Resumen
El día de la fiesta, la señora Loisel tiene un éxito rotundo: está más linda que todas, se mueve de forma elegante y desborda alegría. Todos los hombres la miran y hasta el ministro se fija en ella. Mathilde baila con entusiasmo, extasiada de placer, hasta las 4 de la mañana. Al finalizar el baile debe despertar a su esposo, que duerme en un salón con otros hombres cuyas esposas, al igual que Mathilde, no han parado de bailar. Al salir, el señor Loisel coloca sobre los hombros de su esposa una prenda de abrigo que delata la pobreza de la pareja, algo que incomoda mucho a Mathilde, quien se apresura por abandonar los salones para que nadie la vea. Afuera no consiguen encontrar un carruaje, por lo que comienzan a caminar en dirección al Sena, tiritando de frío, hasta que encuentran un coche y llegan a la casa, en la calle des Martyrs.
Cuando Mathilde se quita el abrigo, descubre espantada que no tiene el collar. Después de buscarlo entre la ropa y por toda la casa, el marido sale a la calle y hace todo el camino hasta el baile con el objetivo de hallarlo, pero todo es inútil. Cuando regresa, a las 7 de la mañana, no ha logrado encontrarlo. Luego se dirige a la prefectura de policía, a los periódicos y a las compañías de coches en alquiler, pero todo es en vano: llega la noche y el collar sigue desaparecido. Entonces, Mathilde le escribe una nota a su amiga en la que le dice que se le ha roto el cierre al collar, y que se lo devolverá en cuanto se lo arreglen.
Como después de una semana no han podido hallarlo, el señor Loisel decide que deben resignarse a comprar una joya idéntica para reemplazarlo. Guiados por la dirección que aparece en el lujoso estuche del collar, visitan a un primer joyero, que revisa sus libros y luego les asegura que él no vendió la joya, sino tan solo el estuche. De allí, la pareja visita una joyería tras otra, sin hallar al vendedor. Así llegan a una lujosa tienda del Palais Royal, donde encuentran un collar idéntico al perdido que cuesta 40.000 francos, aunque el vendedor accede a dejarlo en 36.000. Para un humilde empleado, el precio es imposible; el señor Loisel posee 18.000 francos de una herencia de su padre, y luego sale a pedir dinero a amigos y usureros y se llena de pagarés con altos intereses con tal de obtener el monto necesario para comprar el collar.
Una vez que consiguen el dinero y compran el collar, Mathilde se dirige a la casa de su amiga, la señora Forestier y se lo entrega en el estuche negro. Esta, sin siquiera mirar el collar, le reprocha a su amiga haber tardado demasiado en devolvérselo.
Análisis
En el baile queda demostrado hasta qué punto la vestimenta es un indicador de clase y pertenencia social: la señora Loisel, con su elegante vestido, es un éxito: “estaba más linda que ninguna, elegante, graciosa, sonriente y loca de alegría. Todos los hombres la miraban, preguntaban su nombre, pedían que se la presentaran. Todos los directores generales querían valsar con ella. El ministro se fijó en ella” (p.223). Así, el verdadero estatus social de Mathilde pasa desapercibido y ella logra vivir la fantasía de pertenencia.
Ahora bien, con este episodio, el narrador demuestra cómo el estatus social tiene un efecto directo en la percepción de las personas y en su actitud hacia los otros: antes que conocer a una persona se construye una idea de ella en función de cómo se ve y cómo viste. Así, la reacción que Mathilde produce en los invitados al baile está determinada por su forma de vestir antes que por su personalidad, y ella se siente importante y estimada cuando logra causar un efecto positivo en los hombres de la clase a la que quiere pertenecer.
Es por esa misma razón que Mathilde no quiere colocarse su pobre abrigo al retirarse del salón, puesto que así delatará su pobreza y se empañará el efecto que causó sobre los invitados. Nuevamente, el marido parece observar la situación con absoluta ingenuidad, no solo incapaz de comprender los anhelos de su esposa, sino también las reglas de etiqueta que marcan y delimitan las pertenencias de clase.
En verdad, las formas tan diversas de pensar y de actuar de la pareja ponen en evidencia los marcados roles de género de la sociedad francesa del siglo XIX. Las mujeres de las clases media y alta no trabajaban, sino que eran mantenidas por los maridos y podían llevar adelante una intensa vida social, ya que tampoco debían hacerse cargo de las tareas del hogar ni de la crianza de los hijos, puesto que tenían criados que se encargaban de ello. Los hombres, por su parte, además de trabajar y de ocuparse de sus negocios, solían tener una vida social activa y realizaban algunas actividades que estaban restringidas a su género, como, por ejemplo, la caza. A pesar de su posición humilde, el señor Loisel ambiciona poder practicar dicho deporte con sus amigos, y por ello ahorra dinero para comprarse una escopeta, aunque luego termina gastándolo en el vestido para su esposa.
