forzada.
Los sombreros se usan para precaverse del sol o del frío. Los campesinos no pueden prescindir de ellos; los alpinistas, tampoco. No son meros objetos frívolos, decorativos o ridículos. Se usan también o se usaron para saludar, para halagar, para molestar.
¿No conocen la historia del sombrero metamórfico?
Existió en el sur de Inglaterra, en 1890. Cuentan que era de terciopelo verde y tan apropiado para los hombres como para las mujeres.
La cita muestra el particular modo en que Silvina Ocampo elige comenzar este cuento. Se trata de una introducción al estilo de las fábulas o los relatos infantiles clásicos, con la intención de captar la atención de los lectores. Este pasaje inicia con una breve, pero intrigante presentación del objeto inanimado que será protagonista; luego, hay una interpelación directa a los lectores, mediante la pregunta sobre si conocen la historia del sombrero metamórfico; a continuación, el narrador da información precisa sobre el tiempo y el lugar donde ocurrieron los hechos. Al final de la cita, se utiliza el verbo "cuentan" para comenzar el relato y establecer así el modo narrativo que suelen tener las historias infantiles, tradicionalmente asociadas a la transmisión oral.
–En las Filipinas hay paraísos.
–Aquí también –le respondí, creyendo que hablaba de árboles.
–Paraísos de felicidad. En Manila, donde yo nací, las ventanas de las casas están adornadas de madreperla.
–¿Con ventanas adornadas de madreperla logra uno ser feliz?
–Estar en el paraíso equivale a lograr la felicidad; pero siempre llega la serpiente y uno la espera. Los temblores de tierra, la invasión japonesa, la muerte de Lavinia, todo ocurrió después. Lo presentí, sin embargo.
Esta cita es parte de la conversación que tienen el protagonista de "La furia" y Winifred en uno de sus encuentros. El pasaje transmite el aura de misterio -y también oscuridad- que rodea al personaje de Winifred, que responde a la sarcástica pregunta del hombre de manera contundente, con un pesimismo que resulta intimidante. Winifred hace una alusión bíblica -la aparición de la serpiente- a la llegada inevitable del mal. De este modo, la cita también es representativa del tono fatalista y siniestro que caracteriza a muchos de los relatos de Silvina Ocampo. Además, puede considerarse un presagio del rol de la mujer en el desenlace de la historia.
–¿Y después qué hará conmigo? ¿Piensa matarme?
–Es lógico.
–¿Con qué piensa matarme? ¿Con ese cuchillo? ¿Acaso cree que no lo he visto?
–¿Le impresiona?
–Un poco. No me gustan las armas blancas. ¿No tiene un revólver?
–Tengo todo lo que me hace falta.
–Ese cuchillo es atroz. ¿Sabe si corta bien, por lo menos?
–Es inoxidable. En seguida pasa.
–¡Pero el filo en la garganta! Ese primer contacto helado del acero... Y después... la sangre que corre y que mancha el piso... y que salpica las tapicerías o los cortinados... ¿No le da náuseas?
–No es en la garganta ni con el cuchillo como la mataré.
–¿Con qué, entonces? ¿De un balazo?
–Con una hoja de afeitar.
–¿De esas con que se saca punta a los lápices? ¿Y no es más práctico usar el cuchillo? Porque, después de todo, el cuchillo se usa más que la gillette para esos fines.
–Es cuestión de costumbre.
–Yo usaría el cuchillo o un revólver. La espada es muy larga.
Este diálogo de "Cornelia frente al espejo" se produce entre la protagonista y el primer hombre que aparece en la habitación. Lo interesante del fragmento es que representa otro buen ejemplo del procedimiento del humor negro que utiliza habitualmente Silvina Ocampo, en el sentido de que desafía los límites de lo divertido y se ríe de aquello que en realidad genera angustia y temor. Aquí, los personajes hablan en un tono que no corresponde con lo que están diciendo: Cornelia se refiere a su propia muerte como si se tratara de cualquier cosa cotidiana, mientras que el hombre naturaliza las diferentes maneras de cometer el asesinato.
