El lujo de la clase alta
El narrador de "El collar" abunda en imágenes sensoriales sobre la fastuosidad de la vida de los ricos. En algunos casos, las descripciones corresponden a situaciones concretas y reales, como el baile dado por el ministro o las joyas de la señora Forestier, y otras veces se trata de las ensoñaciones de Mathilde, como puede observarse en el siguiente fragmento:
Pensaba en antecámaras mudas, acolchadas con colgaduras orientales, iluminadas por grandes hachones de bronce, y en dos altos lacayos de calzón corto durmiendo en los anchos sillones, amodorrados por el pesado calor del calorífero. Pensaba en grandes salones revestidos de viejas sedas, en muebles dinos con chucherías inestimables, y en saloncitos coquetos, perfumados, hechos para la charla de las cinco con los amigos más íntimos (...). Pensaba en cenas de gala, en servicios de plata resplandeciente, en tapicerías que poblaban las paredes con personajes antiguos y extrañas aves en medio de un bosque de cuentos de hadas; pensaba en platos exquisitos servidos en vajillas maravillosas, en galanterías susurradas y escuchadas con sonrisa de esfinge, al tiempo que se paladeaba la carne rosada de una trucha o un alón de faisán" (pp.218-219).
El aspecto de Mathilde Loisel durante el baile
Cuando Mathilde se encuentra en el baile, adornada con su elegante vestido y con el collar de brillantes, parece una mujer totalmente nueva, que nada tiene que ver con la joven desdichada que había sido presentada al inicio del relato. El narrador, sin embargo, no hace tanto énfasis en el aspecto físico de Mathilde, sino en la manifestación de la dicha que siente y en la maravilla que produce en los invitados:
"La señora Loisel tuvo un verdadero triunfo. Estaba más linda que ninguna, elegante, graciosa, sonriente y loca de alegría. Todos los hombres la miraban, preguntaban su nombre, pedían que se la presentaran. Bailaba con entusiasmos, con arrebato, embriagada de placer (...) entre una especie de nube de felicidad compuesta por todos los homenajes, todas las admiraciones..." (p.223).
En este pasaje puede comprenderse hasta qué punto la belleza se relaciona con la posición social y la necesidad de ostentar las riquezas que cada invitado posee.
El aspecto envejecido de Mathilde Loisel
Tras la pérdida del collar y los largos años de duro trabajo, la señora Loisel ha cambiado totalmente su fisonomía, y el narrador la describe con la fortaleza de las mujeres pobres: "La señora Loisel parecía vieja, ahora. Se había convertido en la mujer fuerte, y dura, de las parejas pobres. Mal peinada, con las sayas torcidas y las manos rojas, hablaba en voz alta, fregaba los suelos con agua fría" (p.227).
Además de esta descripción, el narrador intercala algunas observaciones sobre el aspecto de Mathilde cuando da detalles de su nueva vida, como por ejemplo: "Lavó la vajilla, desgastando sus rosadas uñas en los pucheros grasientos y el fondo de las cacerolas (...). Y vestida como una mujer del pueblo, fue a la frutería (...) con su cesto bajo el brazo, regateando..." (p.227).
Así, las imágenes sensoriales se complementan con las nuevas acciones que comprenden el nuevo mundo de Mathilde, y permiten al lector imaginar con claridad las durezas de su vida.