Resumen
Capítulo 8
Lurie y Lucy salen a caminar por la propiedad juntos. Lucy lleva a dos perros dóberman jóvenes y Lurie a la vieja bulldog abandonada. Durante la caminata, charlan sobre cuestiones personales. Lucy quiere saber qué tan seria era la relación con Melanie. También le pregunta a su padre si ha pensado en casarse. Él sigue con la misma retórica sobre la necesidad de ceder antes los impulsos y cita a Byron: “Prefiero matar a un recién nacido en su cuna antes que albergar deseos no realizados” (p.91). Lucy, en cambio, se conforma con su vida en el campo.
El sábado Lucy vende sus flores y hortalizas en el mercado. Muy temprano en la mañana alistan los productos entre Lucy, Petrus y Lurie. A las siete de la mañana llegan al puesto en el mercado y se instalan allí. Al lado de su puesto hay una pareja de afrikáners, Miems y Koos, que también venden sus productos. Al otro lado, unas mujeres africanas tienen también su puesto. Lucy vende muy bien y además cuenta con el aprecio de sus clientes. Lurie reflexiona sobre el vuelco que ha dado su vida.
Lucy presenta a su padre a todas las personas que se acercan a saludar. Entre ellas, Lurie conoce a Bev Shaw, quien está a cargo de la clínica para animales. Se trata de una señora de mediana edad de baja estatura, regordeta, con el cabello rizado, con pecas y sin cuello. A Lurie le desagrada, como casi todas las amigas de su hija. En parte, le molesta que Bev no se esfuerce por ser más atractiva.
Luego del mercado, Lucy decide pasar por la clínica de Bev. La clínica se mantiene únicamente por el esfuerzo de Bev y otros pocos voluntarios. Lurie intenta poner la mejor actitud, aunque le desagrada el lugar. Conoce también a Bill Shaw, el esposo de Bev. Al igual que su mujer, Bill es rechoncho; tiene la piel colorada y el pelo plateado. Bill invita a Lurie a tomar un té, pero Lucy se disculpa porque no planean quedarse, solo han ido a recoger medicamentos.
En el auto, Lucy le pregunta a su padre qué le han parecido el lugar y los Shaw. Lurie muestra su desagrado, pero Lucy le dice que no debe subestimar a Bev porque es una persona que hace mucho bien. Hace mucho que la nación no les da fondos para ocuparse de los animales y Bev carga con la responsabilidad del cuidado de los animales sola.
Lurie responde que no entiende demasiado a las personas que se dedican a los animales, pero lo hace de modo irónico. Lucy le reclama a su padre que el menosprecio que muestra por Bev y Bill es porque esperaba que Lucy se dedicara a otras cosas con mayor valor. Sin embargo, para ella no hay nada mejor que esta vida, práctica y comunitaria. Para ella los seres humanos deben compartir sus privilegios con los animales. Lurie intenta calmar a su hija diciendo que concuerda con ella en que los animales deberían recibir un mejor trato, pero aclara que esa intención debería nacer de la pura generosidad y no de la culpa o el miedo a las consecuencias que nuestras acciones puedan tener.
El resto del camino lo hacen en silencio.
Capítulo 9
Un sábado a la tarde Lurie se encuentra cabeceando frente al televisor. Transmiten un partido de fútbol narrado en idiomas locales que Lurie no puede entender. Se duerme y cuando despierta, Petrus está a su lado viendo el partido. Charlan brevemente.
Lurie se levanta del sillón y va a buscar a Lucy, quien se encuentra leyendo en su habitación. Lo primero que le dice Lurie a Lucy es que debe irse porque la convivencia entre los dos no está resultando. Lucy le sugiere que busque una ocupación y que tenga paciencia porque le va a llevar un tiempo adaptarse a la vida de campo.
Algunas de las actividades que le sugiere Lucy a Lurie incluyen ayudar con los perros, asistir a Petrus y trabajar como voluntario en la clínica de Bev. La idea de trabajar para Petrus le parece buena porque le gusta “la picantez histórica que tiene” (p.99). Lucy le explica que Petrus está en condiciones de pagarle por su trabajo, porque tiene dinero gracias a una subvención del Ministerio de Agricultura que le permitió comprar una hectárea de su terreno. Según Lucy, Petrus “con lo que se lleva en el Cabo Oriental, es un hombre de posibles” (p.99).
Por el contrario, la idea de trabajar para Bev no le entusiasma demasiado, especialmente porque siente que puede parecer que con ese servicio a la comunidad quiera limpiar sus pecados. Lucy le contesta que a los animales no les importan las intenciones.
Lurie mira a su hija y aprecia su belleza. La encuentra atractiva por su físico y su ingenio. Se pregunta sobre la sexualidad de su hija y no le rehúye a esos pensamientos.
