Resumen
El cuento inicia con Joseph Cartaphilus, un comerciante de antigüedades, que vende una copia de la Ilíada traducida por Pope a la princesa de Lucinge. En el interior del último tomo de la traducción, se encuentra un manuscrito que será la historia que se cuenta a continuación.
El manuscrito está dividido en cinco partes. Está narrado por Marco Flaminio Rufo, un tribuno de una legión romana durante el periodo en el que Diocleciano fue emperador. Tras una decepción por su casi nula participación en una campaña militar, Marco Flaminio decide ir en busca de la secreta Ciudad de los Inmortales. Para completar su misión, recluta soldados y mercenarios.
Luego de una serie de dificultades en el camino hacia esta ciudad mítica, todos los que viajan con él lo abandonan. Una noche, después de varias desgracias que lo llevan a vagar solo por el desierto, Marco Flaminio sueña con “un exiguo y nítido laberinto” (p.10) en cuyo centro hay una fuente inalcanzable de agua.
Marco Flaminio se despierta en el declive de una montaña con sus manos atadas. Desde la montaña ve muros, arcos, foros y frontispicios del otro lado de un arroyo, pertenecientes a la Ciudad de los Inmortales. También reconoce de su lado del arroyo, una serie de nichos en los que viven “hombres de piel gris, de barba negligente, desnudos” (p.11). El tribuno los reconoce como trogloditas, un pueblo rudimentario que no posee lenguaje.
Motivado por la sed, el tribuno decide bajar de la montaña a beber del arroyo y cruzar hacia la ciudad mítica. Uno de los trogloditas empieza a seguirlo. Ante la muralla de la ciudad, el tribuno se da cuenta de que no hay ni una sola puerta, pero encuentra un pozo con una escalera que lo conduce a un laberinto subterráneo. La arquitectura de la ciudad a la que emerge luego de transitar el laberinto es tan antigua, interminable y compleja que el tribuno piensa: “su mera existencia y perduración… contamina el pasado y el porvenir y de algún modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie ene el mundo podrá ser valeroso o feliz” (p.15).
Decepcionado por su experiencia en la Ciudad de los Inmortales, el tribuno emerge nuevamente al desierto que la rodea. Allí se encuentra el troglodita que lo había seguido, a quien decide enseñarle algunas palabras. El tribuno había pensado que el troglodita lo seguía como un perro sigue a su amo y, por eso, eligió para él el nombre de Argos, el perro de Ulises.
Una noche sucede algo prodigioso: empieza a llover en medio del desierto. Argos, el troglodita, llora ante ese milagro y pronuncia sus primeras palabras: “Argos, perro de Ulises” (p.18). El tribuno indaga más sobre lo que puede llegar a conocer sobre la Odisea y descubre que el troglodita es en realidad Homero: “Ya habrán pasado mil cien años desde que la inventé” (p.18). Además de esa revelación, el tribuno descubre que los trogloditas son los habitantes de la Ciudad Inmortal que decidieron abandonar la ciudad y vivir en el desierto: “en el pensamiento, en la pura especulación” (p.19). Elige vivir entre los trogloditas y aprende lo que implica la inmortalidad: “Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres” (p.21).
En un momento dado, a los inmortales se les ocurre que si hay un río que concede la inmortalidad, debe haber uno que conceda la muerte. Se proponen, incluido el tribuno, recorrer el mundo en busca de la mortalidad. En ese camino, Marco Flaminio Rufo vive un sinnúmero de experiencias, desde guerras en Inglaterra en el siglo XI hasta la compra de los tomos de la Ilíada en el siglo XVIII. Ya en el siglo XX, en la India, Rufo prueba el agua de un arroyo que lo hace sentir dolor. Se alegra porque sabe que ha encontrado la fuente de la muerte.
En este punto la narración se ve interrumpida por la voz de Borges en primera persona que menciona los comentarios sobre el manuscrito de un tal Nahum Cordovero, quien considera que el texto es apócrifo por el número de plagios que encuentra. Borges, en cambio, considera que esa conclusión es "inadmisible" (p.26) porque Joseph Cartaphilus, en su larga vida a través de los siglos, recibió este legado: “Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos” (p.26).
