En 1951 Borges da una conferencia titulada "El escritor argentino y la tradición". El texto se publica en varias instancias hasta que forma parte de la reedición de la colección Discusiones que se publica en 1957. Es uno de los ensayos más famosos del escritor, en parte porque allí están algunos de los principios de su estética. "El escritor argentino y la tradición" nos ofrece algunas claves para profundizar sobre la colección El Aleph.
En su ensayo, Borges expone y refuta las posturas más destacadas sobre la cuestión de la tradición literaria argentina. Empieza aclarando que para él se trata de un pseudoproblema. Son tres las posturas que objeta: la primera establece que la poesía gauchesca, particularmente el Martín Fierro, debe ser el modelo a seguir para el escritor argentino; que la literatura argentina es una continuación de la tradición española, y finalmente, la última opinión que refuta es la que sostiene que el escritor argentino tiene que inventar todo desde cero porque no es parte de la tradición europea. La primera de estas tres posturas, la que demanda de la literatura argentina el color local, es la que ocupa la mayor parte de la refutación de Borges. No obstante, es la última refutación la que echa luz sobre algunas de las decisiones que toma Borges en su colección El Aleph. Borges concluye que la tradición argentina es toda la cultura occidental. Agrega, sin embargo, que la relación entre el argentino y la tradición occidental es parecida a la del pueblo judío con esa misma tradición: el privilegio de la marginalidad. Al ser parte de la cultura occidental y, al mismo tiempo, sentirse libre de innovar dentro de esa tradición, el escritor argentino, y sudamericano en general, tiene una ventaja al momento de crear. Borges menciona una palabra para describir la actitud que puede tener el escritor argentino: irreverencia.
La irreverencia es clave en la colección El Aleph. Tomemos por caso el cuento "La casa de Asterión". En este texto Borges toma un mito clásico y lo recrea con irreverencia: los monstruos no son bestiales y los héroes son prosaicos. Esa irreverencia, sin embargo, no está reservada para los textos y las tradiciones occidentales alejadas geográfica y temporalmente; Borges asume la misma postura con los "mitos" locales, como en el caso de "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz". En ese cuento Borges toma a un personaje de la obra que para muchos, aunque definitivamente no para Borges, representa la épica nacional.
Más interesante, quizá, es la relación que podemos establecer entre el ensayo y el relato "La busca de Averroes". En este cuento, Borges se plantea un objetivo tan ambicioso como el del propio Averroes: representar al sabio musulmán y sus dificultades para interpretar el mundo más allá de los preceptos de su cultura. Al final del cuento, Borges reconoce que las dificultades de Averroes son las mismas que las de él, Borges, que busca representar algo que no pertenece a su tradición, echando mano de fuentes igual de ajenas: los libros de historiadores y arabistas occidentales. En "El escritor argentino y la tradición" Borges utiliza el siguiente ejemplo para tirar abajo la postura de que la literatura de un país tiene que tener un color local: "Gibbon observa que en el libro árabe por excelencia, en el Alcorán, no hay camellos; yo creo que si hubiera alguna duda sobre la autenticidad del Alcorán bastaría esta ausencia de camellos para probar que es árabe. Fue escrito por Mahoma, y Mahoma, como árabe, no tenía por qué saber que los camellos eran especialmente árabes; eran para él parte de la realidad, no tenía por qué distinguirlos; en cambio, un falsario, un turista, un nacionalista árabe, lo primero que hubiera hecho es prodigar camellos, caravanas de camellos en cada página; pero Mahoma, como árabe, estaba tranquilo: sabía que podía ser árabe sin camellos" (Obras completas, 1974, p.267). En "La busca de Averroes", como queriendo remarcar su condición de "falsario" o "turista", Borges no incluye un camello, pero sí un turbante y un harén.