La señora cayó al suelo y el dragón se retorció. Casilda se inclinó sobre su cuerpo hasta que el dragón quedó inmóvil. Acaricié de nuevo el terciopelo que parecía un animal. Casilda dijo melancólicamente:
–Ha muerto. ¡Me costó tanto hacer este vestido! ¡Me costó tanto, tanto!
¡Qué risa!
Estas últimas líneas de "El vestido de terciopelo" llevan al límite la utilización de la perspectiva infantil para contrastar con la fatalidad, la crueldad y la perversión, generando el efecto de extrañeza y humor negro que acompañan gran parte de la obra de Silvina Ocampo. En este caso, se produce la muerte por asfixia de una señora mientras se prueba un vestido frente a la costurera y la niña, quienes en lugar de estremecerse actúan de manera apática e insensible. Además, Ocampo hace que la narradora -una pequeña de 8 años-, repita la desconcertante fórmula que ha utilizado a lo largo de todo el relato, "¡Qué risa!", reaccionando de este modo al hecho trágico que culmina la historia.
Aquí te dejo las llaves de la casa. Ésta es la del sótano, ésta la de la bohardilla donde están los dibujos, ésta la del cuarto de roperos, ésta la de la despensa, ésta la del cuarto de plancha y esta chiquitita, mirala bien, la del cuarto que está junto al jardín de invierno, que llamo, no sé por qué, jardín de infierno. No entres en este cuarto; no abras la puerta por nada, aunque te parezca, cuando llueve, que hay goteras o un incendio. Este cuarto te está vedado y darte su llave demuestra la confianza que te tengo.
Esta cita de "Jardín de infierno" constituye el disparador de la historia, ya que concentra la consigna principal del cuento tradicional "Barba Azul", aquí reversionado por Silvina Ocampo: la entrega de la llave, al tiempo que prohíbe el acceso al lugar vedado, constituye la prueba principal para el protagonista, no ingresar al jardín, y la razón de ser de la moraleja del cuento original: la curiosidad y la tentación conducen a la perdición.
Por otro lado, pero en el mismo sentido, la cita también sirve para reflexionar sobre el título del relato, ya que el personaje de Bárbara hace referencia al juego de palabras invierno-infierno. De este modo, puede pensarse en el jardín de invierno del castillo como una alusión bíblica al paraíso y la tentación de la manzana prohibida.
¡Aquel último accidente, horrible, que yo le había anunciado, la dejó tan contenta! Fui personalmente a ver el tren descarrilado, a revisar los vagones en busca de un mechón de pelo, de un brazo mutilado para describírselo.
Este fragmento permite advertir el humor negro que caracteriza a muchas de las historias de Silvina Ocampo y que se encuentra particularmente presente en "Celestina". En este caso, la narradora recuerda con liviandad (y hasta con simpatía) el hecho de haber contentado a Celestina con una cruenta y trágica noticia, además de destacar su minucioso y siniestro desempeño a la hora de buscar pruebas. En este sentido, la cita condensa la idea de humor negro como aquello que desafía los límites de lo divertido y se ríe de aquello que en realidad genera angustia y temor, tocando temas que no son para nada graciosos, como la muerte, la crueldad, el sufrimiento, la enfermedad, etc.
La situación se prolongó angustiosamente. Mientras el resto de la familia se retorcía de dolor de barriga, yo comía manjares suculentos, que si no hubieran puesto en peligro mi esbeltez, me hubieran deleitado.
–Mi marido quiere comer hongos (yo los odio, no los como ni por un pastel) y pavita, mis hijos –le dije un día. Casi me estrangula.
–Son muy caros –respondió.
En esta cita es posible encontrar dos elementos que son la clave de lectura para todo el cuento. En primer lugar, marca el tono: el humor. La mujer se lamenta porque no puede controlar al cocinero y lo cuenta como una tragedia. Sin embargo, no hace nada para cambiar la situación y elige aprovechar su favoritismo para comer bien ella. Así, resulta cómico que, mientras su familia se retuerce de dolores estomacales, ella coma "suculentos manjares", y que el único motivo para dejar de comer no sea la empatía, sino mantenerse esbelta. En segundo lugar, la cita introduce un dato que será fundamental para el desenlace de la trama: a ella no le gustan los hongos. Esto explica el hecho de que se salve al final.