Luego de conversar con su hija, Lurie sale de la casa y va a ver a los perros. Se acerca a Katy, la bulldog abandonada. Se siente identificado con ella y dice: “¿Qué, estamos abandonados los dos?” (p.101). Lucy lo encuentra y habla sobre lo deprimida que se encuentra Katy, y reflexiona sobre la crueldad de los hombres cuando los perros “Nos hacen el gran honor de tratarnos como dioses, y nosotros se lo devolvemos tratándolos como meros objetos” (p.101). Lurie le pregunta qué va a hacer con Katy y Lucy contesta que se quedará con ella si no hay otra alternativa. Lurie le pide perdón a su hija por no haber sido un mejor guía.
Capítulo 10
Lurie se presenta en la clínica de Bev. El lugar está repleto y huele a orina. Encuentra a Bev en la sala atendiendo a un perro con una muela picada. Lurie ayuda a sostener al perro mientras Bev se la extrae. El paciente que sigue es una cabra que ha sido atacada por unos perros. El escroto del animal está ensangrentado y repleto de gusanos. Bev no tiene los recursos ni los conocimientos para curar al animal. Sugiere que lo mejor sería poner a dormir a la cabra, pero su dueña, una anciana, elige llevársela.
Lurie comprende que ese es el trabajo principal de Bev, poner a dormir a los animales. Lurie describe a Bev así: “no es una veterinaria sino una sacerdotisa, llena a rebosar de supercherías New Age, intenta, por absurdo que sea, aliviar la pesada carga que soportan con tanto sufrimiento los animales de África” (p.108). Entre las tareas de la clínica, Bev debe deshacerse de los perros que nadie quiere. Para ella es importante hacer esa tarea personalmente porque no querría que lo hiciera alguien a quien le es indiferente el sufrimiento de los animales.
En un momento, Lurie le pregunta a Bev si sabe por qué está allí, en Salem. Ella le contesta que sabe que tuvo algunos problemas, pero Lurie lo define con más precisión y aclara: “No solo problemas. Supongo que he caído en desgracia” (p.110). A Lurie le da la sensación de que la conversación sobre el tema incomoda a Bev. No obstante, ella no dice demasiado y solo le deja saber que su ayuda en la clínica es bienvenida.
Vuelve a casa. Se retira a su habitación. Le cuesta acostumbrarse a compartir casa con otra persona. Especula sobre la vida de su hija, en particular sobre su relación con Helen. Luego, lee cartas de Byron que reflejan sus propias preocupaciones. Una de ellas dice: “Siempre he contemplado los treinta como la barrera que frena cualquier deleite real o feroz en las pasiones” (p.112).
Análisis
En estos capítulos podemos comenzar a apreciar la importancia de los perros en la novela. Lurie se siente identificado hasta cierto punto con uno de ellos: Katy, la vieja bulldog abandonada. En un momento le pregunta a Katy: “¿Qué, estamos abandonados los dos?” (p.101). Cuando su hija le dice que, si nadie reclama a Katy, ella se la quedará, Lurie le pregunta si estaría dispuesta a rechazar a algún animal. Él mismo, a su manera, es un refugiado, y su hija le insiste más de una vez que ella está dispuesta a recibirlo en su casa cuanto tiempo quiera.
Por otro lado, vemos que el narrador que focaliza desde la mirada del protagonista repara en algunas diferencias entre los dóberman jóvenes y Katy, ya vieja. El narrador describe como Katy defeca con dificultad. Además, ella camina más lento y no puede seguir el ritmo de los otros. En un punto, Katy ha caído en desgracia y es indigno lo que le sucede. Asimismo, dado que para Lurie el envejecimiento se ha convertido en un tema central en su vida, inmediatamente ve en él el mismo deterioro. Lurie también es incapaz de seguirle el ritmo a Petrus en el trabajo y siente que el frío del campo lo afecta más que antes, y le preocupa que le caiga mal la comida. En definitiva, parece sentir pudor sobre sus limitaciones y sus propias necesidades fisiológicas. Por ejemplo, cuando llega a casa de su hija, Lurie está preocupado por no mostrar sus debilidades, sus malas costumbres o cualquier cosa que apunte a su cuerpo: “Ha de tener cuidado: nada es tan molesto para un hijo, o una hija, como el funcionamiento interno del cuerpo de su padre o de su madre” (p.81). Más adelante, cuando están camino al mercado, Lurie siente mucho frío, pero no quiere mostrar esa debilidad, y por eso se avergüenza de que le gotee la nariz y espera que su hija no haya alcanzado a ver ese espectáculo.
