Resumen
Cornelia habla con el espejo en la vieja casa de sus padres. Le dice que viene a despedirse y recuerda momentos muy íntimos de su infancia y su adolescencia. En la conversación con su reflejo, que parece responderle, se revelan algunos aspectos de su vida, como que siempre quiso ser actriz, pero sus padres no se lo permitieron.
Pronto se descubre que Cornelia está decidida a matarse esa misma noche, utilizando un medicamento para la anemia. Cuando está por tomar el primer trago del veneno, escucha ruidos en la casa y, al ir a revisar, se encuentra con una niña de 10 años. La niña dice llamarse Cristina Ladivina, venir de La Rosa Verde, en la calle Esmeralda, y querer una muñeca. Cornelia entiende que se refiere a los maniquíes que hay por toda la casa, ya que luego de quedar deshabitada había sido convertida en un salón de moda. Confundida y asustada, Cornelia asume que la niña es un fantasma. Mientras habla con ella, aparece un hombre desconocido.
El hombre le pide unas llaves, busca abrir una caja de hierro. Le dice a Cornelia que luego de llevarse lo que busca, la va a matar con una hoja de afeitar. Después de revolver un poco, el hombre dice que no encontró lo que buscaba y que cambió de idea: no la va a asesinar. El hombre termina confesando que no buscaba nada en realidad, que quería matarla “para practicar”, para demostrar que era capaz de matar a alguien. Cornelia le ofrece un trago y el hombre toma un sorbo del veneno sin saberlo. De pronto, entra otro hombre por la puerta, dice que oyó gritos y entró a ver. El primer hombre desaparece, pero enseguida escuchan un golpe seco y Cornelia advierte que debe haberse desplomado, producto del veneno.
En la conversación con este segundo hombre, Cornelia advierte que la niña no era un fantasma y que La Rosa Verde es el nombre de un café que está en la esquina. Luego, el desconocido y Cornelia siguen conversando y esta le pide que la mate. Él le promete que lo hará si ella le cuenta su vida. Ella le narra muchas historias, entre ellas, la de Elena Schleider, una amiga de su madre, y Pablo, un joven amigo de la familia de quien Cornelia se había enamorado.
Finalmente, el hombre le dice que su nombre es Daniel y que no será capaz de matarla, luego desaparece. Al final, Cornelia escucha ruidos y el espejo se desmorona encima de ella. Moribunda, dice estar contenta de poder morir junto al espejo.
Análisis
“Cornelia frente al espejo” es el cuento que da título al último libro de narrativa publicado por Silvina Ocampo y uno de los más analizados por la crítica. Se trata de una obra difícil de definir, con una fuerte impronta del surrealismo y el nonsense.
En literatura, el nonsense, que en inglés quiere decir “sin sentido”, consiste en el juego intencionado con el lenguaje, sobre todo con las formas sintácticas y semánticas que alteran la lógica y el sentido común de la lengua. El procedimiento explora, de esta manera, los límites del lenguaje, exponiendo su potencia irracional. Por este motivo, aparece asociado muchas veces a la visión de los niños o de los dementes. El caso paradigmático de este recurso aparece con Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas, donde constantemente los personajes rompen con las normas lingüísticas y viven en un mundo donde el sentido común (lo “normal”) es el sin sentido.
Es evidente la relación del cuento de Silvina Ocampo con la obra de Carroll. Empezando por el título, hay una clara alusión a la segunda parte, titulada A través del espejo y lo que Alicia encontró allí. Pero además, la autora introduce la referencia en uno de los diálogos de la protagonista:
Cuando era muy niña, tenía conversaciones con mi propia imagen. Le hablaba con un millón de voces. De noche soñaba con este espejo; tal vez fuera por influencia de mis lecturas: Alicia en el país de las maravillas me fascinaba. Dicen que en el momento de morir uno recuerda todos los instantes de la vida. Al disponerme a morir esta noche, reviví frente a este espejo las sensaciones de mi infancia (p. 166).
