El realismo literario es un movimiento literario del siglo XIX que comienza en Francia y se extiende rápidamente a Rusia, Europa occidental y Estados Unidos. Como parte de un movimiento artístico más amplio, el realismo en la literatura surge por oposición al idealismo propio del romanticismo, e intenta representar la vida familiar y social de personas comunes y corrientes. Las obras del realismo generalmente representan actividades y personajes cotidianos como hombres de negocios, mujeres solteras o casadas y personas de la clase baja. Algunos de los autores realistas más famosos, entre los que se encuentra Guy de Maupassant, incluyen a Honoré de Balzac, Fyodor Dostoyevsky, Leo Tolstoy, Gustave Flaubert, Ivan Turgenev, Anton Chekhov y José Maria de Eça de Queiroz.
Maupassant creció bajo la tutela literaria de Gustave Flaubert, y frecuentó los círculos literarios en los que se movía Émile Zola, el padre del naturalismo, por lo que la influencia de esta corriente en su obra es incuestionable. Tal como lo sistematizó Zola, el naturalismo buscaba la interpretación exacta de la vida, privada de todo elemento novelesco; la aceptación de la existencia común, sin necesidad de recargar la escritura de elementos novelescos; la desaparición del autor detrás de su narración. La aplicación de estos tres elementos como pilares del proyecto estético del naturalismo convirtieron a este movimiento en una verdadera estética de la observación, extremadamente ligada a los avances científicos.
Sin embargo, cuando un lector o crítico observa la totalidad de la obra de Maupassant en su conjunto, es difícil afirmar su filiación absoluta con el realismo y el naturalismo. Si bien Maupassant toma de este último su "estética de la observación", no es posible decir que sea un representante puro de dicho movimiento literario. En verdad, su postura está arraigada en la tradición francesa, pero no sigue todas sus normas a rajatabla, sino que se trata de un autor que da rienda suelta a su imaginación y su ingenio, apoyándose en la precisión de su estilo y en la expresividad de su lenguaje.
En verdad, Maupassant destaca como un espíritu independiente, difícil de colocar en los compartimentos estancos de los géneros o movimientos literarios. En este sentido, algunos críticos, como Louis Forestier, señalan que tras la representación realista que Maupassant realiza de sus escenarios, se despliega toda una ambientación altamente simbólica; muchos de sus relatos, entonces, pueden leerse desde una perspectiva más figurada que estrictamente realista, y dentro de esta categoría podríamos considerar "El collar", cuyo giro irónico puede leerse en sentido figurado como una crítica a la hipocresía de toda una clase social, más que como una representación fehaciente de la realidad.
En el manifiesto escrito por el propio autor, llamado "La novela", Maupassant mismo plantea su rechazo a los moldes rígidos y aboga por una comprensión amplia del fenómeno literario, que destaca la originalidad en el abordaje de un argumento antes que los procedimientos formales que determinan un género literario. Su propuesta entonces es que el artista debe ser libre de observar, comprender y producir como guste. Estos postulados se comprueban directamente en su obra, ya que sus relatos no siempre presentan la estructura canónica de la literatura realista. Un claro ejemplo de la versatilidad en su escritura es el famoso cuento "El Horla", que se aproxima más a un relato fantástico que a uno realista.
Así, si bien Maupassant puede ser considerado un gran exponente del realismo literario, lo más interesante a destacar de su obra no es quizás su filiación con esta corriente, sino todos los elementos originales que supo aportar y gracias a los cuales sus cuentos se mantienen vigentes hasta nuestros días.