Análisis
Este es uno de los cuentos más largos en la narrativa de Borges. El título anuncia el tema central: la inmortalidad. Esta preocupación es recurrente en la literatura de Borges y, como es común, se torna más importante que la historia individual y concreta de quien protagoniza el cuento. Podríamos considerar que en Borges siempre tenemos dos niveles presentes en su narrativa: uno, el de la fábula, que se refiere a lo que les sucede concretamente a los personajes de los cuentos; otro más genérico, que es el desarrollo de las ideas y que es más abstracto e ideal que el anterior. En este cuento, podemos recopilar una serie de acontecimientos que atraviesa el tribuno Marco Flaminio Rufo, pero estas acciones de manera concreta y particular están supeditadas a la idea que se quiere explorar: la inmortalidad. De hecho, hacia el final del cuento, la misma individualidad del personaje principal está puesta en duda al momento en que él es a la vez Homero, Joseph Cartaphilus y todos los autores que le han legado palabras a lo largo de los siglos de su existencia.
En cuanto a la estructura del cuento, estamos ante un relato enmarcado. Tanto el principio como el final está narrado en tercera persona. La introducción está narrada por un traductor, mientras que el final incluye a Borges como personaje, quien emite un juicio y opina sobre lo que se ha narrado en las cinco partes que componen la historia del tribuno Marco Flaminio Rufo. Utilizando el tópico del “manuscrito hallado”, común en su literatura, Borges introduce lo que se va a narrar como si se tratara de un texto encontrado que se ofrece al lector sin ninguna modificación: “La versión que ofrecemos es literal” (p.7). En este caso, ese manuscrito aparece dentro de una copia de la Ilíada de Pope y fue escrito por el anticuario que vende ese ejemplar: Joseph Cartaphilus.
Ahora bien, la identidad del narrador del manuscrito es incierta, o más bien múltiple, desde el momento en que Joseph Cartaphilus, el anticuario; Marco Flaminio Rufo, el tribuno, y Homero, el poeta y troglodita inmortal, parecen fundirse en una sola persona, junto con la multiplicidad de voces que aparecen en el manuscrito: Plinio, T.S. Eliot, Bernard Shaw, etc. El narrador del marco de la historia dice lo siguiente: “A mi entender, la conclusión es inadmisible. Cuando se acerca el fin, escribió Cartaphilus, ya no quedan imágenes para el recuerdo: solo quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos” (p.26). La conclusión a la que se hace referencia es la crítica de otro erudito que considera que el manuscrito es apócrifo, es decir, falso.
La tensión sobre la autenticidad de lo que se cuenta se pone en tensión en el marco del cuento, al principio y al final, con algunas contradicciones típicamente borgeanas: el manuscrito se supone que es literal, pero es una traducción del inglés que, a su vez, abunda en latinismos porque narra en primera persona lo que le sucede a un tribuno del siglo III. La mención de la controversia sobre la autenticidad del texto al final también termina siendo un debate infértil precisamente por lo que subyace al texto: la exploración sobre lo que implicaría la inmortalidad. La confusión en torno a quién es el que narra la historia y la identidad misma del tribuno que protagoniza los hechos se resuelve de la siguiente manera: si una persona vive suficiente tiempo, será todas las personas. Por otra parte, la discusión sobre el texto refleja también algo recurrente en la literatura borgeana: la disquisición teórica de la literatura desde la ficción y la literatura como un mundo autosuficiente que no necesita referirse a algo externo. Borges incluye en "El inmortal" una puesta en abismo del comentario de un texto: alguien traduce un manuscrito (con todas las transformaciones que ello implica), un autor lee ese texto y lo comenta, y Borges personaje hace un comentario y emite un juicio sobre esa valoración.
A continuación, nos vamos a centrar en las cinco partes que componen la historia narrada en el manuscrito. Quien protagoniza y narra las primeras partes en un principio parece ser Marco Flaminio Rufo, un tribuno romano de la época de Diocleciano. Sabemos que tiene el deseo de gloria porque se siente sumamente decepcionado desde el momento en que no consigue tener una participación significativa en la guerra contra Alejandría y dice: “yo apenas logré divisar el rostro de Marte. Esa privación me dolió y fue tal vez la causa de que yo me arrojara a descubrir, por temerosos y difusos desiertos, la secreta Ciudad de los Inmortales” (p.8). Como tribuno a la cabeza de una legión, Rufo desea ver el rostro de Marte, el dios de la guerra, en el sentido de que tiene la voluntad de guerrear y alcanzar la inmortalidad por su participación. Ante la decepción de no conseguir la gloria de este modo, busca otro camino hacia la inmortalidad: la mítica ciudad. Este deseo anticipa la relación que va a establecerse entre él y Homero, porque el poeta de la antigüedad precisamente narra las hazañas de héroes como Aquiles que alcanzaron la inmortalidad en la guerra.
