Resumen
Capítulo 11
Una mañana Lurie encuentra a Lucy mirando por la ventana. Ella observa a unos gansos silvestres que visitan su campo cada año. Se siente agradecida con su vida. Le pregunta a su padre si estaría dispuesto a vivir allí por elección. Para ella, Lurie seguramente pueda conseguir trabajo en otra universidad, pero él sabe que no es fácil volver a trabajar en una universidad luego del escándalo. Sacan a pasear a los dos dóberman y a Katy. En el camino hablan sobre el caso de Lurie y Melanie. Para Lucy, fue una mala idea huir del problema y no defenderse. A él le gusta ver cómo su hija forma sus propias opiniones, se distingue de él y hace su propio camino. No obstante, Lurie dice que no habría servido de nada presentar sus argumentos, “Al menos en los tiempos en que vivimos” (p.114). Lucy considera que aunque su defensa sea la de un “dinosaurio moral” (p.114), muchos estarían interesados en escuchar cuál es su justificación, aunque sea por curiosidad. Lurie entonces comparte con su hija el principio sobre el cual se basa su defensa: “los derechos del deseo” (p.114).
Para explicarse mejor, Lurie utiliza una historia como analogía de lo que sucede cuando se reprime un deseo. Le pregunta a Lucy si recuerda que cuando ella era chica sus vecinos tenían un perro al que retaban cada vez que perseguía a una perra en celo. Consiguieron que el perro bajara las orejas y pusiera la cola entre las patas automáticamente cuando veía pasar a una perra. Lurie dice: “En aquel espectáculo había algo tan innoble, tan ignominioso, que llegaba a desesperarme” (p.115). Para él no hay justicia en castigar a alguien por ceder al instinto. Lucy resume la postura de Lurie de la siguiente manera: “Así pues, a los machos hay que permitirles que cedan a sus instintos sin que nadie se los impida. ¿Esa es la moraleja?” (p.115). Discuten sobre cuál podría haber sido la manera correcta de lidiar con el perro: pegarle un tiro o castrarlo. Lurie cree que el perro preferiría la muerte antes que renunciar a su propia naturaleza. Lucy entonces le pregunta a su padre si es así como se siente él, a lo que Lurie contesta que no, que a veces el deseo es un peso con el que preferiría no tener que lidiar. Lucy dice que a ella le sucede eso: el deseo es una carga.
A partir de esa reflexión Lucy compara a Lurie con un chivo expiatorio a quien le han cargado con todos los pecados que cometen otros profesores también y que ahora se sienten seguros porque Lurie ya ha sido castigado. Para él, hablar de chivo expiatorio no es preciso porque ahora la religión y los dioses no son quienes se encargan de liberar a los pueblos de sus pecados; son necesarios otros medios. Por esto, él se siente víctima de los censores y la vigilancia sobre los actos privados, más que un chivo expiatorio. Lurie interpreta el modo moderno de lidiar con los pecados así: “El perdón fue reemplazado por la purga” (p.117)
En el camino de vuelta a casa, Lucy y su padre se encuentran con tres hombres desconocidos que saludan con un gesto y se adelantan. Los dóberman se ponen nerviosos y Lurie le pregunta a su hija si hay algo de qué preocuparse. Cuando llegan a la casa, los tres hombres se encuentran allí, con actitud desafiante. El más joven del grupo provoca a los perros, los cuales a su vez ladran, gruñen y muestran los dientes. Lucy le exige que pare de enrabiar a los perros y llama a Petrus.
Lucy se acerca a las jaulas de los perros, que parecen tranquilizarse con su presencia, encierra a los dóberman, y les pregunta a los hombres qué es lo que quieren. Dicen que necesitan hacer un llamado y en su kraal (del afrikáans, significa poblado) no hay teléfono; según los hombres, la hermana de uno de ellos está dando a luz y necesita ayuda. A Lucy la historia le parece verosímil, por lo que deja pasar a uno de ellos. Lurie se da cuenta de que algo anda mal cuando otro de ellos los sigue a la casa y cierran el cerrojo desde dentro. Lurie deja ir la correa de la bulldog y esta persigue al muchacho que ha quedado fuera de la casa. Lurie aprovecha para entrar a la casa por la puerta de la cocina y allí recibe un golpe en la cabeza que lo deja semiconsciente. Se desvanece y cuando vuelve en sí, se encuentra con que lo han encerrado en el baño y no puede hacer nada para salir y ayudar a Lucy.