Este pasaje no solo alude a la obra de Carroll y explicita la referencialidad a dicha obra, sino que confirma el esqueleto argumental del relato: una mujer, a punto de morir, repasa toda su vida frente al espejo.
Además, la autora retoma varios de los principales tópicos y procedimientos del nonsense carrolliano: la disolución del lenguaje, la fragmentación del relato, los sueños, el espejo y el problema de la identidad. Así, hasta el nombre de la propia protagonista aparece, en este contexto, extrañado: “¡Cornelia! Mi nombre me hace reír. (...) Qué ridículo me parece. Podría llamarme Cornisa, sería lo mismo” (p. 144).
Pero en “Cornelia frente al espejo”, al igual que en la novela de Carroll, el relato no solo aborda estos temas, sino que los hace parte de la estructura misma del relato. El nonsense no aparece únicamente en lo que dicen los personajes, sino en cómo lo dicen, cómo organizan sus discursos dentro de su propia irracionalidad. Esto puede verse en el carácter fragmentario del relato, las recurrentes dispersiones de las narrativas que disparan fuera de la lógica, las inconsecuencias y los elementos incongruentes que aparecen juntos. En este mismo sentido pueden entenderse los cambios repentinos del narrador y de personas gramaticales, sin aviso al lector:
—¿Y quién es ese hombre de que me hablas? ¿Dónde está?
—Ahí.
—Nada me asusta, ni un hombre con su cara.
—¿Está sola?
—Estaba con esa niña que acaba de entrar.
—¿Con quién hablaba?
—¿Antes de que entrara la niña? Hablaba conmigo en el espejo. Usted no puede creerme, ¿verdad?
—¿Dónde está la persona que hablaba con usted?
—Aquí en el espejo. Mírela (p. 148).
El resultado de esta serie de procedimientos es el de un relato que parece no tener razón de ser y que confunde al lector, quien no puede seguir del todo la narración y debe extraer con mucho esfuerzo los fragmentos de sentido que aparecen desperdigados.
Cornelia habla frente al espejo, que funciona como otro personaje principal. Podría entenderse como un alter ego de la protagonista, pero el espejo representa, más que una personalidad alternativa, todas las versiones posibles de ella. En él, Cornelia se ve como niña, pero también como adolescente, vieja y, otras veces, completamente desfigurada. Así hasta la ruptura final, que representa la muerte.
El espejo representa así un espacio imposible: el del tiempo fragmentado, en suspenso (como los relojes de Alicia en el país de las maravillas, donde siempre son las 6 de la tarde). Al mismo tiempo, Cornelia habla con otras personas: una niña, un ladrón y un hombre. La irrupción de estos personajes en la casa, así como la forma en que se retiran, corresponde al tópico de las apariciones. El punto de vista de la protagonista genera una vacilación: el lector debe decidir si considera que se trata de proyecciones de la imaginación de la protagonista o verdaderos espectros. Esta ambigüedad se vuelve indecidible, por lo que dichos personajes tienen, en el relato, el estatus de realidad y de alucinación a la vez:
—Sí. Tengo miedo de que Cristina no exista, que haya sido una aparición. Y si ella lo fuera, también tú lo serías.
—Existo. Existes. Existe el beso que nos dimos.
—Jamás nos dimos un beso. Si crees que nos hemos besado, es que has besado a un fantasma.
—Existen las pilas de cajas, existe el depósito de sombreros, existen los adornos y los fieltros.
—Todo parece tan irreal. Tendría que lastimarme para saber si existo.
—No te apresures. Siempre hay algo que nos lastima (p. 166).
Es justamente ese “todo a la vez” lo que da el tono al sin sentido: hay fracciones de una conciencia desarticulada, puesta en el discurso más allá de los límites del lenguaje. El lector racional intentará aferrarse a los fragmentos de sentido e, instintivamente, buscará reponer un significado.
