Cuentos de Silvina Ocampo

Cuentos de Silvina Ocampo Temas

La infancia

En la narrativa de Silvina Ocampo es recurrente el tema de la infancia. Los niños aparecen muchas veces como protagonistas y narradores que ofrecen su punto de vista particular ("El vestido de terciopelo"), como personajes ("Cornelia frente al espejo" y "El sombrero metamórfico") o como protagonistas y/o víctimas de los episodios que se relatan ("Los funámbulos" y "La furia").

La infancia también aparece como un periodo significativo en la vida de adultos que no han resuelto su pasado. Es el caso de "Cornelia frente al espejo", donde ella se mira muchas veces al espejo y se ve a sí misma como una niña. A medida que avanza el relato, los lectores acceden al pasado de Cornelia a través de sus recuerdos y se revela una historia traumática que había vivido a los 11 años.

Muchas veces, la autora adopta el punto de vista de los niños para ridiculizar o poner en cuestión los comportamientos de los adultos, que bajo la mirada desprejuiciada e inocente de los niños queda en evidencia. Esto sucede, muy marcadamente, en "El vestido de terciopelo", donde la niña dice a cada rato "¡Qué risa!", ante cada actitud exagerada de la señora Catalpina (ponerse un vestido de invierno en verano, insistir en dormir con él, asfixiarse e incluso morir, con tal de estar a la moda).

El mundo infantil también aparece revisitado y muchas veces se remarca el aspecto cruel de la infancia. Este tema está fuertemente profundizado en "La furia", donde el relato enmarcado de Winifred y Lavinia pone en el centro de la trama el tema de la crueldad, específicamente de la que pueden ser capaces los niños.

Por último, cabe destacar que Silvina Ocampo recurre también, en muchas ocasiones, a las estructuras de los cuentos tradicionales y fábulas para niños. Esto se ve claramente en "El sombrero metamórfico", donde replica el formato del tipo "había una vez"; en "Jardín de infierno", donde reescribe el famoso cuento de "Barba Azul"; y en "Cornelia frente al espejo", donde homenajea al clásico Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll.

La crueldad

En la narrativa de Silvina Ocampo la crueldad es un eje temático que engloba muchas formas de la violencia: asesinatos de niños, crímenes, intoxicaciones, abuso sexual, tortura física y psicológica, entre otras. El tema aparece tratado desde diferentes perspectivas gracias a la diversidad de narradores y puntos de vista.

Es muy común, como ya se ha dicho, que Ocampo utilice niños y niñas como narradores, lo que genera un desplazamiento de la voz adulta y, muchas veces, recrudece el relato de la historia violenta narrada y, con el, el efecto de perturbación en el lector. Así sucede en "El vestido de terciopelo", donde la indecisión del lector -acerca de si la niña se ríe porque no comprende la situación o si se trata de una falta de empatía- es igualmente macabra.

La crueldad también está en el relato de los adultos que recuerdan hechos de violencia vividos en la niñez, por lo que sus historias están teñidas de una perspectiva infantil. Este es el caso del relato enmarcado de Winifred en "La furia", que cuenta desde su adultez cómo torturó y, finalmente, asesinó a su amiguita, simplemente por celos y envidia. Lo particular de este relato es cómo está contado, sin ningún tipo de conciencia ni culpa sobre la gravedad de los hechos, lo que acentúa el carácter cruel de la historia.

El tema de la crueldad reaparece en "La furia" hacia el final, cuando el protagonista no comprende por qué Winifred le tendió semejante trampa: "Ahora comprendo que sólo quería redimirse para Lavinia, cometiendo mayores crueldades con las demás personas. Redimirse a través de la maldad" (p. 144). Queda claro que la crueldad es, para Ocampo, una de las formas de la maldad, otro de sus temas habituales.

La maldad

De la mano de la crueldad, la maldad es uno de los temas que rigen el universo narrativo de Silvina Ocampo. A veces se manifiesta en el desencadenamiento de los hechos, transmitiendo la idea de que cualquier persona es capaz de ejercer la maldad bajo determinadas circunstancias. Este es el caso del protagonista de "La furia", un hombre común que termina matando a una criatura, o el del "El crimen perfecto", que hace asesinar a toda una familia entera.

El tema también aparece en el "Sombrero metamórfico" que, si bien es un cuento fantástico, apunta a la idea de la maldad colectiva y del rechazo a lo desconocido. Ante el miedo, los habitantes del lugar acusan de maldad al sombrero, pero son ellos los que lo terminan matando:

—Tal vez se dedique a la maldad —dijeron ciertos malvados—.