Continúa gritando el nombre de su hija, hasta que uno de los hombres entra al baño, le quita las llaves del auto y lo vuelve a encerrar. Por la ventana del baño alcanza a ver a los hombres merodeando en el patio trasero, tienen el rifle de Lucy y lo utilizan para matar a todos los perros. Entran nuevamente a la casa y abren la puerta del baño en el que se encuentra encerrado Lurie, lo rocían con alcohol de quemar y tiran un fósforo encendido. Lurie trata de levantarse, pero lo obligan a permanecer tendido en el suelo. Luego, lo dejan solo. Lurie intenta apagar las últimas llamas, los escucha marcharse y llama a Lucy a los gritos varias veces hasta que ella abre la puerta del baño. Está descalza, con el pelo húmedo y lleva puesta una bata de baño.
Ella camina hasta la puerta trasera de la cocina y ve a todos los perros tendidos menos a Katy, que se ha salvado. Abre la jaula donde se encuentra uno de los perros agonizantes. Lurie, quien la ha seguido, intenta abrazar a su hija para consolarla, pero ella lo rechaza.
Vuelve a casa y verifica que se han llevado todas las cosas valiosas. Siente dolor en el cuero cabelludo y los ojos. Lucy se ha encerrado en el cuarto de baño y Lurie le pregunta, torpemente, si los hombres le han hecho daño. Ella no contesta.
Mientras que Lurie solo puede pensar en su hija y lo que le habrán hecho los asaltantes, Lucy mantiene una fría calma y decide ir caminando a la casa de su vecino, Ettinger, para pedir ayuda, ya que han cortado el teléfono y deshinchado las ruedas de su furgoneta. Antes de marcharse, Lucy le pide a Lurie que solo cuente lo que le ha pasado a él durante el asalto y que deje que ella cuente su parte de la historia. Lurie no comprende por qué, se compadece de su hija y le da un abrazo. Ella permanece rígida.
Capítulo 12
Ettinger, el vecino de Lucy, lleva a padre e hija a la ciudad. Es un hombre recio que habla inglés con acento alemán. Sus hijos se han ido a vivir a Alemania y él vive solo. Les dice a Lucy y a Lurie que no pueden contar con que la policía los proteja y que él mismo siempre está armado con una pistola porque “lo mejor es que cada cual cuide de sí mismo” (p.127).
Lurie se sorprende de que Ettinger no los lleve directamente a la comisaría, pero Lucy ha dispuesto que Lurie se quede en el hospital mientras ella hace la denuncia por su cuenta. Lucy se encarga de dejar a su padre instalado en la sala de espera; Lurie observa en ella una gran fuerza interior. Él, en cambio, está muy afectado y no puede dejar de temblar.
Luego de esperar dos horas para que lo atiendan, una médica le dice que sus heridas no son de gravedad y que ha tenido suerte de que no usaran gasolina para prenderle fuego. Cuando sale de la consulta se encuentra con que Bill Shaw ha estado esperando por él. Lurie le dice que lamenta haberle estropeado la noche, a lo que Bill contesta: “¿Para qué están los amigos?” (p.129). Lurie no puede entender por qué Bill interpreta que ellos son amigos tras haber compartido nada más que una taza de té.
En casa de los Shaw, Lurie descubre que Lucy ha hecho la denuncia. No puede hablar con ella porque se ha tomado un calmante y está dormida. Lurie quiere saber si un médico ya atendió a su hija, pero Bev le contesta simplemente que “todo está en orden” (p.130). Bev le prepara un baño a Lurie en una antigua bañadera. Al salir de ella, Lurie pierde el balance y por poco no se cae, lo que lo obliga a recurrir a Bill Shaw para que le dé una mano. Por supuesto, ese pedido lo hace sentir a Lurie como un niño que necesita del cuidado de otros.
