La segunda partida de David de su pueblo natal (Imagen visual)
Cuando David deja su pueblo natal por segunda vez para irse a trabajar a Londres, la imagen con que construye esa partida es totalmente desoladora. El narrador adulto evoca la escena como si estuviera viéndola en una fotografía. Primero describe su aspecto desolador: “Y ahí estoy yo, al día siguiente, con mi viejo sombrero blanco, rodeado de crespones negros por la muerte de mi madre (...) con todo lo que poseía en la maleta, solo y abandonado" (201). Luego evoca la imagen que recuerda su casa: "¡Nuestra casa y nuestra iglesia se esfuman en la distancia! ¡Se oculta la tumba que está bajo los árboles! Y finalmente, hasta el campanario desaparece. Y el cielo queda vacío...” (Ídem).
En primer lugar, apela a imágenes visuales para describir su tristeza, marcada por la reciente muerte de la madre, su aspecto humilde y su desamparo: se lo ve solo, pequeño, con escasas pertenencias. Asimismo, el David adulto rememora la imagen visual de su pueblo alejándose, empequeñeciéndose en sus ojos, por efecto del avance del carruaje que lo separa del paisaje de su infancia. Según su percepción, es el pueblo el que se aleja y no él: los edificios se hacen pequeños, luego desaparecen, y otros elementos se superponen al perder profundidad el paisaje.
La última vez que David ve a su madre (Imagen visual, auditiva y táctil)
La última vez que David ve a su madre antes de que ella muera corresponde al momento en que él parte rumbo a Londres, al internado. Luego de despedirse de ella, la observa mientras el carruaje en el que va se aleja de ella, y esa imagen triste queda grabada en su retina de por vida.
El recuerdo de esa despedida involucra distintos tipos de imagen. Aunque se ofrece una difusa imagen táctil, que corresponde al abrazo que se dan, lo que genera mayor impacto es la imagen auditiva de ella llamándolo por última vez, así como la imagen visual triste y desoladora que la muestra inmóvil, cargando en brazos a su hermano: "... lo que todavía vive en mi espíritu, como si fuese ayer, no es el abrazo que me dio, a pesar de lo ferviente que era, sino lo que siguió a aquel abrazo. Estaba ya en el carro, cuando la oí llamarme. Miré y estaba sola en el camino, alzando a su niño en brazos para que yo lo viera. Hacía frío, pero era un frío gélido y ni un solo cabello ni un pliegue de la ropa se movía, mientras me miraba intensamente levantando en sus brazos al pequeño para que yo lo viera. ¡Y así la perdí!” (162). Además, la imagen de la madre se complementa con la descripción sensorial del frío que envuelve a David, y que se convierte en cifra de la tristeza y la soledad en la que su madre se queda ahora que David ya no estará.
La cicatriz de Rosa (Imagen visual)
Al conocer a Rosa, David repara en su belleza, pero le llama la atención la cicatriz que le recorre la cara y le atraviesa el labio. Luego de enterarse de que ha sido Steerforth el responsable de generársela, David vuelve a observar, con tímido interés, la forma de esa marca, y describe los distintos colores que asume, y cómo se destaca sobre el color de la piel de Rosa: "pronto me fijé en que era la parte más delicada de sus facciones, y que, cuando ella palidecía, la cicatriz era lo primero que se alteraba en su rostro hasta convertirse en una raya del color del plomo, que se extendía del todo, como si fuese una línea de tinta invisible que aparece al acercarla al fuego" (379). El color plomo, como el de una bala, que interrumpe la palidez delicada del rostro de Rosa, evoca necesariamente la violencia que la produjo.
El cuerpo de Steerforth muerto (Imagen visual)
Las imágenes con las que David evoca la muerte de su amigo tienen un gran impacto y destilan la tristeza profunda que siente el narrador al repasar ese suceso de su vida. En primer lugar, al ser llevado hasta su cadáver, lo encuentra acostado en la misma posición en que lo hacía cuando dormía en el internado. La identificación de ambas imágenes tiene un efecto nostálgico y dramático, pero también simbólico: muerto, Steerforth descansa, como si estuviera dormido. Enseguida, David evoca las imágenes visuales y auditivas que rodean el triste cortejo del cuerpo de su amigo y las contrasta con una imagen que evoca lo risueño de Steerforth en vida: "lo cubrieron con una bandera y lo llevaron al pueblo. Todos los hombres que cumplían aquel triste deber lo habían conocido, habían navegado con él, lo habían visto alegre y valiente. Lo transportaron, entre el fragor de las olas y de los gritos tumultuosos que se oían a su paso, hasta la cabaña donde descansaba ya el otro cuerpo" (1018).