El caos y el orden
En muchos de los cuentos de El Aleph se nos presenta un mundo ininteligible o imposible de desentrañar para la mente humana. El ser humano ha sido arrojado a un mundo creado por una lógica que le es ajena porque es divina. Caben, en realidad, dos posibilidades: una es que el mundo no tenga ningún orden racional y sea simplemente caos; la otra es que su organización esté regida por leyes de los dioses, desconocidas para los hombres. El resultado es el mismo: el asombro ante el mundo y el desconcierto ante la imposibilidad de comprender el universo.
Las herramientas de la razón humana, como el lenguaje, son insuficientes para dar cuenta de ese mundo. En el cuento “La casa de Asterión”, por ejemplo, el minotauro dice: “pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura” (p.68). En ese mismo cuento, Asterión está desconcertado por el mundo que lo rodea y siente que solo hay dos certezas: “... arriba, el intricado Sol; abajo, Asterión” (p.69). Del laberinto en el que vive Asterión dice esto: “La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo” (p.69). Como edificación diseñada precisamente para hacer que las personas se pierdan en él, los laberintos en Borges conforman una alegoría del mundo y la experiencia humana de sentirse perdidos en él.
Si las personas no pueden comprender el mundo, ¿quién puede darle un sentido? En el cuento “El inmortal” el tribuno reflexiona sobre la Ciudad de los Inmortales:
Este palacio es fábrica de los dioses, pensé primeramente. Exploré los inhabitados recintos y corregí: Los dioses que lo edificaron han muerto. Noté sus peculiaridades y dije: Los dioses que lo edificaron estaban locos. Lo dije, bien lo sé, con una incomprensible reprobación que era casi un remordimiento, con más horror intelectual que miedo sensible. A la impresión de enorme antigüedad se agregaron otras: la de lo interminable, la de lo atroz, la de lo complejamente insensato. (p.14)
La percepción de que el horror es más intelectual que sensible refleja la experiencia del ser humano que vive en un mundo al que está físicamente adaptado, pero que le causa angustia porque, como la ciudad que describe el tribuno, “carecía de fin” (p.15).
Así como en el caso de Asterión, el lenguaje es impreciso al momento de expresar el universo en otros cuentos de la colección. Varios personajes de estos relatos tienen el privilegio de vivir experiencias místicas en las que acceden a una visión y comprensión del universo. Esto sucede en “El Zahir”, “La escritura del Dios”, “El Aleph”. Pero en todos esos casos la revelación del universo es inútil en este mundo. Por ejemplo, luego de que Borges experimenta la visión del Aleph, menciona la tergiversación que supone representar en el lenguaje, que es sucesivo, una experiencia que fue simultánea:
En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré. (p.164)
En “El Zahir” y “La escritura del Dios” la comprensión del mundo no ayuda a los personajes a vivir sus vidas transformados por la comprensión del universo. De hecho, esa visión hace más inviable su vida, como en el caso de Tzincán, quien decide aceptar su muerte y la de su pueblo cuando ve el universo como una unidad. En definitiva, el orden divino no es accesible para todas las personas, pero, cuando se manifiesta, no hace menos angustiosa la existencia.
La realidad y la ilusión
Relacionado con el tema anterior, Borges también explora el carácter ilusorio de la realidad. En este sentido, hay personajes de El Aleph que no reconocen con toda claridad que el mundo no se puede descifrar y creen en lo que ven y experimentan de un determinado modo. Tarde o temprano estos personajes descubren el engaño cuando ven con claridad que lo que han dado por sentado no es más que una ilusión. Este es el caso del cuento “El muerto”, en el que Otálora sostiene la ilusión de estar bajo control de su destino con gestos temerarios como romper una carta de recomendación o tomar para sí a la mujer de su jefe, solo para descubrir algo terrible al final. En el punto más alto en su camino de ascenso:
Otálora comprende, antes de morir, que desde el principio lo han traicionado, que ha sido condenado a muerte, que le han permitido el amor, el mando y el triunfo, porque ya lo daban por muerto, porque para Bandeira ya estaba muerto. (p.33)
Asimismo, Asterión vive en su laberinto sin comprender del todo su monstruosidad. Si bien reconoce que es único, interpreta que lo separa del mundo su condición de noble: “No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera” (p.68). Interpreta también que los nueve hombres que entran en su laberinto van allí para que él los libere y considera a Teseo como su redentor.