Tras vagar por el desierto y superar un sinfín de obstáculos, llega solo a la Ciudad de los Inmortales. Estos detalles nos permiten establecer un paralelo con otro héroe homérico: Ulises. Precisamente en esa última parte de su aventura, el tribuno conoce a otro de los personajes que serán centrales: un troglodita al que va a llamar Argos, el perro de Ulises. Luego de su incursión en la ciudad, experiencia que encuentra aterradora porque refleja la arquitectura de los dioses y es monstruosa para un mortal, el tribuno crea un vínculo con el troglodita que lo sigue. En un principio siente cierta condescendencia hacia él al considerarlo inferior por su falta de lenguaje. Incluso lo compara con los animales, por eso el nombre de Argos y su plan conservador de enseñarle nada más que unas pocas palabras: “El perro y el caballo (reflexioné) son capaces de lo primero; muchas aves, como el ruiseñor de los Césares, de lo último. Por muy basto que fuera el entendimiento de un hombre, siempre sería superior al de irracionales” (p.17). Para su sorpresa, en un día en el que sucede un milagro y llueve en el desierto, el tribuno descubre que ese troglodita es en realidad Homero.
De Homero, el tribuno aprende los misterios de la inmortalidad. Primero, descubre que él bebió del arroyo y es ahora uno de ellos. También comprende que para los inmortales nada es trascendente porque todo se va a repetir nuevamente. Tanto lo moral como lo intelectual carece de importancia. Es la conciencia de la muerte lo que hace que las personas depositen valor en las acciones. Es interesante observar cómo el tribuno pasa de ser un aprendiz de inmortal que describe la vida de los trogloditas en tercera persona al punto de inflexión en el que empieza a hablar en primera persona plural cuando dice: “Que nadie quiera rebajarnos a ascetas. No hay placer más complejo que el pensamiento y a él nos entregábamos. A veces, un estímulo extraordinario nos restituía al mundo físico. Por ejemplo, aquella mañana, el viejo goce elemental de la lluvia” (p.21). Además del punto de inflexión en el punto de vista, esta cita establece ya una identificación entre el tribuno y Homero al mencionar el estímulo extraordinario de la lluvia que llevo a Homero a pronunciar las primeras palabras ante Rufo.
A partir de esta parte, la identidad del tribuno empieza a mutar a medida que viaja por el mundo y los siglos en busca de un arroyo que le devuelva la muerte. Es así como llega en un momento dado a identificarse con Joseph Cartaphilus, quien escribe el manuscrito y luego lo deja entre las páginas de la copia de la Ilíada de Pope. Acá debemos detenernos en el nombre de este personaje. Cartaphilus es uno de los nombres del personaje del folclore cristiano antiguo: el judío errante. Se trata de un hombre condenado a permanecer en el mundo hasta la segunda venida de Cristo. Borges se inspira en la figura de este personaje inmortal, aunque transforma el contenido del mito. Al famoso inmortal del folclore cristiano, se suma el más inmortal de los poetas: Homero. Es decir, que Borges elige cuidadosamente los hombres inmortales que van a componer la identidad de su protagonista para explorar el tema de la inmortalidad vinculada al panteísmo: si no hay una limitación temporal, entonces se hace patente el hecho de que lo individual está contenido en el todo.
Finalmente, este cuento incluye algunos de los motivos más icónicos de la literatura de Borges. Nos vamos a centrar en dos: el laberinto y los espejos. "El inmortal" es un texto poblado de alusiones y referencias literarias. Borges incluso hace que su texto dialogue con otros. Hay varios elementos que vinculan este cuento con "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" de la colección Ficciones. Allí se dice esto de los espejos: "Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de hombres". En el caso de "El inmortal", los espejos tienen este mismo carácter abominable porque son mencionados para explicar una de las consecuencias de la inmortalidad. El tribuno reflexiona sobre como la mortalidad concede importancia a cada acto en la vida de las personas porque es único e irrepetible. Por contraste, para los inmortales: "No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario" (p.22). El espejo implica la multiplicación de algo único infinitas veces.
Otro de los motivos más representativos de Borges es el laberinto. La Ciudad de los Inmortales fue construida con una lógica que supera la del hombre, fue pensada como una "suerte de parodia o reverso y también templo de los dioses irracionales que manejan el mundo y de los que nada sabemos, salvo que no se parecen al hombre" (p.19). El paisaje de la ciudad desolada tiene un efecto poderoso en el tribuno: "la nítida Ciudad de los Inmortales me atemorizó y repugnó. Un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su arquitectura, pródiga en simetrías, está subordinada a ese fin" (p.22). Lo inconcebible de la Ciudad de los Inmortales refleja la perplejidad del hombre ante cuestiones que no puede captar con su pensamiento: la inmortalidad.