Así, muchos de los problemas del matrimonio Loisel tienen que ver con el dinero. No solo la señora Loisel está amargada por su incapacidad para ascender en la escala social, sino que ella y su marido le otorgan valor a diferentes elementos, todos ellos determinados por el género: la ropa y las joyas son indicadores claros del estatus social de las mujeres, mientras que la escopeta que quiere comprar el señor Loisel implica una búsqueda de pertenencia a un mundo masculino en el que puede vincularse con amigos varones y distenderse de su vida laboral y matrimonial.
De los roles de género se desprenden también las funciones sociales de la belleza. En primer lugar, el narrador indica que, para las mujeres, la belleza es el principal vehículo para hacerse un lugar en la sociedad. A su vez, en el episodio en que la señora Loisel queda deslumbrada por los brillantes del collar de la señora Forestier se hace evidente el estrecho vínculo entre la belleza y el capital económico que representa. Esta dimensión capitalista de la belleza termina de cobrar especial importancia durante el baile: la belleza de Mathilde atrae la mirada de los grandes hombres de la sociedad parisina y la convierte en el centro de atención de la fiesta. En este sentido, el lector puede preguntarse si es la belleza nata de Mathilde, realzada por el vestido o sus joyas, la que llama la atención, o si es la confianza que aquellas ropas le otorgan. En cualquier caso, lo cierto es que la belleza es un factor determinante de la posición que una mujer puede ocupar en los ámbitos sociales de Francia del siglo XIX, aunque no basta con ser hermosa, sino que también hay que acompañar ese atributo con elementos que destaquen por su valor, y Mathilde es, desde el inicio del relato, extremadamente consciente de ello.
La psicología de Mathilde es, en este sentido, una cuestión interesante para analizar. En la primera parte del relato, es evidente que la joven está obsesionada con pertenecer a la clase alta y rodearse de lujos y riquezas. A su vez, la relación que sostiene con su marido es fría y está marcada por la desdicha, que Mathilde se asegura de hacer evidente. Durante el baile, queda claro que la vida social de los ricos es algo que la llena de plenitud, lo que reafirma en ella su anhelo de pertenecer. Por otro lado, después de la fiesta, cuando Mathilde se da cuenta de que no tiene el collar, no asume en ningún momento la culpa de haberlo perdido y deja todo el asunto en manos de su marido, como si ella fuera una mujer indefensa e incapaz de actuar de formar pragmática en una situación complicada. Mientras su marido reacciona, “ella se quedó vestida de gala, sin fuerzas para acostarse, caída en una silla, sin fuego, sin ideas” (p.225).
El matrimonio Loisel nunca logra encontrar el collar perdido. Este evento azaroso, que tiene el efecto de determinar el futuro de la pareja, pone en evidencia la fatalidad de la vida. Mientras se dedica a la limpieza, Mathilde cada tanto se maravilla: “¿Qué habría ocurrido de no haber perdido aquel collar? ¡Quién sabe! ¡Quién sabe! ¡Qué singular es la vida, qué mudable! ¡Cuán poca cosa se necesita para perdernos o salvarnos!” (p.227). El azar aparece, entonces, como un factor determinante en la vida de los personajes, y puede comprenderse la crítica implícita a la importancia de la clase social, ya que un simple accidente puede condenar a una persona a un cambio de vida dramático y determinante. En la sección siguiente, el narrador también parece sugerir, implícitamente, que la clase social no se relaciona con la felicidad, ya que Mathilde parece tranquila, e incluso contenta, en su nueva pobreza, en tanto ha dejado de estar pendiente de su ambición y de sus ilusiones de pertenencia a otra clase social.
Cuando la pareja decide reponer la joya perdida, el narrador destaca que encuentran un collar que “les pareció enteramente igual a la que buscaban” (pp.225-226). Al conocer luego el final irónico, el lector puede imaginar que la pareja no detecta ninguna diferencia con el collar perdido porque no están acostumbrados a las joyas lujosas, y este es otro rasgo que los aleja de la clase alta. A su vez, el reemplazo del collar falso por uno verdadero, tal como se comprende al final del relato, deja al lector preguntándose si la señora Forestier habrá notado el reemplazo y habrá guardado silencio por conveniencia, o si verdaderamente no lo notó, tal como parece sugerir la sorpresa que muestra ante la confesión que le hace Mathilde.