Aparte de la vejez, la identificación de Lurie con Katy también radica en las sensaciones de abulia, soledad y abandono; esas mismas sensaciones son las que lo identifican con Byron. No es casual que Lurie elija para su ópera la etapa de la vida de Byron en la que se encuentra en crisis precisamente porque se siente viejo y su pasión no es la misma que antes. Al final del capítulo 10, Lurie se encuentra leyendo unas cartas de Byron. En el momento que las escribe, el poeta es un hombre en su treintena que siente que su mejor momento ya pasó y que ya no puede disfrutar de pasiones extremas. Lurie evidentemente se siente identificado con Byron en esta primera parte de la novela, no solo porque comparte la mirada de los poetas románticos que proyectan su subjetividad sobre la realidad, sino porque Byron también debió dejar Inglaterra a causa de los escándalos que lo hacen caer en desgracia. El poeta inicia una relación con una muchacha casada, mucho menor a él. A pesar de las coincidencias, Lurie elige ignorar una diferencia esencial entre ambas historias: Teresa, la amante de Byron, amaba con pasión al poeta, mientras que Melanie lo rechaza y lo denuncia por acoso. De todas maneras, en el capítulo 10 Lurie se centra en la sensación de Byron de ser nada más que un viejo y sentir que ello afecta su pasión y su deseo. Esta es una preocupación que se ha visto exacerbada en él tras el escándalo con Melanie y, aún más, en su convivencia con Lucy, ya que considera que en su nueva vida compartida con su hija está “ensayando para la vejez” (p.110).
Otro aspecto que une a Lurie, Byron y los perros tiene que ver con los impulsos y el papel que deben tener en la vida según Lurie. Sabemos que para él lo más importante es seguir los impulsos y no censurarlos sobre la base de principios ajenos al deseo. Expresa sus ideas recurriendo a una cita de Byron: “Prefiero matar a un recién nacido en su cuna antes que albergar deseos no realizados” (p.91). Bajo esa premisa, Lurie trae a colación una anécdota sobre el perro de un vecino al que adiestraron para no perseguir a las hembras en celo. Según su propia filosofía de vida, habría sido menos indigno matar al perro que condicionarlo a rechazar su instinto.
Precisamente esta postura antes los instintos es lo que ha llevado a Lurie a caer en desgracia. A través de su hija y las amistades de ella, Lurie conoce otro modo de actuar, ya no movido por los instintos sin reparo, sino por la compasión y la capacidad de empatizar. Precisamente en el trato de los animales es que Lurie va a tener una revelación y empieza a admirar a personas como Bev que actúan por principio, a pesar de haberse mostrado orgulloso y desdeñoso con los defensores de los animales en un inicio.
A medida que comparte tiempo con Bev, comienza a apreciar el servicio que esta mujer ofrece a su comunidad. De hecho, hay dos momentos en los que su intransigencia con respecto al moralismo que tanto le molesta parece aplacarse. La primera vez sucede durante una conversación con Lucy sobre Bev. Lurie de pronto se entristece al darse cuenta de que no ha sido necesariamente un buen ejemplo para su hija y le pide perdón por “ser uno de los dos mortales que tuvieron a su cargo traerte a este mundo y por no haber sido un guía algo mejor para ti" (p.102). Para alguien tan reticente a pedir perdón o sentir culpa, esa disculpa es llamativa y prefigura el camino de aprendizaje que va a transitar el personaje. La segunda vez que Lurie se muestra dispuesto a reconocer la situación en la que se encuentra sin poner pretextos es cuando habla con Bev y le dice que no solo tiene problemas, sino que ha ido más lejos: “Supongo que he caído en desgracia” (p.110).
No obstante, pese a mostrarse dispuesto a disculparse o reconocer en cierta medida sus errores en estas dos ocasiones, Lurie no parece dispuesto a cambiar. Con una pizca de humor, pero consistente con su carácter, Lurie le dice a Lucy esto cuando ella le sugiere que trabaje para Bev: “De acuerdo, lo haré. Pero solo si no se trata de que me convierta en mejor persona de lo que soy. No estoy preparado para reformarme. Quiero seguir siendo el que soy” (p.100).
Como hemos visto en otros capítulos, en Sudáfrica se están dando cambios sociales significativos. Se discute y se milita en torno al tema de la violencia contra las mujeres, como en la Campaña de Sensibilización Popular Contra la Violación que se organiza tras la acusación en contra de Lurie; los diarios informan sobre el caso de Lurie mostrando que hay un interés público en casos como estos; las tensiones sociales y raciales aparecen como materia de comedia como en la obra que actúa Melanie. No obstante, donde más claramente vamos a ver la problemática de los cambios que se están operando en Sudáfrica es en el campo, con Lucy y su vecino Petrus. Antes, Petrus trabajaba para Lucy, pero tras recibir una subvención, Petrus ahora es copropietario de las tierras. Lucy muestra cuánto ha cambiado la dinámica entre ellos cuando le sugiere a Lurie que trabaje para Petrus y dice: “Pídele que te pague. Puede permitírselo. Yo no estoy muy segura de poder permitirme contar con sus servicios por más tiempo” (p.99). Lurie reacciona ante esta sugerencia positivamente, pero muestra que, si bien no desconoce los cambios en las dinámicas de poder, no comprende del todo las verdaderas implicancias de estos cambios. Lurie se toma a la ligera la situación: “Echarle una mano a Petrus, eso me gusta. Me gusta la picantez histórica que tiene” (p.99). Las consecuencias de la inversión del poder entre blancos y negros van a ser sumamente complejas, como veremos en los siguientes capítulos.