—Es un sombrero que se parece a las personas.

No sé si tuvieron razón, pero el mal se apoderó de los ánimos.

—Trae mala muerte, irradia veneno —dijo un sabio, no por maldad sino por sabiduría—. Hay que matarlo (p. 111).

El hecho de que el sombrero se parezca a las personas deja en evidencia dos cosas: la primera, que si hay maldad en el sombrero no es más que un reflejo de la maldad de quienes lo usan; la segunda, y en un sentido más profundo, que la maldad es un atributo exclusivo de los humanos, los únicos capaces de ejercerla.

La metamorfosis

La metamorfosis es un tema privilegiado dentro del género fantástico, y Ocampo, en tanto referente del mismo, no es la excepción. El fenómeno metamórfico aparece de distintas formas en sus cuentos: en el universo de la autora, los hombres se transforman en plantas, máquinas, animales y también en otros hombres y mujeres. En la selección propuesta, este tema funciona como eje principal en dos cuentos: "El sombrero metamórfico" y "Hombres animales enredaderas".

En "Hombres animales enredaderas", se aborda el devenir de un hombre en enredadera, bajo el aspecto de la despersonalización de un individuo y la pérdida de su subjetividad. Esto lo puede hacer la autora gracias a la narración en primera persona y a la técnica narrativa del monólogo interior —procedimiento que remeda la voz interna del protagonista, incluyendo sus pensamientos, desvaríos, imágenes sensitivas y recuerdos, de manera directa, es decir, sin intervención del narrador— como forma de dar cuenta de esa metamorfosis paulatina e interna.

En "El sombrero metamórfico", un objeto dotado de poderes sobrenaturales, el sombrero, es el encargado de llevar adelante el proceso de transformación de las personas que lo usan. Lo que inquieta mayormente a quienes lo visten es la versatilidad del sombrero, que no transforma a todos por igual. Sin bien se dice que "Probarse aquel sombrero bastaba para que un hombre se volviera mujer y una mujer hombre" (p. 111), también se cuenta que podía tener poderes curativos: "Se dijo que bastaba probarse una vez el sombrero para lograr la cura de una sinusitis, de una angina o de un glaucoma" (Ibid.). Además, es capaz de encantos amorosos: "También se dijo que curaba los males de amor; conseguía enamorar a quien se lo probara, si miraba en el espejo una fotografía del elegido" (Ibid.).

De este modo, se demuestra que el sombrero es más bien una proyección del deseo transformador del ser humano. El hecho de que no puedan lidiar con eso y terminen destruyéndolo es, por otro lado, una crítica irónica a esa condición.

La identidad

La cuestión de la identidad aparece en distintos cuentos de Silvina Ocampo, con aproximaciones desde distintos ángulos, pero siempre problematizada.

Por ejemplo, es un tema central en "Cornelia frente al espejo". En este cuento, la protagonista habla con su imagen proyectada en el espejo y allí ve a distintas versiones de sí misma que le responden, le reclaman y la cuestionan. La distorsión y el desdoblamiento de su propia imagen —representados en la conversación con el espejo— ilustra, en este relato, el problema de identidad: Cornelia no sabe quién es en esencia y necesita del reflejo que le devuelve el vidrio espejado para aprehender su propia identidad. Esta confusión tiene como consecuencia la angustia y, en última instancia, al deseo de autodestruirse. La protagonista habla con el espejo mientras dilata la ingesta del veneno, y vuelve una y otra vez sobre esta cuestión, sobre el profundo anhelo de encontrar respuestas sobre su propia identidad:

¿Ahora quieres que haga mi examen de conciencia? Me ayudaste a disfrazarme para pedir perdón. ¿Para pedir perdón a quién? A Dios y no a mis antepasados. Hay personas que confunden a Dios con sus antepasados. Siempre jugué a ser lo que no soy (p. 145).