Tras el baño, Lurie se echa a dormir, pero sueña que Lucy lo llama y le pide ayuda. Se levanta para ir a ver a su hija y decirle que soñó con ella suplicando que la salvara. Lucy le dice que todo está en orden y que se vaya a dormir, tranquilizándolo como a un niño o un anciano.
La mañana siguiente Lurie le pregunta a Bev cómo está Lucy. La respuesta tajante de Bev insinúa que el estado de Lucy no es asunto suyo. Lurie empieza a especular sobre la violación a su hija y se pregunta si la habrán atacado por ser lesbiana.
Lurie va a ver a Lucy en la habitación de la casa de los Shaw y la encuentra llorando. Lurie le pregunta si ha visto a un médico y si este se ha encargado de todo lo que pueda pasar como consecuencia de la violación. Ella está irritada y es evidente que las preguntas de su padre son molestas para ella. Lucy quiere volver a la granja, ordenar y seguir con su vida. A Lurie le parece insensato arriesgarse a volver, pero Lucy no da lugar a ninguna discusión. Lurie se da cuenta de que ella no es más “la niña de su padre” (p.134)
Análisis
El capítulo 11 contiene el clímax de la novela y el punto de inflexión que va a modificar las relaciones entre los personajes y va a impulsar el cambio más significativo en el protagonista. Además, el capítulo contiene una serie de ironías que intensifican la crueldad de los acontecimientos. Por ejemplo, el capítulo inicia con una sensación de satisfacción por parte de Lurie al ver que su hija ha madurado a tal punto que se distingue de él y es capaz de comentar y juzgar sus acciones. Sin embargo, hacia el final del capítulo así como en el capítulo 12, a Lurie le va a ser muy difícil aceptar cuánto se distingue Lucy de él al momento de lidiar con el asalto del que son víctimas. Lurie va a pasar de sostener una relación relativamente distante con su hija porque considera que la paternidad es “un asunto un tanto abstracto” (p.84), a intentar acercarse como sea a su hija para compensar el no haber podido protegerla durante el ataque. La paternidad pasa de ser algo abstracto a algo sumamente real.
Por otro lado, la justificación de Lurie sobre su manera de actuar con Melanie, el considerar injusto castigar a alguien por seguir sus instintos, pasa de una mera abstracción a una realidad sumamente cruel cuando es su hija la víctima de tres hombres que ceden a su instinto. No solo son Melanie y Lucy víctimas de los instintos irrefrenables de los hombres, sino que ambas reaccionan de manera parecida al abuso. La primera vez que Lurie ve a Lucy tras el ataque, ella está descalza, con una bata de baño y con el pelo mojado. Asumimos que luego de la violación Lucy tomó una ducha. Asimismo, luego del encuentro sexual entre Lurie y Melanie en el que ella no participa y él reconoce que advirtió la falta de deseo desde principio a fin, él se la imagina tomando un baño para “limpiarse de lo ocurrido” (p.36). Por último, en ambos casos a Lurie se le hace difícil aceptar la voluntad de la víctima al momento de denunciar. En el caso de Melanie, Lurie considera que no fue la iniciativa de Melanie, sino que sus padres, su novio y su prima tuvieron que presionarla para hacer la denuncia. En el caso de Lucy, ella expresa claramente que quiere controlar la narrativa sobre su experiencia, pero a Lurie se le hace muy difícil aceptar eso e insiste en que su hija haga la denuncia formal ante la policía.
En estos capítulos observamos la problemática de la mirada masculina y la mirada femenina. Parte de lo que hace que Lurie se sienta excluido del drama que atraviesa su hija es que es hombre: “La menstruación, el parto, la violación y sus consecuencias: asuntos de sangre, la carga cuyo peso ha de soportar la mujer, el recinto mismo de la mujer” (p.132). Su mirada sobre su relación con Melanie revela que su pensamiento es patriarcal y Lucy se lo marca cuando cuestiona la postura de su padre en torno a los instintos de los machos. Luego, en el capítulo 12, Lucy se enoja con su padre cuando asume que el médico que la revisó tras el ataque es un varón. Además, a ella le parece infantil la idea de Lurie de que un médico pueda haberse “hecho cargo de todo lo que pueda pasar”, un eufemismo que utiliza Lurie para hablar de todas las consecuencias que puede traer la violación. De hecho, la sensación de que el asunto del abuso sexual le es ajeno hace que Lurie solo pueda referirse a la violación con subterfugios, evasiones y eufemismos.