Incluso en cuentos menos fantásticos como “Emma Zunz”, la ilusión o ficción que idea Emma se impone a la realidad. Lo fáctico pasa a segundo plano porque se impone algo menos tangible: la intención. El cuento termina así:
La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios. (pp.65-66).
En “Abencaján el Bojarí, muerto en su laberinto”, a través de su relato y las coartadas que diseña, Zaid no solo consigue reemplazar al rey Abenjacán, sino que consigue ser el rey: “Lo esencial era que Abenjacán pereciera. Simuló ser Abenjacán, mató a Abenjacán y finalmente fue Abenjacán” (p.134).
Para Borges la realidad no está fundada en lo que los sentidos perciben, sino en el pensamiento.
El tiempo
Una de las fascinaciones de Borges es la obstinación con la que los hombres buscan comprender e interpretar el universo. La metafísica es uno de los modos en los que intentamos estudiar los principios de la realidad y del ser. Estos principios incluyen la existencia, la causalidad, el principio y el fin, el tiempo y el espacio.
Por este motivo, el tiempo, al tratarse de uno de los aspectos fundamentales que explora la metafísica, es central en los cuentos de Borges. En “El inmortal”, por ejemplo, Borges se propone un ejercicio sobre las implicancias morales de vivir para siempre. Un ser inmortal no se esfuerza por ser bueno, porque comprende que a lo largo de los siglos será todas las personas y, por lo tanto, tiene garantizado que será bueno y malo, virtuoso y vil, talentoso e intrascendente. La inmortalidad haría toda la existencia irrelevante porque no hay mérito en, por ejemplo, escribir la Ilíada si en la eternidad se agotan todas las alternativas y escribirla se vuelve inevitable.
Esto nos lleva a la conclusión de que es la mortalidad la que le da sentido a la vida porque la hace irrepetible:
La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. (p.22)
En otros cuentos como “El Aleph”, Borges explora la posibilidad de que todo exista de manera simultánea, pero que, desde nuestra percepción y desde el lenguaje, solo puede ser representado de manera sucesiva. ¿Es el tiempo el que se mueve de manera lineal o es nuestra percepción y las limitaciones de nuestro lenguaje las que distorsionan la realidad?
Los libros, la literatura y la ficción
En más de una ocasión la resolución del conflicto central de un cuento o el momento de anagnórisis de los personajes involucra la lectura. Además del manuscrito como tópico para jugar con la verosimilitud de las historias, la literatura, los textos y la creación literaria se convierten en temas centrales en muchos de los relatos de El Aleph.
Quizás el cuento en el que mayor centralidad adquiere el tema de la creación literaria es “La otra muerte”. La premisa de este relato es, precisamente, el deseo que tiene Borges (personaje) de escribir un cuento fantástico. Mientras investiga el material para su cuento, descubre que no es necesario ningún artificio literario porque la vida y muerte de Pedro Damián son fantásticas verdaderamente. Se tiende un paralelo entre la creación, el escritor como artífice de la realidad representada y el individuo como artífice de su vida y también de su muerte. Damián desea tanto reparar su cobardía del pasado que consigue reescribir su historia.
Otro cuento en el que un texto o manuscrito cobra protagonismo es “La busca de Averroes”. Allí el sabio andaluz no puede completar su comentario sobre la obra de Aristóteles porque primero debe desentrañar el sentido de dos palabras: tragedia y comedia. Borges crea un cuento “policial”, en el que Averroes debe encontrar el verdadero significado de los términos, pero fracasa porque es incapaz de ver las pistas. Borges explora el tema de los límites del lenguaje en relación con el sesgo cultural. En el cuento hay varias instancias de lectura, pero aparecen en dos niveles: uno literal, que se trata de leer textos como la Poética de Aristóteles o el Corán y hacer de exégeta; y otro, que tiene que ver con leer el mundo como un libro y, para ello, nuestro código cultural es esencial.
La respuesta a la obsesión de Borges, personaje en “El Zahir”, se encuentra en un libro en la calle Corrientes; Tzincán debe encontrar el lugar y el código que utilizó el dios para esconder la sentencia mágica. Hay otros cuentos que incluyen relatos orales: la leyenda de la Ciudad de los Inmortales en el “El inmortal”, la historia que contaba la abuela de Borges en “Historia del guerrero y de la cautiva”, y el cuento del viejo pordiosero en “El hombre en el umbral”.