El tema también está presente en "La casa de azúcar", pero a través del tópico del doble, clásico en el género fantástico, y el robo de identidad. La protagonista, Cristina, va perdiendo progresivamente su propia identidad y se transforma en Violeta, la anterior dueña de la casa donde se muda con su marido. La suplantación de la identidad está contada desde el punto de vista del marido, quien interpreta los cambios de su esposa con espanto, mientras que ella parece sumida en un encantamiento y se deja asimilar por esa nueva presencia: "–Canto con una voz que no es mía –me dijo Cristina, renovando su aire misterioso–. Antes me hubiera afligido, pero ahora me deleita. Soy otra persona, tal vez más feliz que yo" (p. 116). La ambivalencia del relato empuja al lector, que comparte el punto de vista con el esposo, a debatirse entre la explicación racional (una mujer loca que se obsesionó con otra y asumió su identidad) o la explicación sobrenatural (el fantasma de Violeta ocupó el cuerpo de Cristina).

Por último, cabe destacar que también aparece como un subtema en "Hombres animales enredaderas" con la metamorfosis del protagonista. La crisis de identidad se desata por la falta de contacto con el resto de la sociedad y el aislamiento en una zona únicamente habitada por la naturaleza. El hombre pierde la capacidad de hablar, comunicarse y ser visto por otros humanos, de ahí la imagen de los ojos que representan esa mirada, que se pierde hacia el final, cuando se convierte en planta. Una lectura posible del cuento es esta idea de la identidad como un aspecto social y no individual, ya que se define siempre en función de la existencia de los demás, que confirman y sostienen, en última instancia, al individuo.

La muerte

Muchos críticos han señalado la fuerte impronta de humor negro presente en toda la obra de Silvina Ocampo. La base de este tipo de humor reside en reírse de las desgracias a través de diferentes mecanismos como la ironía, la parodia, el absurdo y la despersonalización, entre otros. Es, entonces, fundamental para este procedimiento el tema de la muerte, que puede considerarse como el mayor objeto de angustia que atraviesan los seres humanos.

De esta manera, encontramos el tópico de la muerte en "El vestido de terciopelo", donde la asfixia de Cornelia Catalpina se narra desde el punto de vista de la niña que, además, se ríe de ella. También lo encontramos en "Celestina", cuya morbosidad se transmite en un compendio de muertes (la lectura de noticias), a cada cual más violenta. La propia muerte, ridícula, de Celestina genera el efecto del humor negro.

"La furia" y "El crimen perfecto" comparten la idea de una muerte innecesaria debido a la insignificancia de las motivaciones de los asesinos. En "La furia", el asesinato de la pequeña Lavinia se cuenta como un accidente, cuando es evidente que fue Winifred la que la prendió fuego adrede. Más tarde, el asesinato de Cintito repite esa modalidad, así como la naturalidad con la que el asesino lo comete. En "El crimen perfecto", la voluntad del protagonista de vengar a su amante termina conduciendo al asesinato de una familia entera, incluyendo niños, cuestión que no perturba al ideólogo del crimen.

En "Cornelia frente al espejo" y "Los funámbulos", la muerte aparece bajo la forma del suicidio; en el segundo caso, con un giro macabro porque se trata de dos niños y no queda del todo clara su voluntad de matarse.

La sexualidad y los roles de género

Silvina Ocampo suele incorporar personajes cuyas existencias problematizan la cuestión de la sexualidad y los roles de género. Esta problematización no se da un modo directo, sino que aparece en las actitudes y personalidades de los protagonistas, en la inversión de los roles de género, en la narración de detalles inquietantes respecto a sus sexualidades y de ciertos aspectos tabú o silenciados relativos a la sexualidad que la autora elige introducir en sus relatos.

En "Los funámbulos" el tema aparece de manera sutil, pero contundente, en la mención de la predilección del hermano menor por las muñecas, destinadas habitualmente a las niñas. La censura y humillación a la que es sometido por la madre dan cuenta de la tremenda soledad y angustia que puede sufrir alguien por no ajustarse al rol asignado por la sociedad según su género. Se subraya además la nimiedad de la acción (jugar con una muñeca) y la inocencia de la reacción de la madre, quien no pretende de ninguna manera torturar al hijo, sino que reacciona naturalmente a lo que ella considera como correcto.

El tema también se evidencia en los personajes femeninos que se salen de su rol habitual y del estereotipo social asignado a las mujeres. Este es el caso de las mujeres asesinas en "Jardín de infierno" y en "La furia", pero también el caso de la infiel en "El crimen perfecto", la solterona en "Cornelia frente al espejo", y la loca y la libertina en "La casa de azúcar". Todas estas mujeres encarnan una desviación a la norma y constituyen en sí mismas una mirada distinta y una crítica velada a la sociedad machista y a sus condicionamientos, algo que puede tener consecuencias terribles.

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