La narradora arroja algunos datos y recuerdos que permitirían reconstruir, aunque sea de manera fragmentaria, la historia desde una perspectiva racional: una mujer va a la que alguna vez fuese su casa de infancia (adquirida posteriormente por su tía y convertida en un salón de modas), se para frente al espejo y se dispone a terminar con su vida esa misma noche. El diálogo frente al espejo puede entenderse así como un último monólogo interior de una persona sola y perturbada, a punto de suicidarse; y los fantasmas como alucinaciones de esa mente en estado de alteración. Algunas historias que cuenta la protagonista en retrospectiva ofrecen algún contexto sobre la vida de esta persona y lo que la pudo haber conducido a este momento crítico: el conflicto con sus padres; la imposibilidad de ser actriz, su sueño; una posible violación a los 11 años por parte de un hombre mayor, Pablo, de quien además estaba enamorada y a quien descubrió en una situación de adulterio con la amiga de su madre; la soledad a la que parece condenada.
Sin embargo, el cuento rechaza la clausura de una interpretación única y se resiste a la restauración de las convenciones de lo comunicable. El siguiente fragmento es un diálogo entre el segundo hombre y Cornelia, que parece hacerle un guiño al lector ávido de explicaciones racionales:
—Conozco partes importantes de tu biografía, no lo olvides.
—Los acontecimientos de la vida no forman el carácter de una persona.
—Y la conducta de una persona frente a los acontecimientos ¿no indican el carácter de una persona?
—De ningún modo. Hay personas muy difíciles de conocer (p. 165).
Así, la autora parece decirle a esos lectores que conocer fragmentos de la biografía de alguien no implica conocer su propia verdad. ¿Cornelia es una loca? ¿Una suicida? ¿Ya está muerta? ¿Existen Cristina, el ladrón y Daniel o son producto de su imaginación? El cuento se niega a dar las respuestas a esas preguntas. Incluso dentro de la ficción, la propia Cornelia se hace estas preguntas: “¿Estaré soñando?” (p. 146); “¿He muerto ya?” (p. 148); ¿Eres un fantasma? (Ibid.); “Todo parece tan irreal” (p. 166).
La forma de la pregunta prevalece porque el relato triunfa en no dejarse aferrar por ninguna línea argumental que prevalezca sobre las otras. Este fracaso de toda posibilidad de restaurar un sentido provoca entonces el efecto deseado: la perplejidad del lector. Así, la autora impone un modo de leer diferente, sin expectativas, entregado al devenir de los vaivenes de sentido que propone el texto. Esto es: una propuesta lúdica de lectura, que invita a abrazar la extrañeza y aceptar lo imprevisible.
Pueden leerse algunos pasajes del relato que apuntan a esta idea. Un ejemplo es el caso del ladrón que todo el tiempo busca unas llaves y, cuando las encuentra, no sabe qué hacer con ellas: “Le pedí las llaves para curiosear, para pasar el tiempo” (p. 152). Las llaves, que también son un tópico importante en Alicia, representan el acceso a una respuesta, la clave para descifrar un sentido. El hecho de que la llave no abra y luego no sea posible entender qué es lo que abre hace alusión justamente a este juego. En otras palabras, la llave, símbolo del desciframiento de sentido que hace el lector al operar sobre un texto, se transforma aquí en un símbolo de la imposibilidad de acceder a un sentido unívoco.
En esta misma línea, la idea del fantasma remite, más que al tópico sobrenatural, a la idea de fragmento. Los personajes que aparecen parecen espectros de sentido, pedazos de realidad sacados de la vida de Cornelia y también de sus temores, sueños y anhelos.
Por último, cabe destacar que el nonsense se diferencia del absurdo, corriente artística propia del siglo XX, ya que no propone la erosión de todo sentido, sino la dispersión de los sentidos. Es decir, propone la existencia de sentidos múltiples y coexistentes en una atmósfera extrañada. Al atravesar el espejo, como Alicia, o al mirarse en él, como Cornelia, todo es posible al mismo tiempo: fantasmas, recuerdos, sueños y deseos se proyectan creando una realidad distinta, con sus propias lógicas.