El doble
El tema del doble es uno de los más recurrentes en la literatura fantástica y está presente en más de la mitad de los cuentos de esta colección. En sus exploraciones metafísicas, Borges aborda el tiempo, el espacio, el relativismo, la irrealidad. A través del tema del doble, los cuestionamientos se centran en la identidad personal.
Hemos visto que en Borges raramente encontramos personajes “de carne y hueso” cuya psicología está perfilada en el cuento. Por el contrario, los personajes de Borges muchas veces están subordinados a una idea que toma protagonismo por encima de las personas representadas en el texto. En muchos cuentos, esa irrealidad de los personajes está dada por su duplicidad.
Un cuento de la colección en el que el tema del doble es central es “Los teólogos”. Es interesante observar que aquí justamente Borges menciona hasta cierto punto las intenciones de Aureliano, el protagonista, perfilando, aunque sea sutilmente, la psicología de una persona que se ha dejado llevar por la miseria humana de la envidia y la rivalidad. Así y todo, lo importante no son las miserias de Aureliano, sino la paradoja de que su misma existencia está sujeta a la de otro. Aureliano escribe su refutación para “adelantarse a Juan de Panonia” (p.36). Asimismo, cuando recibe la refutación de su rival, considera “destruir o reformar su propio trabajo” (p.38). Es decir, la identidad de Aureliano depende del contraste con Panonia y, por lo tanto, necesita verse en el espejo del otro. No obstante, no son precisamente opuestos: los dos son teólogos, los dos trabajan para defender el dogma de la Iglesia, es decir, que su oposición es muy sutil. Esto se ve reforzado por las palabras que llegan a Aureliano sin que él sepa su origen, como si brotaran de su interior. Sin embargo, Aureliano reconoce que la autoría es de Panonia y la enmarca para que parezca una herejía. El contraste entre los dos es momentáneo porque poco después de que Panonia muera como hereje, Aureliano morirá también consumido por el fuego.
El espejo, un motivo recurrente en la obra de Borges, le sirve aquí para desarrollar el tema del doble. El espejo es terrible para Borges porque multiplica y falsea. En el caso de “Los teólogos”, el espejo falsea la identidad porque la imagen del "otro" es solo una ilusión. Aureliano y Juan de Panonia son solo opuestos o "rivales", aparentemente. La imagen que devuelve un espejo es la misma persona, aunque invertida. Del mismo modo, Juan de Panonia es esencialmente Aureliano, solo que es la versión "invertida" del otro. En este sentido, el título “Los teólogos” es engañoso, porque estrictamente hay un solo teólogo que el espejo ha multiplicado.
Por el contrario, en el cuento “Historia del guerrero y de la cautiva” la identificación entre los dos personajes no es obvia para el lector y requiere de la mediación de Borges, que ve que ambos son, en realidad, uno, ya que “a los dos los arrebató un ímpetu secreto” (p.52). A diferencia de “Los teólogos”, el título no es engañoso, sino que anticipa la identidad fragmentada en dos personajes a quienes los separa el tiempo y el espacio, pero son, en el fondo, uno solo en su esencia: “El anverso y el reverso de esta moneda son, para Dios, iguales” (p.52).
El panteísmo
En los cuentos de Borges las identidades muchas veces se funden en una y lo que parecen dos personas distintas terminan por ser la misma, por lo menos en la escala cósmica. Detrás de esta noción, está la idea de que lo que en escala humana es único y distinguible, en la escala divina, es indiferenciable. En el cuento “Historia del guerrero y de la cautiva”, el narrador justifica por qué estos dos relatos separados geográfica y temporalmente aparecen bajo el título “Historia”, en singular. El cuento termina así: “Acaso las historias que he referido son una sola historia. El anverso y el reverso de esta moneda son, para Dios, iguales” (p.52). De la misma manera, en el cuento “Los teólogos” la resolución del conflicto entre Juan de Panonia y Aureliano es la siguiente: “Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona” (p.45).
La identificación entre dos personajes, incluso a veces entre personajes en oposición, aparece también en “Abecjacán, el Bojarí, muerto en su laberinto”. Alazraki, en su análisis de tema y subtemas en Borges, dice: “La eliminación de la identidad es, pues, la consecuencia más directa del panteísmo. La individualidad de las personas es aparente: cualquier hombre es todos los hombres; cualquier hombre es un rasgo de ese rostro único que los contiene a todos” (1974, p.82). En el cuento “Los teólogos”, el narrador dice que el texto escrito por Juan de Panonia “no parecía redactado por una persona concreta, sino por cualquier hombre o, quizá, por todos los hombres” (p.38). Se plantea en el texto que el mundo es una múltiple manifestación de la divinidad: “cada hombre es un órgano que proyecta la divinidad para sentir el mundo” (p.42).