Otro factor que hace que Lurie se sienta excluido y alejado de su hija es su fragilidad. De pronto Lurie siente el peso de los años al no poder defender a su hija. Por ejemplo, cuando está encerrado en el baño piensa en que no tiene la fuerza para tirar abajo la puerta no solo porque es maciza sino porque “no está en su mejor momento” (p.120). Luego, Lucy demuestra una fuerza interior inmensa para ocuparse de los asuntos después del asalto y en dos ocasiones lo trata como un niño o un anciano.
Las tensiones sociales y raciales en Sudáfrica post apartheid aparecen representadas en el asalto, los pensamientos de Lurie y la figura de Ettinger. Durante el ataque, Lurie piensa sobre lo que está sucediendo y en el afloran todos sus prejuicios. Por ejemplo, Lurie utiliza la siguiente imagen para describir su situación: “un misionero con su sotana y su salacot a la espera, las manos entrelazadas y los ojos clavados al cielo, mientras los salvajes parlotean en su lenguaje incomprensible y se preparan para meterlo de cabeza en un caldero de agua hirviendo” (p.122). En la representación caricaturesca de los asaltantes como salvajes caníbales, Lurie revela su mirada colonialista y muestra también la hipocresía de su supuesto liberalismo.
Sin embargo, más adelante Lurie trata de darle un sentido a lo sucedido, de justificar de algún modo la violencia desde la teoría. Así como en un momento Lurie quiere justificar sus propias acciones desde la teoría del instinto, en este caso busca darle un sentido al asalto del siguiente modo:
Lo que existe ha de estar en circulación, de modo que todo el mundo tenga la ocasión de ser feliz, al menos un día. Esa es la teoría: aférrate a la teoría, a los consuelos de la teoría. No es una maldad de origen humano, sino un vastísimo sistema circulatorio ante cuyo funcionamiento la piedad y el terror son de todo punto irrelevantes (p.125).
Lurie utiliza la metáfora del sistema circulatorio para explicar que la violencia es sistémica y que “sucede a diario, a cada hora, a cada minuto” (p.125) Por su parte, Ettinger muestra otra cara de la problemática social y racial en Sudáfrica: la anomia institucional, que se ve reflejada en el incremento de la criminalidad tras la abolición del apartheid y la ineficiencia de los organismos estatales para mantener el orden. Para él la única alternativa es cuidarse uno mismo sin esperar que la policía responda: “Lo mejor es que cada cual cuide de sí mismo, porque la policía no nos salvará de nada; ya no, de eso pueden estar seguros” (p.127). De pasada, Ettinger alude al cambio en la dinámica de poder cuando dice que la policía “ya no” los protegerá: durante siglos la policía se aseguró de que la minoría blanca estuviera resguardada, al igual que sus intereses. Tras el apartheid, esas garantías no existen más para el campesino blanco.
Por último, en estos capítulos hay un contraste entre el pragmatismo de Lucy y el modo de actuar de Lurie, quien se guía por conceptos, principios y abstracciones. Por ejemplo, a Lurie le sorprende mucho que Bill Shaw se presente en el hospital y se declare “amigo” de él a pesar de solo haber compartido un té. Sin embargo, tras analizar la situación, reconoce que Ettinger y los Shaw han sido esenciales al momento de lidiar con las consecuencias del ataque. Lucy, en cambio, recurre a ellos sin duda y no se embrolla con ideas abstractas de lo que significa la amistad. Asimismo, el capítulo 12 cierra con el contraste entre la mirada pragmática de Lucy y la tendencia de Lurie a actuar guiado por principios o conceptos. Para él es inconcebible volver a la granja como si nada, mientras que ella deja en claro cuál es su modo de encarar la vida: “No voy a volver en aras de una idea, no es eso. Lisa y llanamente, voy a volver y a seguir igual que hasta ahora” (p.134).