El cuento “La escritura del Dios” lleva la idea del panteísmo al extremo el momento en que, debido a una experiencia mística, el sacerdote maya se da cuenta de que él como individuo no tiene ninguna importancia. A tal punto se diluye la identidad personal que Tzincán elige algo tan radical como dejar que su pueblo muera en manos de los españoles y que se pierda para siempre la sentencia que su dios le había legado:
Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales dichas o desventuras, aunque ese hombre sea él. Ese hombre ha sido él y ahora no le importa. Qué le importa la suerte de aquel otro, qué le importa la nación de aquel otro, si él, ahora es nadie. Por eso no pronuncio la fórmula, por eso dejo que me olviden los días, acostado en la oscuridad. (p.121)
El relativismo
Jaime Alazraki, en su análisis de los temas y subtemas de la obra de Borges, considera que la suma de temas como la ficción, los sueños y los libros como fuentes de creación, el panteísmo, el carácter ilusorio de la realidad, la difuminación de la identidad en otro u otros, todo da como resultado la convicción de que todas las cosas son relativas. Si nuestra experiencia del mundo está necesariamente enmarcada en nuestra razón y los límites de nuestro pensamiento, nada tiene mayor sustancia que las ideas. Si una esfera de unos pocos centímetros puede contener el universo; si un lombardo puede ser uno solo con una inglesa aindiada; si la multiplicidad de momentos de la vida de Tadeo Isidoro Cruz puede reducirse a una sola pelea, si la historia de Emma Zunz puede ser falsa y verdadera a la vez, el resultado es que la realidad es ilusoria, contradictoria, impenetrable. En definitiva, al especular con las leyes que gobiernan nuestro mundo como los son el tiempo, el espacio y la existencia, la realidad misma está puesta en duda y no hay verdades absolutas que se sostengan. El modo en que Bioy Casares, escritor y amigo de Borges, describe sus cuentos expresa muy bien el relativismo de la literatura de Borges porque los llama "fantasías metafísicas". A través de los elementos fantásticos, Borges hace metafísica en cuanto a que se pregunta por los principios de la existencia. De todas maneras, Borges no hace filosofía porque precisamente el resultado de esas exploraciones y cuestionamientos es que nos está vedada la comprensión del mundo. Al dar lugar a lo inverosímil y lo absurdo, el autor demuestra un escepticismo con respecto a todo lo que se presente como una explicación objetiva.
Al igual que en otros temas de Borges en el que fondo y la forma coinciden, el relativismo gnoseológico en Borges está fundamentado en el relativismo de la palabra. En Ficciones, en "Pierre Menard, autor del Quijote", Borges menciona como un mismo texto puede entenderse de manera totalmente distinta en épocas diferentes. Lo mismo sucede en el cuento "Los teólogos" de El Aleph, donde una misma frase puede ser dogma y luego herejía por el contexto en el que aparece. Si la palabra solo puede reproducir parcialmente el modo en que alguien experimenta el mundo y la palabra es la herramienta que tenemos para pensar el mundo, el "logos", entonces todo lo que deseamos transmitir sobre la realidad es parcial y relativa.
En otros cuentos, Borges explora el relativismo desde la perspectiva del sesgo cultural. Al embarcarse en un proyecto tan ambicioso como representar la labor de un sabio del siglo XII en la España musulmana en "La busca de Averroes", Borges reconoce sus limitaciones. Reconoce que su conocimiento es parcial e incompleto y está mediado por los libros escritos por arabistas que, a su vez, son observadores externos de esa cultura. Análogamente, Averroes emprende una búsqueda que le está vedada por el sesgo cultural. Algo parecido sucede en "El inmortal". El tribuno hace una serie de suposiciones sobre el troglodita que lo sigue hasta que descubre que él es en verdad Homero y que su motivo para no usar la palabra no es su barbarie, sino que la inmortalidad hace inútiles todos los esfuerzos humanos. Hasta que no conoce la inmortalidad, asume una actitud condescendiente con el pueblo de los inmortales.